11. 8. 19. Dom 19, Tiempo ord. C. Lc 12,33-34. Comparte, no poseas: Vende lo que tengas, regala lo que obtengas.
Teología de Jesús, una práctica de vida
Domingo 19. Tiempo Ordinario. Ciclo C. Lc 12, 32-48. Ayer traté de la buena teología de Jesús y de la Iglesia, que no parece ser, al menos totalmente, la de algunos cardenales (al servicio del orden sacral de la Iglesia), sino una teología de la gratuidad y comunión interhumana; una teología cuyo “Dios” son los bienes de la tierra convertidos en regalo, de manera que aquello que la Iglesia tiene (su propiedad, to hyparkôn) sea don: todo se vende para compartirlo todo en gratuidad (eleêmosynê).
Se trata de vender (superar la propiedad “privada”) para no vender ya más ( que todo sea regalo/limosna), pasando así del plano del neg‒ocio entendido en forma talión (ojo por ojo…) al ocio y don de la existencia, esto es, al Dios que lo da todo (se ha dado a sí mismo) en gratuidad total.
Ésta es la teología de Jesús: regalar la vida y compartirla, en gratuidad, en confianza de futuro (de resurrección), en un mundo que tiende a identificar a Dios con su contrario (Mammón, dinero).
El evangelio nos sigue situando ante el tema de la riqueza y la pobreza de la vida, del riesgo que implica un tipo de riqueza al servicio de la muerte, y de la gracia y gloria (bendición) de lo que, con lenguaje provocador Jesús llama “riqueza del cielo”.
Éste es el argumento de fondo de Lucas, condensado aquí en una serie de propuestas divinas, es decir, “económicas”. Es un texto largo y no puedo comentar todas sus partes, por eso me limito a la primera (12, 33-34), en la que Jesús pide a sus discípulos que vendan lo que tienen, que lo vendan todo para dárselo a los pobres, esto es, que sepan desprenderse para compartir con los demás el más alto don de la vida, consiguiendo de esa forma una riqueza superior, propia “del cielo” (un tesoro de amor y de fraternidad, de vida futura, es decir, de resurrección).
Preguntas esenciales
El texto plantea unas preguntas radicales, que una y otra vez que han marcado la historia de la iglesia cristiana, y que ahora son decisivas no sólo para la felicidad de los cristianos en particular, sino para el cristianismo (que tiende a diluirse como negocio sacral auto‒referencial….), para hacer así posible la pervivencia del hombre sobre el mundo, es decir, la resurrección:
1) Vende lo que tienes… ¿Eso lo dice Jesús sólo de aquellos que le siguen de un modo directo, o debe aplicarse a todos los hombres, fuera y dentro de la Iglesia? ¿Quiénes han de venderlo todo y compartirlo en perspectiva de Iglesia, sólo los curas o frailes y monjas, o todos los cristianos? ¿Cómo puede y debe hacerse pobre la Iglesia de Jesús para ser de esa manera verdaderamente rica?
2) ¿Qué ha de vender‒dar la Iglesia? ¿Qué bienes se han de vender para darlos en limosna, es decir, en gratuidad, sin pagos ni hipotecas?Dejo la pregunta así abierta, pero recordando que se trata de pasar del plano del tener, donde las cosas son ta hykharjonta, aquello que domino y tengo para mí, al plano de la eleêmosynê, lo que es don y regalo gratuito de la vida, aquello que tenemos sin tenerlo, todos, porque lo regalamos. ¿Qué debe vender y regalar la Iglesia: sus propiedades todas, sólo algunas que sobran o también los edificios y vasos sagrados, incluida la catedral de mi pueblo y el Estado Vaticano? ¿Cuáles quedan excluidos?
3) De tener al compartir. El tema de fondo es es el paso de ta hyparkhonta (es decir, de los bienes como algo propio, que uno domina para sí, en un plano de poder y compra‒venta) a la eleêmosynê, que no es la limosna privada y marginal, sino la justicia entendida como experiencia de vida compartida. Dedicamos a este tema un libro J. A. Pagola y un servidor (Entrañable Dios. Las obras de misericordia, Verbo Divino, Estella 2016).
