Beto Vargas: Propuesta para una Cuaresma a Color.
De su blog Dios en minúsculas:
Hace once meses que estamos sumidos en ceniza.
Pero nadie puede decir que no hemos caminado, que no hemos resistido, que no hemos mantenido la fe.
Como nunca antes en la breve historia de los que hoy seguimos con vida, necesitamos una cuaresma distinta, un desierto diferente. Para quienes no lo han notado, hace once meses que estamos sumidos en ceniza, viviendo con el miedo de tocarnos, de acercarnos, preguntándonos cuándo va a terminar esto, cuándo va a aparecer en el horizonte alguna señal de la vida que conocíamos, o de una mejor. Hemos venido caminando en la aridez de la virtualidad sin piel, de reducir a una pantalla todas las calles que recorrimos y las casas que visitamos. Hemos permanecido en el ayuno de los encuentros, de las reuniones, de las celebraciones junto a multitudes, y quién sabe cuántas personas se quedaron sin participar, ocultas en el olvido de las bases de datos, porque hemos estado resistiendo gracias al maná del WiFi. Hemos aprendido la vida del desierto, y sí, nos hemos reído (bajo el tapabocas) y hemos cantado, pero tenemos claro que no queremos vivir aquí, que el destino no puede ser éste.
Durante los once meses de esta obligada cuaresma una enorme cantidad de creyentes han asumido la verdadera tarea de la voz que grita en el desierto: Alentar la esperanza en medio de la aridez y aumentar la fuerza de los débiles en medio del cansancio. El desierto tiene sentido porque está orientado a una promesa, y sólo es capaz de atravesarlo quien tiene sus ojos fijos en ella. Por eso la tarea del desierto es recordarla una y otra vez, es “gritar a los sencillos que tienen derecho a existir”, es inundar el corazón de los tristes con la Alegría del Evangelio, es cantarles a los enfermos que el Señor es más fuerte, y recordar a los que sufren que pueden confiar pues quien les cuida no duerme ni descansa. La tarea del desierto es contar la victoria de dios sobre toda incertidumbre y toda muerte.
La vieja cuaresma, esa que algunos insisten en imponer porque aunque afirmen dogmáticamente la resurrección viven una religión funeraria – ¿Qué anuncio de la resurrección se puede esperar de una religión cuyos ministros visten de negro riguroso? se ha preguntado Cortés – y su fe es una idolatría a las sombras y no una confianza en la luz, es la cuaresma de las amenazas, de los anuncios de destrucción, de las alucinaciones del fuego y del castigo, de fingir sobriedad, de teatralizar la austeridad, de libretear la tristeza, de los delirios del gran reseteo y el nuevo orden mundial, de la esquizofrenia esa de acordarse de la vida de los vivos en su “concepción” y en su “muerte natural” pero olvidarlos en todo lo que hay en medio, y dar alaridos durante 40 días mientras los otros 325 se aplauden y se bendicen las lógicas de la muerte. Esa vieja cuaresma no es más que la triste escenografía de una trágica representación a blanco y negro del evangelio, y no es – ni nunca fue – lo que los hijos y las hijas de dios necesitan ahora mismo, en un momento en el que la ceniza de nuestros muertos y el morado de nuestros vestidos han cubierto el planeta entero.
La cuaresma que necesitamos es la auténtica tarea del desierto, la de la expectativa, la del anhelo, la de la promesa. Es preparación para la fiesta, no para el sepelio. Tiene que ser una cuaresma de recordarnos la convicción de Israel en la dificultad, resumida en esas impresionantes expresiones de los salmos: “El Señor piensa en mí”, “El Señor es mi sombra”, “El día en que grité, aumentaste la fuerza de mi alma”, “No duerme tu guardián”, “Cuando camino entre peligros me das vida”. Tiene que ser una cuaresma de inspirarnos confianza, de ilusionarnos con lo que dios sueña con nosotros, de recordarnos que no hemos nacido para el sufrimiento, ni para el agobio, sino para la alegría y la paz. Tiene que ser una cuaresma de recordarle al mundo que ni el dolor, ni la angustia, ni la soledad tienen la última palabra, que el mundo no es un gran desierto, que sólo lo estamos atravesando, pero allí, tras el horizonte de roca y sequedad, hay una promesa de leche y de miel.Tiene que ser una cuaresma a Color.
Que se junten los que cantan, los que cuentan, los que escriben, los que celebran. Que hagan nuevas canciones y nuevas historias para inspirar a los que sienten que se les acaba el aliento. Que intercedan los que oran para que sea sanada la mano paralizada de esta iglesia que se detuvo en que si en la mano o que si en la boca (y tantas otras discusiones estériles), para que no dejemos de llevar en nuestros hombros a los que no pueden andar por sí mismos, confiando en que podrán. Hermanos y Hermanas Todos. Que en las misas y en los grupos se predique que no preparamos el camino del Señor con cara de circunstancia, sino con la alegría de saber que viene, que ya llega, que todo cambia cuando el Reino se hace presente entre nosotros, ¿O es que nunca nos hemos preparado para la llegada de una visita que queremos recibir?. Que el arrepentimiento sea de todo aquello que nos hemos perdido por temor, por no confiar en la mano extendida de dios, por creer a quienes nos dijeron que estábamos mal hechos mientras que el Padre nos mira con orgullo.
¿Ayuno? El que hace a dios sonreír: despertar cada día con la determinación de erradicar una injusticia. ¿Limosna? La que pedía Tobit a su hijo: no volver la cara ante ningún pobre. ¿Oración? La que enseñaba Jesús: sabiendo que el Padre está en lo secreto, y que nos ve en lo secreto. ¿Ceniza? Quien se acerque con algo de luz y de color al corazón de los que sufren ya quedará marcado por la que llevan dentro, la de toda esta larga cuaresma de meses, meses de incertidumbre, duda y duelo. Es hora de hacer la tarea del desierto, que no es describir pormenorizadamente la roca y la arena que ya vemos, sino los ríos, los pastos, las montañas y los valles hacia los que caminamos.Es llenar de colores la ilusión de los que caminan entre grises.
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