16.5.2021. Ascensión de Jesús:Subir al cielo, liberar la tierra
La Iglesia celebra este domingo la fiesta de la Ascensión de Jesús,que voy a presentar en dos partes:
a) Subir al cielo: Conforme a la visión tradicional, cumplida su tarea histórica, Jesús subió al “cielo”, está sentado a la derecha del Padre. Él así el “pionero” de la Vida, abre un camino, traza una linea de Vida, descubre y ofrece (comparte) la humanidad de Dios, la divinidad del hombre.
b)Liberar la tierra. Conforme al Evangelio canónico de Marcos, que se lee y comenta en la liturgia de este día (ciclo B, Mc 16, 15-20), “subiendo al cielo”, por su mismo gesto de “ascenso de gloria”, Jesús desciende,él mismo y con los suyos, al infierno de la tierra, para liberar, perdonar, animar… abriendo así un espacio de reconciliación sobre la tierra. Éste es quizá el más extraño y abrupto de los evangelios; pocas veces se lee, casi nunca se comentado. Por eso he querido explicarlo con cierta detención, para gozo y compromiso de liberación.
Solemos decir que ese “final” del evangelio de Marcos no es de Marcos el evangelista, sino un añadido posterior que es posiblemente de la iglesia romana… De una iglesia que era entonces (principios del siglo II d.C.), valiente, rompedora, encarnada en un mundo de duros combates frente a todas las opresiones imperiales.
Como homenaje a ese iglesia de Roma quiero leer y comentar ese evangelio, aunque sea un poco largo. Buen día para todos los amigos de mi blog, este domingo de Ascensión.
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A. INTRODUCCIÓN
El símbolo de la Ascensión constituye una forma de expresar la resurrección y glorificación de Jesús y, de esa forma, está latente en el conjunto del Nuevo Testamento, pero Lucas lo ha desarrollado de forma explícita, al final de su evangelio (Lc 24, 50-53) y al comienzo de los Hechos (Hech 1, 1-11), para completar de esa manera las apariciones de la pascua y para señalar que el Cristo no actúa ya en la forma antigua sobre el mundo.
Para representar la historia de la Pascua de Jesús de esa manera, Lucas ha tenido que poner un límite temporal a las apariciones. En un primer momento no había necesario trazar unas fronteras entre el tiempo de pascual y el comienzo de la vida de la iglesia (cf. 1 Cor 15). Por eso, lo mismo que se había mostrado en el principio a las mujeres y a Pedro con los discípulos, Jesús podía seguirse revelando para mostrar nuevos caminos y experiencias dentro de la iglesia.
Pero, más tarde, una vez que los creyentes fueron tomando distancia en relación con los principios de la pascua, resultaba necesario poner unas fronteras de unión y separación entre el pasado y presente de la Iglesia
(a) Hubo un tiempo de pascua, centrado en los cuarenta días de las apariciones de Jesús a los apóstoles. Aquellos fueron días de nacimiento: tiempo de la gran recreación y de enseñanza final para los discípulos antiguos, como un idilio de comunicación entre Jesús y sus discípulos. Los que tuvieron la fortuna de vivir aquellos días participaron de un acontecimiento único que ya no volverá a repetirse nunca más dentro de la historia (cf. Hech 1, 1-5).
(b) Este tiempo ha culminado y terminado en la Ascensión. Jesús tiene que marcharse de este mundo: dejar su antigua forma de presencia. Así aparece claramente en el gesto solemne del ascenso al cielo, desde el Monte de los Olivos (Lc 24, 50-53; Hech 1, 6-11). De ahora en adelante los cristianos ya no pueden apelar a nuevas formas de revelación fundante de Jesús. El tiempo de pascua ha terminado. Ya no pueden darse más apariciones normativas del Señor resucitado, porque la época pascual ha pasado.
Posiblemente, el autor de Lucas-Hechos ha reelaborado tradiciones anteriores que hablaban de una aparición de Jesús en la montaña, en la línea de Mt 28, 16-20, pero no en Galilea, sino en Jerusalén. De esa forma sube al Monte de los Olivos, pero no para quedarse allí, sino para Ascender al misterio de Dios, a la plenitud de la gloria, para sentarse a la derecha de Dios Padre (cf. Hech 2, 33).