Mostramos allí con toda claridad que la “limosna” bíblica (que es comunión de vida) no se opone a la justicia, sino que es la justicia verdadera (la tsedaqa). Ciertamente, en un sentido “tenemos” cosas (y así podemos hablar de ta hyparkhonta); pero en otro sentido esos bienes, para que sean de verdad “míos” tienen que hacerse “nuestros”, es decir “eleêmosynè”, amor compartido en gratuidad, la comunidad de la vida como tesoro verdadero, identidad del hombre.
4) Organizar el don. El problema empieza cuando se quiere y se debe “organizar” ese paso de las cosas como posesión a las cosas como don/comunión, es decir, a la limosna, para que no se dilapide sin más, para que no surjan unos aprovechados de turno y empiecen a administrarlo todo (lo de todos) a su servicio particular. Surgen en este contexto muchísimas preguntas: ¿Qué se puede hacer cuando se vende todo y no se tiene nada como posesión propia, egoísta? La Iglesia en su conjunto, en los últimos siglos, ha tenido un miedo total a ese pasaje, y ha defendido la propiedad particular con miedo cerval, a capa y espada. Ciertamente, ella ha sabido y sabe que los bienes tienen una “finalidad social”, al servicio de los pobres… ¿Pero, cómo vivir, producir y compartir en gratuidad, sin el aguijón del egoísmo propio? ¿Cómo dar si ya no queda nada para dar? ¿O una vez que das todo te haces rico?
5) Evangelio sin glosa. Muchos piensan que es mejor no tomar en serio ese evangelio, escucharlo como música celeste que no se aplica en esta tierra, ni en la Iglesia? ¿No será mejor decir que ese evangelio de Lucas (y de Mc y Mt? es un apócrifo engañoso al que no debe hacerse caso. Empezamos con la catedral de mi pueblo: ¿es de verdad casa de todos? ¿Quién la administra así, para que sea casa de todos…? Los conventos y parroquias de mi pueblo, los colegios y hospitales administrados por gente de iglesia… ¿son casa de todos, en gratuidad? ¿Cómo se puede lograr que así sean…?
6) Ciertamente, la Iglesia ha iniciado buenos caminos en esta línea… Todos conocemos grupos de iglesia que abren sus templos y casa a los pobres, que montan “chiringuitos” como Cáritas que (en contra de una frase malvada de un político de VOX, que es su voz, no la del pueblo) no son “chiringuitos” para trapicheo de algunos, sino espacio de comunicación abierta a los in pan, casa ni tierra… Sin duda, la Iglesia ha sido y sigue siendo ejemplar en algunas de sus organizaciones, al servicio de la “limosna” entendida como gratuidad y vida compartida. Pero siguen abiertas muchas preguntas y por eso quiero comentar este evangelio.
Texto
Vended vuestros bienes y dadlos en limosna; haceos unos bolsos que no se vuelvan viejos,un tesoro en el cielo que nunca se agote, donde puedan acercarse los ladrones, ni pueda roerlos la polilla.Porque allí donde está vuestro tesoro allí estará también vuestro corazón (Lc 12, 33-34).
Empezar ubicando el texto. El cielo está aquí, no simplemente más allá
Éste es un pasaje central del evangelio, que ha de ponerse al lado de aquel rico al que Jesús le pide que lo venda todo y lo dé a los pobres, para que así tenga un tesoro en el cielo y después (al mismo tiempo) pueda seguirle (cf. Mc 10, 21 par). Como precisa bien el evangelio, en otro lado, no se trata de vender, dejar y abandonar la vida activa (irse al desierto), sino de vender para dárselo a los pobres y para compartirlos, recibiendo así el ciento por uno en casa, familia y posesiones (cf. Mc 10, 28-31 y par).
