“Taninoplastia y otros embellecimientos”, por Dolores Aleixandre.
Nanotribología, taninoplastia, barros, óleos, coloraciones respetuosas. Lo leo en el escaparate de un establecimiento de estética y me quedo perpleja, consciente de mi supina ignorancia en estos asuntos. Me tranquiliza un poco que las coloraciones sean respetuosas porque imagino que si un color te falta al respeto, debe ser espantoso.
Me pongo a pensar en cuáles son mis fuentes de embellecimiento y como la primera que se me ocurre – cómo no –, es la Biblia, propongo algunos textos bastante desconocidos del Primer Testamento que después de leerlos, me dejan en seguida el alma “divina de la muerte”. El primero es un texto poético muy antiguo dentro de las bendiciones de Moisés y habla de Israel. “¿Acaso no está él junto a mí, como una joya sellada entre mis tesoros?” (Dt 32,34). Otro verso, este del testamento de Jacob, llama a José “retoño junto a la fuente, cuyo vástagos trepan sobre el muro” (Gen 49,22) y de Benjamín dice: “Favorito del Señor, habita tranquilo; el Altísimo cuida de él continuamente y él habita entre sus hombros” (Dt 33,12). En cuanto a David, recibió de labios de una mujer llamada Abigaíl esta afirmación potente: “Aunque alguno se ponga a perseguirte a muerte, tu vida está bien atada en el zurrón de la vida, al cuidado del Señor, tu Dios” (1Sam 25,28).
Con determinada decisión y atrevida libertad, me apropio de esas imágenes, convencida como estoy hace mucho tiempo de que lo que se dice de cualquier personaje bíblico – Israel, José, Benjamín y David en este caso- no es propiedad privada, sino de libre disposición para quien lee la Palabra. Los efectos anímicos que se siguen de incorporar esas declaraciones, son patentes y afectan inevitablemente a lo estético porque nuestro cuerpo refleja nuestra interioridad. ¿Cómo no se me van a “suavizar las arrugas de la frente ”, si habito tranquila sobre los hombros del que me cuida? ¿Cómo no va remediar mi “flacidez facial” la firmeza de saberme bien atada y segura en el zurrón de la vida? ¿Cómo no voy a recibir un “rejuvenecimiento de la mirada” si me llena de alegría saberme tan querida? ¿Cómo no va a “desaparecer la fatiga de mi piel” si habito junto a una fuente? ¿Cómo no voy a tener “una sonrisa luminosa” si me dicen que Alguien me considera una joya sellada entre sus tesoros?
Y todo sin acudir a la toxina botulímica, a los hilos tractores con microespículas o al ácido hilaurónico. Pero de momento y hasta que pase la recesión pandémica, más vale guardar este descubrimiento en secreto para no arruinar a los institutos de belleza.
Fuente R21, Julio 2021
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