Dom 22 TO, (Mc 7, 18-23). Amor mutuo, perdón de los pecados.
29.8.21: Mal supremo: trece pecados capitales (= mortales) (Mc 7, 18-23).
Los catecismos suelen poner siete pecados capitales (soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia y pereza), principio y compendio de todos los restantes. El evangelio de hoy presenta más bien trece, que podemos llamar “capitales” (cabeza de todos), pero también “mortales” (pues llevan en sí la muerte de la humanidad).
Estos trece pecados son de tipo personal (brotan de un mal corazón) y universal: Son los mismos para todos, hombres y mujeres, judíos o cristianos, musulmanes, creyentes o ateos. Son “capitales”, condensan el “capital” de maldad de la historia humana. Son “mortales”: Principio y clave de destrucción universal (infierno-muerte para todos).
Son pecados interiores, brotan de un mal corazón, siendo, al mismo tiempo, exteriores: Se expresan y encarnan en un tipo de social de vida pervertida, en una “humanidad de muerte”, que no es sólo de otros (como pueden ser los talibanes), sino de todos nosotros, como pecado original y final de la humanidad.
Así los presenta el evangelio de este domingo (Mc 7, 1-8. 14-15. 21-23), que comento sólo en parte. Como verá el lector, presento de un modo más extenso los siete primeros pecados, resumiendo los seis restantes de un modo más esquemático. Al final condenso el sentido general de todos ellos, tal como han sido “superados” por Jesús.
| X. Pikaza
Mc 7, 21-23
¿No sabéis que nada que entra en el ser humano desde fuera puede mancharlo, 19 puesto que no entra en su corazón, sino en el vientre, y va a parar a la letrina – purificando así todos los alimentos-? 20 Y añadió: Lo que sale del hombre eso es lo que mancha al ser humano 21, pues de dentro, del corazón del hombre, las malas deliberaciones provienen: fornicaciones, robos, homicidios, 22 adulterios, codicias, perversidades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, soberbia e insensatez. 23 Todas estas maldades salen de dentro y manchan al ser humano.
Éste es un catálogo “clásico” de pecados o vicios, que se parece a otros catálogos judíos y cristianos (e incluso paganos) y que consta de trece “pecados”. Ha sido adaptado y precisado así por el evangelio de Marcos, condensando así el programa “mesiánico” de Jesús.
Significativamente, consta de un principio, formulado de manera general (malas deliberaciones), y de cuatro unidades de tres males cada una, de manera que podemos hablar de un mal fundante y de doce males concretos, que forman una masa de perversidad que proviene de dentro, pero que se expresa en el conjunto de la vida, de un modo social. [1].
1.Principio: deliberaciones malas (dialogismoi kakoi; 7, 21b).
Según Jesús, el origen de todo mal es un “pensamiento perverso”, en forma de cálculo negativo, como indica la misma formulación del texto, que presenta estas deliberaciones como fuente y compendio de los doce males que siguen. Ciertamente, en principio, las deliberaciones en sí mismas no son malas, pero el evangelio de Marcos tiende a interpretarlas de forma negativa, pues el origen de todo mal es un mal pensamiento Ellas no evocan simplemente un modo de pensar, sino un pensar con malicia, como ha destacado Pablo (cf. Flp 2, 14; Rom 1,21).
Marcos ha empleado ya esta palabra (dia-logismoi) en el texto del perdón del paralítico (2, 1-12), donde los escribas “deliberan” en contra del perdón de Jesús (2, 6-8), y volverá a emplearla cuando los discípulos de Jesús “deliberan” (8, 16) pensando que no tienen panes, y cuando sus adversarios deliberen/calculan (11, 31) sobre la forma de responderle.
Estas deliberaciones malas dejan al hombre en manos de su propio pensamiento calculador, egoísta, violento, al servicio de sí mismo (de sus intereses individuales o grupales). Conforme a esta visión, en el principio del “pecado” no se encuentra, sin más, el mal deseo, sino el mal pensamiento, un “logos” o palabra que se retuerce sobre sí misma calculando aquello que le conviene, de un modo egoísta. Lo contrario a estos dia-logismoi es la Palabra de vida que Jesús siembra, una palabra que se acoge en fe y se abre en amor a los demás. La base de la vida humana no es calcular pensando de un modo egoísta, sino “creer” para amar.