Este pasaje de “vender y hacer tesoros para el cielo” ha sido transmitido también y de forma, y de un modo más “antiguo” (más completo) por Mt 6, 19-21. No se trata de atesorar para “el más allá” (de tener tesoros amontonados un tipo de Banco de San Pedro (de ganar méritos para el cielo), para después de esta vida), sino de atesorar aquí, en este mundo, para estos pobres concretos que nos rodean, formando ellos el tesoro del reino.
Quiero destacarlo bien, desde el principio. El “cielo” donde hay que atesores no es un más allá platónico de angelitos buenos (que nos recibirán con la bosa llena), sino que empieza siendo cielo concreto de los hombres y mujeres de este mundo, donde Jesús anuncia y comienza a extender su reino. Frente a los que amontonan aquí de oro modo, al modo capitalista)… han de estar los que “amontonan también aquí”, de un modo generoso, humano, al servicio de los pobres. Esto es para Lucas (para el Jesús de Lucas, para el Jesús de Marcos…) tan evidente que no necesita comentario. No se trata de “vender” para dejarlo y así despreocuparse de todo (saltando así al vacío de una vida sin nada), sino de vender para darlo y compartirlo, para superar el modelo de compra‒venta y mercado, para compartir así el tesoro de la vida, en comunión de amor y libertad con todos
Ubicarlo mejor: donde está tu tesoro está tu corazón
El pasaje de Jesús habla de tesoro y dice que “allí donde está vuestro tesoro estará también vuestro corazón”. Pues bien, el primer tesoro de Israel, desde el principio de la historia, fue su tierra. Ella, la tierra, era como su madre, como su cuerpo, no una cosa externa, que se compra y vende, sino parte esencial de su propia vida. Pero, en aquel momento, los más ricos de Israel y Roma se estaban apoderando de todas las propiedades de los pobres, convirtiendo la tierra de Dios (de todos) en mercado al servicio del Imperio lejano y de los terratenientes y administradores indígenas (cortesanos de Herodes Antipas).
En ese contexto, Jesús fue un revolucionario campesino, pero no de guerra armada, como algunos han propuesto (un líder bandolero o militar), sino un profeta del desprendimiento radical al servicio de la gracia de la vida compartida. Fue líder de un movimiento radical, desde los más pobres (no almacenando riqueza, sino invirtiendo en comunión de vida). No quiso transformar la economía desde arriba, controlando los mercados imperiales, ni siquiera en Galilea. Tampoco quiso empezar organizando de un modo directo unos modelos de trabajo y propiedad (en la línea de las federaciones agrícolas del principio de la historia de Israel), sino que hizo algo anterior y mucho más profundo: empezó ofreciendo dignidad a los campesinos expulsados de su tierra.
Ciertamente, no se opuso a un cambio en el sistema externo, es más, posiblemente vio que era necesario, pero no empezó por eso: no intentó (ni pudo) realizar su proyecto de un modo militar o político, trasformando las cosas desde fuera, desde arriba, pues si sólo cambiaban así todo seguiría como antes. Al contrario, Jesús quiso enriquecer y trasformar la vida de los galileos desde su misma humanidad, desde los pobres, cambiando su forma de pensar y sentir, de querer y de amarse (¡cambiando su corazón!), para que pudieran compartir la tierra, como en el principio de la historia israelita, cuando las doce tribus que compartieron la tierra, conforme al libro de Josué.
Movimiento de Reino desde los marginados
Así inició su movimiento a partir de los marginados del nuevo (des-)orden económico, empobrecidos por la estructura de poder de las ciudades que imponían su dominio (ley comercial y social) sobre los pobres del campo. Sin ese descubrimiento práctico de los expulsados y negados del orden económico, que debían ser (y son) hijos privilegiados de Dios, Jesús no podía hablar de Reino. Desde ellos empezó su proyecto de paz, su revolución económica; con ellos empezó su “huelga”; quiso que dejaran aquel “orden” de atesoramiento de riquezas como tales (de capital), para que todos pudieran compartir la vida, compartiendo el corazón.
