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“¡Si tuvierais fe … !”. Domingo 06 de octubre de 2019. 27º Ordinario

Domingo, 6 de octubre de 2019

52-ordinarioc27-cerezoLeído en Koinonia:

Habacuc 1, 2-3; 2, 2-4: El justo vivirá por su fe.
Salmo responsorial: 94: Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: “No endurezcáis vuestro corazón.”
2Timoteo 1, 6-8. 13-14: No te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor.
Lucas 17, 5-10: ¡Si tuvierais fe … !

Ofrecemos en primer lugar un comentario bíblico tradicional

El profeta Habacuc nos pone en el contexto del diálogo entre el profeta y Dios, donde el primero toma la iniciativa y pregunta a Dios por la raíz del mal y el sufrimiento que lo rodea. La injusticia, la violencia y la desigualdad parecen convertirse en la única forma de vivir de la sociedad en muchos momentos, no sólo de la historia del pueblo de Dios, sino también de la historia de la humanidad. La queja del profeta es clara: no hay justicia; se vive en una violación sistemática de los derechos básicos provocados por la anomia y la confusión de su tiempo. Sin embargo, la respuesta del Señor, ante la situación, no se hace esperar. El Dios de la historia y la creación hace un llamado al “justo” a la fidelidad y a la confianza. Dios se encuentra con el ser humano en la justicia, en la resistencia pacífica y en la esperanza del ser humano en él.

En la segunda carta a Timoteo el autor nos presenta de dónde procede el ser apóstoles del Señor: del plan divino de la salvación de Dios. Los creyentes hoy estamos exigidos a tomar conciencia que hemos recibido del Señor el don de la fe, de la fortaleza y de la caridad; por tanto, este don recibido demanda una respuesta oportuna. Ante la situación tan compleja, adversa y confusa de nuestra situación mundial, los carismas del Espíritu del resucitado se nos dan para dirigir a la comunidad humana con valentía y dar testimonio de la liberación y salvación del Señor. Dichos dones recibidos de la gracia de Dios, son también, tarea humana, y necesitan ser cultivados e incrementados constantemente para evitar caer en el absurdo y la desesperanza.

En el texto de Lucas vemos a los discípulos, conscientes de su poca fe, de su incapacidad para dar su adhesión plena a Jesús y a su mensaje. Por eso le piden que les aumente la fe. Jesús constata en realidad que tienen una fe más pequeña que un grano de mostaza, semilla del tamaño de una cabeza de alfiler. No dan ni siquiera el mínimo, pues con tan mínima cantidad de fe bastaría para hacer lo imposible: arrancar de cuajo con sólo una orden una morera y tirarla al mar. Este mínimo de fe es suficiente para poner a disposición del discípulo la potencia de Dios.

Miro a mi alrededor y pienso que algo no funciona. Tantos cristianos, tantos católicos, tantos colegios religiosos… Y me pregunto: ¿Cuántos creyentes? ¿Tienen fe los cristianos, los sacerdotes y religiosos, los obispos? ¿Tenemos fe? ¿O tenemos una serie de creencias, un largo y complicado credo que recitamos de memoria y que poco atañe a nuestras vidas?

Las palabras de Jesús siguen resonando hoy. “Si tuvierais fe como un grano de mostaza…” O lo que es igual: si siguierais mi camino, si vivierais según el Evangelio… tendríais la fuerza de Dios para cambiar el sistema.

Sigo mirando a mi alrededor y veo una Iglesia apegada a sus privilegios, que se codea con los poderes fácticos, que depende en muchos países económicamente del Estado, capaz de echarle un pulso al poder político y vencer, identificada con frecuencia con la derecha o el centro, defensora a ultranza de su estatuto de religión verdadera y prioritaria.

Me vuelvo al evangelio y releo sus páginas: “Vende todo lo que tienes y repártelo a los pobres, que Dios será tu riqueza, y anda sígueme a mí” (Lc 18,22). “Las zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos, pero este hombre no tiene dónde reclinar la cabeza” (Lc 9,58). “No andéis agobiados pensando qué vais a comer, ni por el cuerpo pensando con qué os vais a vestir” (Lc 12,22). “Los reyes de las naciones las dominan y los que ejercen el poder se hacen llamar bienhechores. Pero vosotros nada de eso; al contrario, el más grande entre vosotros iguálese al más joven y el que dirige al que sirve” (Lc 22,25-26).

