Afán justiciero
Domingo XVI del Tiempo Ordinario
19 julio 2020
Mt 13, 24-30
El mundo fenoménico o de las formas se caracteriza por la polaridad. De manera que no puede existir nada sin su opuesto: blanco/negro, día/noche, salud/enfermedad, placer/dolor, nacimiento/muerte…, trigo/cizaña. Es precisamente esa condición la que hace posible el despliegue de las formas y la que nos permite conocerlas.
La polaridad omnipresente puede confundirnos y hacernos pensar que se trata de realidades irremediablemente opuestas, hasta el punto de etiquetar a una de ellas como “buena” y a la opuesta como “mala”.
Al hacer así, lo que era solo una polaridad que hacía posible el mundo de las formas lo convertimos en una dualidad que confunde y distorsiona nuestra mirada. Porque aquellos polos opuestos no son contradictorios sino complementarios.
Las categorías “bueno” y “malo”, en cuanto polos opuestos, tienen su razón de ser para entendernos en el mundo de las formas, pero resultan completamente inadecuadas cuando las absolutizamos. Porque, en el plano profundo, todo está bien, todo es como tiene que ser: todo lo que percibimos no es sino un despliegue de la vida a través de la polaridad.
Ante esta afirmación la mente analítica suele rebelarse airada, porque se le escapa la paradoja y es incapaz de captar el nivel profundo de lo real. Para la comprensión, sin embargo, resulta una obviedad: la realidad es paradójica y se requiere comprender sus “dos niveles” para poder integrarlos y vivirlos de manera armoniosa.
Donde hay trigo forzosamente habrá cizaña. Y tiene razón Jesús: hay que dejarlos crecer juntos. No desde la justificación indiferente, sino desde la comprensión de que cada persona hace en cada momento todo lo que puede y sabe.
Sin embargo, alguna mano posterior debió añadir en el texto la necesidad de “quemar la cizaña”. Tal añadido puede ser señal de nuestra “exigencia de justicia”. Tanto por nuestra sensibilidad ante el dolor ajeno como por la lectura que nuestra mente hace de las cosas, solemos abrigar una idea determinada, incluso bienintencionada, de la “justicia”, idea que ha llevado a no pocos pensadores –me vienen a la memoria los representantes de la teoría crítica, de la Escuela de Frankfurt– a afirmar el imperativo de que “el verdugo no triunfe sobre la víctima”.
Sin embargo, sin negar toda su “buena intención”, tal planteamiento es tramposo, porque nace de una visión dualista y fragmentada. Desde la comprensión, el mismo Jesús –como han hecho todos los sabios– habló más bien de “perdonar a los enemigos” y de “ser compasivos como vuestro Padre, que es bueno con los ingratos y los malvados” (Lc 6,35).
Ahí se mueve la comprensión no-dual, permitiéndonos apreciar que es solo nuestra inconsciencia la que nos hace ver el mundo dividido en “víctimas” y “verdugos”. Y esto no significa negar la realidad, sino verla desde otro lugar.
Me parece urgente atrevernos a mirar el mundo con otros ojos, atrevernos a dar una interpretación distinta de los acontecimientos y actuar desde una consciencia más amplia. La transformación vendrá justamente de ese cambio de visión –que nace de una consciencia ampliada– y dará a nuestras acciones una calidad y una vibración diferentes, caracterizadas por la compasión eficaz.
¿Vivo comprensión profunda hacia las personas?
Enrique Martínez Lozano
Fuente Boletín Semanal
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