Una borrica prestada con su borriquilla. Domingo de Ramos (Mt 21, 1‒11).
El asno de Jesús, comienzo de Pascua
Este año humilde de coronavirus nos permite entender mejor la historia del comienzo pascual, con el asna y su pollino, conforme a la extraña y preciosa historia del evangelio de Mateo, que toca este año (imagen de S. Baudilio de Berlanga, Museo de Indianápolis, con la borrica y el pollino).
Jesús no viene en las nubes del cielo (como en los apocalipsis, desde Daniel), con el rayo que fulgura y rompe de luz las sombras de las nubes; Jesús no es el Dios que cabalga en un trono de nubes, como en las grandes visiones del Antiguo Testamento (en Salmos y en Ezequiel).
Jesús no viene tampoco montado sobre un caballo espléndido de guerra, con la espada victoriosa en la mano… No es uno de los cuatro jinetes del Apocalipsis (Ap 6). Ni es tampoco el jinete de la espada de Ap 19, que vence con ella a las bestias.
No viene sobre una nave de los espacios estelares, como en las guerras de galaxias… ni con inventos nuevos de ciencias extrañas… Viene con lo más simple, uno de los primeros animales domesticados, que han permitido que los hombres y mujeres se extiendan por todo el mundo.
Él viene sobre un asna prestada, animal de campesino, borrica de tierra humilde, de labradores pobres, que camina a paso de hombre… Como he dicho, no viene en carro de guerra, ni avión militar, ni en un intergaláctico, sino con una “pobre burra” y encima prestado para la ocasión, pues él no tenía burro que llevara sus enseres, sino que llevaba su ropa y sus pertenencias a cuestas.
Este signo animal de Jesús resulta central para entender su vida y mensaje… Éste Jesús de la pascua empieza siendo amigo de animales domésticos, cercanos, de esos que nos han permitido vivir, trabajar, caminar durante milenios, desde el extremo de China en Oriente hasta el Finisterre europeo. Vino así en una burra, para situarse y situarnos en la madre tierra de la que venimos y a la que volvemos como nos recuerda la historia de coronavirus, imagen fuerte de nuestra grandeza humilde, cercana a la del asna madre, animal de Jesús.
Jesús vino sobre una humilde asna carga y compañía, sobre una asna prestada, acompañada de su pollino, como dirá el evangelio de Mateo que comentaré. Éste es uno de los signos más hermosos del evangelio: Un Asna a la que sigue su Pollino, madre y cría, ternura animal, gozo humano…
Este pasaje central del evangelio de Mateo nos sitúa ante un Jesús muy cercano, Jesús del asna madre, no del caballo de guerra, como mostrará el texto de Job, que cito al final…
Este Jesús del Asna y de cría se parece y se diferencia infinitamente del Asno macho de Oro de Apuleyo (el Asno de Oro…, Imagen 2). Este Jesús del asna se parece más Asno de la Cruz, quizá la primera representación burlesca (y certera) del misterio de la cruz… (imagen 3).
El asno suele vincularse en Israel al “sacrificio de la alianza”, que se celebraría en Siquem, cuyos habitantes se llamaban “hijos de Hamor” (=del Asno). Aparece en Zac 9, 9 como signo de un rey pacífico que no vendrá montado en un caballo de guerra, sino en un animal de trabajo. Jesús se aplica ese signo de “realeza pacífica” cuando entra en Jerusalén montado en un asno.
Gran paradoja: Como conquistador sobre un asno (Mc 11, 2-6 y paralelos).Jesús venía de Jericó y, para llegar a Jerusalén, debía pasar por el Monte de los Olivos, lugar clave en la tradición mesiánica de Israel (cf. Zac 14, 4), como recuerda Flavio Josefo, al hablar de un judío egipcio, que anunció desde allí la caída de los muros de la ciudad (cf. Ant 20, 169-172). Pero Jesús quiso entrar pacíficamente, montado sobre un asno de labranza, sin armas.
