Jesús no es un apátrida.
Quien a mí me hace Dios,
la santa voluntad de Dios traiciona (Goethe)
Domingo II después de Navidad
Jn 1, 1-18.
La Palabra se hizo hombre y acampó entre nosotros.
La Liturgia acaba de inaugurar el añonuevo con la Solemnidad de Santa María, Madre de Dios. En Gálatas 4, 4, Pablo nos recuerda que “Dios envió a su hijo, nacido de mujer”. Theotokos –la Deípara- es el título que el Concilio de Éfeso (431) dio María en referenia a su maternidad divina. Un grave error teológico, que habría que corregir borrándola del calendario.
Casaldáliga nos dice de ella que el Verbo se hace carne en el vientre de su fe, y entonces sí podemos considerar que en su seno se engendra algo divino. Su mejor título, como el de toda mujer madre sin duda, el de haber dado a luz un ser humano. Todo lo demás, tinieblas de misterio.
Si Juan Evangelista hubiera conocido al toledano Rafael Morales (1918-2005), posiblemente nos hubiera puntualizado su “se hizo hombre” apostillándolo con esta estrofa de un Soneto al Jesús consustanciado por elementos terrenales en el vientre de su madre. De los mismos que hemos sido hechos el resto de los mortales:
El alba tomó cuerpo en tu figura,
el aire se hizo carne, los rosales
para crear tu piel silente y pura.
Y entonces, como dioses que somos, habremos nacido en nuestra paria, no en el exilio, como reza la novela del rumano Vintila Horia. Una tierra de esperanza que se abre a un horizonte de perspectivas infinitas. Aquí ninguna criatura es apátrida. Todas son terrenales. Sólo las celestiales, si existieran, pudieran considerarse como extrañas.
Quiero ser como él, hombre y sólo hombre, sin ribetes divinos. Pues considero con Goethe que
Quien a mí me hace Dios,
la santa voluntad de Dios traiciona.
De todas las nominaciones de Dios, la más notable y sustanciosa es la de Palabra. Sólo ella se hizo encarnación en las entrañas de María. Siento la mía Dios por endiosarse en carne. Por hacerse hijo de él e hijo de María.
Permite Madre que repose mi cabeza en tu seno, y sienta dentro de él lo que con tanta claridad perennemente siento fuera. A Jesús, con el que siempre me encuentro en todas partes cuando recorro todos los caminos de la vida. Déjame que escuche el amor expresado en sus latidos. Quiero sintonizar con ellos y luego hacer que suenen en el bosque del Universo entero los suyos, los tuyos –y por qué no-, los míos.
En su primera intervención navideña, el rey Felipe VI pronuncia un discurso cuyas constreñidas fronteras peninsulares me permito transpasar y elevar algunos de sus contenidos a tono universal. Cualquier religión podría hacerlos suyos y reconocer como propia la resonancia espiritual que los impregna: “Es evidente –ha dicho- que todos nos necesitamos. Formamos parte de un tronco común del que somos complementarios los unos de los otros pero imprescindibles para el progreso de cada uno en particular y de todos en conjunto.
¿No es ésta, acaso, ecuménica música de Evangelio dirigida a todos los que quieren escucharla? ¿O quizás a ninguno?
QUIEN ME HACE DIOS, A DIOS TRAICIONA
¿Un Dios aquí en la Tierra?
Lo dijeron los hombres
y huyeron las montañas y los bosques.
Las aves emprendieron fugaz vuelo
y este Globo quedó yermo de vida
poblado de desiertos.
La propia raza humana en desvarío,
lo reencarnó en uno de los suyos,
y todos menos él se lo creyeron.
Un Dios aquí en la Tierra: ¡qué locura!
La vida andaba triste en aquel tiempo
buscando por el mundo cementerios.
-“¡Un Dios humano!” lamentaba.
…………………………….
Regresaron las aves.
Los bosques y montañas repoblaron
de vida los desiertos
cuando Jesús pensando en el silencio,
como de él cantó Goethe,
alzó la voz y dijo:
-“Quien a mí me hace Dios,
la santa voluntad de Dios traiciona”.
*
(SOLILOQUIOS, Edicciones Feadulta)
***
Vicente Martínez
Fuente Fe Adulta
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