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30.6.2019. Dom 13 tiempo ordinario C). Muchos Hijos de Hombre no tienen dónde reclinar la cabeza

Domingo, 30 de junio de 2019

20190625180517_131Del blog de Xabier Pikaza:

Una llamada para ministros de la Iglesia

El tema central de este domingo es que el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza. Pero  todos los lectores del evangelio saben que Hijo de Hombre son con Jesús todos los hombres. Y hay muchos,muchísimos, que con Jesús, no tienen donde reclinar la cabeza, y mueren, como los niños de la foto.  Éste es un evangelio para voluntarios de Jesús, ministros de la Iglesia, desde el Papa y Obispos, hasta todos los cristianos. Es un evangelio fuerte, y consta de dos partes:

(a) Lc 9, 51‒56 expone la reacción violenta de los “zebedeos”, que se creen con autoridad, y piden a Jesús que mande fuego del cielo contra los samaritanos, que no les reciben quizá porque no confían en su movimiento. Pero Jesús rechaza la violencia zebedea, propia de una “iglesia oficial” (clerical), que se ha creído con poder para “matar” a los infieles (los ajenos a su grupo).

(b) Lc 9, 57‒62, recoge la “pretensión” de algunos aspirantes que, en la línea zebedea, quieren seguir a Jesús para conseguir un puesto de poder, convirtiendo el seguimiento (es decir, el discipulado, tarea del Reino de Dios) en un tipo de estructura clerical, para provecho propio, mientras miles y miles carecen, como Jesús, de un lugar en el que reclinar la cabeza.

Los niños de la imagen son el mejor comentario de este evangelio, del Hijo del Hombre que no tiene dónde reclinar la cabeza. A continuación voy a tratar sólo de esta segunda parte, que se divide a su vez en tres secciones, de las que sólo expondré las dos primera, pues la tercera (Lc 9, 61‒62) parece un añadido de Lucas:

(a) Lc 9, 57‒58) trata de un individuo que, según la versión de Mateo,quiere seguir a Jesús conservando su puesto de escriba (con buena “almohada” donde “reclinar” su cabeza).

b) Lc 9, 59‒60 habla de un hombre que quiere seguir a Jesús, pero manteniendo su relación de poder con el sistema de padre, es decir, conservando el orden y poder patriarcal, que le concede un lugar donde reclinar su cabeza (a costa de otros, que no tienen padre de ese tipo).

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              Estas dos escenas, tomadas del documento Q (cf. Mt 8, 18‒22) nos sitúan ante el comienzo del mensaje y vida de Jesús, tal como ha sido retomado (con pequeñas variantes) por sus primeros seguidores. En estos momentos en que el Papa Francisco y el G 8 de los cardenales están buscando modos de reformar los ministerios de la iglesia sería bueno volver a este principio, dejando a un lado otros motivos más secundarios (como el del celibato clerical, la ordenación de mujeres o la misma existencia del Vaticano).

Yo mismo he analizado este motivo en Historia de Jesús y en Comentario de Mateo (Verbo Divino, Estella, 2011 y 2017), pero los trabajos más significativos sobre el tema siguen siendo: M. Hengel (Seguimiento y Carisma, Sal Terra, Santander 1979) y E. P. Sanders (Jesús y el Judaísmo, Trotta, Madrid 2006). Ellos han mostrado que estos relatos nos sitúan ante la exigencia de superar un orden patriarcal de poder, que busca su seguridad y que defiende, incluso con armas, la propiedad de los propietarios, la riqueza de los ricos…

  1. EL HOMBRE (HIJO DE HOMBRE) NO TIENE DONDE RECLINAR LA CABEZA

Uno (Mt: un escriba) le dijo mientras iban de camino ¡Te seguiré dondequiera que vayas! Jesús le dijo: Los zorros tienen madrigueras y nidos las aves del cielo; pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza (Lc 9, 57-58; Mt 8, 18-20).

imagesasEl aspirante, a quien Mateo llama escriba, necesita y busca autoridad, y así se ofrece a Jesús como experto, intérprete del Libro: Hombre de leyes, jurista, doctor en teología, buen administrativo, quizá un graduado en la escuela diplomática de Roma donde se forman y preparan nuncios y jerarcas de la Iglesia.

