José I. González Faus: “¿Fariseísmo católico? ¿Empeñarse en ir a Misa en tiempos de confinamiento?”
De su blog Miradas cristianas:
‘El sábado fue hecho para el hombre, no el hombre para el sábado’
“Pocos datos hay más garantizados de la vida de Jesús que el que hacía curaciones en día de precepto”
“Antes que comer el cuerpo y beber la sangre del Hijo del Hombre es necessario ‘tragarse a Jesús'”
“Un fariseísmo católico equivaldría a un catolicismo no cristiano”
“Parece innegable que el fariseísmo es la gran tentación de un cierto catolicismo”
Durante estos días de confinamiento, y por parte de dos o tres obispos, algunos pocos sacerdotes y un grupo de laicos de todo el mundo, hemos asistido a una negativa a guardar las normas del confinamiento, exigiendo la apertura de los templos y la asistencia a misa, como un derecho de la libertad religiosa y como obediencia a un mandamiento divino que obliga a celebrar la eucaristía en días de precepto. No dudo en absoluto de la buena fe y buena voluntad de esas gentes. Por eso quisiera proponerles estas reflexiones.
1.- Tengamos en cuenta que, el confinamiento, no era solo por la propia salud sino, sobre todo, por la salud de los demás. Pues bien: pocos datos hay más garantizados de la vida de Jesús que el que hacía curaciones en día de precepto (el “Sabbat” mucho más sagrado para los judíos de lo que puede ser el domingo para nosotros). Esta fue una de las causas que motivaron la condena de Jesús por “blasfemo”. Y la razón que daban contra él parece bien válida: “tenéis seis días para venir a curaros, no hay razón para hacerlo en día de precepto”.
A lo que Jesús respondía preguntando: “¿se puede hacer el bien en día de precepto?” O “esta mujer también es hija de Abrahán y lleva 18 años encorvada; tiene pues derecho a no esperar más”. Y en definitiva: “el día santo fue hecho para el hombre, no el hombre para el día santo”. Esos que predican desobedecer al confinamiento para poder ir a misa, ¿no deberían preguntarse si están poniendo el día de precepto por encima del hombre?
Es sabido además que el cuarto evangelio, que habla tanto de la eucaristía (en su capítulo 6), luego no narra su institución sino que busca dos recursos para darle su verdadero sentido: el primero es el lavatorio de los pies, precisamente en aquella santa Cena. El segundo está en las palabras de Jesús en el mismo capítulo 6: antes que “comer la carne y beber la sangre del Hijo del Hombre”, es necesario (valga la expresión) “tragarse a Jesús”, es decir: aceptarle y seguirle hasta el final y con todas sus consecuencias. ¿No será también que algunos prefieren “dar culto a Dios” a su modo, que seguir a Jesús? Ahí estaría el fariseísmo.
Finalmente puede valer la pena una lectura lenta de todo el capítulo 23 de san Mateo que es la vez una perla cristiana y una perla literaria: “Ay de vosotros, fariseos, hipócritas…”. Y dejarse empapar por todas las descripciones del fariseísmo que hace ese capítulo.
Aquí tenemos lo que me he atrevido a llamar fariseísmo católico y que equivale a un “catolicismo poco cristiano”. Esta última expresión es de Fernando de los Ríos de la Institución Libre de Enseñanza (que, entre paréntesis, fue fundada por católicos fervientes como Giner de los Ríos y Gumersindo Azcarate). Si resulta una expresión muy dura podemos hablar de un “judaísmo aún no cristiano”: que ha sustituido el seguimiento de Jesús por el Sumo Sacerdote, el Templo y la Ley que están por encima del amor fraterno universal, sobre todo a los que menos hermanos parecen.
En cualquier caso, parece innegable que el fariseísmo es la gran tentación de un cierto catolicismo. Lo cual es paradójico puesto que kat-holicismo significa precisamente universalismo. Pero aquí se trata de una particularidad absolutizada. Por eso no quisiera yo que estas líneas sean un ataque sino solo una reflexión fraterna. A quienes ya las compartimos pueden ayudarnos a preguntar cuál podría ser nuestro propio fariseísmo: porque una de las más excelsas enseñanzas de Jesús es precisamente esta: que todas la grandes causas están amenazadas por algún fariseísmo.
Recordemos la frase de Jesús a la samaritana: a Dios no hay que adorarlo aquí o allá sino “en espíritu y verdad”. Por tanto, siempre queda la tarea de dedicar un largo rato de oración para abrirse al Dios que nos envuelve, para pedir luz y fuerza al Espíritu que está en lo más hondo de nosotros y para contemplas un poco ese camino de Jesús que tantas veces olvidamos. Y será una magnífica manera de santificar el día del Señor.
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