Una caña en el desierto.
Necesito a Jesús y no a algo que se le parezca (C. S. Lewis)
15 de diciembre. DOMINGO III DE ADVIENTO
Mt 11, 2-11
Cuando se marcharon, se puso Jesús a hablar de Juan a la multitud: ¿Qué salisteis a contemplar en al desierto? ¿Una caña sacudida por el viento
Estas afirmaciones son una construcción literaria que dejan claro quién es Juan y quién es Jesús, sin duda, con características peculiares.
Lo que también debe ser construcción literaria es lo que San Juan evangelista dice en Apocalipsis 1, 7: “Mira que llega entre las nubes: Todos los ojos lo verán”, pues lo que indudablemente es cierto, es que ni llegará entre las nubes ni lo verán nuestros ojos.
Para nosotros los cristianos, lo más transcendente y vital de todas estas desconcertantes visiones, es descubrir la realidad de todo ello, cosa no fácil a lo que parece fue, para las primeras comunidades cristianas.
¿Pero nos han marcado pautas para hacerlo? Los que seguían a Jesús eran hombres y mujeres comunes y corrientes, que ayudaban a los marginados, que vivían viajando, casi siempre sin ningún techo sobre sus cabezas y pasaban gran parte de su tiempo aprendiendo, contemplando en silencio y preparándose para llevar la Buena Nueva al mundo entero, sin forzar voluntades.
Otra característica suya, posiblemente la más destacada era ésta, “Ama a tu prójimo como a ti mismo”, de Lucas 22, 39, de donde se deriva la necesidad de no ser severo ni juzgar a los demás innecesariamente, porque existe solo un único Juez.
El rabino Akiva ben Iosef, fue uno de los sabios tanaim, que vivió a finales del sigo I y principios del II, dice que este es el propósito de toda la enseñanza y revelación de la Torá, y que “ama a tu prójimo como a ti mismo” es la totalidad del propósito de todo trabajo espiritual, que la verdad es que cuando dice que tienes que amar a los demás como a ti mismo, en realidad es más que eso: tienes que preocuparte por ellos más de lo que lo haces por ti.
Un tanaim era un sabio que acompañaba a los jueces, citaba los textos cuando era solicitado y agregaba nuevos comentarios.
También todos debemos ser al menos un poco tanaim, y ser capaces de opinar sabiamente sobre cuestiones que nos incumben o incumben a los demás, como lo fueron en estas y otras cuestiones tantas personas.
La sabiduría es la habilidad de una persona para emitir juicios certeros basados en el conocimiento y la experiencia, una destreza que ha sido eminentemente valorada desde la antigüedad, desde las grandes tradiciones filosóficas y religiosas, que nos obliga a observar el mundo en tonos grises, no en blancos y negros únicamente.
Los sabios son especialistas en la que experto en estrategia Roger Martin llamaba el pensamiento integrador, que es la capacidad para mantener dos ideas diametralmente opuestas en su cabeza y saber conciliar éstas en cada situación.
El filósofo alemán (1724-1804) Immanuel Kant, fue claro al respecto: “El sabio puede cambiar de opinión, el necio, nunca”.
Como decía. S. Lewis (1898-1963) apologista cristiano:
“Necesito a Jesús y no a algo que se le parezca”
Y ahora cabe preguntarnos: Qué salimos a contemplar al desierto, ¿cañas sacudidas por el viento?
CONÓCETE A TI MISMO
Un director de orquesta necesita ser capaz
de pensar acústicamente, ser espontáneo,
conocer la partitura, dominar la técnica,
y comprender a los músicos.
El principio de la música de cámara es el diálogo,
comprender y respetar que cada instrumento hable de forma diferente,
que cada músico interprete la melodía de distinta manera,
y que al final, todos y todo se funden en el otro.
El Talmud y la Biblia nos enseñan,
no sólo a tratarnos a nosotros mismos,
sino también a nuestro prójimo.
Primer capítulo del Evangelio:
“Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
Los griegos lo interpretaron de este modo:
Γνῶθι σεαυτόν (Conócete a ti mismo),
Porque, como añadió la sibila del Olimpo:
Si te conoces a ti mismo, conocerás a los dioses.
Vicente Martínez
Fuente Fe Adulta
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