“Yo y el Padre somos Uno: Sobre el riesgo y amor de la Unidad” 12.5.19 Dom 4 pascua, Jn 10, 27-30
La unidad gratuita, respetuosa y voluntad es un don, pero la impositiva, violenta y excluyente en una de las mayores desgracias de la vida, tanto en la familia, como en la iglesia o política.
La unidad de Dios es gracia, en libertad; la unidad del Diablo es muerte, es imposición, inquisición, cárcel. Por un tipo de unidad como ésa han matado los estados, hasta el día de hoy.
Por eso, ante la palabra final del evangelio, que dice Yo y el Padre somos Uno pueden hacerse muchas consideraciones, pues mientras los cristianos la aceptan como don de vida, en libertad de amor, los judíos y musulmanes la condenan por antidivina.
El problema es el tipo y forma de crear esa unidad. También la Iglesia es una, pero por su unidad ha matado bastantes veces; y es bueno un Estado unidad, pero por su unidad se han hecho guerras y se ha matado hasta ayer (¿hasta hoy?) entre nosotros.
Teóricamente, quien mejor trató de este tema fue Platón, en su Parménides… Pero la Iglesia cristiana se ha preocupado también desde el principio de este tema… y yo mismo le he dedicado muchos años de enseñanza en una Universidad Pontificia, y he escrito algunos libros sobre el tema. . En esa línea quiero ofrecer unas reflexiones algo largas, en parte tomadas del libro citado y de una postal anterior de Religión Digital.Org 232.04.2010.
Empezaré citando dos textos esenciales sobre el temas, para comentarlo después de manera escolar, insistiendo en la Trinidad como unidad de Dios y de los hombres y en la forma de entender la perijóresis, que es la unidad formada por la mutua presencia de uno en el otro: Del Padre en el Hijo y viceversa, del amante en el amado y viceversa, del hermano en el hermanos, y de todos los hombres del mundo.
PRIMER TEXTO:
Escucha Israel, Yahvé tu Dios es Uno, amarás a Yahvé tu Dios con todo tu corazón…” (Dt 6, 6).Estas palabras que son todo el centro del Antiguo Testamento contienen una confesión de fe y un mandamiento:
‒ Confesión: Yahvé, tu Dios es Uno. Frente a la multiplicidad de dioses y poderes del mundo, Yahvé es la unidad absoluta, en él se condensa todo lo que es, en línea de monoteísmo. Yahvé Dios es uno y único, no hay a su lado ningún otro poder, ningún otro principio de realidad.
‒ Mandamiento: Amarás a Yahvé tu Dios. Pues bien, ese Dios que es Uno dice a los israelitas (a los hombres) que le amen; no que le obedezcan, ni que se inclinen ante él, sino que le amen. Eso significa que la unidad de Dios es unidad para el amor, unidad de dos: de Dios y de aquellos que le aman, por gracia y no por imposición
SEGUNDO TEXTO: (el evangelio de hoy):
‒ Yo y el Padre somos Uno (Jn 10, 30)… Que todos sean Uno como Nosotros somos Uno (Jn 17, 20-23).
Ser Uno no es estar aislado, ser independiente, sino vivir en comunión. La unidad (el ser) es comunicación, de forma que no hay unidad ni hay realidad si no existe donación, regalo de vida de uno al otro. Ésta es la experiencia suprema, de forma que uno sólo es Uno dando lo que tiene y recibiendo lo que le ofrecen, formando así unidad en presencia, conocimiento y comunión, es decir, en vida compartida. Por eso, quien quiera ser Uno a solas, encerrado en sí, deja de serlo. Quien quiera ser Uno imponiendo a los otros su unidad se destruye a sí mismo y destruye a los otros. Y con esto paso a la explicación más extensa del tema, en la línea de mi libro sobre la Trinidad y de la postal del 25.04.2010.
¡Yo y el Padre somos Uno! Es una palabra que brota de la vida del Jesús histórico, que la dijo Él para siempre y que, con él, la podemos decir de cada uno de nosotros, sus hermanos los cristianos (sus hermanos, todos los hombres y mujeres de la tierra).