Pobres, libres, sin seguridades, sin poder, como Jesús. Sólo tiene fe quien se adhiere a este estilo de vida evangélico. Quien no, tiene creencias, que para casi nada sirven. Y así no se puede cambiar ni el sistema religioso ni siquiera el mundano.

Tal vez tengamos que reconocer que somos “siervos inútiles”, pues no andamos en el sistema de la fe, sino en el del cumplimiento de las obras de la ley, como los fariseos, que, al final, de su trabajo tienen que considerarse “siervos inútiles”, pero no “hijos de Dios” que es a lo que estamos llamados a ser, como ciudadanos del Reino que todos anhelamos.

El evangelio de hoy no está recogido en la serie «Un tal Jesús», pero en ella puede encontrarse varios episodios relacionados con el contenido de ese evangelio: https://radialistas.net/category/un-tal-jesus

Añadimos un comentario crítico.

La palabra «fe» es polisémica, tiene significados múltiples, que dependen del contexto de su uso. En el evangelio que hoy leemos, es claro que aparece como sinónimo de coraje, decisión, convicción de entrega… y «esa fe» es la que mueve montañas… o traslada moreras, no necesariamente con una eficacia «sobrenatural», sino a veces simplemente psicológica.

No hay que confundir ese significado de la palabra «fe» con aquel otro que se nos inculcó en el catecismo infantil: «fe es creer en lo que no se ve», significado dominante en el imaginario cristiano tradicional. Confundir estos significados de la palabra nos lleva a pensar que lo que Dios nos estaría pidiendo como prueba máxima en nuestra vida sería una especie de «fideísmo», un creer lo que no se ve, un aceptar sin pruebas lo que nos dice la religión, un saltar continuamente por encima de nuestra razón o de lo que hoy nos dice la ciencia… para «creer» o dar por cierto prioritariamente lo que dice nuestra religión (doctrina, dogmas, catecismo, magisterio…), sin pedir razones, sin cuestionar, obedientemente, como niños, porque sí.

Obviamente, esta confusión, tan frecuente, es una distorsión del cristianismo, y de la religión misma, en lo que tiene de más básico. ¿Es que Dios puede jugar al escondite con la humanidad? Es que, supuestamente, la «prueba máxima» exigida por Dios al ser humano en esta vida, sería «creer en la existencia de Dios», una existencia deliberadamente auto-ocultada, para probarnos? Ésa es en definitiva la síntesis de una tradicional concepción cristiana de la existencia, la que hemos vivido durante casi dos milenios. Y está todavía presente en el imaginario de muchas personas, personas que se mantienen cristianas, y personas que no aguantaron la sensación de incredibilidad que esta visión clásica les suscita.

Es hora de matizar bien el sentido de las palabras claves que el evangelio y la Biblia en general nos presentan. No podemos leerlo hoy entendiéndolo como se entendía en el seno del viejo paradigma, que todo lo entendía como obra de un Dios que habría decidido crear al ser humano en esta vida pidiéndole caprichosamente «creer en lo que no se ve»… Aquella concepción, aquel viejo «relato cristiano», incluso esa imagen de un Dios que tiene esos planes sobre la humanidad, no resisten la mirada crítica de nuestra visión de hoy. No podemos creer en un Dios así. No podemos creer eso (es decir: nos resulta increíble, ininteligible, inverosímil incluso); no podemos aceptar una tal cosmovisión cristiana.

Dios no juega al escondite, ni nos obliga a jugar ese juego. Es seguro que a Dios le agrada que nos tomemos la vida en serio y con pasión, que busquemos con ahínco la verdad, que nos apoyemos en la ciencia, y que hagamos continuamente hipótesis (provisionales hasta que encontremos otras mejores y más plausibles), y que no nos resignemos a pensar que en el centro del significado de nuestra existencia humana estemos llamados simplemente a «creer lo que no se ve», ciega e infantilmente.