Ampliación. El primer pecado es el mal pensamiento, las deliberaciones que brotan del mal corazón, que busca razones para mantenerse en su egoísmo. En sí mismas, las deliberaciones no son malas (cf. Lc 24, 38), pero pueden pervertirse y se pervierten, convirtiéndose en un cálculo maligno y retorcido, del que nacen los restantes males, como sabe Pablo (cf. Rom 1, 21; 1 Cor 3, 20).
Hay, sin duda, un pensamiento bueno, pero la Biblia sabe que el hombre ha terminado encerrándose en la cueva de un pensamiento pervertido, simbolizado por la serpiente de Gen 3, 1-6 (y 4, 4-7), una cavilación contraria a Dios, es decir, al don de la vida, es decir, a la gratuidad..
Éste pecado es el mal pensamiento de aquellos que quieren justificarse a sí mismos, con largos discursos, mientras dejan que mueran otros a su lado, es la justificación de los que dicen (=decimos) que las cosas son así, que no pueden cambiarse, que no hay sitio para más, que cada uno se arregle como pueda.
Así hemos caído en la cárcel de nuestros malos pensamientos, de nuestras justificaciones… Nosotros, el pueblo de la “razón”, los europeos, nosotros los “monoteístas superiores” (judíos, cristianos, musulmanes) hemos terminado hundidos en el pozo de nuestra-sinrazón, con filosofías (ideologías económico-sociales) y justificaciones religiosas que acaban siendo mentira. En cárcel retorcida de nuestras cavilaciones nos auto-justificamos, mientras mueren a nuestra puerta a millones de personas.
De estos malos pensamientos (que son del mal corazón y la cabeza mala) brotan todos los restantes pecados, desde el homicidio hasta la blasfemia contra Dios.
Primera triada: fornicaciones, robos, homicidios (7, 21c). Las dos últimas “perversiones” de esta terna resultan claras: del mal pensamiento brotan robos y homicidios, como saben casi todos los tratados de moral, antiguos y modernos. Más complejo resulta el sentido de la primera perversión (porneiai, fornicaciones), que puede referirse a la incontinencia sexual, pero también a la idolatría, en sentido bíblico.
La fornicación original es el abandono de Dios, la adoración de los ídolos. Este segundo sentido parece aquí el más apropiado, pues del mal pensamiento proviene la fornicación-idolatría, que consiste en adorar a nuestros propios pensamientos/obras, en lugar de adorar a Dios. En esta línea se entienden los tres primeros males. Quizá podamos añadir que la idolatría aparece así como el primero de los males, es decir, como aquel principio malo que conduce al robo y al homicidio, tal como parece suponer Pablo en Rom 1, 18-32[2].
5-7. Segunda triada: adulterios, codicias, perversidades (7, 22a). Seguimos en la línea anterior, pasando del plano más externo (robo, homicidio) al más interno, que empieza expresándose en la destrucción de las relaciones personales más profundas (adulterio), para desembocar en la codicia o deseo de adquirir siempre más, de tenerlo todo, culminando en las perversidades (ponêriai) en conjunto, es decir, como deseo activo de destrucción de los otros. También estos tres males provienen del interior, pero son básicamente de tipo familiar y social, no en una línea de destrucción de la pureza religiosa en cuanto tal (en plano intimista y/o sacral), sino más bien, de destrucción de la vida en su conjunto (partiendo del adulterio o quiebra del amor).
(En la reflexión que sigue cambio el orden de los seis pecados de estas dos triadas, para ofrecer una mejor visión de conjunto, desde nuestra perspectiva moderna)
2. Homicidios (phonoi)
El primero de todos los pecados externos, objetivados de un modo social, es el homicidio, o quizá mejor el asesinato, justificar la muerte de los otros, como el mismo Mateo 5, 21 afirma en la primera de sus antítesis.