Es hombre honrado en el judaísmo, disfruta un buen puesto y espera conservarlo con Jesús: su grupo necesita expertos, de buen conocimiento, como los que cita la Misná (Abot) y luego la iglesia cristiana, honrando a sus doctores y obispos, como sigue haciendo hoy con su mismo Vaticano. Pero Jesús separa honor/poder y seguimiento mesiánico, empleando para ello un refrán: “los zorros tienen madrigueras…”.

mn-zorroLos animales buscan y obtienen posesión-seguridad dentro del mundo, según principios cósmicos que reflejan la providencia de Dios, como el mismo Jesús sabe: “no os preocupéis…, mirad los pájaros del cielo” (Mt 6, 25-35 par). Los hombres, en cambio, nacen “desamparados”, no tienen donde reclinar su cabeza… Pues sobre desde ese principio pueden y deben trazarse tres reflexiones:

1. En sí mismos, los hombres nacen sin casa previa, desnudos, necesitados, pero algunos hombres y pueblos se han hecho grandes casas, tomando el “territorio y su riqueza” para ellos, reclinando así su cabeza, corazón y entendimiento de tal forma en lo que tienen (en lo que han tomado como suyo) que no dejan entrar a otros.

    Eso significa que muchos hombres (niños y mayores) no tienen dónde reclinar su cabeza y madurar en humanidad porque hay otros que se lo impiden (=se lo impedimos). Bastarán como demostración las fotos de dos niños que no hay podido “reclinar” la cabeza, porque les han cerrado el camino y han muerto en caminos y ríos, a las puertas de un mundo rico.

 2. Tema evangélico‒eclesial. Jesús no ha venido con “poder” para colocar a sus “amigos” (escribas como el de Mateo, administrativos, obispos…) en puestos en los que puedan asegurar su vida, con una buena almohada para descansar, con un buen colchón de seguridades. Si alguien quiere asegurar su puesto no vaya; Jesús no le necesita, él no habrá acertado de lugar.  Dos son las razones por las que Jesús “no tiene donde reclinar la cabeza”:

(a) Porque se ha solidarizado con los pobres y excluidos de la sociedad.

(b) Porque ha querido trazar su movimiento de Reino desde y con esos excluidos, sin tomar el poder, sin apoyarse en una sociedad patriarcal de ricos y poderosos que tienen dónde apoyar bien su cabeza y descansar, sobre la pobreza y sufrimiento de otros.

            Entendiendo muy bien estas palabras de Jesús, pero invirtiéndolas del todo, un tipo de iglesia clerical (por lo menos desde la Edad Media) ha buscado por medio de Jesús un puesto, en conventos, iglesias, aparatos diocesanos, con emperadores y reyes, para tener así un buen lugar en el que reclinar la cabeza…

imagesaLos clérigos en general se han vuelto ricos de dinero y de privilegios, en parte hasta el día de hoy (al menos en un sentido simbólico). Han entendido al revés la palabra y proyecto de Jesús.

 3. Tema de reforma… Ésta es una palabra que se leerá este domingo 13 del tiempo ordinario en todas las iglesias. Más de una vez he predicado sobre ella, y no me era fácil. Más de un capítulo he dedicado a ella en mis libros, y tampoco me ha sido fácil, aunque pienso que ahora, mirando sobre el campo charro, hacia Gredos, la entiendo algo mejor.

            Quizá podría decir con el evangelio de Mateo que soy un “escriba”, y decirle a Jesús que le sigo donde él vaya, que puede ayudarle con mis libros. Pero él me dice (nos dice): El Hijo del Hombre no tiene donde “reclinar la cabeza”. No puedo buscar seguridades en un mundo que deja morir a los niños como los de las imágenes anteriores. Pero puedo y debo compartir un camino para que todos tengan casa, un lugar donde reclinar la cabeza y vivir en compañía de amor.

Ante este tema (¡un lugar donde reclinar la cabeza!) resultan ridículas y penosas las discusiones de aquellos que siguen poniendo otras condiciones a los que quieren seguir y hacer el trabajo de Jesús: si son célibes o no, si son varones y mujeres… ¿Nos habremos vuelto locos? Jesús sólo nos puso una condición: No os puedo asegurar un “puesto” (un priorato, una canonjía, un episcopado…), pero si me aceptáis así venid conmigo (incluso si sois escribas).