De esa forma, la aparición enla el Monte de los Olivos se convierte en última aparición, la visión pascual se vuelve experiencia de despedida: «Jesús les dirigió fuera (de la ciudad), hacia Betania y levantando las manos les bendijo. Y sucedió que al bendecirles se separó de ellos y se elevaba hacia el cielo» (Lc 24, 50-51).
Los discípulos le preguntaban: «¿Es éste el tiempo en que debes restablecer el reino de Israel? Jesús les dijo: no os es dado conocer los tiempos y señales pues el Padre los ha puesto bajo su dominio; pero recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines de la tierra» (Hech 1, 6‑8).
Los discípulos la victoria de Israel sobre los pueblos. Jesús no ha rechazado ese deseo, no les ha negado lo que piden; pero pone su camino y la verdad de su reinado a la luz del poder y del amor del Padre. Desde ese mismo fondo ofrece su promesa: la venida del Espíritu, el camino de la iglesia. Eso significa que el poder del reino debe traducirse en forma de mensaje universal de salvación. Jesús no viene a imponer su ley por fuerza, sino a ofrecer su salvación gratuita a todos los que buscan gracia sobre el mundo. Éste ha sido su mensaje, éste el sentido de su vida. Así lo muestra a sus discípulos, mientras «retorna» hacia el Padre.
«Y diciendo estas cosas, mientras ellos le miraban, fue elevado y una nube lo arrebató de su mirada. Y miraban hacia el cielo, viendo cómo se elevaba he aquí que aparecieron ante ellos dos varones, vestidos de blanco. Y les dijeron: varones galileos ¿qué hacéis mirando al cielo? Este mismo Jesús que ha sido elevado de vosotros al cielo volverá de nuevo, en la forma en que le habéis visto subir hacia los cielos» (Hech 1, 9‑11).
Este es el texto básico de la Ascensión de Jesús: ha terminado su misión histórica; por eso tiene que marchar, dejando espacio a sus discípulos.
La Ascensión aparece así como Despedida (fin del tiempo pascual), una Elevación (queda acogido en el misterio de Dios) y una Promesa (envía el Espíritu a los suyos y volverá al fin de los tiempos). Jesús ha subido hacia la altura de Dios, desbordando el plano de historia y geografía de la tierra, para culminar el despliegue de su vida (evangelio de Lc) de manera que puede comenzar el tiempo de la iglesia (Hechos).
Simbólicamente, la Ascensión marca el fin de la historia de Jesús y se expande como promesa de retorno. El mismo Jesús que ha subido volverá. De esa forma, entre ascenso y retorno del Cristo, se abre un tiempo nuevo, propio de la misión y tarea de la iglesia. (Texto tomado de Diccionario Biblia… pag 120-122); imagen: Templete de la Ascensión en el Monte de los Olivos)
B. ASCENSIÓN DE JESÚS, DESCENSO LIBERADOR DE LA IGLESIA .EVANGELIO CANÓNICO DE MARCOS (Mc 16, 15-20)
— El Evangelio de Juan identifica la Ascensión con la Crucifixión: Jesús elevado en la Cruz “sube” (se introduce) en el misterio pleno de Dios y lo atrae todo hacia su Vida.
— Mt 28, 16-20 interpreta la Ascensión como presencia misionera de Jesús en sus discípulos: Él se aparece en la Montaña de Pascua en Galilea y les envía al mundo entero: “y yo estaré con vosotros hasta el fin de los tiempos”.
En esa línea avanza el texto de hoy, tomado del apéndice “canónico” de Marcos, uno de los textos más significativos de la historia de la iglesia, “manual” de exorcistas y carismáticos, guía de la misión de una iglesia llamada a descender al infierno de este mundo para ofrecer allí la liberación de Cristo.
–– Es un texto extraño, abrupto, que rompe el “discurso” anterior de Marcos (que acaba en Mc 16, 8) y ofrece un compendio de la misión cristiana, desde una perspectiva carismática y milagrosa de decisión, valentía (osadía) y esperanza, pero con el riesgo de insistir en aspectos “milagrosos” que no responder al texto anterior del evangelio. — Es un texto añadido por un “redactor” eclesial. A mediados del s. II, algunos manuscritos del evangelio de Marcos comenzaron a incluir tras Mc 16, 8 un apéndice, que antes circulaba quizá de forma independiente, con un compendio de experiencias pascuales, y un mandato misionero con la Ascensión del Señor (que ahora presentamos: Mt 16, 15-20). Este pasaje (que surgió probablemente en la Iglesia de Roma)recoge, en forma de resumen o compendio, algunos testimonios fundamentales de la experiencia pascual y del comienzo de la Iglesia.
