El estilo de Jesús.
«Muchos le increpaban para que callara, pero él gritaba mucho más: “¡Hijo de David, ten compasión de mí!”…»
Decía Ruiz de Galarreta que «el medio más poderoso para la conversión es la contemplación: quedarse mirando, disfrutar con la escena, dejarse fascinar por Jesús; por sus sentimientos, por su libertad de acción y de juicio, por su valentía, sus acciones poderosas, su falta de prejuicios»… y el fugaz paso de Jesús por Jericó camino de Jerusalén nos ofrece dos escenas preciosas que reflejan su estilo inconfundible.
La primera se produce cuando muchos ciudadanos de Jericó deciden salir a la puerta del Este a recibir a Jesús que venía acompañado de sus discípulos galileos. No es difícil imaginar a los notables del pueblo rodeando a Jesús y compitiendo por el honor de hospedar en su casa al profeta, pero cuál no sería su estupor cuando vieron que él se invitaba a la casa del jefe de los publicanos de Jericó; Zaqueo, un hombre muy rico aunque proscrito por causa de su profesión.
Como solo le conocían de referencias quedaron escandalizados. No sabían que para Jesús los importantes no son los sabios, los ricos o los poderosos, sino los necesitados —aunque en este caso la necesidad no fuese de índole económica—. Tampoco sabían que nunca le detenían los prejuicios o el qué dirán, y que, por ayudar, no tenía ningún reparo en que le viesen en compañía de personas despreciadas por la sociedad.
Pero ahí no acabó su asombro. A la salida de la comitiva de Jesús hacia Jerusalén, volvió a repetirse la escena de su llegada y mucha gente de Jericó salió a despedirles. Los importantes volvían a apretujarle a la cabeza del grupo en su afán por cruzar con él algunas palabras, pero lo que nadie podía imaginar es que en la puerta del Oeste ocurriese un suceso que no estaba programado.
Y sucedió que Bartimeo, un mendigo ciego que estaba sentado al borde del camino, oyendo que era Jesús de Nazaret el que pasaba, comenzó a gritar con toda la fuerza de sus pulmones: «¡Hijo de David! ¡Jesús! ¡Ten compasión de mí!». La gente de la comitiva le reprendía duramente porque estaba desluciendo el fasto, pero cuanto más le reprendían, más gritaba él. Apretaron el paso para soslayarle, pero Jesús se detuvo, miró a sus acompañantes y les dio una orden escueta: «Llamadle». Momentos después Bartimeo recobraba la vista y le seguía loco de alegría por el camino de Jerusalén.
Por encima de todos los personajes notables de Jericó, el primer día había sido un pecador público —un necesitado— el que había captado su interés, y ahora, un empecatado ciego que a nadie le importaba… excepto a Jesús. Ése era su estilo; el estilo que empapa todo el evangelio. Recordamos el pasaje del leproso, cuando todos se apartan y él se adelanta y le coge sin miedo al contagio ni a la impureza. O el de la pobre viuda que depositaba su monedita en el arca del Templo y era la primera a los ojos de Jesús. O el de la mujer adúltera por quien se juega la vida acusando públicamente a los santos de Israel de pecadores… Y tantos pasajes más…
Es muy difícil contemplar estas escenas sin saborearlas; sin sentir una profunda admiración por esa persona excepcional en quien creemos.
Miguel Ángel Munárriz Casajús
Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí
Fuente Fe Adulta
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