 2.CONTRA  EL ORDEN PATRIARCAL. DEJA QUE LOS MUERTOS ENTIERREN A LOS MUERTOS

images(Jesús) dijo a otro: Sígueme. Pero él dijo: Señor, permíteme que vaya primero a enterrar a mi padre. Él le dijo: Deja que los muertos entierren a sus muertos. Y tú ¡vete y anuncia el reino de Dios! (Lc 9, 59-60; Mt 8, 21-22).

 El padre del que aquí no es simplemente el padre biológico, quizá anciano, que morirá muy pronto… (un hombre al que como anciano y débil hay que ayudar siempre). El padre es aquí el sistema patriarcal. Tanto la cultura oriental y grecorromana como el judaísmo tomaban al padre como autoridad suprema, de manera que enterrarle (cuidarle, mantenerle y reconocer su poder) constituía el primer deber social y religioso.

La tradición sinóptica sabe que los hijos deben asistir a los padres necesitados (cf. Mc 7, 8-13; Mt 15, 3-6). Pero aquí, asumiendo una palabra de Jesús, esa misma tradición ha contrapuesto provocadoramente la autoridad del reino y un tipo de padre patriarcal. “Enterrar al padre” es más que un ritual funerario: es aceptar su autoridad, descubrirle como signo de Dios en un mundo jerárquicamente organizado. Jesús responde:

quin-dijo-la-frase-dejen-que-los-muertos-entierren-a-sus-muertos– Deja que los muertos entierren a sus muertos… El padre como fuente de poder social y religioso pertenece al mundo antiguo, al espacio de cosas que mueren (=de los muertos). Allí donde esa autoridad se impone no hay lugar para el reino: triunfa la genealogía, los intereses cerrados del grupo que se sostienen y apoyan entre sí…, creando un mundo de influjos y poderes que excluye a los más pobres, es decir, los marginados, leprosos, enfermos, los que no tienen familia social importante, ni dinero.

              Todavía hace unos días, el Presidente del Imperio ha dicho refiriéndose a los pobres del sur que llaman a su puerta que  “no son ni personas, que son como animales…”. Pues bien, en un contexto con éste, quedarse a enterrar al padre supone seguir cultivando ese mundo de exclusiones y “clases”, de autoridad impositiva y jerarquías superiores, con una autoridad genealógica y familiar por encima de todos. Ese es un mundo que se reproduce para la muerte. Por eso, hay que dejar que los muertos entierren a sus muertos.

–Tú, vete y anuncia el reino de Dios. Ciertamente, el reino incluye cariño gratuito y cuidado de los necesitados. Pero, precisamente por ello, rompe la estructura patriarcal, basada en el orgullo grupal (buenos padres, buenas familias) y en la nobleza genealógica, que la tradición posterior del cristianismo (de los códigos familiares de Col, Ef y 1 Ped a las pastorales) ha vuelto a sacralizar de alguna forma.

Precisamente para anunciar el reino hay que superar ese padre patriarcal, descubriendo y cultivando la presencia de un Dios no patriarcal, cuyo amor abre hacia todos los necesitados y excluidos, que no tienen un padre que pueda defenderles. Así pasamos de padre encerrado en un talión intra-grupal (de familia autosuficiente) al Padre de la gratuidad universal, superando los esquemas elitistas de la tierra.

REFLEXIÓN POSTERIOR

Ser hombre, tener (ser) una casa

Por naturaleza e instinto los vivientes nacen dentro de un nicho ecológico, que ellos pueden adaptar por instinto: “Las zorras tienen madrigueras, los pájaros hacen nidos, los hombres, en cambio no tienen donde reclinar la cabeza” (Mt 8, 20):

Vienen al mundo indefensos, han de ser acogidos, cuidados y educados largos años, en familia. No tienen casa previa, han de hacerla, haciéndose a sí mismos, en un plano personal y social, cultural y religioso.

Así lo ha sabido Jesús, que acepta su desamparo radical de hijo del hombre), para iniciar así su gran tarea de ser (=hacer) casa para aquellos que no la tienen. Esa tarea (hacer casa) vincula y define todos los hilos de la vida, desde la posesión del suelo hasta la arquitectura, con implicaciones personales, sociales, laborales y económica, siempre con el riesgo de construir sobre arenas movedizas y no sobre roca, como pasa hoy en España (Mt 7, 24-27).