Ésta es la palabra clave de Jesús hombre , es la palabra básica de la historia de todos los hombres y mujeres,a los que Jesús abre un camino (es pro-dromos), para que nos hagamos Uno siendo diferentes, comunión de solidaridad y amor, pudiendo decir y diciendo, cada uno de nosotros, yo el Padre somos Uno, yo y los otros hombres y mujeres somos Uno.
a) Éste es el gozo y tarea de Dios en nuestra vida,
como un “baile” de niños ante el mar inmenso de la Trinidad,, aprendiendo a querernos y ser Dios en nuestra misma vida humana.
b)Éste es el gozo y responsabilidad social,que nos lleva al compromiso por la justicia,, a superar las divisiones y opresiones,para que todos en el mundo seamos una familia o comunión, que comparte y que baila en igualdad.
c)Éste es el supremo gozo de Dios, que es felicidad, como un descanso en medio y al final de la jornada , un Dios que se sienta y es uno en Sí, siendo uno con nosotros en la mesa común de la vida, como en el icono de Rublev.
Así lo dice el evangelio de hoy, desde la perspectiva del Dios Pastor (del Jesús Psstor-Amigo) que es Uno con sus ovejas:
“En aquel tiempo, dijo Jesús: “Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno”(Juan 10, 27-30)
Por eso me atrevo a decir, con Jesús y por Jesús (como Jesús): Padre Nuestro… Yo y el Padre somos Uno. Dios está en mí, está en cada uno de nosotros. Por eso puedo añadir: nosotros somos los ojos por los que Dios mira, las manos por las que él trabaja, los pies por los que anda, las manos por las que trabaja.
Dios y yo somos Uno y, sin embargo, Dios es Dios, en sí mismo, para que yo sea Uno con él, en Jesús y por Jesús, y para que sea Uno con los demás hombres y mujeres. Éste es el misterio de Jesús, ésta es la Trinidad cristiana.
Cuando digo con Jesús Yo y el Padre somos Uno, estoy diciendo: “yo el otro somos uno”, y tenemos que serlo en experiencia de comunión y amor , de manera que el “otro” deje de ser otro y seamos yo y tú, tú y yo, nosotros, todos Uno en amor real, sin poderes ssuperiores ni sometimientos inferiores, poque en la montaña de Dios en que vivimos todo es amor.
1. Presentación
La base de la formulación cristiana de la Trinidad es la revelación de Jesús y del Espíritu Santo. Ciertamente, siguen al fondo las experiencias religiosas de otros pueblos y las especulaciones filosóficas de los pensadores, que han podido decir, desde sus propias perspectivas “yo y Dios somos uno”. Pero en el fondo de esta confesión cristiana está la vida y mensaje de Jesús, de nosotros decimos con él y por él (no en contra de Dios): Dios y yo somos uno.
– Dios se ha revelado totalmente como Padre de Jesús, de manera que la vida, muerte y pascua de Jesús constituyen el centro de toda teología. Por eso decimos: Dios es Padre; Jesucristo es su Hijo; y ambos se vinculan por el Espíritu, completando y culminando el amor originario, son Uno en amor.
– Dios está presente por su Espíritu en la Iglesia (es decir, en la comunión de los que creen y aman), de manera que el amor mutuo que tienen (que se tienen) Padre e Hijo en el Espíritu se expande a todos los humanos. En otras palabras, la Pascua del Hijo de Dios se explicita por Pentecostés en la misión de los creyentes y amigos cristianos.
Por eso, al decir “Yo y el Padre somos Uno” estoy diciendo que nosotros los hombres y mujeres, hijos de Dios, somos Uno en el Espíritu de vida que es Dios, sin sumisión ni imposiciones de unos sobre otros, en experiencia de comunión y comunicación de amor.
Los cristianos saben que Padre, Hijo y Espíritu Santo no pueden separarse, de manera que ellos forman un único misterio de gracia y adoración. Eso significa que en un primer momento, la Trinidad es un (el) misterio total de los cristianos, es experiencia de absoluta Trascendencia (Dios, amor originario), de absoluta Encarnación histórica (Dios se hace en Jesús amor completo, en el centro de la historia) y total Inmanencia (Dios mismo es Espíritu de vida y comunión para los creyentes).
2. Arrianismo. El hombre sometido a Dios
Esta nueva experiencia ha obligado a los cristianos a recorrer un fuerte camino de pensamiento y de vida. Ellos no eran filósofos profesionales, pero su misma fe les ha obligado a elaborar la más honda teología de los tiempos nuevos, con ocasión de las dos herejías antiguas (el arrianismo y la negación de la divinidad del Espíritu Santo). Aquí nos fijaremos principalmente en la primera.
