Servir a Jesús
“El obispo, como todo cristiano, “servidor de todos” (San Agustín, obispo de Hipona)
1 de marzo. DOMINGO I DE CUARESMA
Mt 4, 1-11
Al punto lo dejó el diablo y unos ángeles vinieron a servirle
El relato de las tres tentaciones en el desierto que trae a nuestra consideración este primer domingo de cuaresma, relatando cómo el diablo intenta provocar la rebelión de Jesús contra los designios del Padre, nos trae a la memoria las triples relaciones opresoras -que también han tentado a la humanidad a lo largo de la historia- en el triple orden de lo económico (pan), lo político (reinos de la tierra), y lo religioso (milagro), como señala Schökel en La Biblia de nuestro tiempo.
Pero lo que no explica el evangelio es qué fue lo que los ángeles le sirvieron, y si por respeto a estos seres celestiales aceptó sus servicios quien en cierta ocasión dijo que él “no había venido a ser servido, sino a servir” (Mt, 20, 28).
“El obispo, como todo cristiano, “servidor de todos”, lo dijo una destacada autoridad de la Iglesia: San Agustín, obispo de Hipona, que conocía muy bien el Evangelio.
Y servir a los otros es redimir cautivos, como hacían y siguen haciendo los Mercedarios, fieles al lema de su Orden: “De cautivos a redimidos”, y en cuyas Constituciones, hoy vigentes todavía, que donde haya una necesidad social, allí estarán ellos presentes para liberar a los demás de sumisiones, pues como dice Sancho Panza en El Quijote: “el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres”.
Cuando escuché todo lo aquí mencionado, me quedé estupefacto, apoyé mis manos sobre la faz de ello, y me tembló todo el cuerpo poblándomelo de energía, por cuya causa dejé volar mis pensamientos, que habían despegado de la pista de mi mente, y recogido el tren de aterrizaje se fueron de nuevo a un aeropuerto evangélico con el nombre de María Magdalena en el frontispicio.
Lo había construido una arquitecta argentina que había estudiado Bellas Artes, y por eso era tan “lindo”, como ella misma hubiera dicho.
Entré en aquel museo que Marisa Ventura, la arquitecta argentina que había estudiado Bellas Artes, y pasé la mañana disfrutando de su ciencia: “Un viaje de descubrimiento espiritual al corazón de María Magdalena”.
He aquí dos joyas, Marisa y María Magdalena, sonora una otra en silencio, a las que yo trataré de poner música emocionado, porque cuando nos conocimos en Parquelagos aquella tarde, tu cabello enjugó mi rostro, como un día enjugaron los pies del Nazareno, dejando sus pies y mi rostro florecidos.
“Ella fue la mujer y complemento divino de Jesús, la custodia de su mensaje original, de su descendencia y linaje, Mujer de inmensa fe, sabiduría y coraje”, cuya imagen sonora aparece en el Autorretrato con laúd: imagen de sonido, de Jan Havicksz Steen.
“Habitualmente se la describe como la líder del grupo de mujeres seguidoras de Jesús, como una mujer fuerte e independiente, leal seguidora de Cristo”.
La primera en verle resucitado, Magdalena, y te dijo: Nolli me tángere, con su brazo levantado señalando el cielo, aunque seguro estoy, hubiera sido su deseo haberte dado con él un tierno abrazo: “Quiero morir en tus brazos, Magdalena, como Alfredo murió en los de Violetta”.
LLÉVAME DE LA MANO
Llévame de la mano a tus banquetes carnales
y convídame a la fiesta de tu cuerpo,
hecho de trágicos amores.
Te enseñaré las flores, Violetta,
y pediré a los pájaros que te canten canciones matinales,
y que las cítaras se bajen de los árboles,
donde los judíos deportados por Nabucodonosor a Babilonia las habían colgado,
y entonen de nuevo el coro, añorando su regreso a Judea:
Va, pensiero sull’ali dorate
va, ti posa sui clivi, sui colli,
ove olezzano trepide e molli
l’aure dolci del suolo natal!
Y tú dirás a Alfredo:
di questo cuore non puoi comprenderé tutto l’amore,
porque tan grande es el amor que le tienes, que no te cabe en el pecho.
Hasta que un día el doctor Grenvil le pronostica
que no vivirá mucho tiempo, y
Alfredo muere en los brazos de Violetta.
Vicente Martínez
Fuente Fe Adulta
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