— Es un pasaje espléndido, que expresa la fe de una iglesia antigua, quizá la de Roma, un compendio del cristianismo de milagros, es decir, de encarnación “rompedora” formulado de manera rompedora en la miseria del mundo, para transformarlo y curarlo desde Cristo, como he puesto de relieve en Comentario de Marcos,VD, Estella 2013.
(a. Envío) 15 Jesús resucitado les dijo (a todos los discípulos): Yendo a todo el mundo, proclamad el evangelio a toda creatura
(b. Juicio) 16 Quien crea y sea bautizado, se salvara; quien no crea, será juzgado.
(c. Señales) 17 Estas señales acompañarán a los creyentes: expulsarán demonios en mi nombre, hablarán en lenguas nuevas, 18 y tomarán serpientes venenosas en sus manos, y si bebieran algo venenoso no les hará daño, impondrán las manos sobre los enfermos y éstos sanarán. 19 Por su parte, el Señor Jesús, después de hablarles, fue elevado al cielo – y se sentó a la derecha de Dios.
(d. Cumplimiento) 20 Ellos, pues, saliendo, predicaron por todas partes (pantakhou), con la cooperación el Señor (Kyrios) y el fortalecimiento de la Palabra (Logos), por medio de las señales que les seguían
De manera sistemática y precisa se exponen aquí los elementos principales de la pascua de Jesús y de la misión del evangelio, en un pasaje condensado que ofrece semejanzas con 1 Cor 15,5-7; Mt 28,16-20; Jn 20,19-23; Lc 24,36-49; Hch 1,6-8 De manera sorprendente, el nuevo esquema incluye rasgos que parecen arcaicos (algunos signos que harán los misioneros) y otros que pudieran tomarse como ya avanzados dentro del mensaje y camino de la Iglesia. Éste es, como he dicho, un texto rompedor, que puede compararse con la misión que proclama el Papa Francisco de Roma:
16,15. El gran envío Id a todo el mundo (kosmos) y proclamad el evangelio a toda creatura (ktisis). Éste es el envío mesiánico universal, el acta fundacional de la Iglesia, a partir de los Once y del resto de la iglesia primitiva, que se había reunido para llorar por Jesús.
Después de haberles reprendido por su incredulidad, Jesús les envía a todo el cosmos (eis ton kosmon apanta), conforme a un programa que aparecía ya en 13, 10 (todas las gentes) y en 14, 9 (todos el cosmos). Es un esquema de universalidad que hallamos también en otros textos como Col 1,6 (kosmos) y 1,23 (toda la creación: pasê te ktisei) y Mt 28,18-19 (todas las gentes: panta ta ethnê)
La limitación judía israelita ha desaparecido, de manera que ya no hay misión primera y especial a los judíos, como supone Hech 8 (primero Jerusalén, luego Judea, Samaría, y finalmente todo el mundo…), sino que la misión cristiana se extiende desde el principio a todo el mundo, vinculándose as todos los pueblos (nivel humano) con la creación entero.
Es evidente que estamos en contexto universal, de tipo cósmico. Desaparecen los pueblos en cuanto distintos (incluido el israelita; cf. Mt 28,19); surge la humanidad, emerge el cosmos como abierto a la palabra de los misioneros. La iglesia proclama el “evangelio” (es decir, la buena noticia de Jesús). No se habla aquí de dogmas especiales, ni de un tipo de Trinidad (como en Mt 28, 16-20), ni de un tipo de Encarnación del Logos (como en el conjunto de Jn)… No se habla, en modo alguno, de imperativos legales o morales. El contenido del mensaje de la Iglesia es el evangelio, la Buena Nueva del Reino de Dios.
16, 16. Bautismo y juicioQuien crea y sea bautizado, se salvara; quien no crea, será condenado. Este pasaje se encuentra cerca de Mt 28,16-20, pero con una estructura dual (de talión escatológico, de salvación-condena), que está más cerca de Jn 20,23: «a quienes perdonéis los pecados, les serán perdonados; a quienes se los retengáis, les serán retenidos» (cf. también Mt 16,19).