En esa línea podemos presentarle como inventor de humanidad, el mayor de los descubridores sociales, el primero de los iniciadores de una huelga general, esto es, de una ruptura gratuita del despliegue de la vida al servicio de una vida más honda, gozosa, abundosa, desde los más pobres, al servicio de todos. La vida de los hombres y mujeres no cambia y mejora desde arriba (por un Imperio como Roma), sino desde la pobreza; Julio César y sus sucesores cambiaron el mundo creando un Imperio; Jesús quiso cambiarlo y lo cambió iniciando un camino de Reino a partir de los pobres, transformando con ellos y por ellos la forma de vida humana.
Jesús no condenó a muerte a los propietarios (al contrario, no quiso matarles, sino ofrecerles una oportunidad y camino más alto de vida), pero no inició con ellos su proyecto de Reino, sino con los itinerantes pobres (que van y vienen, sin suelo fijo, ni casa). También la valían los propietarios ricos, pero sólo en la medida en que vendieran lo que tenían (como propiedad particular), para dar el producto a los pobres e iniciar con ellos (desde ellos) un proyecto de transformación para todo.
No trazó un esquema de inversión violenta (no quiso que los itinerantes-desposeídos ocupen el lugar de los sedentarios), sino de trasformación, partiendo de los desposeídos, pidiéndolos que (en vez de conquistar las tierras de los ricos por la fuerza) regalaran incluso lo poco que tenían, para compartirlo, para crear de esa manera uno tesoro distinto “en el cielo” (es decir, en la comunidad de los voluntarios, al servicio del reino). Eso mismo que pidió a los pobres se lo pidió a los ricos: que fueran capaces de darlo todo, y de darse a sí mismos, compartiendo los bienes y las vidas e iniciando así un proyecto de humanidad compartida, de cielo.
Los dos tesoros
Jesús se enfrentó con un tipo de hombres que querían conseguirlo todo (comprar todas las tierras, apoderarse de todos los poderes, amontonar todos los bienes), para tener de esa manera un tesoro en este mundo y administrarlo al servicio de sus propios intereses, es decir, de su “capital”. Eran tiempos de “nueva economía”: los capitales se estaban juntando en unas pocas manos, las tierras estaban pasando a unos pocos propietarios, estaba surgiendo por doquier una nueva “concepción mercantil de la riqueza”, muy parecida a la de cierto capitalismo moderno. Había que atesorar, para producir, para tener seguridades, para garantizar así el futuro…
Mientras tanto, los pobres estaban perdiendo su dignidad, además de sus tierras, viniendo a convertirse en puros proletarios pasivos de una economía mercantil al servicio del “tesoro”, es decir, del dinero central. En este contexto se inscribe la palabra de Jesús, que pide a los suyos que inviertan ese orden, que busquen una nueva economía. Así lo indica con toda precisión al texto antes citado de Lucas, que ahora presentamos en su versión de Mt 6, 20-21 (cf. Mc 10, 21), que parece conservar mejor el ritmo del lenguaje de Jesús, formado por tres frases que se repiten en paralelo y por una conclusión:
Frases negativas (el falso tesoro: injusticia y violencia): a. No acumuléis para vosotros tesoros en la tierra, b. donde la polilla y el orín corrompen, c. y donde los ladrones excavan y roban.
Frases positivas (el buen tesoro: justicia, comunión): a. Más bien, acumulad para vosotros tesoros en el cielo, b. donde ni la polilla ni el óxido corrompen, c. y donde los ladrones no excavan ni roban
Conclusión Porque donde esté tu tesoro, allí también estará tu corazón.
Frases negativas: Vende lo que tienes…
Hay un “tesoro de la tierra” que consiste en amontonar de un modo exclusivista, al servicio de algunos (del puro capital). Ese “tesoro” está sometido a los principios de la corrupción física (todo lo que hay en el mundo termina, todo acaba comido por le polilla y el orín). Ese tesoro suscita siempre la violencia: Donde hay unos que amontonan riquezas excitan siempre el deseo de “ladrones”.