El arrianismo ha mostrado una gran agudeza racional, elaborando una visión judeo-helenista coherente del cristianismo, a partir de un presupuesto racional (de especulación filosófica) y de otro de tipo religioso (de carácter piadoso):
– Conforme al presupuesto racional, de tipo platónico, el arrianismo concibe la realidad de forma escalonada, como un despliegue jerárquico que va pasando de lo más perfecto (el Dios transcendente) a lo menos perfecto (el mundo inferior); en el intermedio entre el Dios inaccesible y este bajo mundo se halla el Logos. Los humanos estamos en el mundo inferior, lejos de Dios, y necesitamos que alguien (Cristo, Logos de Dios) nos lo revele. Lógicamente, ese Cristo intermedio es más que humano, pero menos que divino.
– Conforme a ese presupuesto religioso de tipo jerárquico, los arrianos confiesan que Jesús ha sido un individuo sumiso y obediente a Dios. Esta es su grandeza, el ejemplo que ha podido ofrecernos. Resulta osadía llamarle divino, es soberbia hacerle igual a Dios. Jesús no ha sido soberbio ni osado, sino humilde servidor del misterio. Por eso le vemos bajo Dios, como ministro de su amor, intermediario que sufre por nosotros y obedece al gran misterio.
−El arrianismo es una forma lógica y piadosa de entender el evangelio: Dios seguiría estando siempre alejado, Jesús sería un súbdito de Dios…, ejemplo de obediencia para los humanos. Pues bien, en contra de eso, la iglesia ha defendido que la experiencia cristiana no es de sumisión del inferior a los superiores, sino de amor mutuo entre iguales. Por Trinidad y encarnación, los cristianos saben que Dios no está fuera del mundo, sino en la misma historia humana, por medio de Jesús, uniendo en comunión de amor a todos los seres. Los arrianos eran más piadosos, los cristianos “ortodoxos” han querido ser fieles al amor: Dios es misterio de comunión que se ha hecho totalmente presente sobre el mundo. Por eso, creer en la Trinidad implica comprometerse en favor de la igualdad y comunión universal sobre la tierra. Creer en la Trinidad significa decir “Dios y yo somos uno”, “Dios y mis hermanos somos uno”.
La razón y piedad (y un tipo de oportunismo político) se hallaban de parte del arrianismo. No es de extrañar que un día el imperio romano (helenista) pudiera convertirse al cristianismo tanto por política (el emperador necesita fomentar la sumisión; le viene bien que el Cristo haya sido el gran sumiso), como por piedad (nosotros, con Jesús, debemos ser obedientes a Dios).
3. El dogma de Nicea. El hombre Cristo no está sometido a Dios, sino que es Uno con él.
Pues bien, tras búsqueda una laboriosa, el conjunto de la iglesia cristiana sintió la necesidad de rechazar las posturas arrianas, para mantenerse fiel a su experiencia original, tanto en plano religioso como filosófico. Así lo hizo en el concilio de Nicea (año 325), al afirmar que Jesús es con-substancial (=homo-ousios) a Dios Padre. Eso significa que Jesús y Dios se unen como iguales, en comunión de amor completo, sin superioridad de uno, ni sumisión de otro. De esa forma, Nicea ha rechazado todo intento de interpretación jerárquica de Dios y del cristianismo.
En perspectiva religiosa, Nicea afirma que la piedad no consiste en el sometimiento u obediencia de una persona a otra, sino en la comunión de todas; por eso, la fe de Nicea en la consubstancialidad entre el Padre y el Hijo constituye el principio y salvaguardia de todo pensamiento y comunión cristiana. Frente a la falsa virtud pagana (arriana) del sometimiento ha destacado Nicea la verdad suprema de la comunión personal: no somos súbditos unos de los otros (ni siquiera de Dios), sino hermanos y amigos, compartiendo la misma “esencia”.
En perspectiva filosófica, Nicea ha rechazado la visión de un Dios jerárquico, de una divinidad descendente y gradual, que vincula en un todo sagrado lo más alto (el Dios separado) y lo más bajo (la humanidad mundana). Nicea sabe que hay distinción (Dios es divino, el humano creatura), pero ella no que conduce a la jerarquía (uno sobre otro, uno mandando y el otro obedeciendo), sino a la vinculación personal en el amor.
