El prójimo
Si os resulta difícil interesaros por el prójimo, reflexionad sobre el hecho de que no podéis alcanzar la bienaventuranza de ningún otro modo. Suponed que se declara un incendio en una casa: algunos vecinos, preocupados sólo por sus cosas, no se preocupan de alejar el peligro. Cierran la puerta y se quedan en sus casas, temiendo que entre alguien y les robe. Pues bien, sufrirán un gran castigo. El fuego crecerá y quemará todos sus bienes. Y ellos, por no haberse interesado por el prójimo, perderán también lo que tienen.
Dios ha querido unir entre sí a los hombres, y para ello ha imprimido en las cosas la ley de que el beneficio del prójimo vaya ligado al de cada uno. Y, de este modo, subsiste todo el mundo. Así sucede también en la nave si el capitán, al estallar la tempestad, sacrifica el bien de muchos buscando sólo su propia salvación: en seguida se ahogarán tanto los otros como él mismo. Así sucede en todas las ocasiones: si se tiene en cuenta únicamente el propio interés, no podrán sostenerse ni la vida ni el mismo arte.
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Juan Crisóstomo,
Homilías sobre la primera carta a los Corintios, 25,4.
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