El asesinato en sí no es la raíz de todos los males (que sigue siendo el mal pensamiento del corazón pervertido), pero brota inmediatamente de esa raíz, como primera de todas las maldades destructoras de la historia humana, tanto en un plano judío como gentil, sin diferencias de naciones, pueblos o religiones. Del asesinato ha brotado y sigue brotando la mala historia de los hombres.
Del mal pensamiento se pasa pronto a la justificación del asesinato, y al asesinato mismo, como ha visto el comienzo del Génesis (Gen 2-4: paso de Adán/Eva a Caín), lo mismo que San Pablo en la carta a los Romanos (1, 18-32) y este pasaje del evangelio de Mateo, como puse de relieve en Antropología Bíblica, Sígueme, Salamanca 2015. Matar o dejar morir a millones de personas a la puerta de nuestra Casa Europa, ése el primero de los pecados concretos de nuestra historia. Ciertamente, somos capaces de justificar ese pecado, y así lo hacen políticos y economistas. En medio de un inmenso asesinato seguimos viviendo, no sólo en Afganistán, sino en el mundo entero.
3. Adulterios (moikheiai)
Tras asesinato se sitúa el adulterio, lo mismo que en las antítesis de Mt 5, 27-30, donde se habla ya de un “adulterio de corazón”, que brota del pensamiento pervertido de un hombre o mujer que ha perdido su brújula en la vida. Como el asesinato destruye la vida física y total, el adulterio destruye la vida social de una persona, destruyendo su identidad (cosa que, en principio, el Nuevo Testamento sigue mirando desde la perspectiva del varón, en la línea del Antiguo Testamento).
Entendido así, el adulterio no es simplemente la ruptura egoísta (¡a mala uva!) de la fidelidad concreta entre un hombre y una mujer que se han dado palabra de amor (¡eso es también!), sino el rechazo y ruptura de todas las fidelidades personales y sociales. En sentido bíblico, desde Oseas a Marcos, el adulterio es el rechazo de toda fidelidad, de todo vínculo personal y social.
De vínculos vivimos, por fidelidades seguimos viviendo, somos responsables unos de los otros. Pues bien, cuando, en un momento dado, según los intereses (siguiendo el ritmo de nuestros pensamientos pervertidos), rompemos los pactos y expulsamos (no acogemos) a nuestros hermanos cometemos el primero y más hondo de los adulterios.
Ciertamente, el adulterio se vincula a la fornicación (deseo de placer propio), de la que trata inmediatamente el texto, pero no se identifica con ella, pues implica no sólo un mal “deseo” sexual y/o social, sino la ruptura de un vínculo que es básico para la vida de los hombres y mujeres. Entendido así, tras el homicidio, el adulterio es el primer rechazo: Desentendernos de los otros, como si no fueran nuestros hermanos (carne de nuestra carne). ¡Qué tengo yo que ver con los sirios o afganos! ¡Que se arreglen, que se mueran, si hace falta… a las puertas de una Europa o de una sociedad occidental poderosa y rica! ¿A nosotros que nos importa?
Hemos roto con ellos, hemos destruido nuestro pacto humano, cometemos adulterio. En esa línea se sitúa el argumento clarividente de Pablo en Rom 1, 18-32), pues la misma ruptura con Dios se explicita en forma de ruptura de los vínculos humanos de fidelidad personal y social.
4. Fornicaciones (porneiai).
Vienen después de los asesinatos y adulterios, y su sentido resulta más difícil de precisar que en los dos casos anteriores, pues la palabra se refiere no sólo a la incontinencia sexual, sino también a un tipo de “matrimonio irregular” (entre primos, parientes cercanos) y, sobre todo, a la idolatría, en sentido bíblico, tal como aparece desde el profeta Oseas, con el sentido de abandono de Dios y adoración de los ídolos.
En sentido bíblico, la fornicación es el deseo de mantener un placer propio (sexual o económico, social o ideológico) a costa de los demás y por dinero. En ese contexto, la fornicación tiene una raíz religiosa, que es la idolatría (buscar a un Dios a nuestra medida), y se expresa en un tipo de “eros” o placer social y sexual, en el sentido que esa palabra recibe no sólo en Mt 5, 32; 19, 19, sino también en el mismo despliegue de fondo de Rom 1, 18-25 (allí donde se dice que el hombre cae y se hunde en sus propios deseos).
