Diana Zurco, la primera trans al frente de un noticiero de TV Pública en Argentina
Siempre jugó con las voces y creó personajes. Pero el camino hasta llegar a su vocación de locutora fue largo. Diana Zurco tiene 39 años y hace cuatro se convirtió en la primera mujer trans egresada del ISER con esa identidad de género. Desde 2015 fue una de las voces de Radio Ciudad y ahora conducirá la edición central del noticiero de la TV Pública junto al periodista deportivo Ariel Senosian y se transformará de este modo en la primera conductora trans de la Argentina en un espacio de tanta visibilidad.
Diana creció en Hurlingham, provincia de Buenos Aires, y fue desde el jardín a un colegio de curas, el Cardenal Stepinac. Fue ahí, cuando estaba en cuarto año, que uno de los religiosos le dijo que tenía que hablar con sus padres y decirles lo que le estaba pasando. “Claro que se notaba. Era obvio”, dice ahora. Entonces, tenía 16 o 17 años, el pelo corto, uniforme y nombre de varón. Pero ya sabía que se iba a llamar Diana, como la protagonista de la serie V Invasión Extraterrestre de la que era fanática y a la que jugaba ser desde que era chica. Sus compañeros, salvo su único amigo que era el (otro) chico gay de la clase, le hacían bullying. Ella sobrevivía. “Desde que tengo uso de razón supe que yo no era un varón más. Pero por una cuestión de inmadurez, de una mente en construcción, de lo inculcado, lo vivís con temor y con culpa. Y lo reprimís. Con dolor, porque estás reprimiendo lo que sos. El miedo al rechazo y al maltrato que sufrimos las identidades trans, incluso de los propios padres, es un cóctel devastador para cualquiera”.
-¿Cómo fue el proceso con tu familia?
-Mi familia me respetó y me contuvo. Mis padres, mi mamá y mi padrastro a quien considero mi papá, son los dos del campo y sin estudios. Y aun así lo aceptaron. No me echaron de mi casa y eso para nuestro colectivo ya es un montón. Yo mentí primero y les dije que no sabía si me gustaban los chicos o las chicas, que no sabía lo que me pasaba. Yo sabía, pero no quería ir tan de golpe. Mi viejo, que era mucho mayor que mi mamá, me dijo que ellos me iban a acompañar y que podíamos ver un psicólogo… La típica de los padres cuando les decís que estás confundida, pero pudieron entender. Después, con el tiempo empecé a dejarme el pelo largo y a vestirme como mujer y ahí les costó más. Sobre todo a mi papá, para él fue aceptar mi identidad femenina. Le costaba llamarme Diana. A los 18 años tuve como una gran crisis igual, porque aun cuando en tu familia esté todo bien, después tenés que salir a enfrentar el mundo. No te vas a quedar siempre encerrada.
-¿Fue más difícil enfrentar al mundo que a tu familia?
-Sí, perdí un año de la escuela en esa crisis sin saber qué hacer. Estuve deprimida, no quería salir ni hacer nada. Iba a terapia cada tanto, pero estuve mal. Igual, creo que esa depresión me sirvió para terminar de decir: “Yo no soy un varón gay. Yo soy Diana. Yo voy a vivir como Diana”. Pero no porque la identidad sea una elección. No. No se elige la identidad, pero se elige reprimirla o no reprimirla. Y una vez que yo elegí que no la iba a reprimir, vino toda esa crisis de ¿y de qué voy a trabajar? ¿qué voy a hacer? ¿me voy a tener que prostituir? Porque incluso cuando no te echan de tu casa, se te pasa por la cabeza que no tenés otra opción. Porque ¿cuáles son las posibilidades para una chica trans? Ahí empecé a ir a boliches gays a hacerme amigas trans para ver qué se ponían, porque también empieza todo el tema del cuerpo y las hormonas. En ese momento no existía la Ley de Identidad de Género. Todo te empuja hacia meterte en un mundo más marginal porque el otro es muy hostil para nosotras. Yo nunca me tuve que prostituir y pude hacer otra cosa. Pero no es lo más habitual en mi comunidad.
-¿Cómo fue el camino a la locución?
