Bautismo del Señor. Ciclo A. 12 enero, 2020
“Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrió el cielo y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él. Y vino una voz del cielo que decía: -Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto.”
Con la fiesta del Bautismo cerramos el tiempo de Navidad. ¡Y qué rápido nos ha crecido el chiquillo!
Hoy nos encontramos a Jesús respondiendo a las grandes preguntas existenciales: ¿Quién soy yo? ¿De dónde vengo? ¿Qué sentido tiene la vida?
Y encuentra la respuesta en esa voz profunda que toda persona puede oír si se regala el silencio necesario. Esa voz que nos recuerda que la materia prima de la que estamos hechas es divina. Está en bruto y necesita ser pulida, purificada y moldeada, pero nuestra esencia es divina, nos trasciende y nos conecta con la plenitud.
Por eso, cuando conectamos con esa voz inevitablemente los cielos se abren, nuestros estrechos horizontes se ensanchan y empezamos a vernos y a ver con una luz que nos hace descubrir maravillas.
Ese es el momento vocacional que experimenta toda persona humana. El punto de inflexión vital, después del cual, nuestra vida toma un cauce, un camino. Ese momento solo tiene un pequeño defecto: que solo dura un “momento”.
Después toca vivir de confianza, toca caminar con menos luz y menos brillo, a ratos incluso en una densa oscuridad. Pero ese momento, si sabemos volver a él, puede ser la luz necesaria para atravesar cualquier noche.
El mismo Jesús escucha tres veces una voz que le recuerda quién es y qué debe hacer. Una en el bautismo al empezar, otra en la trasfiguración cuando se encuentra confundido y crece la hostilidad hacia él, y la última en la agonía de la cruz, cuando el centurión que le ve morir exclama:
“- Verdaderamente, este es Hijo de Dios.”
Tener clara nuestra vocación no nos garantiza que no tendremos dificultades, no. Tener clara nuestra vocación nos ayuda a atravesar cualquier dificultad y enfrentar incluso la muerte con tal de dar respuesta.
Oración
Envíanos tu Santo Espíritu, que descienda sobre nuestros corazones y podamos oír la voz que nos recuerda nuestra identidad: Tú eres mi Hija, mi Hijo, amada.
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Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa
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