Es muy significativo el hecho de que las fornicaciones (porneiai) vengan después del homicidio y el adulterio, que son los dos males principales de los que derivan. Para pasar a nuestro caso, el mundo occidental (el capitalismo) ha caído (está cayendo) en manos de su propia “porneia”, como había “profetizado” de manera impresionante el Apocalipsis de Juan al Presentar a Roma como la Porne (Ap 17), la Gran Ramera, Falsa Diosa, montada sobre la Bestia Militar y la Bestia Religiosa (Ap 13), viviendo de la mentira, expulsando y matando a los necesitados. Esa porneia. entendida como opresión de las mujeres, sigue estando en el fondo de un tipo de opresión social que imponen en Afganistán unos falsos musulmanes.
5. Robos (klopai)
El despliegue de los pecados que brotan de un mal corazón (pensamientos pervertidos) nos lleva de nuevo al esquema original del Decálogo (Ex 20, 1-17; Dt 5, 1-21), que Mateo ha querido resaltar en su disputa con los fariseos. Frente a una comunidad que tiende a poner en un lugar preferente las purezas exteriores (separación de grupos, de comidas…), Mateo nos sitúa otra vez en el contexto de los diez mandamiento, entendidos y formulados como experiencia originaria de Israel, donde se marca el orden y maldad de los “pecados importantes”, dejando en un segundo plano otros aspectos (vinculados a las purezas exteriores) que eran muy significativos para cierto judaísmo de su tiempo.
Entre esos pecados importantes el siguiente sigue siendo el robo, que ha de interpretarse en la línea de todo el evangelio donde se insiste en el hecho de que la “posesión” particular y egoísta de bienes suscita el deseo de ladrones: “No atesoréis tesoros en la tierra donde los ladrones encontrarán la manera de llegar a ellos y los robarán (kleptousin: 6,19). Un tipo de posesión y robo brotan, según eso, de un mismo principio de deseo de asegurar la vida en unos bienes externos, en vez de fundarla en la gratuidad fraterna, como va poniendo de relieve todo el evangelio.
Ciertamente, los pueblos de los que provienen nuestros emigrantes (de Afganistán a Siria, de Senegal a Libia…) tienen sus propios pecados y robos, de los que tendrán que dar cuenta, ante Dios y ante el conjunto de la humanidad. Pero el pecado supremo ha sido y sigue siendo el robo de Europa (y en especial de todo el Occidente). Por robo empezamos conquistando países, desde América hasta África y Asia…Por robo hemos cambiado dinastías y poderes (por petróleo o por dólares, nos nuestra “seguridad mundial”: la nuestra, no la del mundo…). Hemos robado y lo hemos hecho con “buen pensamiento” (es decir, con los malos pensamientos que nos permiten justificar lo robado).
Y después, tras robar, tras dejarles en manos de políticos corruptos y de religiones pervertidas (en gran parte a causa nuestra) les cerramos la puerta.
6. Falsos testimonios (pseudomartiriai)
El motivo de los falsos testimonios proviene del Decálogo (Ex 19, 16) y ha marcado la experiencia de justicia de Israel, en un mundo judicializado donde la vida de unos depende de la palabra de otros. En el contexto de Mateo resulta importante la referencia al proceso de Jesús, donde se dice que sus “jueces” intentaban encontrar un falso testimonio para condenarle a muerte (29, 59). Este falso testimonio proviene de un “pensamiento malo” puesto al servicio activo de la muerte de otros, en un mundo dominado por la violencia (al servicio de los triunfadores)
Falso testimonio es el pecado de aquellos que echamos la culpa a los otros, diciendo que ellos mismos son causantes de sus males… Es el pecado que nos permite intervenir en Irak y ajusticiar a Hussein, diciendo que pecaba en contra de la humanidad… ¿Y nosotros? ¿Con qué legalidad ofrecemos esos malos testimonios y juzgamos? Somos muchos los que pensamos que esos “juicios” son falsos testimonios… No está nada claro el influjo del Estado de Israel en todo esto (¿no le conviene acaso que se desestabilice toda la zona…?). No está nada claro el “interés” de las potencias mundiales y petroleras: ¿no han querido dividir siempre al llamado “mundo árabe” para así tenerle sometido y acusarle después de sus males…?