Vino como mesías davídico, pero, a diferencia de David, no quiso tomar la ciudad por la fuerza, ni provocar militarmente a Roma, de manera que los soldados del César le vieron entrando, desde la Torre Antonia, sin intervenir, aunque Pilatos, el gobernador, debió tener miedo y por eso, después, le condenó a morir con la acusación de ser “Nazoreo, Rey de los Judíos” (Jn 19, 19).
Vino como peregrino, con (como) otros galileos y con sus discípulos (por el camino de Jericó), para celebrar en la ciudad de las promesas, la fiesta de la libertad del pueblo. Era tiempo de Dios, y llegó en su nombre, realizando el signo del asno. Había cumplido su misión en Galilea, y llegó a culminarla en Jerusalén, ante las autoridades, entrando abiertamente sobre un asno, de forma no militar, pero muy provocadora, condenando a los poderes de la ciudad, e invitando a todos al Reino.
Evangelio de Mateo
21 1 Cuando se aproximaron a Jerusalén, al llegar a Betfagé, junto al monte de los Olivos, entonces, envió Jesús a dos discípulos, 2 diciéndoles: Id a la aldea que está frente a vosotros, y enseguida encontraréis un asna atada y un pollino con ella; desatadlos y traédmelos. 3 Y si alguien os dice algo, diréis: El Señor los necesita, pero enseguida los devolverá.
4 Esto sucedió para que se cumpliese el oráculo del profeta: 5 Decid a la hija de Sión: He aquí que viene a ti tu Rey, manso y montado en un asna y un pollino, hijo de animal de yugo.
6 Fueron, pues, los discípulos e hicieron como Jesús les había encargado: 7 trajeron el asna y el pollino; luego pusieron sobre ellos sus mantos, y él se sentó encima de ellos. 8 La gente, muy numerosa, extendió sus mantos por el camino; otros cortaban ramas de los árboles y las tendían por el camino. Y la gente que iba delante y detrás de él gritaba: ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas! 10 Y cuando él entraba en Jerusalén, se conmovió toda la ciudad, diciendo: ¿Quién es éste? 11 Y la muchedumbre decía: Este es el profeta Jesús, de Nazaret de Galilea[1].
(Resumen de mi comentario de Mateo)
Esta escena ofrece una historia teologizada (entendida como revelación de Dios) y una teología o profecía historizada en unos acontecimientos concretos. Ambas perspectivas no se oponen, como a veces se ha pensado, sino que se implican mutuamente. En esa línea, la novedad del pasaje no está en el hecho de que evoca y despliega varios elementos simbólicos, sino en el hecho de que todo transcurre de un modo verosímil[2].
‒- Cuando se aproximaron a Jerusalén, al llegar a Betfagé, junto al monte de los Olivos… (21, 1). Mateo ha corregido la versión quizá confusa de Mc 11, 1, que hablaba de Betfagé y Betania de una forma al parecer equivocada, invertida. Para ello ha simplificado el tema, omitiendo la referencia a Betania y situando correctamente a Betfagé cerca de Jerusalén. En este contexto resulta importante la referencia al Monte de los Olivos, que Zac 14, 2 colocaba con exactitud, frente a Jerusalén, diciendo que Dios lo partiría para culminar su obra.
Jesús viene, pues, por el lugar por donde ha de entrar el mismo Dios, y prepara de la manera más humilde su manifestación en la ciudad, como pretendiente mesiánico montado en una cabalgadura ajena (21, 2-3). No tiene ni siquiera un asno propio, ha venido a pie desde Galilea. Pero quiere entrar sobre un asna y por eso la pide prestada, en una aldea (kw,mh) del entorno, frente a Betfagué y el Monte de los Olivos. El asna y su pollino pertenecen por tanto a Jerusalén. Jesús no los trae de fuera (¡no son suyos!), los pide prestados (21, 3).
