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No es lo mismo fe que doctrina

Domingo, 6 de octubre de 2019

cristo-cerezo-720_560x280Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

  1. Auméntanos la fe. no es lo mismo fe que doctrina

            Los apóstoles piden a Jesús que les aumente la fe, que no significa que les aumente la doctrina o les dé unas cuantas clases de teología.

doctrina

            La doctrina, la teología son la formulación, la expresión de la fe, de lo que creemos. Lo primero y primario es la fe, luego vendrán las doctrinas, formulaciones, catequesis, etc.

            De ahí que uno puede saber mucha doctrina o teología y no ser creyente. Probablemente es lo que les pasaba a los apóstoles: sabían toda la doctrina, pero tenían poca fe, por lo que le piden a Jesús: auméntanos la fe.

Fe

            Es la confianza total en la vida, en Dios. Fe cristiana es la experiencia personal de la misericordia de Dios Padre.

            La fe no es una cuestión de cantidad de doctrinas o catecismos, sino la calidad de nuestra relación con Dios y con la vida. La fe es, ante todo, confianza inquebrantable en Dios. Fe es vivir confiando en la bondad de Dios.

Si la fe te causa miedo, no es fe, sino un subproducto religioso. Recordemos aquella parte de la oración de Teilhard:

Cuanto te deprima e inquiete es falso.

Te lo aseguro en el nombre

de las leyes de la vida

y de las promesas de Dios.

Por eso,

cuando te sientas apesadumbrado, triste,

adora y confía.

Uno de los sentidos de la palabra fe es confianza. Un creyente se fía de Dios, confía en Dios. Sé de quién me he fiado, dice la tradición de San Pablo. (2Tim 1,12).

            La vida transcurre con entereza y se realiza con esperanza cuando vivimos en la confianza (fe) como actitud existencial.

            Cuando digo -sin palabras- “yo creo”, estoy afirmando que confío, me fío. La vida necesita y merece “credentidad” de ser vivida.

            Creer es confiar en el Señor (¡no tenerle miedo!). Más que creer en Dios, “creemos a Dios”, confiamos en Dios.

  1. El ser humano necesita creer para vivir.

            La fe, lo que uno piensa y cree es lo más central de la existencia humana. Necesitamos creer, confiar en algo o en Alguien para vivir humanamente. Nos podremos equivocar de dioses (ídolos) y de fe, pero necesitamos ambos para vivir. El mismo Nietzsche (ateo macizo) decía: “mejor cualquier fe a ninguna fe”.

La fe -lo que creemos- ilumina toda nuestra vida, todas nuestras opciones, todos nuestros pasos. Vivimos de lo que creemos. Quien cree (fe) en la patria, en el dinero, en el poder, toda su vida se ve coloreada por tal fe y uno vive “por y para” esa realidad en la que ha puesto su confianza.

Podríamos traducir la expresión de Habacuc y de San Pablo por: “uno vive de lo que cree y para lo que cree”. El justo, el ser humano vive por la fe.

Vivir en una permanente desconfianza es casi imposible. Para vivir hay que creer (confiar) en la vida, en los demás, en Dios. Lo problemático en la vida no es confiar, sino desconfiar. Nos es necesaria la fe, alguna fe, para vivir equilibradamente como personas.

  1. Crisis de fe y crisis de creencias

            De unas décadas a esta parte, los sectores más ultraconservadores de la iglesia han echado en cara que muchos católicos, sobre todo los que amamos y vivimos el Concilio Vaticano II, que estamos sumidos en una crisis de fe y la hemos echado a perder, cuando en realidad el Concilio promovió un cambio de formulaciones, de expresiones, es una crisis, el Concilio y la vida eclesial de las comunidades cristianas fueron un crisol donde se purificaron ciertas creencias y formas que impiden que la fe en el Señor siga viva hoy en día.

            Cuando se nos echa en cara que no tenemos fe, lo que hemos hecho ha sido un cambio de creencias (así lo expresaba Ortega y Gasset en su momento), de formulaciones, de estructuras.

A la fe no vamos a volver retornando a las posturas más intransigentes, cuando no fanáticas de “palo y tente tieso”. [1] La misericordia es mejor que el fanatismo, “mejor con miel que con hiel”, dice un proverbio castellano.

  1. La confianza como tono vital.

            En momentos de crisis personales, de depresión, de crisis eclesiásticas la vía de salida está en la confianza en Dios y en los demás. La solución a estas crisis no está en la quincallería eclesiástica, sino en la confianza en la misericordia de Dios.

            Y la fe acontece en la profundidad e intimidad de la propia conciencia. La confianza, el amor acontecen desde lo más profundo de nuestro ser y ahí hallamos una inmensa paz y serenidad

Si tuviéseis fe como una pequeña semilla de mostaza…

            La semilla es pequeña, débil, pero llena de vida. Es como el sentido de la vida: algo muy tenue, muy frágil, pero lleno de vida que impregna la existencia de horizonte y sentido.

            No hacen faltan grandes alardes ni concentraciones para confiar, para creer. La fe acontece en la sencillez de la vida cotidiana, en la confianza matrimonial, en el silencio interior de la noche (quizás personal), en la soledad (comunitaria) de la celda de la vida monacal. La fe es tan fuerte, porque es tan sencilla, la fe es la semilla en la tierra de nuestra vida.

  1. Acojamos y generemos confianza

La confianza es buena, hace bien, sana. Pongamos nuestra existencia en Dios, confiemos y generemos confianza y paz en nuestro derredor.

Abiertos al ser, a Dios, a Cristo digamos el acto de fe:

¡Señor, auméntanos la fe!

[1] Con la nueva situación que nos ofrece el obispo de Roma, Francisco, la intransigencia casi fanática de la doctrina (que no verdad) ha dejado paso a la bondad y la misericordia. La Iglesia está dejando de ser un tribunal inquisicional y está pasando a ser un redil, un hogar, un lugar de misericordia.

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