-Largo. Porque me faltaban muchos pasos que dar en el medio. Primero tuve que buscar de qué vivir, me anoté en un curso de peluquería y empecé a trabajar. Y me fue muy bien. Yo ya ahí me di cuenta de que la comunicación era lo mío, sea con las clientas, con el equipo. Ojo que también ahí había discriminación: una chica trans podía lavar el pelo pero no ir a la caja, ponele, ni ser administrativa. Me llegaron a decir: “Vos, puto, no soñés”. Y yo pasé a la recepción, después a la caja y llegué a ser la jefa de personal con 100 personas a mi cargo… ¿Sabés lo importante que es sentir que tenés un lugar de pertenencia o dónde podés crecer y proyectar? Fue un tiempo lindo pero que llegó a su fin porque trabajaba muchas horas y me pagaban poco, me explotaban y me cansé. Justo me separé y me pasó de todo. Me volví a deprimir y estuve muy mal. Otra vez la pregunta era qué podía hacer. Hice un curso de manicuría, empecé a atender en domicilios. Pero yo no quería eso. Y lo de la locución siempre había estado. Así que averigüé, me puse a terminar el secundario, conseguí los apuntes del ISER, me presenté y entré.
-Además de la vocación, ¿hay una carga simbólica en ser locutora?
-Absolutamente. Primero, yo creo que si no fuera por la voz natural que tengo, el ISER no me habría tomado. Yo tengo una vocación y algo concreto que es mi color de voz, femenino. Pero además la salud de la voz, porque tenés que hacer exámenes de todo tipo como audiometrías y cuerdas vocales. Eso en lo más técnico, pero también sin duda hay toda una carga simbólica en esto, porque habla de tener voz en esta sociedad. Por primera vez siento que tengo voz. Voy a decir algo interesante que dijo Franco Torchia cuando fui a su programa, justo antes de entrar a La Once Diez: él dijo algo así como ‘qué interesante sería darle trabajo a Diana. No porque sea trans pero sí porque es trans’. Y me pareció muy piola eso. Porque lamentablemente es así: hoy soy la primera locutora trans y ojalá algún día eso ya no sea noticia. Por eso, desde mi lugar, desde mi vida, desde mis actos, quiero ser una más en su lugar batallando en este proceso por la naturalización de nuestras identidades en la sociedad. Que dejemos de ser personas raras.
-¿Sentís que tenés que activar porque tu situación es excepcional para el colectivo trans?
-Soy consciente de que soy una “privilegiada” y lo llevo con responsabilidad. No tengo una militancia política partidaria, pero yo me siento comprometida con mi colectivo. Mi lucha cotidiana es contra el pensamiento antitrans. Siempre. Y más ahora como comunicadora. Es un trabajo de hormiga en el que estoy embarcada desde mi tarea: llevar un mensaje, fundamentado, claro y concreto. Porque hay mucha desinformación y prejuicios que hay que ir destrabando. Y este lugar que tengo ayuda. ¿Sabés la cantidad de gente que sigue creyendo que el género y lo genital son lo mismo? ¿Sabés que el manual de psiquiatría sigue considerando a la transexualidad una enfermedad o una aberración? ¿Sabés para cuánta gente el hecho de que la locutora sea trans les hace mirarnos distinto? Yo intento cambiar eso. Nosotrxs no podemos ni sentarnos en un colectivo o en un restaurante sin que nos miren, nos señalen o se nos rían. A mí en el tren cuando me voy a mi casa muchas veces me dicen cosas. Por eso, cada vez que me llaman para una nota hablo de que nos están matando. Y hablo de los derechos. Que hoy son muchos más que cuando yo tenía 18 años. Yo hoy gracias a la Ley de Identidad de Género tengo derechos que no tenía. Y eso es gracias al activismo y a muchxs que dieron la vida por esta lucha. Pero todavía en la Argentina, como en el mundo, depende de dónde nazcas es cómo va a ser tu vida: una chica trans acá no es lo mismo que en Tucumán o Salta, donde en 2017 están discutiendo si dar catequesis en escuelas públicas. Y esto es político: fijate cómo desde el Estado te pueden dar las herramientas para que tu vida sea mejor o mucho peor. Cómo lo que hace el Estado te atraviesa.
Fuente Agencia Presentes
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