En este contexto se vinculan la referencia a Jesús (fe) y la identificación eclesial (bautismo), que aparecen ahora como “medios”. Igual que en la otra conclusión no canónica (16, s/n), aquí no se habla de la llegada del Reino que anunció Jesús, sino de la salvación eterna (sôthêsetai). En este contexto se oponen los dos caminos clásicos de la tradición apocalíptica de Israel (y del helenismo).
Hay una salvación, que está vinculada a la fe y al bautismo (16, 16a), es decir, a la identidad cristiana, tal como ha sido expresada en el conjunto del evangelio de Marcos. Ciertamente, para Marcos la fe era esencial (creer en Jesús, aceptar el evangelio). Pero ahora se introduce también como esencial la referencia al bautismo, que ha de entenderse como sacramento de la Iglesia, cosa que en el texto original de Marcos no era clara (no aparecía el bautismo como medo salvador estricto, ni como sacramente identificador de la Iglesia).
Este pasaje ha vinculado fe y bautismo, como principio de identidad cristiana (fe) y como signo distintivo y manifestación de la fe (bautismo). En este contexto podría hablarse quizá de una experiencia paulina, en la línea de Rom 1,16-17, donde se habla del valor salvador del evangelio, que actúa por medio de la fe; pero Mc 16, 16 ha unido fe y bautismo…, es decir, una fe expresada en el signo eclesial de la pertenencia cristiana (bautismo).
Los que creen se salvan, sin más, sin juicio: La fe (pistis) significa aquí aceptación de la buena nueva: Se trata de creer en la salvación anunciada por Jesús, comprometerse personalmente por ella. No es creer en dogmas teóricos, es aceptar un impulso de vida, confiar en la tarea y esperanza de Jesús.
Los que no creen serán juzgados (16, 16b). Aquí no se dice “quien no crea y no se bautice”, sino sólo quien no crea (en con n por obras (por gestos, acciones, compromisos), ni siquiera por compromisos sacramentales o eclesiales. La salvación es un misterio de fe: Quien se deja salvar (en manos del mensaje de Jesús) será salvado.
Quien rechace la salvación no puede ser forzado. No hay salvación impuesta, pues no sería salvación. Por otra parte, el texto no dice que los no-creyentes se condenarán “en el fuego eterno”, como muestra, de forma simbólica, el texto en parte paralelo de Mt 25,31-46, que resalta el carácter salvador del servicio gratuito (cristológico) hacia los necesitados y la condena de aquellos que no asumen tal servicio.
En nuestro pasaje, la salvación está vinculada a la fe y al bautismo; en cambio, el juicio (con la posible condena) se vincula sólo “a la falta de fe”. Finalmente, aquí no se habla de condena, ni de fuego eterno, sino simplemente de “juicio” (katakrithêsetai), lo que en ámbito evangélico significa lo siguiente: El que cree queda en manos del Dios de Cristo; el que no cree (es decir, el que rechaza la vida) queda en manos de su propia negación, en manos de su juicio (que termina siendo el juicio del Dios de Cristo. Nos hallamos, según eso, en un contexto apocalíptico, que sigue manteniendo elementos del trasfondo judío y del mensaje de Jesús. Pero las cosas que ahora se acentúan son distintas.
— A diferencia de Mc 1, 14-15, nuestro texto no habla Reino de Dios, sino de salvación (sôthêsetai), en una línea que puede entenderse de manera más “espiritual” (salvación en el más allá) que mesiánica. Por otra parte, parece que la fe que no tiene ya sólo las implicaciones que tenía en Marcos (era seguimiento personal de Jesús), sino que puede entenderse como un “fe en el mensaje”, es decir, fe en la acción del evangelio.
— La falta de fe deja al hombre en manos del juicio (katakritesontai…), pero en manos de un juicio que es Cristo… No se dice expresamente que los no creyentes se condenarán, sino que serán juzgados, es decir, que quedarán en manos del Dios de Cristo.