‒ Id a la aldea que está frente a vosotros, y enseguida encontraréis un asna atada y un pollino con ella (21, 2-3). Mateo retoma el texto base de Mc 11, 2-3, pero no habla de un pollino (asno joven) sino de una asna y un pollino, que debe ser normalmente su cría[3]. Es probable que esa doble figura evoque la continuidad de la vida, a pesar de que pudiera provenir de una mala traducción de Zac 9, 9. Mateo omite la referencia a Mc 11, 2, según la cual el asno era un animal sin domar, sobre el que nadie se había montado todavía (=animal de rey).
La referencia de Marcos al asno que nadie había montado ponía de relieve el carácter regio de la entrada de Jesús en Jerusalén, pues en Israel (como en otros pueblos del entorno) el rey debía tener un asno y/o caballo propio, no utilizado por ningún otro; Jesús cabalgaba así como aspirante real, en gesto de majestad y soberanía, sobre un asno sin domar, como iniciador de una nueva travesía mesiánica. Por el contrario, Mateo (omitiendo esa referencia) aprovecha el paralelismo de Zac 9, 9 para evocar la figura de una asna y su pollino, situando así la realeza de Jesús sobre un plano distinto de maternidad (y no de dominio regio) [4].
Mateo ha presentado a Jesús como Rey que viene a Sion, manso y montado en un asna y un pollino (21, 4-5), reelaborando el relato de Marcos a partir de la profecía de Zac 9, 9, en la línea de las citas de la parte primera del evangelio (cf. en especial Mt 1, 22; 2, 5-6.17; 3, 3; 4, 14). Por eso resulta, a mi juicio, inverosímil la opinión de aquellos que dicen que se ha equivocado de un modo grotesco al citar a su manera este pasaje, tomado de Is 62, 11 (decid a la Hija de Sion) y de Zac 9, 9 (¡he aquí que tu rey viene montado en un asno, un pollino…), de un modo literal, mal traducido, como si él creyera que Jesús había cabalgado al mismo tiempo sobre un asna y su pollino.
Los que así piensan olvidan el trabajo redaccional del evangelista en la traducción y aplicación de textos bíblicos, y el estilo literario de este pasaje, donde Mateo utiliza y adapta una tradición antigua, citada y aplicada también por Jn 12, 14-15, lo que indica la importancia que ella ha tenido para evocar el carácter mesiánico de Jesús. Estas son las novedades más significativas de Mateo que nos ayudan a trazar un esquema básico de su teología:
‒ Decid a la Hija (de) Sion, he aquí que viene tu Rey (21, 5a): Esta palabra, tomada de Is 62, 11, anuncia la llegada del Dios Salvador, que viene victorioso a su ciudad, en el momento de su manifestación definitiva. Al citarla aquí, Mateo indica que la venida de Jesús a Jerusalén constituye el cumplimiento de las profecías, condensadas en los capítulos finales de Is 56-66, que ofrecen una de las cumbres de la esperanza israelita.
Mateo quiere así que se anuncie a Sion, de un modo solemne, la llegada de Jesús: que toda la ciudad sepa que él viene, que mire y escuche con atención, que acoja la oportunidad, situándose en la línea de las profecías de consuelo del Segundo Isaías: ¡Consolad, consolad a mi pueblo! (Is 40, 1), de manera que culmina y se cumpla la palabra de Mt 3, 3: Una voz clama… (cf. Is 40, 3). Pero ahora esta voz ya no clama en el desierto que ha de hacerse camino, sino que va dirigida de un modo directo a Jerusalén, para que acoja y escuche (acepte) al enviado de Dios. Todo lo que sigue será un relato sobre la forma en que Jerusalén ha rechazado esa invitación, no ha recibido a su Rey.
