Soledad de los abandonados Sábado Santo: El Cristo de la Soledad
Con todos los solitarios, abandonados del mundo
En esta Semana Santa se han alzado y han desfilado por iglesias y calles muchas imágenes de Cristo y de su Madre. La más impresionante acaba siendo la imagen y cofradía de la soledad, pues de ella somos todos, queramos o no, hombres y mujeres solitarios, al fin solos, ante Dios y ante la muerte, ante nosotros mismos.
Solitarios con Jesús, ante la vida, ante el amor, ante la muerte. Eso es lo que somos. Soledad al fin, pero soledad acompañada por Jesús, el Solitario de Dios y de los hombres.
Soledad de soledades, todo es soledad
Hay una soledad primera de impotencia o miedo,propia de personas con dificultades afectivas y/o psicológicas y familiares, soledad de los abandonados a sí mismo, como el Cristo que grita desde la Cruz “Dios mío ¿por qué me has abandonado?” y así muere solo, en el silencio de la tarde oscura.
Hay una soledad segunda, de marginados y crucificados,de aquellos que no pueden compartir la vida con los otros, porque les rechazan, por razones económicas, sociales… (por raza, por clase social o por emigración). Es la soledad de los que emigran por todos los caminos sin camino, pues no llevan a ninguna parte, acabando así ante muros cerrados, ante vallas encendidas de muerte, rechazados por ricos que se encuentran todavía más solos detrás de los muros que han alzado, porque tienen miedo de sí mismos y miedo de los otros.
Hay una soledad tercera, propia de personas que se aíslan en su propio autismo, por culpa propia o por culpa de los otros, por rechazo afectivo, por envidia y egoísmo personal o por enfermedad… pues la enfermedad suprema es la de estar solos, con sus propias máquinas de miedo y diversión desnuda entre las manos, sin un trozo de pan de amor propio o de amor ajeno alimentarse…
Y está al fin, en el centro de todas, este sábado Santo, sábado de soledad, la Soledad del Cristo de Dios, que es el Cristo de todas las soledades… Hoy quedamos ante él y con en silencio. Como meditación en el silencio quiero ir desgranando unas palabras… Queden aquí los que entiendan con Jesús de soledades, y los que no entiendan, que somos la mayoría. Sigan leyendo los que a pesar de todo pueden y quieren seguir pensando.
Jesús, experto en soledades. La agonía de la soledad
La soledad de Jesús fue ante todo una soledad agónica, la agonía de un hombre que quiso ser presencia y compañía de Dios para todos, y que al fin quedó a solas en la cruz, ante su Dios y ante su amor, que era los hombres, como declara el Evangelio de Juan, cuando empieza diciendo que vino a los suyos y los suyos no le recibieron (Jn 1, 11‒13).
Fue llamando a muchas puertas, y todas al fin se cerraron ante su llamada. Y por eso le sacaron fuera de la ciudad, para condenarle a la muerte más solitaria de todas, en una cruz, con otros dos condenados… sin más compañía que una mujeres mirándole a lo lejos, desnudo, totalmente desnudo, porque habían subastado sus ropas, para que le vieran así, el hombre del amor frustrado.
Esta fue una soledad agónica, es decir, de agonía, que significa lucha, agôn, entrega de la vida por un amor más alto, pasión de amor abierto hacia todos. La soledad más profunda implica siempre un tipo de esfuerzo, de purificación, de vencimiento radical de sí mismo, de ofrenda de la vida en manos del misterio de Dios y de los otros. Es una soledad para la compañía. Una soledad en la manos de Dios, para así compartirlo todo y morir amor con otros.
Y en soledad de amor murió Jesús, dándolo todo, dándose del toro, en manos de Dios que son las manos de los hombres, aguardando una respuesta de amor… Pero en el trance final de la Calavera Dios quedó callado, y callados los hombres, que no respondieron a su amor, y le dejaron como nació, desnudo, pero desnudo para morir, clavado a la cruz de su propia soledad, con unas mujeres llorando a lo lejos por su amor abandonado. , brota un lugar para el encuentro de Dios como Señor que resucita, como todo en todos
Todo empezó al fin en el Huerto de la Soledad
Tenía que haber sido huerto de amor con los suyos, bajo la sombra amorosa de los grandes olivos… Pero el huerto se convirtió en soledad, con un ángel que logró ver el Greco, pero que Jesús no veía.
