“Mi Iglesia, Señor, es la que sigue discriminando a homosexuales, a mujeres, a laicos”
(Dibujo de Agustín de la Torre)
Carta abierta de un clérigo homosexual católico, que no reniega de la Iglesia
“Es la mega institución incapaz de moverse un milímetro, aterrada de perder el poder terrenal, la que esconde abusos y la corrompida por el dinero”
“Pero Señor, tu Iglesia, que es mi madre, también es amor y acogida. Es una Iglesia que no juzga, abre los brazos para amar, escucha la voz de las mujeres y empieza a hacerles hueco, su hueco necesario, despacio, es verdad”
“Es la Iglesia que te pide que la hagas instrumento de tu paz, la que ora ante una basílica derruida en Mosul, la Iglesia de las Bienaventuranzas y de tu preferencia por los más pequeños”
“Es la Iglesia que está en salida, la que trabaja por la fraternidad y la que cuida tu Creación, es la Iglesia de los márgenes y es la Iglesia de la Misericordia”
“Soy tuyo. Todo yo. Con mis pecados, pero también con esos ínfimos destellos de santidad que tenemos todos tus hijos e hijas”
Su Eminencia, un señor que tiene constantemente al Espíritu de Dios sobre su cabeza, que para eso viste sotana y fajín de seda roja, ha hablado, ha sentenciado una vez más, siempre ha sido así, que ese amor desordenado no puede bendecirse, no es digno del amor de Dios, no es posible alabar al Señor con ese amor.
¿Qué pintas tú ahí? No es la primera vez ni el único motivo por el que la pregunta surge en conversaciones con amigos, familia. Y pienso, lo medito, y una vez más, Señor, me pongo ante ti y te lo digo. Porque solo a ti puedo decirte esto. Porque ya conoces lo que voy a decirte.
Mi Iglesia, Señor, es la que sigue discriminando a homosexuales, a mujeres, a laicos. Es la mega institución incapaz de moverse un milímetro, aterrada de perder el poder terrenal, la que esconde abusos y la corrompida por el dinero. Es la Iglesia de curas y monjas señores, de feudalismo contemporáneo, de servidumbre, de “cállate que tú no eres cura”, de púlpitos para arengas políticas.
Es la Iglesia de mármol y piedras preciosas, de Estado, con Jefe de Estado y ministros que se llaman de otra manera, con más boato e incienso, de himnos y revista de tropas. Es la Iglesia de piedra, Señor, inamovible, fría.
Y yo soy parte de ella, de tu Iglesia, y en más ocasiones de las que pienso comparto todo esto con ella. Yo también discrimino, me aferro a mis posiciones, tengo miedo, miro hacia otro lado y abuso, miro mi cartilla como si de ella dependiese mi salvación.
Pero Señor, tu Iglesia, que es mi madre, también es amor y acogida. Es una Iglesia que no juzga, abre los brazos para amar, escucha la voz de las mujeres y empieza a hacerles hueco, su hueco necesario, despacio, es verdad. Es la Iglesia que celebra tu Palabra sin un cura, en Amazonas, en Europa, o donde sea. Es la Iglesia que se reúne en tu nombre, te celebra, te alaba, te pide perdón, te da las gracias.
Es la Iglesia del salmista, capaz de vivir todo contigo, su alegría y su sufrimiento, su espiritualidad y su corporeidad, su santidad y su pecado. Es la Iglesia de tu mirada a Zaqueo, de buscarnos, Señor, de llamarnos y de invitarnos a seguirte. Y también es tu mirada a Pedro después de negarte, esa mirada que nos rompe con su amor extremo, que no somos capaces de comprender desde nuestra limitación tan terrena y tan poco real.
Es la Iglesia que vive su fe de manera popular, sin preguntarse muchas cosas, porque a veces no hace falta, pero también es la que vive en una continua relación de tú a tú contigo, Señor, siendo a veces consciente de la inmensidad de esa relación y otras veces queriéndola utilizar según su conveniencia.
Es la Iglesia que te pide que la hagas instrumento de tu paz, la que ora ante una basílica derruida en Mosul, la Iglesia de las Bienaventuranzas y de tu preferencia por los más pequeños. Es la que te anuncia y recorre en canoas el Amazonas, la que lleva mantas a los campos de refugiados, la que lleva la educación en una pequeña escuela en África, la que cuida a enfermos de sida en Haití, la que da de comer a tantas personas en nuestras propias ciudades, la que ofrece su amor en el momento de la muerte, en la India y en un hospital en plena pandemia.
Es la Iglesia que te reza, confiada, porque solo tú puedes sanar, solo tú puedes liberar, solo tú puedes amar como amas. Es la Iglesia del rosario de mi abuela, la de la liturgia de las horas en un monasterio, es la Iglesia que ve, juzga y actúa, la que desde el desierto te busca y la que camina con tu madre y madre nuestra, la misionera y la que está en salida, la que trabaja por la fraternidad y la que cuida tu Creación, es la Iglesia de los márgenes y es la Iglesia de la Misericordia.
Es mi familia, con tantos colores y tan diversa, pero toda ella tu Iglesia. Es la Iglesia que te canta, y también la que te contempla en el silencio. Esa es tu Iglesia, Señor, la misma que me ha acogido una y otra vez, esa misma que acoge y rechaza. Una madre misericordiosa que sigue castigando. Una Iglesia santa inmóvil en su pecado.
Te sigo buscando, Señor. Te sigo escuchando, Señor. Contigo, nada me puede faltar. Soy tuyo. Todo yo. Con mis pecados, pero también con esos ínfimos destellos de santidad que tenemos todos tus hijos e hijas. Con tu Iglesia. Con nuestra Iglesia. Dios y Señor mío, gracias.
Fuente Religión Digital
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