Hay una línea roja que pasa de los malos pensamientos del primer “pecado” a los “falsos testimonios” de este sexto pecado capital… Así justificamos nuestras acciones, apelando a nuestros propios problemas, para cerrar la puerta, para no dejar pasar a los que llaman, para condenarles a muerte cada día en pateras o camiones sin ventilación.
Ay de nosotros, europeos, que estamos en trance de perder toda conciencia, no sólo el pensamiento, sino la conciencia.
7. Blasfemias.
Parece extraño este pecado, al final de la línea de los “capitales”. Marcos lo había incluido también, pero en un contexto más amplio, de tipo judeo-helenista. Mateo, en cambio, lo destaca desde su propia experiencia del evangelio, convirtiéndolo en uno de los siete “pecados capitales”, como fin y culminación de todos ellos. Éste es en el fondo el pecado de “echar la culpa a Dios”.
Evidentemente, con este pecado evoca Mateo la “blasfemia contra el Espíritu Santo”, que no se perdona (cf. Mt 12, 31), porque consiste en un rechazo frontal de la obra liberadora de Jesús, es decir, de la salvación de los pobres, enfermos, posesos y excluidos. En esa línea, la blasfemia básica según Mateo consiste en destruir la obra de Dios, en un contexto en el que se dice que Dios perdonará a los hombres todas las blasfemias, incluso aquellas que se eleven y formulen en contra del Hijo del Hombre (es decir, en contra de la identidad de Jesús), pero que la blasfemia en contra del Espíritu Santo no tiene perdón.
Ésta es la blasfemia, el último y más grave de todos los pecados. La blasfemia contra Dios en general o contra el mismo Jesús (Hijo del hombre) puede perdonarse, pues evocan disputas religiosas difíciles de precisar. Pero hay una blasfemia que no puede perdonarse: es la de aquellos que destruyen a los pobres, o que impiden (de un modo o de otro) que Dios les salve.
Esa es la blasfemia de los que acusan a Jesús diciendo que libera a los hombres con la fuerza y ayuda del Diablo, para someterlos más a su poder perverso. Recordemos que Mateo está presentando aquí esta lista de pecados en un contexto de polémica contra los fariseos, los mismos a quienes en 12, 31 acusa de blasfemia, es decir, de rechazo de la salvación que Dios ofrece a los pobres por Cristo.
Ésta es la blasfemia, el pecado final que brota de un mal corazón, que no quiere que Dios salve a los pobres. Ésta es la blasfemia destructora ¡Ay de nosotros, occidentales ricos, , que apelamos a un Dios nuestro (o de razón de estado y economía “capital”, capitalista) para no ayudar y acoger a los pobres que llaman a la puerta!
8-10. Tercera triada: fraude, libertinaje, ojo malo (envidia) (7, 22b).Fraude es el engaño (dolos), o, quizá mejor, la mentira, que viene a imponerse y dominar sobre la vida humana. Allí donde se empieza por los pensamientos malos (los cálculos egoístas) se desemboca en el engaño general (que es el fraude, dolor), expresado en el libertinaje (aselgeia), que actúa no sólo en el campo sexual, sino en todos los planos de la vida, en los que el hombre queda a merced de sus propios deseos, que llevan, finalmente, al ojo-malo (ophthalmos poneros), que traducimos como envidia, es decir, como deseo de ocupar el lugar del otro (es decir, de destruirle).