La casa no es un problema más, es “el problema”, como muestra la crisis sangrienta en que vivimos, con una economía desquiciada y desalmada que se muestra en la especulación (hacer casa para enriquecerse a costa de otros) y al desahucio de los pobres. Esta tarea no se arregla con un ligero barniz ornamental, sino que necesita un toque más hondo, estructural y personal, económico y financiero (bancario), político y moral y, en el fondo, ecológico.

Tal como están las cosas, la crisis no ha hecho más que empezar. O cambiamos mucho o nos destruimos. La Biblia puede ayudarnos a caminar en la buena dirección.

Israel, una casa

Los hebreos (nómadas de estepa, emigrantes, evadidos de Egipto, cananeos pobres…) lograron superar su desamparo y construir un pueblo donde cada familia tuviera su propia casa y todos una Casa Común. Tardaron siglos, entre dificultades y crisis económicas, sociales y religiosas, pero lo intentaron, como sabe la Escritura. Creyeron ser casa de Dios y en parte lo fueron.

La construcción de esa casa social siguió un ideal agrario de autonomía: Cada familia era y tenía una casa, con un campo propio, y estaba gobernada por un padre que mantenía unidos a los miembros del grupo (bet-ab, casa paterna), vinculados en clanes sociales más amplios, de manera que todos pudieran vivir tranquilos, cada uno “bajo su parra y su higuera” (cf. 1 Rey 4, 25), bajo un techo propio. 

Como garantía de unidad y justicia social, los judíos construyeron la Casa Común de Dios (el templo de Jerusalén) y desde ese trazaron las leyes del año sabático y del jubileo (que culminan en Lev 25), garantizando a todas las familias una casa y propiedad en Israel.

En principio no podía desahuciarse, ni expulsarle de su casa a nadie durante más de siete años, y además debían rescatarle (acogerle) sus familiares. De todas formas, ese ideal no logró imponerse nunca del todo (y hubo que dictar leyes de protección para emigrantes, huérfanos, viudas y esclavos sin casa), para remediar las situaciones de desamparo. No lograron ser perfectos aquellos judíos, pero lo intentaron y sus leyes sociales eran mucho más justas que las nuestras. A pesar de ello, en tiempos de Jesús, muchos cayeron bajo la opresión de los poderes políticos y económicos vinculados al Templo y al Imperio de Roma, perdiendo sus casas, en manos de la oligarquía dominante, en una situación parecida a la nuestra (año 2019).

Jesús, arquitecto

Mc 6, 3 le presenta como tekton, constructor (albañil, herrero, carpintero…), y su oficio era hacer casas, como artesano subordinado, al servicio de los nuevos terratenientes ricos de las ciudades controladas por emperadores, reyes (Herodes, Antipas…) y sacerdotes (Anás, Caifás…) dedicados a la megalomanía de las grandes edificaciones (templos, puertos, palacios…), mientras los pobres perdían tierras y casas, por deudas y embargos.

Un día descubrió que su tarea no era construir más casas para el sistema injusto, sino salir a la calle para iniciar una conversión-revolución de tipo social y familiar, económico y religioso, a fin de que todos pudieran tener casa en la tierra de Dios.

Así se liberó sin sueldo y, dejando su trabajo de tekton-constructor, se hizo arqui-tekton del Reino de Dios donde todas las familias tuvieran casa, empezando por los expulsados sociales, cojos-mancos-ciegos, leprosos-excluidos. No hizo casitas para pobres sin techo en las laderas y costas de Galilea, sino algo anterior: Les ofreció dignidad y conciencia, solidaridad y deseo de vivir, para que ellos mismos pudieran crear casa (construirla y compartirla). Su revolución tuvo dos rasgos principales:

 Llamó a los sin techo (nómadas de la vida, itinerantes) y los envió para curar-transformar a los propietarios, enfermos de la vida (de su orgullo y su prepotencia…). No empezó desde arriba, cambiando le economía del César de Roma con sus gobernadores y reyes. La buena nueva de la Casa de Dios (para todos) debía empezar desde los pobres, excluidos, sin-techo, portadores de una nueva esperanza de vida y casa compartida.

– Creyó que los ricos podrían cambiar por el testimonio y palabra de los pobres, sin guerra militar (como querían los celotas), sin conquista armada de Jerusalén. No se trataba de controlar el poder existente (para que todo siguiera lo mismo, aunque con nuevos dueños), sino de superar una estructura de poder que expulsaba de la casa a los pobres. Pensó que los ricos podían cambiar, pero sólo acogiendo a los pobres.