Estas formulaciones de Nicea continúan fundando nuestra visión de Dios, tanto en perspectiva de piedad como de pensamiento. Se escuchan de nuevo en nuestro tiempo las voces de nuevos piadosos “ortodoxos” (aparentemente no arrianos) que defienden el sometimiento eclesial o teológico y la fuerte obediencia religiosa. Frente a ese riesgo debemos elevar el principio dogmático de la consubstancialidad personal, de la igualdad en el diálogo, tanto en Dios como en los humanos; fuente y garantía divina de ese diálogo personal sigue siendo el concilio de Nicea.
También es importante el dogma de Nicea en clave de pensamiento. Hay en el fondo de nuestra cultura un miedo a la autonomía humana. Algunos quisieran que el humano fuera una especie de apéndice de Dios, un último eslabón de lo divino. Otros lo introducen del todo en la materia, haciéndole un momento del despliegue cósmico. Unos y otros parecen negar lo que tiene de más propio: su identidad humana, su capacidad de encuentro personal con Dios, entre los humanos, en libertad compartida.
Dios es divino, sin necesidad de mundo: no crea el mundo ni se encarna en Cristo para resolver alguna carencia, sino para expresar su amor ya pleno. Por su parte, el mundo es mundano, no necesita convertirse en Dios (perderse en lo divino) para alcanzar de esa manera su grandeza. Pero entre Dios y el mundo se ha establecido por Jesús la más honda comunión de amor: todo el ser de Dios se ha hecho presente en Jesús (a quien llamamos por eso homo-ousios, de la misma naturaleza del Padre. Por eso hay que decir que Jesús y Dios son Uno, que los hombres somos Uno en Dios, siendo diferentes (Espíritu Santo).
4. Dios comunión, Dios de los humanos. Teología fundamental
La formulación de Nicea tiene dos grandes consecuencias: independiza a Dios respecto al mundo, descubriendo su verdad interna como diálogo entre iguales (entre consubstanciales) y definiéndole como encuentro personal de amor; presente al ser humano como distinto de Dios, haciéndose autónomo, personal, responsable de sí mismo. Según Nicea, el ser humano pertenece al mundo y se encuentra vinculado con Dios, pero no es puro mundo ni un simple momento del ser de lo divino. El ser humano tiene entidad en sí mismo y su verdad se expresa como diálogo personal entre iguales, fundado en el misterio trinitario.
La respuesta de Nicea no resolvió externamente los problemas, de manera que la historia cristiana del siglo IV fue un inmenso hervidero de ideas, experiencias religiosas e intereses políticos, que vinieron a expresarse en los problemas de la realidad divina de Cristo y de la identidad personal del Espíritu Santo. Ratificando y ampliando la palabra de Nicea, la gran Iglesia fijó su respuesta en el concilio de Constantinopla (año 381), afirmando que el Espíritu Santo pertenece al misterio divino, siendo fundamento de todo diálogo humano de la iglesia.
Estaba en juego la identidad del diálogo divino. Al concebir al Espíritu como una especie de semi-dios (Dios inferior), los neoarrianos (pneumatómacos: contrarios al Espíritu Santo) seguían manteniendo la lógica anterior de sumisión piadosa (=la religión sería sometimiento) y gradación ontológica (lo divino aparece como una jerarquía de seres desiguales). En contra de ellos, la iglesia ortodoxa ha ratificado la identidad divina del Espíritu Santo, entendiéndole como momento final y culmen del misterio de la comunión divina. Esto significa que Dios se clausura (se completa en sí, como divino), no para cerrarse o separarse de forma orgullosa en relación a los humanos, sino precisamente para abrirse de un modo gratuito hacia ellos.
Estaba en juego la identidad del diálogo humano, entendido en su forma más plena, ternaria como separación (dualidad) y vinculación de personas (Trinidad). Al tomar en serio a Dios, la iglesia toma en serio al ser humano, descubriéndole como signo de ese Dios y como ser independiente en su misma relación comunitaria. El humano (varón y mujer) se define como proceso y encuentro personal, donación de sí y experiencia de complementariedad en el diálogo. Eso sólo es posible en perspectiva trinitaria.
Esta formulación, tal como ha sido asumida y expresada por los grandes teólogos de la iglesia oriental del siglo IV, sobre todo por los santos capadocios (Gregorio Nacianceno, Basilio y Gregorio Niseno), ha tenido grandes consecuencias. Aquí sólo destacamos de forma esquemática las más significativas, en clave experiencial (cristiana) y racional (teológica)…. para poder afirmar lo que dijo Jesús “Yo y el Padre somos Uno”, para poder seguir diciendo “yo soy uno con el Padre, los hombres y mujeres somos uno en el amor que es el Espíritu Santo”. Eso es lo que llamamos Trinidad, una experiencia, un camino de pensamiento y de amor.