En el momento clave de su despedida, en la noche de sus bodas, Jesús entró en el huerto de la prensa del olivo (Getsemaní), para ser allí prensado por el abandono de todos. Necesitaba compañía y la pide a los amigos. En unión con ellos se sitúa ante el misterio: «Abba, Padre, tú lo puedes todo; aparte de mí este cáliz; pero no se haga mi voluntad sino la tuya» (Me 14, 36 y par). Ruega con dolor, con lágrimas de sangre, como añade el evangelio de Lucas, en una glosa muy significativa (Le 22, 43-44), pero nadie le responde; sus amigos duermen, Dios está callado.
Vuelve pidiendo ayuda a los suyos y los encuentra más dormidos que antes, por el peso de la tristeza y la impotencia, quizá por miedo, cada uno con su sueño baldío, a la sombre de noche de los viejos olivos. Y Jesús de nuevo en la oración, absolutamente solo, sin ningún apoyo humano, sin recuerdo ni belleza en que fundarse. Pide compañía y no la obtiene, quiere llenar su soledad de amor y no le atienden. El Dios a quien invoca como Padre no le saca de la prueba, sino que le introduce más profundamente en ella, como sosteniéndole en la marcha de la muerte. En ese contexto se entiende la palabra clave de la Cruz: «¡Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?» (Me 15, 34).
No podemos comprender esta soledad abandonada de Jesús, a quien todos condenan, a excepción de unas mujeres que miran de lejos, y así le acompañan en el alma, pero en soledad… mientras destruyen su vida los que hacen guardia de muerte ante su cruz de moribundo. Pues bien, en un sentido, debemos añadir que tampoco Jesús, Hijo de Dios, entiende en un primer nivel su soledad y por eso pregunta a Dios: ¿Por qué me has abandonado?
Evidentemente, en un sentido, Dios le ha dejado sólo, pues parece que no cumple su promesa de Reino, de tal forma que él (Jesús) tiene que morir sin haber logrado (en un sentido externo) aquello que Dios le había prometido en el bautismo, al decirle “tú eres mi Hijo el predilecto”. Y así, como predilecto de Dios muere, abandonado al parecer del mismo Dios, gritando desde la cruz (¿por qué me has abandonado?), abandonado de todos, con la pura mirada de unas queridas mujeres… que son el amor de Dios que le mira y acompaña.
En ese camino de soledades, mientras pregunta a Dios, en la Vía Dolorosa que va del Huerto de la Prensa de los los Olivos a la Cruz del Calvario, sobre el monte de la “calavera desnuda” (que eso significa Calvario, una “calva” de Dios en la tierra), Jesús va descubriendo que ese abandono y soledad pertenece al camino que Dios le ha encomendado, para al anunciar el Reino a los pobres y expulsados, a todos los solitarios y crucificados de la historia. Jesús ha muerto al fin como él mismo lo había buscado en el fondo, como mueren los rechazados de la tierra.
Soledad de abandonado: «Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?»
La tradición de Mc 15, 37 y Mt 27, 46 dice que Jesús murió así, dando un gran grito de soledad final y de protesta‒llamada de amor, que los evangelistas interpretaron con las palabras de Sal 22, 2 como invocación y pregunta dirigida a Dios (¿por qué me has abandonado?). Ésta es la cuestión final de la Semana Santa: ¿A quién llamó Jesús cuando moría? ¿Con quién dialogó, presentándole su angustia?
Muchos exegetas han supuesto que el grito de fondo de Jesús y las interpretaciones posteriores han sido una creación de la iglesia (pues los crucificados mueren por asfixia y no pueden gritar), añadiendo que todo el pasaje ha sido una construcción simbólica para vincular la muerte de Jesús con el fin del mundo (así escuchamos voces en Ap 4, 1; 5, 2; 8, 13 etc.; cf. también Mc 1, 11).
En contra de eso, debemos afirmar que el recuerdo de ese grito evoca un hecho histórico, es decir, la última gran voz de Jesús, pidiendo amor a Dios y a los hombres, porque al decir Dios mío Jesús está diciendo: Mis amigos todos ¿por qué me habéis abandonado?