16, 17-18. Signos. Carta magna de exorcistas y carismáticos17 Estas señales acompañarán a los creyentes: expulsarán demonios en mi nombre, hablarán en lenguas nuevas, 18 y tomarán serpientes en sus manos, y si bebieran algo venenoso no les hará daño, impondrán las manos sobre los enfermos y éstos sanarán
El texto habla expresamente de unos “signos de los creyentes” (sèmeia tois pisteusôsin), y no sólo de los misioneros, como parece haber destacado la tradición de Pablo (cf. 2 Cor 12,12; Rom 15,18-19) y, en otro plano, el mismo Marcos (cf. Mc 6,7-13). Estos signos no son las acciones de servicio universal (como en Mt 25,31-46) o de amor fraterno (como en Jn 13,34-35), sino que están más cerca de los gestos carismático de transformación que definieron el mensaje-vida de Jesús (en especial los exorcismos), pero que ahora se amplían y sistematizan, de un modo sorprendente, ofreciendo una especie de guía sobrenatural de la renovación cristiana, que se expresa así.
Ciertamente, estos “signos” (semeia) son signos, no demostraciones. Pero indican que los mensajeros del evangelio hay entrado en un campo nuevo de realidad, de acción, de compromiso. Éstos son los cuatro signos principales de la Iglesia, es decir, del cristianismo. Entre esos signos de la Iglesia misionera faltan aquellos que identifican a la Iglesia actual (al menos en gran medida): – No hay un cuerpo de doctrina, con unas teorías intelectuales – No hay una jerarquía y administración eclesial, con unos poderes sociales – No hay un desarrollo organizado de los sacramentos, con unas vivencias sacrales.
Los signos que deberían identificar a la iglesia son:
1 Exorcismos: expulsarán demonios en mi nombre. Éste ha sido un signo esencial de la vida y mensaje de Jesús, según Marcos. Como hemos destacado, desde 1, 12-13, pasando especialmente por 3, 21-19, todo el evangelio podía entenderse como “lucha contra Satanás”. En nombre de Jesús expulsaban demonios y curaban no sólo sus discípulos “oficiales”, sino también otros, como hemos visto en 9, 38-40. Es evidente que el autor de esta final (16, 9-20) sigue dando gran importancia a los exorcismos, de manera que la fe y bautismo no pueden separarse de ellos. (Pregunta: ¿Qué serían hoy los exorcismos? ¿Puede mantenerse esta palabra original del evangelio canónico de Marcos?
2. Glosolalia: hablarán en lenguas nuevas. Este segundo signo no parece vinculado a la historia de Jesús de Marcos, pero se encuentra extensamente atestiguado en las comunidades de Pablo (cf. 1 Cor 12-14) y, de un modo especial, en la visión del principio de la Iglesia que ofrece Lucas (Hch 2). La glosolalia parece que responde más a la espiritualidad griega que a la judía; y en ese sentido resulta evidente que, al extenderse en un ámbito pagano helenista, el entusiasmo apocalíptico de los discípulos de Jesús se ha traducido en forma de “don de lenguas”. Pero también en trasfondo judío se ha dado glosolalia, una palabra cargada de espíritu.
– El signo de la Iglesia no es la palabra del dogma articulado, del catecismo organizado en principios, medios y fines… – La palabra de la Iglesia tiene un sentido carismático: El palabra que supera el orden de una racionalidad discursiva, para colocarnos ante el misterio, la emoción interior, el entusiasmo vital.
– La iglesia actúan ha abandonado la glosolalia en manos de gente marginal, de grupos carismáticos “soportados”, en los límites de la “enfermedad”. Pero al abandonar de esa manera la palabra fundante (supra-racional) ella corre el riesgo de perderse.
3. Tomarán serpientes en sus manos, y si bebieran algo venenoso no les hará daño. La referencia a las serpientes y a los venenos tampoco parece vinculada a la historia de Jesús, según Marcos, pero ella se ha debido reflejar en diversos momentos de la misión cristiana, como pone de relieve Hech 28, 4-6 y, de un modo especial, la tradición del evangelio Lucas, muy parecida a la que aparece en nuestro texto: «Os doy autoridad para pisar sobre serpientes, escorpiones, y sobre todo el poder del enemigo; y nada os dañará» (Lc 10, 19). Es evidente que estamos en un contexto apocalíptico y que los creyentes de Jesús se entienden como vencedores sobre el poder de Satán.