5. Trinidad, una experiencia
Debemos recordar que la Trinidad no ha formado para los capadocios o cristianos del siglo IV un objeto de teoría, sino más bien un presupuesto y condición de su experiencia creyente. Quizá pudiéramos decir que ella aparece como hermenéutica primera o más profunda del misterio cristiano:
La Trinidad es una exégesis de la vida y persona de Jesús, tanto en su vinculación a Dios (en su relación con el Padre) )como en su apertura hacia los humanos: en su mensaje de libertad y en el don pascual que el Espíritu ofrece a los creyentes. El Dios cristiano es comunión de amor que se expresa como don fundante (Jesús brota de Dios) y entrega personal (Jesús pone su vida en manos de Dios), culminada en la comunión (encuentro de amor del Padre y del Hijo, donde todo alcanza su verdad perfecta).
La Trinidad es la hondura de Dios, que despliega y regala su misterio, por medio Espíritu, en la Iglesia. La Trinidad es la misma comunión divina, culminada y perfecta, que viene a revelarse como fuente de toda comunión para los humanos. Dios es vida eterna compartida: sólo por fundarse en ese Dios, la iglesia puede ser experiencia de vida compartida: encuentro de hermanos que regalan y reciben (comunican) la existencia. El Dios encarnado en Jesús se revela y despliega en la iglesia (sin dejar de ser divino) como proceso culminado y comunión perfecta: eso es lo que la iglesia llama Espíritu Santo y así lo han defendido con gran fuerza los Padres del Concilio de Constantinopla (año 381).
6. Trinidad, un camino para pensar.
Podemos destacar en ella un elemento más especulativo, otro más práctico. Ambos son fundamentales para entender la Trinidad cristiana, tanto en perspectiva intradivina (Trinidad en sí), como en su apertura al ser humano (presencia trinitaria).
En sentido más especulativo la Trinidad nos muestra que Dios es un despliegue de amor que brota del Padre, se expande por el Hijo y culmina en el Espíritu Santo. Desde ese fondo, podemos hablar de los tres momentos constitutivos y fundantes de su realidad. Dios es ousia o esencia fundante (Padre) que se entrega a sí misma y sólo existe al entregarse; Dios es dynamis, la fuerza del amor que se entrega y se expresa en el mundo en forma humana (es Hijo); Dios es finalmente entelekheia o perfección cumplida (Espíritu Santo).
Todo Dios es un despliegue de amor personal. Sólo existe y sólo puede concebirse en la medida en que se entrega a sí mismo, en generosidad interior y exterior, para que todos podamos compartir la vida, siendo Uno con él (en él) y siendo Uno entre nosotros (sin imposiciòn de unos sobre otros). Así lo hemos visto en Jesús: él nos ha mostrado que Dios mismo es amor compartido, comunión de personas que existen gozosamente al darse una a la otra. Así poemos afirmar que cada persona existe en sí misma existiendo en la otra, en gesto de inhabitación mutua (en griego perikhóresis) que la tradición latina posterior ha precisado utilizando dos palabras vinculadas y muy significativas, que expresan eso que pudiéramos llamar la presencia de cada persona trinitaria en las demás, la más honda comunión intradivina:
– Cincumincessio (=Proceso comunicativo). Cada persona existe en la medida en que “camina” (incedere) hacia la otra en proceso circular (circum). De esa forma, lo que solemos representar como triángulo trinitario (tres personas vinculadas desde sus ángulos respectivos, en la unidad del triángulo divino) puede y debe representarse como itinerario completo: el camino de Dios culmina en amor, para abrirse a los humanos en donación total.
– Circuminsessio (=Proceso de inhabitación). Cada persona se asienta o tiene su sede en la otra. No sólo camina hacia ella sino que habita en ella: existe en sí (tiene sentido, se realiza) en la medida en que está fuera de sí, dando el ser a la otra, recibiendo el ser de ella. En otras palabras, cada persona “reina” haciendo reinar a las otras, teniendo en ellas su trono.
La trinidad es perikhóresis, itinerario de una persona a la otras, presencia de una en otra, comunión del Padre con el Hijo en el Espíritu. Cada persona existe en sí recibiendo y compartiendo el ser desde y con las otras.
