Responsables de nuestro tesoro
11 de Agosto de 2019
El evangelio de Lucas de este domingo nos presenta un texto lleno de mensajes importantes sobre el seguimiento a Jesús. El contexto de estos versículos es la comprensión del Reinado de Dios y las actitudes incompatibles para percibirlo. Estas palabras se encuadran dentro del viaje de Jesús hacia Jerusalén y nos muestran a un Jesús liderando un nuevo movimiento socio-religioso marcando claramente lo esencial y lo superfluo.
Comienza el texto con una rotunda expresión: a vosotros se os ha dado el Reino. Sin esta conciencia de que somos portadores de este espacio de Dios, es casi imposible situarse desde la confianza y el compromiso con todo lo que supone. El Reino no es lugar al que iremos después de la muerte; como bien dijo Jesús en otro momento: el Reino está dentro de vosotros, por tanto, es un espacio que ya llevamos en nuestra identidad profunda. Sin aceptar esta coordenada no es fácil disponerse para conectar con esta realidad interior.
Inicia el discurso con una serie de indicaciones que van acotando la manera de acceder y tomar consciencia de esta dimensión existencial. Les habla de un claro desapego de las realidades que caducan; precisamente, porque en cualquier momento pueden caducar, cabría esperar un vacío emocional que se incrusta como una gran sombra vital que no permite ver y apoyarse en la Luz. No se trata de no tener cosas sino de usar bien lo que se tiene. Tampoco se trata de despreciar el bienestar sino de priorizar la felicidad a pesar de lo que pueda incomodarnos en la vida. Y, mucho menos, de vivir al margen del mundo sino abrazar al mundo para ver más allá de lo físico y sensible. Porque, efectivamente, según las palabras dichas por Jesús en este texto: donde está vuestro tesoro, allí también estará vuestro corazón. Esta es la clave de la existencia humana y de la felicidad: ser conscientes de cuál es nuestro tesoro, lo que consideramos más valioso porque el corazón va a habitar ahí. La propuesta evangélica no se refiere al corazón afectivo sino al corazón existencial, ese centro vital desde donde fluyen las hondas e-mociones y dinamismos de la vida auténtica. El corazón es una potencia interior que es capaz de traslucir la vida divina desde la fuente hacia el exterior. Jesús le dedicó una Bienaventuranza, una pieza clave para comprender este espacio de Dios: “Dichosos los que tienen un corazón limpio porque verán a Dios”, según recoge el texto de Mateo.
Continúa el discurso de Jesús con una invitación a estar preparados; ¿Preparados para qué o para quién? Podría interpretarse como una actitud por si nos sorprende la muerte. Quizá se refiera, también, a estar preparados para cuando nos llegue ese momento de consciencia en el que toda nuestra vida se vuelve coherente, clara, fuerte, amarrada en la luz y en la potencialidad de Dios, además de sentirnos seres únicos y necesarios en este mundo. Estar preparados para vivir desde lo esencial, estar preparados para dejar de estar sometidos a las realidades temporales y mirar el misterio humano desde la dignidad que somos y tenemos. Ser como el criado fiel y prudente de la parábola supone ser conscientes de todo cuanto recibimos en cada momento para repartir las raciones a su tiempo; las raciones de justicia, igualdad, paz, perdón, generosidad, esperanza; en definitiva, una mirada nueva e inclusiva a todo aquello y aquellos y aquellas que son diferentes o que puedan cuestionar nuestras creencias y patrones mentales, amenazar a nuestro ego y/o desestabilizar nuestra zona de confort y nuestro estatus.
Parece que los discípulos no comprenden bien toda esta lección y Pedro pregunta a quién va dirigido este mensaje. Un mensaje tan directo les haría muy responsables de vivirlo y aún no han soltado el lastre de la mentalidad judía; una visión en la que la salvación es un premio y no una gestión del acto creador en cada ser humano como podemos interpretar en las palabras de Jesús: os aseguro que lo pondrá al frente de todos sus bienes. Esa salvación que ya está en cada ser creado y que somos responsables de encarnarla en lo concreto de la vida.
Concluye el texto con una convicción profunda de Jesús: a quien se le dio mucho, se le podrá exigir mucho; y a quien se le confió mucho, se le podrá pedir más. Quienes somos conscientes de esta revelación somos responsables de aprender a negociar estas luces y tesoros interiores para que el Reinado de Dios, la nueva Humanidad en palabras de Pablo, no sea una quimera, una utopía, una ideología, algo que vendrá, sino nuestro presente arraigados en lo que somos y en el Dios que nos va sosteniendo en cada momento de la vida.
FELIZ DOMINGO
Rosario Ramos
Fuente Fe Adulta
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