La palabra clave es he aquí que viene a ti tu Rey, tomada de Zac 9, 9 LXX. La profecía anterior (Is 62, 11) anunciaba la llegada de tu salvador/salvación ), que se identificaba en el fondo con Dios. Pues bien, según Zac 9, 9, la salvación de Jerusalén, simbolizada por un asna, se identifica con el rey mesiánico (malkak, basileus sou);, Rey verdadero, el mismo Dios que se expresa en Jesús.
El texto nos pone así ante una declaración regia, que presenta a Jesús, en su momento final, al llegar a Jerusalén, como salvador divino (presencia de Dios), siendo un “rey” humano, heredero de las promesas davídicas. Ésta es una declaración abarcadora y conflictiva: Es abarcadorapues presenta a Jesús como Rey universal; y es conflictiva porque se realiza en un entorno (un tiempo y lugar) en el que las autoridades de Jerusalén sólo reconocen de verdad como rey/basileus al Emperador de Roma. El texto dice que el Dios Rey “viene a ti, manso y montado en un asna y un pollino, hijo de animal de yugo”. Esas palabras evocan la “superación de toda guerra”, pues dicen enfáticamente que el Dios Rey viene a Jerusalén montado sobre un asna madre y un pollino que son animales de paz, no de guerra.
‒ Rey manso, sobre un asno de yugo/labranza (21, 5b). El texto griego de los LXX, del que Mateo ha tomado la cita, dice que este rey mesiánico es justo y salvador, manso… De manera sorprendente, Mateo omite las dos primeras palabras (justo y salvador), que definen su visión del Cristo, bien atestiguada en otros lugares, desde 1, 21 (él salvará) y 6, 33 (el Reino y su justicia), para insistir en la última: prau>j, manso. De esa forma insiste en su imagen preferida del Rey Mesiánico, en la línea de la bienaventuranza de los mansos (5,5), que he presentado como centro de la experiencia y teología de Jesús, cuando se presentaba como manso y humilde de corazón (11, 29), tras haberse definido como Hijo que conoce al Padre, frente a las orgullosas ciudades de Galilea que le han rechazado (cf. 11, 20-27).
Pues bien, igual que antes había aparecido como revelador manso en Galilea, Jesús ha venido a presentarse y actuar en Jerusalén como rey manso. Éste es el rasgo que Mateo ha querido resaltar, partiendo de Zac 9, 9, dejando a un lado otros aspectos de la figura de Jesús, que aparecían en la profecía (justo y salvador). Ésta será la nota clave de su reinado, como seguiremos viendo. Pues bien, en este contexto debemos resaltar los asnos que tanto Zac 9, 9 como Mt 21, 5 presentan como “animal de yugo” o hijo de animal de yugo, animal de labranza no de guerra (como suponía quizá Marcos).
‒ Montado en una asna y pollino (21, 5b).Como he señalado, Mateo evita la referencia al “asno regio”, que nadie había montado (Mc 11, 2), porque no quiere evocar sus posibles cualidades de guerra (¡los antiguos jueces de Israel iban montados en asnos que no eran de guerra! Jc 10, 4; 12, 14), y por eso recrea la tradición de Zac 9, 9 donde, como he dicho, siguiendo el estilo del “paralelismo de miembros”, utilizado casi siempre en la poesía hebrea, se dice que el rey viene cabalgando sobre un asno, una cría de borrica. Evidentemente, se trata de un único animal, al que se alude de dos formas (es asno, es hijo de borrica). Pero el texto griego de los LXX, con otras traducciones griegas literales, añaden un “y” (no una simple coma) entre la primera y la segunda referencia del paralelismo, de manera que un lector poco advertido (alejado ya del contexto semita original) puede pensar que se trata de dos animales.
Sin duda, los rabinos y buenos hebraístas sabían que el profeta hablaba de un único asno, aunque al traducir el texto hebreo al griego, y al hacerlo al pie de la letra, introduciendo un kai/y entre los dos miembros del paralelismo (sobre un animal de yugo “y” un asno nuevo), podría pensarse que se trata de dos asnos. Mateo no ha sido el “inventor” de esa traducción, por la que se evocan dos asnos, sino que la introduce en su evangelio, por fidelidad al texto griego que ha recibido y también (sobre todo) porque le conviene la imagen de dos asnos, la madre y el hijo, como signos mesiánicos, siguiendo su especial interés por los “pares”, visto ya en varios milagros (cf. 8, 28, 9, 27-31 y 20, 29-33)[5].