Nosotros, los hombres y mujeres, somos perikhótesis, somos uno en comuniòn, en camino y encuentro de amor. Por eso, como muestran las fórmulas latinas más precisas de la circumincessio y circuminsessio, Dios es la forma suprema de comunicación, de presencia de cada persona en las otras. En Dios y por Dios todos nosotros somos comuniòn.
Esta terminología de inhabitación dialogal (que los griegos llamaban perikhóresis) nos permite comprender el misterio de Dios y nos lleva a a valorar mejor la comunión humana. En el principio y cumbre de todo lo que existe (en el misterio de Dios) hallamos un camino de entrega mutua, que culmina como encuentro de amor y vida compartida.
En Dios hay un itinerario (circumicessio), que lleva del Padre al Hijo por el Espíritu y viceversa: Dios es camino bueno, que no se pierde en el vacío, ni se tiene que repetir en una especie de eterno retorno, siempre igual, nunca completo. El itinerario de Dios es proceso culminado. Por eso, los cristianos (en contra de musulmanes y judíos que no se atreven a penetrar en el misterio de Dios) podemos decir y decimos que en Cristo hemos podido conocer el ser del Padre en cuanto Padre: hemos penetrado en su mismo itinerario de amor. Este es el camino supremo: el que va de una persona otra persona, de un humano a otro humano. Es más fácil escalar el Himalaya que conocer de verdad de un hermano, llegando en respeto y amor al interior de su persona y dejando que ella pueda caminar a mi interior.
Por eso, al mismo tiempo, decimos que Dios es encuentro de amor (circuminsessio), una especie de fiesta de gloria, pues cada persona descubre y posee (goza y despliega) su sentido y plenitud en la otra. El itinerario ha culminado: cada persona llega hasta la otra; se dan mutuamente, ambas comparten la vida, habitando una en la otra. Lógicamente, la Trinidad viene a presentarse como misterio de adoración comunitaria, experiencia de gloria. No es algo que pueda demostrarse. No es un enigma que deba resolverse con métodos de lógica o de ciencia. No es un problema que consigan resolver los sabios de la tierra. Más que enigma o problema, ella es misterio que hace pensar y cantar, en gozo inenarrable.
7. Una experiencia de amor. Dios y yo somos uno.
Por eso volvemos a la base de la experiencia cristiana, descubriendo el sentido de la Trinidad en la misma experiencia de Jesús. No hay dos experiencias, una para Dios, otra para los hombres. No existen dos leyes, una de poder superior (propia de Dios) y otra de sometimiento servil (reservada para los hombres). Hay una misma ley, una experiencia cristiana que debe entenderse desde la doble perspectiva:
Todo lo que Jesús ha dicho y realizado es verdad para los humanos. Jesús mismo es la vida hecha donación y entrega, la vida abierta a la culminación de la comunidad (en el Espíritu). A ese nivel, la Trinidad es la hondura de conocimiento y experiencia que brota de la Cruz, de la vida interpretada como donación de sí, como regalo que se vuelve fuente de comunión para los hombres.
Camino de felicidad. La Trinidad es la expresión del gozo de Dios (no tiene que crear ni encarnarse para ser divino) y la expresión del gozo humano: ya no tenemos que andar buscando nuestra identidad como “judíos errantes”, como peregrinos siempre fracasados, sino que alcanzamos nuestra verdad y plenitud en el misterio trinitario; allí habita, allí encontramos nuestro más hondo sentido de la vida.
Por eso decimos: Dios y yo somos uno.
Al mismo tiempo, Jesús es la verdad de Dios, el Logos fundante. Así le vemos como Hijo eterno del eterno Padre, Hijo que recibe la vida y que la entrega nuevamente, compartiéndola en el Espíritu. Es Hijo porque proviene del Padre en el Espíritu, naciendo de los humanos (misterio de la Navidad); es Hijo porque devuelve su propio ser al Padre en el Espíritu, dándolo a los hombres (misterio de Pascua).
No hay dos leyes una para Dios y otra para los humanos, no hay dos Trinidades, sino una sola verdad del evangelio (revelación de Dios) que es la verdad de la comunión divina: Dios se expresa en Cristo, haciéndose principio y espacio de realización para los hombres; Cristo se funda en Dios; ambos se unen, por siempre y para siempre, en la comunión del Espíritu. .
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