Domingo XXXII del Tiempo Ordinario. 10 noviembre, 2019
“…y es que ya no pueden morir, pues son como ángeles; son hijos de Dios, porque han resucitado”.
El Evangelio de este domingo nos plantea una cuestión muy seria. Más allá del lio de los siete maridos, lo que pone sobre el tapete es el tema de la Resurrección.
Y no es tan fácil como en Pascua. En Pascua hablamos de la resurrección de Jesús, la celebramos y con la primavera se nos va llenando todo de vida, de esperanza y de colores. Podríamos decir que creer en la resurrección de Jesús es fácil, es lo que esperamos durante toda la cuaresma. Esperamos que la vida venza sobre la muerte. Esta es la esperanza cristina: la muerte no tienen la última palabra.
Hasta aquí todo bien. Pero el evangelio de hoy no nos habla de la resurrección de Jesús, no. Lo que nos pregunta este evangelio es: ¿qué esperamos, qué creemos que hay después de la muerte, de la nuestra y de la nuestros seres queridos? ¿Qué creemos que es morir?
Pregunta difícil, incómoda, sobre todo si la muerte está presente y cercana en nuestra vida. Una manera de saber verdaderamente qué creemos que hay después de la muerte es pararnos a pensar en qué le hemos dicho a una persona cercana cuando ha fallecido un ser querido o más aún; qué hemos pensado y sentido ante la muerte de una persona a la que queríamos.
¿Creemos realmente que la muerte es de verdad la Pascua? Ese paso que nos conduce a ser en plenitud aquello que anhelamos. ¿Creemos de verdad en la VIDA (con mayúsculas) que inaugura Jesús? ¿Te lo crees?
Oración
Trinidad Santa, no permitas que nos dejemos arrastrar por las redes de nuestra sociedad
que nos quiere hacer creer que no existe la muerte, ni la enfermedad, ni el dolor…
y con ello nos vuelve incapaces de hacerles frente con humanidad y madurez.
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Fuente: Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa
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