– Este mandato misionero resulta hoy extraño. Da la impresión de que hoy nadie la aceptaría… La leemos en la comunidad y nos sonreímos… Decimos que en el fondo de ella hay un tipo de “mito”. Sí…”toma veneno, ya verás lo que te pasa”. – Pero bien entendida esta palabra marca la verdad del cristianismo, que nos tiene que hacer inmunes al veneno de las nuevas serpientes, que no son las de la tierra (víboras, alacranes…), sino las serpientes y venenos de una humanidad que mata, se mata a sí misma, en clave de imposición económica, de marginación social… – Gran parte de los cristianos de hoy parecemos muertos: El virus de un mundo anti-cristiano nos ha dominado… en contra de la promesa de Jesús: ¡Nada podrá destruiros!
4. Impondrán las manos sobre los enfermos y éstos sanarán. Esta referencia nos sitúa de nuevo (como los exorcismos) en el centro de la vida y misión de Jesús y de sus seguidores, según Marcos (cf. 6, 13). Los discípulos de Jesús, todos ellos, son ante todo creyentes (tois pisteusasin), en el sentido fuerte del término, es decir, personas que están unidas de tal forma a Jesús que comparten su mismo poder carismático.
– Esta palabra se vincula a la interior: Nada les podrá destruir, ellos curarán a los enfermos… Llevarán al mundo un poder de vida. – Este poder de sanación eclesial (cristiana) parece que se ha perdido. Nadie (casi nadie) cree en el poder salvador de la palabra y del amor. Nos hemos adaptado a la enfermedad del punto, en vez presentarnos como sanadores del mundo. Sobre un mundo peligroso (mordedura, enfermedades), los discípulos del Kyrios han de ser capaces de expandir la palabra en toda lengua, en un tipo de pentecostés continuado (cf. Hch 2), superando así el poder del diablo (exorcismos) y ayudando a los otros a vivir (curaciones).
De esa forma, la palabra del mensaje (anunciar el evangelio) se convierte en acción transformadora: los discípulos del Kyrios tienen algo que ofrecer en el camino de este mundo. En el comienzo de la Iglesia no encontramos un dogma intelectual, ni una jerarquía impositiva, ni estructuras sacralistas. Como base de la Iglesia hallamos aquí la palabra convertida en fuente creadora de existencia para los hombres y mujeres. En su posible «arcaísmo» (inmunidad a los venenos, exorcismos…), este proyecto de misión está más cerca del texto original de Marcos que muchos de los discursos eruditos que después han trenzado algunos exegetas y pastores eclesiales, más preocupados por su propia visión de la Iglesia que por la tradición de Marcos.
16,19-20. Ascensión y cumplimiento de la misión pascual19 Por su parte, el Señor Jesús, después de hablarles, fue elevado al cielo – y se sentó a la derecha de Dios. 20 Ellos, pues, saliendo, predicaron por todas partes (pantakhou), con la cooperación el Señor (Kyrios) y el fortalecimiento de la Palabra (Logos), por medio de las señales que les seguían
Ésta es, evidentemente, la palabra conclusiva del pasaje (de 16,9-20) y puede presentarse también como una buena conclusión del evangelio (es decir, del texto canónico de Marcos) en clave de distanciamiento histórico. Un esquema semejante había sido elaborado en Lc 24,50-53 y Hch 1,9-11, y de manera especial en el conjunto del libro de los Hechos.
Con la ascensión de Jesús surge la Iglesia, conforme a una visión que ha desplegado también Jn 13-17 cuando habla de la marcha (subida) de Jesús y del envío del Espíritu. Jesús aparece ya como el Señor (Kyrios), sin ningún tipo de matización.
Es evidente que posee un carácter divino. Ha ofrecido a los hombres su palabra de mensaje pascual y fortalecimiento; por eso puede y debe subir a lo divino (cielo) y sentarse a la derecha de Dios, en tema bien desarrollado por la tradición lucana, y por otros textos del Nuevo Testamento, a partir de Sal 110,1 (cf. Mc 14,62 par; Hch 2,33; Ef 1,20; Col 3,1; Heb 1,3). Esta ascensión y ausencia de Jesús hace posible un nuevo tipo de presencia en medio de sus discípulos: sólo cuando él «se va», empiezan ellos a sentir su fuerza y actuar con ella, aunque aquí no se habla de un envío del Espíritu Santo; es evidente que la misma ascensión de Jesús aparece como Pentecostés.