‒ Jesús llama a Elías, es decir, nos llama a nosotros desde su soledad. La pregunta clave es a quién llama Jesús desde su soledad, a Dios o a sus amigos, simbolizados todos por Elías. Esta empieza siendo una pregunta filológica. Jesús dice algo así como Elohi, (que sería mi Dios, en arameo) o como Eli (mi Dios, en hebreo o en arameo hebraizado). Significativamente, ambas palabras pueden entenderse como Elías (Eliya), que significa Dios, que significa todos mis amigos…
A todos sus amigos llama Jesús desde la cruz, nos llama a todos, preguntando por qué le hemos abandonamos, por qué abandonamos en manos de la muerte (o matamos) a todos los condenados de Auschwitz o de los campos de concentración y cruz de la tierra entera, a los niños hambrientos, a los encerrados tras los muros de la tierra entera.
– Pero, llamando a sus amigos, a todos nosotros, Jesús llama a Dios,que es el Dios de todos, gritándole desde el Calvario. Está culminando el tiempo de su vida, y ahora parece que Dios ha desviado el rostro, dejando así en abandono y dolor al Cristo agonizante que le invoca. El pretendido Cristo” que así grita no podía ser Hijo de Dios (como habían dicho los sacerdotes de Mt 27, 40). Ciertamente, no ese ese Hijo de Dios en potencia de muerte, sino el Hijo de Dios verdadero, el que hace suyo el camino de muerte de la historia de los pobres, gritando desde la Cruz a Dios, es decir, a todos los hombres.
‒ ¿Por qué me has abandonado? (Mt 27, 46) El grito de Jesús es una llamada al Dios que puede liberarle de la muerte o, mejor dicho, explicarle el “por qué” de esa muerte. Entendido así, ese grito constituye una confesión de fe, en la línea del Sal 22, 2, que Jesús está citado. La palabra “por qué” (con,, lemá, transcripción griega del arameo lema’, que el texto griego traduce por inatí, puede tener dos sentidos: (a) Esa palabra puede insistir en el abandono en cuanto tal, sin más razones: ¿cómo puede Dios abandonar a su enviado? (b) Pero ella puede preguntar, más bien, por la razón del abandono: ¿por qué causa, con qué fin le ha desamparado Dios?
Esta pregunta ha de entenderse a la luz de la acusación y condena de los transeúntes, sacerdotes y bandidos de Mt 27, 38-44, que no preguntaban “por qué”, ni razonaban, sino que simplemente condenaban a Jesús, sin ningún tipo de justificación. Ahora, Jesús recoge la acusación de sus enemigos y, de esa forma, desde su situación de mesías externamente fracasado, pregunta a Dios: ¿Por qué?
Sin duda, la “culpa” inmediata la tienen los sacerdotes que le han acusado, y Pilato que le ha condenado a muerte. Pero la “causa” o razón última de su muerte en cruz es Dios. Por eso le pregunta en arameo transliterado en griego ¿por qué sabakhthani, en hebreo ‘azabtani, me has abandonado? No rechaza ni condena a Dios (pero tampoco se condena a sí mismo, diciendo ¡he pecado!), sino que pregunta… elevando su pregunta a todos los que abandonan a los otros.
En un contexto como el suyo, un tipo de hombre “normal” no preguntaría, sino que protestaría contra Dios, es decir, le acusaría, o (más bien) confesaría su pecado. Pero Jesús no protesta, ni se confiesa pecador, sino que pregunta, como si fuera necesario superar un plano de razonamientos y causas para descubrir a Dios en su abandono y muerte… y descubrir al mismo tiempo el “abandono” de los hombres: ¿Por qué se abandonan y matan unos a los otros?
¿Por qué abandonó y mató Caín a su hermano Abel? ¿Por qué violaron y mataron y al fin abandonaron los violadores de Gen 6, a quien el texto llama “hijos de Dios” a las mujeres hijas de los hombres? ¿Por qué esta tierra es tierra de abandono que crecen con murallas cada vez más grandes, desde la muralla China hasta las murallas made in USA o made in Europa‒España… para abandonar a los otros a la muerte de su soledad impotente.
A nivel de violencia mundana Dios calla, dejando a Jesús sin respuesta, como a los millones de torturados, pues son muchedumbre infinita los que gritan desde el mundo sin respuesta. Con ellos muere Jesús, eleva su grito, y Dios calla. Llama y nadie responde.
Los cristianos saben que Jesús ha “preguntado” a Dios porque confía en Él, y con esa pregunta ha muerto (como indica de forma sorprendente Hbr 5, 7). Al final de todo su camino mesiánico está la pregunta a Dios, pues en un plano mundano el hombre es un ser “abandonado”. Toda respuesta que se quiera dar desde este mundo resulta al fin insuficiente.