11-13.Cuarta triada: blasfemia, soberbia, insensatez (7, 22c). Estos son los males supremos y empiezan poniéndonos, de nuevo, frente a Dios. El hombre que se deja llevar por el poder de sus cavilaciones pervertidas termina enfrentándose con Dios y ocupando su lugar (blasfemia), en una línea que retoma la idolatría del principio. Los escribas acusaban a Jesús de blasfemia, por perdonar pecados. Aquí son ellos, en el fondo, los que vienen a quedar como blasfemos, queriendo ocupar el lugar de Dios (poniendo sus propias tradiciones en el lugar de la voluntad de Dios: 7, 8). De esa forma se muestra, estrictamente hablando, la soberbia (hyperêphania), que consiste en querer mostrarse (brillar) por encima de lo que es uno mismo, ocupando el lugar de Dios. Todo culmina en la insensatez (aphrosynê), que es un tipo de locura, lo contrario al buen pensamiento[3].
Profundización: Dos elementos básicos: Interioridad y universalidad
Los cristianos actuales (siglo XXI) hemos superado en general ese tema de la “pureza” de las comidas (los alimentos en cuanto tales), pero la cuestión de fondo continúa, pues hombres y mujeres se separan y dividen entre sí por la comida, en un plano económico y social, y ella sólo puede resolverse desde la pureza interior. Para que surja la comunidad mesiánica, desbordando el plano de la ritualidad social (comidas), los discípulos del Cristo han de llegar la raíz de la pureza (nivel del corazón), que les capacite para compartir bienes y alimentos, vida y futuro, en fraternidad. A ese nivel se unen interioridad (buen corazón) y exterioridad comunitaria (mesa compartida), creando iglesia universal
Interioridad. El mensaje de Jesús va más allá de las normas de presbíteros o ancianos (7, 5), y de esa forma supera (no necesita los) los sistemas de seguridad que ha establecido un tipo de judaísmo legal, especialmente en el plano de familia y mesa. Lógicamente, las leyes sagradas como tales pasan a segundo plano, y así lo muestra de forma sorprendente la palabra sobre el korbán (dones del templo) y los padres (Mc 7, 5-13). En su literalidad, esa palabra podrían aceptarla otros maestros judíos. Pero es nueva la fuerza que recibe y el trasfondo donde se sitúa, relativizando no sólo la liturgia del templo, sino también las tradiciones de fariseos y algunos escribas, poniendo a los hombres y mujeres ante su propia interioridad, libremente.
Universalidad. Todos los principios de vinculación externa (comida o raza, poder o prestigio) acaban siendo parciales y separan a unos grupos de otros. Sólo la pureza de corazón vincula por igual a todos los humanos, en fraternidad de familia y mesa, es decir, de comunión humana. En este plano, la “religión” de Jesús viene a entenderse como “religión humana”, en el sentido estricto de la palabra; no aparece como práctica especial de un grupo aislado, sino como experiencia y (exigencia) de apertura humana y comunión, desde unos pensamientos abiertos al encuentro entre todos los seres humano. Éste es el nuevo shema (¡escuchad!) de Jesús, formulado en 7, 14.
La interioridad mesiánica va unida a la libertad personal: no es lo externo (exôthen: 7, 15.18) lo que mancha al ser humano, sino aquello que brota de dentro (esôthen: 7, 21). Asumiendo la más honda tradición profética de Israel, como auténtico judío, Jesús ha situado a los hombres ante la verdad (o riesgo de mentira) de su propio corazón. Sólo partiendo de esa fuente puede edificarse la familia mesiánica (=cristiana, universal) no entendida ya en clave de poder (imposición de los presbíteros) sino de reciprocidad de dones y servicios: Dios mismo aparece así como garante de una vida abierta a todos, en línea universal.
La novedad de Marcos no se sitúa en este catálogo de doce (o trece) vicios, sino en la forma de entenderlos, desde la perspectiva del mensaje y, sobre todo, de la vida de Jesús. No estamos ante una moral de principios generales (como puede ser la que Kant ha elaborado en su Crítica de la Razón Práctica), sino ante una moral que brota del camino de Jesús y que sólo desde ese camino puede y debe interpretarse, como seguiremos viendo.