Jesús, el tekton de casas materiales, al servicio del orden establecido, se hizo así arqui-tekton, constructor de una humanidad reconciliada, a partir de los pobres, para que todos tuvieran dónde reclinar la cabeza. Por eso criticó a los viñadores homicidas (especuladores, sacerdotes), que se habían adueñado de la “finca” para su servicio (Mc 12, 1-12).

Evidentemente, esos constructores que habían tomado la viña, para construir en ella sus palacios y templos, le juzgaron y mataron, oponiéndose así a la revolución de los pobres. Pero los cristianos saben que su muerte no fue en vano y que Dios le convirtió en “piedra angular” de la nueva casa del Reino (Mc 12, 10, cita de Sal 118, 22).

La cuestión de fondo era el Templo que debía ser “casa de oración”, es decir, de diálogo y encuentro, de fraternidad y gozo para todos, y de un modo especial para los pobres (es decir, un tipo de Parlamento, al servicio de la justicia y la igualdad). Pues bien, los sacerdotes y senadores (aliados con Roma) lo habían convertido en “cueva de ladrones” (Mc 11, 17), para legalizar sus intereses financieros, mientras los pobres, a quienes Jesús prometía el Reino, quedaban sin casa.  No le mataron matado por cuestiones religiosas separadas de la vida, sino por intereses muy materiales.

Conspiran contra él y le mataron los sacerdotes de Jerusalén, que habían pactado con Roma, para seguir siendo dueños de la Casa/Templo (con devotos sometidos y dinero), convirtiendo la religión en un mercado, cueva de bandidos, mientras los pobres no tenían casa familiar, como he puesto de relieve en mi Historia de Jesús (Verbo Divino, Estella 2013).

Nómadas de Dios, camino de reino

Sigo pensando en el dicho enigmático y fuerte de Jesús, que retoma una sentencia de la sabiduría universal: “Las aves del cielo tienen nido, las zorras madrigueras, pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza” (Mt 8, 20). El término “Hijo del hombre” tiene aquí un sentido doble, puede entenderse de dos formas:

 ‒ alude, por un lado, a la humanidad en su conjunto, especie caminante, que vuela o navega a su futuro en Dios, que es futuro en su propia humanidad, como pájaros del cielo formando una flecha en las nubes, como barco africano que puede naufragar;

‒ pero se refiere al mismo tiempo a Jesús, que viene a ofrecernos un camino en el tiempo a los que parecen que no tenemos ya tiempo, porque el mundo viejo acaba, como decía el profeta Juan Bautista… como el cielo de las aves si pierde su limpieza, como el agua de los mares de África si mueren todos los que llenan su patera.

Caminantes somos, todos en el mismo vuelo, en un mismo barco, pero tendemos a olvidarlo, y Jesús nos recuerda que los somos, nómadas del tiempo y de la vida, como él lo fue, emigrantes sin casa fija ni morada permanente, como el barco que debe ir abriendo surco en el mar del futuro… a no ser que se hunda o lo hundamos nosotros en los mares.

No deberíamos tener ni una piedra donde reclinar la cabeza, para así poder ir caminando, volando, navegando todos… Pero muchos hemos excavado cuevas donde nos cerramos, para no caminar; hemos cerrado murallas de piedra o de ejércitos armados, para no dejar que otros caminen, y vengan a nosotros…

No queremos caminar nosotros, no les dejamos volar y caminar a los que vienen y buscan… y así no volamos nosotros, ni ellos pueden hacerlo, y muchos penan y mueren en mares y campos adversos llamando a nuestra puerta cerrada, como si no fuéramos todos camino de Reino.

Caminantes somos, pero…muy pronto lo olvidamos, y queremos excavar la casa (¡una casa para  siempre!) sobre una roca móvil y cerramos la muralla, para que no vengan otros, y así no podemos ni caminar nosotros. Por eso es bueno que recordemos en Adviento lo que somos, un camino de llegada de Dios, que ha empezado a venir en Cristo, y que sigue viniendo (con Cristo) en nosotros, en la medida en que nosotros caminemos.

Nos dijo Jesús que no tenía ni una piedra donde reclinar su cabeza, pero nosotros hemos querido hacer grandes castillos de roca, catedrales de piedra tallada, en los que nos cerramos bajo llave, y no dejamos a nadie que pase y que entre, aunque se muera bajo el frío y el agua del mar en los caminos hechos para caminar y en los mares creados para navegar.