Desde ese fondo se entiende el cumplimiento de la profecía, con la entrada de Jesús en la ciudad, como gesto político/social en el que culminan y se cumplen de un modo plástico no sólo las profecías de Is 52 y Zac 9, sino todo el camino de Jesús desde Galilea. Mateo ratifica así narrativamente el relato anterior del evangelio, para decir que no hay ruptura entre el proyecto y mensaje de Galilea y la culminación en Jerusalén. Según eso, como iremos viendo, el que entra en Jerusalén y propone allí su Reino (presentándose como Rey) es el mismo profeta mesiánico de Galilea, que ahora aparece y actúa en Jerusalén, como Rey manso montado en un asna de labranza con su hijo pollino.
Los siguientes versos (21, 6-11) ratifican y concretan, según eso, el despliegue anterior del evangelio, de tal forma que pueden entenderse como primer cumplimiento profético del proyecto de Jesús, que desarrolla y cumple en Jerusalén su destino mesiánico. Eso significa que el mensaje anterior de Galilea y la entrega mesiánica en Jerusalén, donde ha venido a manifestarse como Rey manso y “agricultor”, en nombre de Dios no pueden separarse:
‒ Trajeron el asna y el pollino. Luego pusieron sobre ellos sus mantos, y él se sentó encima de ellos… (21, 7-8). Ahora se distingue ya bien el género y condición de los animales. Lo que antes podía parecer un “asno” sin más, es ahora el asna (con artículo femenino: tên onon , 21, 7), con pollino (pôlon). Así forman una pareja (madre y hijo), dos animales domésticos de labranza, que son signo del Jesús manso, que se sienta encima de ellos. Mateo no intenta precisar la forma física en que eso puede hacerse: cabalgar de un modo circense sobre dos animales a la vez o hacerlo a ratos, primero sobre uno, luego sobre el otro… Esas precisiones son propias de exegetas curiosos, poco diestros en el simbolismo de Mateo, que utiliza los dos asnos (madre e hijo) para poner de relieve la condición pacífica y festiva de la entrada de Jesús en Jerusalén (a diferencia del tono serio de Marcos: ¡con un asno no domado todavía!).
Ciertamente, ésta sigue siendo una escena regia, que puede compararse (por su lugar y circunstancias) a la coronación de Salomón a quien montan sobre la mula de su padre David, en la zona del manantial que está bajo el Monte de los Olivos, ungiéndole rey (1 Rey 1, 38-48), o a la de Jehú, a quien proclamaron rey en nombre de Dios, los nuevos cortesanos, extendiendo en el suelo sus mantos (2 Rey 9, 13). Pero es una escena de rey campesino, con un Jesús montado sobre un asna de labranza y su pollino, un Jesús galileo a quien aclaman sus seguidores, que le acompañan a Jerusalén desde Galilea, tejiendo una alfombra de mantos y ramos ante el paso de sus asnos, sobre el suelo
‒ Y la gente gritaba: ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas! (21, 9). Estrictamente hablando, éste es un canto de peregrinación, propio de aquellos que venían y entraban en Jerusalén para las fiestas (cf. ComMc 11, 9). Mateo se ha limitado a citar (y cambiar ligeramente) el texto base de Marcos, como Lc 19, 28 (retomando quizá una tradición que aparece en Jn 12, 13).