CONCLUSIÓN. EL PECADO ES MATAR A LOS DEMÁS
He dedicado al tema del pecado y, en especial, al pecado y Jesús (en relación a Jesús) un largo libro titulado Antropología Bíblica, Sígueme, Salamanca 2006. 1. Jesús le ha dado más importancia al pecado social, a la violencia, a la expulsión y opresión de los demás. En un momento dado, ha formado parte del movimiento de Juan Bautista, que bautizaba a los hombres y mujeres para perdón de los pecados. Acudiendo al bautismo de Juan, Jesús confiesa el pecado de la humanidad, de manera que podemos decir que “fue allí” (estuvo junto al río) llevando consigo los pecados del mundo (como dirá la tradición teológica cristiana, desde Pablo). En ese momento, como buen israelita apocalíptica, pensaba que el pecado no tiene remedio, a no ser que Dios intervenga y realice su gran juicio sobre el mundo. Si Jesús era o no pecador en sentido personal es un tema que aquí no se plantea.
2. Trente a la violencia y el asesinato está el amor al prójimo. En contra de esa tendencia al pecado, Jesús ha descubierto el “amor” como principio de perdón y de comunicación universal con todos los hombres. En esa línea, Jesús ha querido compartir su vida con todos. No les ha pedido que le hablan de su forma de adorar a Dios, sino más bien de la forma de amarse (ayudarse, perdonarse) entre sí. Conforme al testimonio de fondo del Nuevo Testamento, el pecado supremo de la humanidad consiste en haber matado a Cristo, pero a un Cristo entendido en forma universal: Pecado es matar a los pobres, a los oprimidos, en general, a los otros. En ese fondo ha podido hablar Pablo del pecado original, que consiste en matar a los otros, en matar a los “hermanos” El pecado contra Dios se identifica con el hecho de que los hombres y mujeres históricamente, han vivido de la muerte (de matar a los demás), en un proceso que culmina y se despliega plenamente en el asesinato de Jesús. 2. Por encima de ese pecado que es matar a los demás, Jesús ha querido ofrecer a los hombres el testimonio de un amor que se eleva como perdón y acogida universal, por encima de la muerte. Esa es la “gracia”, es decir, la vida como experiencia de gratuidad y amor mutuo. El despliegue de esa revelación de la gracia (del amor de Dios en Cristo, del amor entre los hombres) es la esencia y verdad del cristianismo.
NOTAS.
[1] He desarrollado este tema en Comentario de Marcos. Además de otros comentarios a Marcos, cf. O. Zöckler, Die Tugendlehre des Christentums, Bertelsmann, Gütersloh, 1904; A. Vögtle, Die Tugend- und LasterkatalogeimNeuen Testament (NTAbh 16 4/5) Münster, 1936; S. Wibbing, Die Tugend- und Lasterkataloge im Neuen Testament, BZNW 25 Berlin 1959; E. Kamlah, Die Form der katalogischen Parânese im NT, WUNT 7, Mohr, Tübingen 1964; H. D. Wendland, Ethik des Neuen Testaments, GNT 4, Göttingen 197. En especial, cf. Joel Marcus, tanto en Marcos 1-8, Sígueme, Salamanca 2011, como en The Evil Inclination in the Epistle of James: CBQ44 (1982) 606-21 y en The Evil Inclination in the Letters of Paul: IBS (1986), 8-21
[2] Así lo he puesto de relieve en Antropología Bíblica, Sígueme, Salamanca 2006, 356-367. He desarrollado el tema en otros lugares, como Conocimiento de Dios y pecado de los hombres (Rom 1, 18-32): CulBib 33 (1976) 245-267; Conocimiento de Dios y juicio escatológico (Introducción a Rom I, 18-3,20), en Quaere Paulum. Hom. L. Turrado, Pontificia, Salamanca 1981, 119-148. Cf. también J.-N. Aletti, Comment Dieu est-il juste? Clefs pour interpreter 1’Epitre aux Romains, Cerf, Paris 1991.
[3] Éstos son los males que pueden compararse a los que ha desarrollado el Apocalipsis: «¡Fuera los perros y los hechiceros y los prostitutos y los asesinos y los idólatras y todos cuantos aman y practican la mentira!»(Ap 22, 15; cf. 21, 8), que he presentado con cierta extensión en mi comentario: Apocalipsis. Guía de Lectura del Nuevo Testamento, Verbo Divino, Estella 32010.
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