Venid
“¡Venid!” Jesús, invitando, sabe que el verdadero padecimiento tiende a encerrarse en soledad y a recomerse en muda desolación. En su invitación, Jesús no puede esperar que los infelices oprimidos por el peso de sus males vayan a él; los llama amorosamente. De hecho, diciendo: “Venid a mí” es él quien va a ellos.
¡Oh si aceptases su invitación! Supone que los desgraciados estén tan fatigados, desalentados, agotados, que olvidan hasta la existencia de un consuelo. Jesús lo sabe muy bien: no existe consuelo ni ayuda fuera de él.
Por eso nos dirige su invitación: «¡Venid!» No importa que estés exhausto de andar el camino, tan largo y tan vano, que has recorrido hasta ahora buscando ayuda. Aunque te parezca que no puedes ya más, ni siquiera sostenerte ya por un solo instante sin desmayar: da un pasito más y lograrás el descanso. “¡Venid!” Y si alguno se encontrase tan fastidiado que ni siquiera pueda moverse, bastaría un suspiro, pues si suspiras por Él, significa ya venir a Él.
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Søren Kierkegaard,
Ejercitación del cristianismo,
Madrid 1961, 53-55
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