Jesús no dice nada sobre la “razón” de esos “ladrones”; no dice si son justos o injustos… Sólo dice que allí donde se amontonan “tesoros” (escondidos en bancos o en casas de lucho, o en pozos bajo tierra), ellos suscitan el deseo de los “hermanos ladrones” (como les llamaba Francisco, amigo de Jesús). Evidentemente, los dueños de tesoros buscarán policías o soldados para defenderlos, pero será inútil; vendrán siempre nuevos ladrones. Esa es para Jesús la “ley” de la riqueza de este mundo, que suscita violencia y contra-violencia sin fin.
Esa es la ley que sigue definiendo nuestra realidad política y comercial, en este año de “gracia” que es el 2019. Seguimos “jugando” al juego macabro de más policías, soldados y ladrones, de lucha comercial entre China y USA, de dominio económico y seguridad militar (se están rompiendo los tratados de control atómica, empezando por USA, siguiendo por Rusia e Irán, con un dinero puesto al servicio de las armas, es decir de los “ladrones” de guante blanco o negro.. Estamos al borde del colapso.
Frases positivas: Tendrás un tesoro
Es evidente que Jesús no está hablando de cosas del “cielo espiritual”, sino de este mundo, está hablando de una forma nueva de tener y compartir. Conforme a toda la dinámica del evangelio (y en especial del evangelio de Lucas) “atesorar tesoros para el cielo” no es quemarlos o venderlos sin más, sino compartirlos con los pobres; de esa forma, los bienes se convierten en signo y realidad de comunión. Atesorar para el cielo significa “ganar amigos” con el dinero de este mundo (cf. Lc 16, 9).
Los bienes compartidos son un tesoro de vida, un tesoro de humanidad (no de oro, ni petróleo, no de capital ni de armas) que no se pudre con el orín, ni se consume con la polilla… Sólo de esa forma se puede “evitar los ladrones”. No con más policía ni ejército, sino con más comunión, con más vida compartida… El en el fondo, para Jesús, capitalistas y ladrones son lo mismo, se mueven en la misma línea. La manera de superarlos es aprender a compartir los bienes. Éste es el programa de Jesús en aquellos años duros de neocapitalismo romano y de ladrones mil que estaban surgiendo en Galilea.
La conclusión resulta clara: el corazón del hombre está donde está su tesoro. Se trata de cambiar la forma de tener los tesoros, para cambiar el corazón, para que los hombres y mujeres puedan amarse, puedan ser corazón.
En un caso, el corazón está en los bienes egoístas, es decir, de algunos, para algunos, en bolsas (bancos, comercio impositivo…) donde al fin todo se corrompe o se roba o defiende a golpe de cuchillo…, con miedo a otros ladrones; en ese caso no se puede hablar de corazón, porque en su lugar solo hay dinero, dinero (tenido o deseado…).
En otro caso está en los bienes compartidos, en el amor mutuo de los hermanos… Con este proyecto, iniciado desde los más pobres, comenzó Jesús su camino de reino, su camino de corazón. En ese camino seguimos (debemos seguir) nosotros, según el Evangelio.
Propuesta, un cambio universal
Todos sabemos que la situación económica actual (año 2019) debe cambiar, a fin de que el capital y el trabajo estén al servicio del hombre y así pueda surgir, por primera vez, un tipo de abundancia universal, gozosa, un tesoro compartido, como quería Jesús. Ese cambio no es fácil. Hasta ahora, en los últimos milenios y de un modo especial en los dos últimos siglos, la economía dominante ha estado marcada por el dominio del capital y el mercado, que han impuesto su dictado desde arriba sobre el conjunto de los hombres y la misma tierra, al servicio del sistema.
Del único mundo (one world), que nos precedía y engendraba, con sus signos divinos, como madre providente, hemos pasado al único mercado (one market), que nosotros mismos instauramos, como dioses pequeños, dispuestos a comprarlo y a venderlo todo, amontonando así nuestro tesoro, sometido al orín, a la polilla, a los ladrones.