En un primer nivel, los seguidores de Jesús se limitan a repetir una tradición universal judía, propia de los peregrinos que subían a la ciudad para celebrar (y de alguna forma anticipar) la llegada mesiánica de Dios. Pero es evidente que en este contexto motivados por el signo de Jesús, montado sobre el/los asnos, los peregrinos le dirigen especialmente sus cantos: Dios salve al hijo de David y bendiciéndole como aquel que viene en nombre del Señor. Mateo no habla ya del Reino de David que viene (cf. Mc 11, 10), sino que se centra en el Hijo de David, que es sin duda Jesús, y que tiene el protagonismo de la escena, que empalma con el milagro anterior, el último del camino, cuando los ciegos de Jericó le llamaban Hijo de David (Mt 20, 29-34), pidiéndole misericordia.
Desde ese fondo se entienden los dos últimos versos (¿Quién es éste? ¡Es el profeta Jesús, de Nazaret de Galilea! 21, 9-10), que pueden tomarse a modo de conclusión de la entrada en Jerusalén o como introducción de la nueva escena (venida al templo, con purificación: Mt 21, 12-17). Estos versos son propios de Mateo y presentan la reacción de Jerusalén ante Jesús y sus compañeros mesiánicos, que llegan desde Galilea, como llamando a las puertas, para entrar en la ciudad, conforme a la palabra introductoria de 21, 4: ¡Decidle a la Hija de Sion…!
Estos versos ofrecen una escena plástica, que distingue y vincula dos gestos y palabras, que han sido tematizados y formulados de manera clásica en Sal 24, un texto que canta la gloria del Dios que se despliega y extiende por el mundo entero, pero que ahora viene (¡el mismo Dios!), de un modo especial, para entrar en su ciudad y en su templo, en un gesto litúrgico bien dialogado:
‒ Pregunta: ¿Quién es éste? (21, 10). Cuando Jesús entra, se conmueve toda Jerusalén, como sacudida por un terremoto (con eseisthê) palabra emparentada a seísmos, seísmo; cf. 8, 24; 28, 2) y se pregunta ¿quién es éste? (cf. Sal 24, 3.10).La misma “ciudad del Gran Rey” (cf. Mt 5, 35) se conmueve e interroga, sacudida, cuando llega Jesús. La Escritura ha respondido: ¡Decid a Sión: He aquí que llega tu Rey! (21, 5; cf. Is 62, 11; Zac 9, 9). Pero ahora tienen que ratificarlo los que vienen.
‒ Respuesta: ¡Es el profeta Jesús! (21, 11). Conforme al Salmo, responden los que vienen acompañando a Dios: “Es el Señor, fuerte y valiente, Señor de los ejércitos, el Rey de gloria!” (Sal 24, 8-10). Según el evangelio responden las muchedumbres (o;cloi) que viene con él: Éste es el profeta Jesús, de Nazaret de Galilea. Éste es el testimonio de sus seguidores mesiánicos, que le presentan al final del camino como el profeta de Nazaret de Galilea[6].
Comparación con Job. Asno y caballo
JOB 39 5 ¿Quién dio libertad al asno montés? ¿Quién soltó las ataduras del onagro?
6 Yo le di por casa el desierto, puse su morada en lugares estériles. 7 Él se burla del bullicio de la ciudad y no oye las voces del arriero.8 En lo escondido de los montes escruta y busca tras toda cosa verde.
El asno ha sido de los primeros animales domesticados, compañero del hombre en el trabajo, pilar de la cultura antigua, desde China a la Península Ibérica. Pero en el entorno de Job han existido, hasta tiempos cercanos a nosotros, los onagros, en griego asnos salvajes (hebreo pere’ä), animales duros e independiente (aunque moviéndose en manadas), en tierras casi desérticas.
El libro de Job les describe como signo de vida en libertad, no contaminados por un tipo de cultura ciudadana, como Ismael, hijo de Agar y Abraham (Gen 16, 12; cf. en esa línea Os 8, 9; Jer 48, 6), el onagro de estepa, “padre” de los ismaelitas, árabes del sur‒este de la tierra de Canaán. ¿Para qué sirve el onagro? Jesús vendrá sobre un asno, asno humanizado, amigo de los hombres.