La actitud de fe a la que Jesús nos llama hoy es la del coraje de combatir la oscuridad, la valentía de buscar la verdad, y el valor para asumir, «visto lo que podemos ver», una decisión interpretativa sobre el mundo y sobre lo que no se puede ver. Todo lo contrario de una «fe del carbonero», todo lo contrario de una actitud infantil, ciega, cobarde, alienante… Cuando nos recomienda una actitud de fe, lo que Jesús nos pide es una actitud valiente de coraje, de atrevernos a tomar una decisión interpretativa de la existencia, a partir de lo poco o mucho que dan de sí nuestras actuales condiciones de conocimiento. Él también tuvo fe, no lo veía claro, y tuvo el coraje de tomar una posición existencial positiva y creativa ante las oscuridades que rodean el mundo y nuestras vidas personales.

Para la revisión de vida

El justo vivirá por la fe… ¿Puedo decir yo lo mismo de mí mismo? ¿Es la fe el principio que realmente orienta mi vida? ¿Soy en verdad una persona “de fe”, de coraje, de valor?
¿He hecho lo que tenía que hacer? ¿Se me debe agradecer lo que he hecho? ¿Tengo simplicidad de corazón, o necesito continuamente estar recibiendo alabanzas o gratitud de los demás?

Para la reunión de grupo

– Si el justo vivirá por la fe… analicemos: qué porcentaje de nuestra propia vida estamos conduciéndola así por una decisión personal ante el misterio de la existencia, de forma que si perdiéramos esa fe inmediatamente nos conduciríamos de otro modo? Si ese porcentaje es pequeño, significa que no es muy grande el coraje de mi fe.

– En qué situaciones del mundo de hoy el cristiano consecuente debería ir a contracorriente, fiado en su fe y no en lo que es usual en la sociedad actual?

– «El Señor dijo: Si tuvieran fe como una semilla de mostaza, dirían a esta morera: Arráncate de raíz y plántate en el mar, y les obedecería»… ¿Cómo leemos esto hoy? ¿Alguna vez lo hemos entendido literalmente? ¿Es posible que por mucha fe que tenga una persona, pueda arrancar una morera con un acto de fe? ¿Por qué hoy no podemos entender esto literalmente? ¿Por qué hoy no creemos en milagros físicos? ¿Será que tenemos todavía en nuestra mente una visión premoderna de la realidad, como dividida en dos pisos, pensando que desde el piso superior Dios puede actuar sobre el nuestro…? Si esta temática no estuviera clara en la comunidad o grupo de estudio, podría ser bueno organizar un curso o cursillo sobre el paradigma moderno. Un libro que podría servir de texto base sería Otro cristianismo es posible, de Roger Lenaers sj, de editorial Abyayala, colección Tiempo Axial (tiempoaxialorg), disponible en http://2006.atrio.org/?page_id=1616

Para la oración de los fieles

– Para que sea la fe el principio que organice, anime e impulse nuestra vida, roguemos al Señor.
– Para que vivamos nuestro cristianismo como un seguimiento de Jesús: creer como él, afrontar la vida y la historia como él, ser en verdad discípulos suyos…
– Para que demos nuestra contribución al Reino de Dios con entusiasmo, con pasión y, a la vez, con complicidad y humildad, conscientes de que ese trabajo es simplemente “lo que debemos hacer”…
– Para que el Señor nos dé la humildad de los que “hacen lo que deben” sin sentirse importantes ni dignos de agradecimiento…
– Para que sean muchos los jóvenes que, con simplicidad y humildad, se sientan llamados a un servicio total y desinteresado…

Oración comunitaria

Dios, Padre Nuestro, que en Jesús nos has mostrado el camino heroico del servicio y la entrega sin ostentación ni exigencias; haz que nosotros, con motivos mucho mayores, seamos humildes, sencillos y fraternales, sin reclamar nunca honores, reconocimientos ni agradecimientos. Por Jesucristo Nuestro Señor.

– Oh Dios, Misterio insondable que nos rodea y envuelve, dentro del cual nos movemos sin poder captarlo ni observarlo desde fuera, como «ob-jeto»… Aceptamos agradecidos esta participación, este ser parte del todo del misterio. Asumimos con gozo nuestra condición, y renovamos con coraje nuestra decisión de vivir lo más coherentemente posible con nuestra propia condición divina, en la que nos has dado la gracia de participar. Acoge nuestro gozo, y esta manera personalizada de expresártelo. Tú que vives y haces vivir, porque eres la misma Vida-Energía sin principio ni fin. Amén.

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