“Nueva identidad cristiana”. 2º Cuaresma – B (Marcos 9,2-10)
Para ser cristiano, lo más decisivo no es qué cosas cree una persona, sino qué relación vive con Jesús. Las creencias, por lo general, no cambian nuestra vida. Uno puede creer que existe Dios, que Jesús ha resucitado y muchas cosas más, pero no ser un buen cristiano. Es la adhesión a Jesús y el contacto con él lo que nos puede transformar.
En los evangelios se puede leer una escena que, tradicionalmente, se ha venido en llamar la «transfiguración» de Jesús. Ya no es posible reconstruir la experiencia histórica que dio origen al relato. Solo sabemos que era un texto muy querido entre los primeros cristianos, pues, entre otras cosas, los animaba a creer solo en Jesús.
La escena se sitúa en una «montaña alta». Jesús está acompañado de dos personajes legendarios en la historia judía: Moisés, representante de la Ley, y Elías, el profeta más querido en Galilea. Solo Jesús aparece con el rostro transfigurado. Desde el interior de una nube se escucha una voz: «Este es mi hijo querido. Escuchadlo a él».
Lo importante no es creer en Moisés ni en Elías, sino escuchar a Jesús y oír su voz, la del Hijo amado. Lo más decisivo no es creer en la tradición ni en las instituciones, sino centrar nuestra vida en Jesús. Vivir una relación consciente y cada vez más comprometida con Jesucristo. Solo entonces se puede escuchar su voz en medio de la vida, en la tradición cristiana y en la Iglesia.
Solo esta comunión creciente con Jesús va transformando nuestra identidad y nuestros criterios, va curando nuestra manera de ver la vida, nos va liberando de esclavitudes, va haciendo crecer nuestra responsabilidad evangélica.
Desde Jesús podemos vivir de manera diferente. Ya las personas no son simplemente atractivas o desagradables, interesantes o sin interés. Los problemas no son asunto de cada cual. El mundo no es un campo de batalla donde cada uno se defiende como puede. Nos empieza a doler el sufrimiento de los más indefensos. Nos atrevemos a trabajar por un mundo un poco más humano. Nos podemos parecer más a Jesús.
José Antonio Pagola
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