“Tiempo de paciencia”, por Gabriel Mª Otalora
De su blog Punto de Encuentro:
Conozco los escritos de Alessandro Pronzatto desde los tiempos de la universidad, cuando nos reuníamos a estudiar varios amigos y acabábamos compartiendo lecturas entre cafés, buena música y cigarrillos ¡Qué tiempos! Ahora le releo con gusto y me fijo en la sabiduría de la paciencia, que no tenemos: “El entusiasmo inicial no basta. Hay que luchar contra el mayor peligro: el desaliento, contra el que la paciencia constituye el antídoto indispensable” sin perder la calma interior. Pero no es virtud de este tiempo la paciencia, que ahora llaman autocontrol; tampoco luce entre los cristianos.
En la sociedad de las prisas, manejamos medios muy eficaces para acortar los tiempos (mejores comunicaciones y tecnologías, que no paran de innovar) mientras la premura injustificada nos devora sin tregua. Si en la vida hay que tener paciencia -signo evidente de madurez- qué no decir de la actitud ante Dios y sus promesas, que se cumplen siempre aunque no sepamos cuándo ni de qué manera. En los temas de Dios tampoco somos ajenos a las prisas, desvirtuando a la paciencia, que es la gran palanca de la confianza. Y cada vez que vence la impaciencia, se pone en riesgo la fe.
Queremos las soluciones inmediatamente, logros, victorias, sin acordarnos que ni siquiera Jesús logró el éxito ante sus coetáneos, de tejas para abajo por incomprendido, calumniado y colgado de un madero frcasando aparentemente como el que más. Y de seguido, sus asesinos continuaron matando a sus discípulos sin mayores problemas. Sin la paciencia confiada en el Padre hubiera sido imposible semejante revolución del amor con el ejemplo radical de su vida y de su muerte que sigue en pie entre nosotros.
El valor de la paciencia ha desaparecido, seguramente porque nuestro estilo de vida desconoce el valor que atesora su virtud, tan necesitada en estos tiempos turbulentos de pandemia. Paciencia no es debilidad, ninguna virtud lo es. Nada tiene que ver ser paciente con la resignación que deja morir los sueños. Primero, la paciencia para seguir con la esperanza puesta en que lo mejor está por venir; esta es nuestra fe. Como dice Pronzatto, hay que poner la paciencia al comienzo de toda empresa, cuando todo está por hacer, por ser ella la fortaleza que nos va a ayudar ante cada contrariedad, en la desilusión o el fracaso. La expresión “Fortaleced vuestros corazones” no es un canto a la pasividad, sino a la acción que busca echar raíces para no quedarnos por las ramas.
Si la genialidad se compone de dos por ciento de talento y noventa y ocho por ciento de perseverancia (Beethoven), para un cristiano la paciencia no es una cruz menos árida en lo que supone la aceptación de la espera, la aparente falta de resultados, la no respuesta, la falta de soluciones, el silencio de Dios…
La Escritura está llena de exhortaciones a la constancia y a la perseverancia. En el Nuevo Testamento, el término “paciencia” aparece 16 veces. Ser paciente es vivir el presente con confianza. Como Jesús, en estado de espera que nos mantiene firmes en nuestra fe, en la vida, en los prójimos y en Dios. De ahí las segundas oportunidades que la paciencia ofrece, el perdonar setenta veces siete (siempre), que no es más que un ejercicio de paciencia esperanzado, de fe, de que existe salida y tenemos futuro. Todos merecemos un voto de paciencia porque es la puerta para alcanzar los sueños más audaces. No nos engañemos: solo la paciencia es capaz de consolidar el amor, que nunca es posible lograrlo en la agitación desordenada de la impaciencia. Y quien ha aprendido a esperar en Dios, lo ha aprendido todo.
En tiempos de desaliento, paciencia bien entendida. ¡Feliz verano!
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