Ven y sígueme, y te haré pescador de personas.
Tú has venido a la orilla,
No has buscado ni a sabios ni a ricos.
Tan sólo quieres que yo te siga.
Señor, me has mirado a los ojos,
Sonriendo has dicho mi nombre.
En la arena he dejado mi barca:
Junto a Ti buscaré otro mar.
Tú sabes bien lo que tengo,
En mi barca no hay oro ni espadas,
Tan sólo redes y mi trabajo.
Señor, me has mirado a los ojos,
Sonriendo has dicho mi nombre.
En la arena he dejado mi barca:
Junto a Ti buscaré otro mar.
Tú necesitas mis manos,
Mi cansancio que a otros descanse,
Amor que quiera seguir amando.
Señor, me has mirado a los ojos,
Sonriendo has dicho mi nombre.
En la arena he dejado mi barca:
Junto a Ti buscaré otro mar.
Tú, pescador de otros lagos,
Ansia eterna de almas que esperan.
Amigo bueno que así me llamas.
Señor, me has mirado a los ojos,
Sonriendo has dicho mi nombre.
En la arena he dejado mi barca:
Junto a Ti buscaré otro mar.
*
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Al enterarse Jesús de que habían arrestado a Juan, se retiró a Galilea. Dejando Nazaret, se estableció en Cafarnaún, junto al lago, en el territorio de Zabulón y Neftalí. Así se cumplió lo que habla dicho el profeta Isaías: “País de Zabulón y país de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles. El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló.” Entonces comenzó Jesús a predicar diciendo: “Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos.”
Pasando junto al lago de Galilea, vio a dos hermanos, a Simón, al que llaman Pedro, y a Andrés, su hermano, que estaban echando el copo en el lago, pues eran pescadores. Les dijo:
– “Venid y seguidme, y os haré pescadores de hombres.”
Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Y, pasando adelante, vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre. Jesús los llamó también. Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron. Recorría toda Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando el Evangelio del reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo.
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Mateo 4,12-23
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Hay que conseguir desarmarse.
Yo me afané en esa guerra. Durante años y años.
Ha sido terrible. Pero ahora estoy desarmado,
Yo no le tengo miedo a nada, porque “el amor ahuyenta el miedo”.
Aplaqué la pretensión de imponerme, de justificarme a costa de los demás,
Yo no estoy en alerta, celosamente aferrado a mis riquezas.
Acojo y comparto.
No me aferro a mis ideas, a mis proyectos.
Si me proponen otros mejores, los acepto con buen ánimo.
O no mejores, más buenos.
Lo sabéis, he renunciado al comparativo…
Lo que es bueno, verdadero, real, dondequiera que sea, es lo mejor para mi.
Por eso, ya no tengo miedo.
Cuando no se posee nada, ya no se tiene miedo.
“¿Quién nos separará del amor de Cristo?”
Pero si nos desarmamos, si nos despojamos, si nos abrimos al Dios-hombre que hace nuevas todas las cosas, entonces él transforma nuestro pasado ruin y nos restituye a un tiempo nuevo donde todo es posible.
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Patriarca Atenágoras,
Chiesa Ortodossa e Fufuro ecumenico. Dialoghi con Olivier Clément,
Brescia 1995, 209-211
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