Este esquema del final canónico de Marcos está cerca de Lucas, pero hay una diferencia significativa: en Hechos, el Jesús que sube al cielo envía a su Espíritu que anima y funda la vida de la Iglesia; nuestro texto, en cambio, no posee una pneumatología expresa, pues el mismo Jesús que se ha ido es el que sigue actuando entre los suyos (coopera con ellos) realizando sus señales. En ese aspecto nos hallamos cerca de Mt 28,16-20, aunque allí no había verdadera ascensión, pues Jesús seguía en la montaña, y no se decía que se fuera al cielo (ouranos), como aquí.
Según Mateo, el mismo Jesús que envía a sus discípulos (les separa de sí) se encuentra en ellos y por ellos obra («estaré con vosotros hasta la consumación del tiempo»). Por el contrario, en Mc 16, 19-20 el Señor sube al cielo, donde está sentado a la Derecha del Padre, pero, al mismo tiempo él “actúa” a través de sus creyentes a través de una especie de “sin-ergia” (tou kyriou synergounto, el Señor co-actúa con ellos). Esa sin-ergia se expresa también a través del “fortalecimiento de la Palabra”, que aparece aquí de un modo personal, como paralela el Señor, fortaleciendo (bebaiountos) a los creyentes.
Así se puede decir que Jesús está en el cielo, a la derecha del Padre, pero, al mismo tiempo, está presente como Kyrios y co-actúa en los creyentes, y está también presente como Logos y, de esa forma les fortaleza. Así podríamos decir que Jesús se ha convertido en Kyrios y en Logos, es el mismo Dios presente como Señor y Palabra en sus creyentes. Se repite de esta forma el esquema que veremos en la conclusión pequeña (no canónica), que presentaremos a continuación: Jesus resucitado envía a los suyos por todo el mundo (pantakhou), iniciando así la histona y vida de la Iglesia Mc 16,20 no siente la necesidad de detallar mejor los pasos y momentos de ese pantakhou (salieron y predicaron por todas partes), pues ello pertenece ya a la misma experiencia actuante de la Iglesia, que va extendiéndose por todo el mundo conocido.
Lucas, en cambio, ha quenado narrar ese camino de apertura y expansión del evangelio y así lo ha hecho en el libro de los Hechos. Resumiendo lo anterior, podemos decir que este apéndice (Mc 16,9-20) cierra de algún modo el texto precedente de Marcos, haciendo que así quede en el pasado, como expresión de un tiempo que es antiguo, en la línea de eso que suele llamarse el esquema de historia de la salvación de Lucas-Hechos. Pero, al mismo tiempo, las palabras finales de este apéndice (misión eclesial, presencia del Kyrios) permiten actualizar todo el evangelio en línea de experiencia eclesial. Lo que se ha dicho del pasado de Jesús (Mc 1,1-16,8) ha de vivirse y expandirse en el mensaje presente de la Iglesia (Mc 16,9-20).
De esa forma se crea una distancia, y surge una conciencia de ruptura con respecto a lo anterior, pues, en cierto sentido, el camino histórico de Jesús ya ha terminado. Pero, al mismo tiempo, el nuevo texto supera esa distancia, volviéndonos a hacer contemporáneos del mensaje-proyecto de Jesus, que sigue actuando y realizando su evangelio a través de la acción misionera de la Iglesia, que aparece como tema dominante del final de este apéndice. Allí donde se proclama el evangelio (cf keryxate to euangelión 16,15), el mensajero de Jesús viene a ponerse, desde dentro de la Iglesia, en la misma situación de su maestro cuando comenzaba su anuncio en Galilea (keryssôn to euangelion, 1,14). De esa forma se vinculan el final canónico y el principio del evangelio de Marcos. Jesús comenzaba proclamando el evangelio de Dios en Galilea (1, 14). Los que creen en él proclaman ese evangelio (que es ya de Jesús) por todo el mundo. De esta forma, el mismo apéndice (16,9-20) nos lleva de nuevo al centro del evangelio, como había hecho el ángel de la pascua en 16,6-7 Por encima de la distancia que se ha creado entre Jesus y nosotros, viene a suscitarse una presencia más fuerte, más cercana.
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