Pues bien, para superar esta situación y para evitar el colapso de nuestro modelo económico (sometido al riesgo del orín-polilla y de los crecientes capitalistas/ladrones), debemos realizar una profunda inversión de humanidad (cambio de rumbo), de manera que el capital se ponga al servicio de los hombres, no en línea de compra/venta, sino de comunicación personal, de manera que todos puedan participar en libertad y equilibrio de los tesoros de la tierra. Para ello debemos iniciar una “salida” y protesta, es decir, un tipo de huelga general (universal), contra las leyes y normas del capital y del mercado, dejando de colaborar y vincularnos con este sistema, abandonando la Gran Ciudad de opresión (como piden, de formas convergentes, Mc 13, 14 y Ap 18, 4).
Éste no será un cambio para no-trabajar o para pedir simplemente salarios más altos (cosa que ha sido a menudo muy justa), sino para trabajar de una forma distinta y para compartir con corazón y para producir también de otra manera, al servicio de los hombres (los pobres) y no del mercado capitalista o de la seguridad militar. No es una huelga para no comerciar, sino para comerciar de una forma distinta, vendiendo los bienes de un modo gratuita, es decir, para el servicio de los más pobres.
No será una “huelga” contra nadie, sino a favor de todos, desde los más pobres, en la línea de los itinerantes de Jesús, campesinos sin campo ni trabajo, que se unían para compartir, iniciando una nueva solidaridad y comunicación, capaz de curar a los ricos.
Esta huelga sanadora, que puede transformar a los propietarios (¡capitalistas!) ha comenzado quizá en varias partes del mundo, siguiendo el modelo de Jesús, sin que muchos lo advirtamos. Sólo así podrá surgir una nueva economía mundial, que no esté al servicio del Imperio (capital, mercado), sino de todos los hombres y pueblos, empezando por los pobres.
Una utopía, un tesoro de corazón
Será una economía de caminos múltiples, que ha de actuar como espacio de encuentros abiertos a todos, como una red donde todos puedan introducirse, cada uno con sus peculiaridades y sus aportaciones. Debemos pasar de una estructura piramidal y jerárquica del capital, que se impone su dictado único, a una visión multipolar del trabajo (producción) y del mercado (distribución), donde cada uno pueda recibir lo que necesita y ofrecer lo que pueda, en actitud de concordia universal (cf. Hech 2, 44-45), recreando en una perspectiva más alta, la intuición de Kant, cuando afirma que el bien de los otros será bien para nosotros.
Este cambio sólo puede hacerse desde abajo, no desde el capital (pues capital y mercado, en su forma actual, tienden a dominarlo todo). En contra del capital/mercado de la actualidad, surgirá un modelo de trabajos e intercambios múltiples, unidos entre sí, creando interconexiones gratuitas, al servicio de todos, de manera que, conforme a su variante etimológica, el mercado no será institución de compra/venta, sino espacio de comunicación gratuita (merced, mercy). El modelo actual de mercado pone en riesgo la vida de los hombres y mujeres, sometiendo a su dictado a todos los pueblos y personas.
En contra de eso, este modelo de centros múltiples y de gratuidad, guiado por el gozo de la producción y la comunicación abierta (gratuita), hará posible el surgimiento de una sociedad de interacciones múltiples. Para ello debe cambiar el modelo del sistema y eso sólo puede hacerse subiendo de nivel (en la línea de eso que pudiéramos llamar “mutación” de evangelio). Queremos una gran huelga, debemos iniciar una gran mutación, ya, desde ahora mismo, los que creemos en Jesús y en su evangelio.
Eso es lo que nos pide Jesús este domingo: “no atesoréis…” (este tipo de atesoramiento desde el capital está destruyendo la humanidad)…, “atesorad”. Así debe proclamar la Iglesia que, hasta ahora, en los últimos siglos, ha estado casi siempre al servicio de una economía ya sobrepasada (de la vieja nobleza y/o burguesía) o de un capitalismo anticristiano.
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