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“El amor qué desarma”, por Gabriel María Otalora

Jueves, 30 de mayo de 2019
 jesus-woman-taken-adultery_1344951_tmbDe su blog Punto de Encuentro:

A veces nos empeñamos en que el evangelio no sea Buena Noticia. No creemos, como el Papa, que la misericordia es la actitud que busca siempre el rostro de la persona, la que cambia el corazón y la vida de cualquier persona. Es tan importante esto, que algunos pasajes entrañan un impacto mayor del amor que Dios nos tiene y que debemos cultivar en nuestra vida. Sin duda, El hijo pródigo y el pasaje de Juan sobre la adúltera, son dos ejemplos, y ambos en la liturgia de la Cuaresma.

Las leyes de aquél entonces solo protegían a los hombres, por eso resulta desconcertante el carácter radicalmente transformador del relato de la mujer sorprendida en adulterio. Tan es así, que costó muchos años que se incorporase a los textos canónicos. Algunos Padres de la Iglesia, como san Agustín, temieron que el relato podía alentar al adulterio o servir de excusa para no reconocer su gravedad. Y Calvino temió que el texto desacreditara las leyes mosaicas de la pena de muerte para el adulterio (Levítico y Deuteronomio).

Aquellos escribas y fariseos estaban obligando a Jesús a elegir entre la misericordia y la justicia legal. Siempre ha estado latente el miedo a la Verdad por muy liberadora que sea; en este caso, el tema no es tanto “la mujer adúltera” sino la doble vara de medir y la hipocresía de los varones frente a la audacia amorosa del Maestro que descoloca a todos, también a nosotros, ojo. La adúltera de este evangelio es culpable y, contra toda lógica religiosa de entonces, Jesús no la condena sino que la salva de morir y le devuelve la paz interior. Resulta muy revelador que el mandamiento de Jesús a la mujer para que se apartara del pecado vino después de que ya había sido absuelta de su pecado. Este es el orden correcto: justificación primero y luego santificación. De hecho, no puede ser de otra manera, porque aunque acudamos al Señor con un arrepentimiento genuino de nuestros pecados, nunca conseguiremos cambiar por nuestros propios medios. Este cambio sólo es posible después de haber sido regenerados por medio del Espíritu Santo.

Es importante tener esto claro, porque lo hemos asumido justo al revés. Los propios fariseos lo hacían así. Para ellos, la persona se tenía que esforzar en merecer el perdón de Dios por una conducta intachable. Para más desconcierto, Jesús ni siquiera condena a los prestigiosos acusadores que se van retirando con pecados seguramente igual de graves o aun mayores. Ni tampoco condena al adúltero, sino que ofrece un camino de gracia a los hombres desde su aceptación cómplice en el adulterio.

Hay que recordar que el fundamento del matrimonio en la ley judía no era el amor ni el compromiso, pues la mujer sufría una apabullante desigualdad de consideración y derechos. Lo esencial era el deber de fidelidad pero entendido desde la propiedad que tenía el marido sobre la mujer. Al cometer adulterio, las mujeres cargaban con el pecado sexual (fuente de tentación y ocasión de pecado para el hombre) y vulneraban la propiedad de otro hombre al transgredir la pureza del linaje del marido engañado, lo cual socavaba el honor y cuestionaba a todo el clan familiar. El adulterio se equiparaba a un robo.

En este relato no caben espacios para que nadie se sienta superior a nadie -excepto Jesús- que ni siquiera se comporta como un juez sino que actúa en el plano superior del amor gratuito de Dios El día en que todos nos consideremos pecadores podremos dialogar y perdonarnos mutuamente por la gracia de Dios. Con el episodio de la mujer adúltera, la mujer es rescatada de la exclusión y presentada como persona equiparada al varón aunque pecadora como él pero igual de destinataria de la Buena Noticia.

Este pasaje nos obliga a preguntarnos cada vez que acusamos a alguien, da igual si somos hombre o mujer: ¿cómo quisiera ser tratado? Toda ley es un medio, y puede convertir a la religión en excluyente, entendida como un sistema judicial más, tan del gusto de algunos que pretenden arrinconar al Papa y a sus mensajes porque desinstala conciencias que no son mejores que las de aquellos escribas y fariseos expertos en Dios. O puede ser una oportunidad de cambio y de esperanza,sobre todo para las mujeres peor consideradas y maltratadas.

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