JOB 39 19 ¿Le das su fuerza al caballo? ¿Cubres su cuello de crines ondulantes?
20 ¿Lo harás temblar como a langosta? El resoplido de su nariz es formidable. 21 Escarba la tierra, se alegra en su fuerza y sale al encuentro de las armas. 22 Se burla del miedo; no teme ni vuelve el rostro ante la espada. 23 Sobre él resuena la aljaba, el hierro de la lanza y la jabalina; 24 pero, con ímpetu y furor, pisa la tierra sin detenerse ante la trompeta. 25 A cada golpe de clarín de guerra dice: ¡Eah! De lejos huele la batalla,el grito de los capitanes y el sonido de las trompetas.
Frente al asno de monte, luego domesticado, presenta Job al Caballo, animal de guerra… La domesticación planificada del caballo como animal de trasporte, carga y guerra ha sido uno de los acontecimientos más importantes de la historia, a partir de la edad de hierro (milenio II a.C.). La Biblia evoca los carros, caballos y jinetes del faraón (Ex 15, 2-4) y de los reyes cananeos (Jc 5, 22), contra los que lucharon a pie los montañeses de Israel. Luego, a partir de Salomón, los caballos y carros de guerra se vuelven también importantes en Israel (cf. 1 Rey 4, 26; 10, 26‒29).
En ese fondo ha de entenderse este canto al caballo, que tiene un fondo militar, pero que proclama la grandeza de Dios por haberlo creado, ofreciendo una palabra de ánimo a Job: ¡Dios le dice que no tenga miedo, que no se amedrente ni encierre en su lamento! Ciertamente, Dios tendrá en cuenta los dolores de Job (cf. 42, 7‒17). Pero aquí, al ponerle ante el caballo (¡valiente, indomable!), le invita a no quebrarse en la batalla/milicia de la vida (cf. 7, 1).
Pero Jesús no vino en un caballo. Vino en un asno.
Notas
[1] Las “vidas” de Jesús exponen el sentido de su entrada en Jerusalén, como hecho histórico y proyecto simbólico de instauración del Reino. Cf. D. R. Catchpole, The ‘Triumphal’ Entry, en E. Bammel y C. F. D. Moule, Jesus and the Politics of His Day, Cambridge UP, 1984, 319–334; P. Zarrella, L’entratadi Gesù in Gerusalemme nella redazione di Mt (21,1-17): ScC 98 (1970) 89-112.
[2] Mateo cuenta la entrada, controversia y muerte de Jesús en Jerusalén de un modo extraordinariamente humano, sin intervención de agentes sobrenaturales (ángeles, demonios), dejando que Dios actúe y lo dirija todo, desde su plano divino, sin mezclarse con los agentes humanos, que están bien caracterizados y actúan de un modo verosímil.
[3] En Zac 9, 9 el hypozigion (animal de yugo) y el pôlon neon (asno joven) se refieren a un mismo animal, conforme al paralelismo poético (repetición de una misma idea o realidad con dos palabras distintas).
[4] Montar sobre el caballo del rey suponía aspirar a la realeza. Sobre el asno, cf. Gen 49, 11; Num 19, 2; Dt 21, 3; 1 Sam 6, 7. Sobre el caballo real, cf. 1 Rey 1, 33-45.
[5] Cf. Stendahl, School of Matthew, 118-120, 286.
[6] A partir de aquí se irá agrandando la diferencia entre los dos grupos: (a) Los habitantes de Jerusalén, que parecen amedrentados, preguntando ¡quién es éste! (b) Los seguidores de Jesús, que le presentan como el profeta de Galilea. En este contexto se enmarca ya con claridad la diferencia entre los habitantes de Jerusalén, conmocionados ante Jesús, pero dispuestos a responder violentamente, y la muchedumbre de Galilea, dispuesta a defender a su profeta.
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