 Otros vivientes parecen instalados, en un lugar y tiempo: tienen madrigueras y nidos (nichos ecológicos), sobre el mar del tiempo y de esa forma pueden resguardarse. Los hombres, en cambio, vivimos en el mar o sobre el aire, navegando sobre un tiempo que nosotros mismos somos, sin saber a ciencia cierta a dónde tendemos (aunque en fe sabemos que nos dirigimos hacia la tierra de Dios, que es nuestra tierra).

Caminantes somos, y así nos saca Jesús, fuera de las pequeñas ciudades de refugio que hemos ido edificando (torres de Babel, siempre fracasadas) para amar, vivir y morir al descampado como él, mientras buscamos y esperamos la ciudad futura. Así caminamos con él, sabiendo bien que ni el ojo vio y el oído oyó lo que podremos ver y escuchar si seguimos caminando con Jesús.

Algunos de nosotros habíamos quizá olvidado nuestra condición de nómadas del tiempo, peregrinos de Dios, pensando que habíamos logrado construir con la ayuda del mismo Dios una casa permanente sobre el mundo, un “tabernáculo” perpetuo donde reposar, sea en forma sacral (nuestras seguridades religiosas), sea en forma secular (nuestros sistemas económico-sociales). Pero las condiciones de los tiempos y, de un modo especial, la misma experiencia del evangelio nos ha hecho descubrir que somos nómadas del tiempo y peregrinos de Dios, más allá de todas las formas y figuras que hemos ido creando a lo largo de la historia.

 Ser nómadas del tiempo significa caminar (volar, navegar), ligeros de equipaje y por itinerarios que no han sido recorridas todavía por nadie, no como las aves migratorias que van y vuelven por rutas prefijadas en la misma evolución del tiempo, por las estaciones y los vientos de la tierra, de manera que más que nómadas estrictas son simples tras-humantes. Sólo nosotros, los hombres, somos verdaderos nómadas de la creación, pues para seguir existiendo tenemos que abrir, por tierra, mar y aire (es decir, por nosotros mismos, en el interior de nuestra humanidad), unos caminos que aún no existen, pues nosotros mismos los trazamos.

Somos peregrinos de Dios (no simplemente de Roma, de Compostela o Jerusalén). Los creyentes monoteístas estamos convencidos de que el camino que debemos recorrer se identifica de algún modo con Dios, pero no podemos demostrarlo, como se demuestran las cosas de la ciencia, sino que lo debemos evocar y expresar con nuestra propia vida y con nuestra opción de futuro.

 No caminamos en vano, a través de unas sendas perdidas de bosque que vuelve a cerrarse tras nosotros (como ha supuesto en el fondo Heidegger), sino que nos abrimos y nos abre Dios hacia su propio futuro, que es el despliegue de la vida.Eso significa que somos “creadores”, a partir de un Dios que crea (sigue creando) a través de lo que nosotros seamos y hagamos.

En ese trance de futuro,que el judaísmo interpreta como Éxodo, el Islam como Héjira y el cristianismo como Pascua de Jesús nos sitúa el adviento, que es un “tiempo común” para todas las religiones (por lo menos para las monoteístas).

Todos esperamos la llegada de Dios y nos sabemos caminantes, peregrinos, sabiendo que nuestro ser más hondo es tiempo (tiempo para Dios y desde Dios). En este adviento, nosotros (los creyentes, todos los hombres) no somos unos simples espectadores, sino más bien creadores de futuro, es decir, de nosotros mismos, en Dios.

Unidos por una esperanza compartida, eso queremos ser los creyentes de un nuevo Reino de Dios, abierto a todos, sabiendo que nuestra historia no está escrita ni fijada todavía, sino que nosotros mismos la vamos trazando, mientras Dios recorre en nosotros y por nosotros su camino. Los filósofos griegos pensaban que todo estaba ya hecho, el “ser” ya estaba realizado, de manera que nosotros no teníamos otra salida que la de esperar que se cumpliera el destino en nuestra vida.

Pues bien, en contra de eso, los cristianos creemos ya que nuestra vida no está escrita, sino que tenemos que escribirla nosotros en y con Dios. Por eso somos camino, peregrino de un mundo que busca justicia (que todos pueden tener un lugar, una casa, una familia, en la que reclinar la cabeza), de un mundo donde “enterrar al padre” significa ponerse en camino hacia una nueva humanidad.

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