Al Jesús de la soledad en Cruz no le puede liberar un tipo de Dios cósmico, ni el Dios político del Estado, ni la sacralidad del pueblo (ley judía), pues su pregunta se sitúa en un plano más alto, y así muere él, como mesías cristiano, llamando al Dios de los pobres, enfermos y excluidos (en nombre de todos ellos). Con todos y por todos llama: Dios mío, ¿por que me has abandonado?
Por eso, no se puede espiritualizar el grito, en un sentido pietista. Todos los esfuerzos que se han hecho por mitigar su escándalo son inútiles. Esta palabras (a pesar de ser cita de Sal 22 o, quizá mejor, por serlo) ha de tomarse al pie de la letra. Al final de su vida, como Mesías (Hijo de David) que ha esperado y preparado tenazmente la llegada del Reino, Jesús debe preguntar a Dios: ¿Por qué me has abandonado? Como enviado de Dios había prometido a sus discípulos el Reino para el próximo día (la próxima copa: Mc 14, 25) y había esperado su llegada en el Monte de los Olivos y había dicho a los sacerdotes que verían pronto la llegada del Hijo del Hombre (Mc 14, 62-64). Pero ahora, al descubrir que muere, él pregunta a Dios: ¿Por qué me has abandonado?
Desde Salamanca: Unamuno, un testigo del Cristo de la Soledad
He querido poner como primera imagen de esta postal el Cristo de Velázquez, ante el que Unamuno elevó el más hondo de todos los cantos que conozco a la soledad de Dios y de los hombres. Unamuno supo y dijo que, en gesto de soledad total, Cristo llegó Jesús hasta el final de su camino, hasta el lugar donde la muerte a favor de los demás (con los demás), en soledad total, viene a mostrarse como principio y garantía de un amor más alto.
En la soledad de sí mismo, bajo el silencio de los amigos que duermen y ante el rumor de los enemigos que acechan (en el Huerto de los Olivos), clavado a una cruz ante el Dios que parece callar, mientras hablan y se ríen los verdugos (los sacerdotes que dicen: ¡a otros salvó, a sí mismo no puede salvarse; que baje de la cruz, si es Hijo de Dios!: cf. Mt 27, 42), así muere Jesús, el amigo de todos, como se atrevió a decir Unamuno, uno de los grandes testigos de la Soledad de Dios en Salamanca:
«Tú, solo, abandonado / de Dios y de los hombres y los ángeles, /eslabón entre cielo y tierra, mueres, / ¡oh león de Judá, rey del desierto /y de la soledad! Las soledades / hinches del alma, y haces de los hombres / solitarios un hombre; tú nos juntas, / y a tu soplo las almas van rodando / en una misma ola. Pues moriste, / Cristo Jesús, para juntar en uno / a los hijos de Dios que andan dispersos, / sólo un rebaño bajo un pastor» (M. de Unamuno, «El Cristo de Velázquez»,en Obras completas VI, Madrid 1966, 450).
Jesús murió de soledad. No sucumbió como un héroe, caído en la lucha, matando a contrarios, sino como un esclavo sin honor ni dignidad, desnudo ante los que pasaban. Platón dice que Sócrates murió lleno de paz, como héroe filosófico, sabiendo dónde iba (como alma inmortal), y despidiendo a sus amigos, tras haber culminado su vida (cf. Fedón 114-118). Jesús, en cambio, no había proclamó la inmortalidad del alma, sino la llegada del Reino de Dios, y murió como un perdedor, olvidado al parecer por Dios y abandonado por sus amigos (cf. Mc 15, 34).
Pues bien, los cristianos creen que este Cristo solitario es el principio de toda solidaridad de amor, es el Mesías de la comunicación y la palabra abierta a todos, todos solidarios en el mismo “destino” del Dios de la calavera. Los cristianos creemos en ese Jesús, el impotente poderoso, que ofrece su vida, se solidariza con los marginados y, superando a los maestros de la soledad mística, eleva sobre el mundo el signo de la comunidad de amor. Sólo se puede amar en realidad allí donde se acepta la soledad propia y se entrega la vida por los otros, traduciendo así la soledad en forma de plena donación de amor. De esa manera, la soledad de Jesús sobre la cruz ha sembrado sobre el mundo la suprema semilla de la vida compartida, sin que ningún diablo pueda apagar su llamada (llamarada) de amor con la cizaña de la envidia.
Pequeña conclusión, la soledad de los vivos
Muchos queremos huir de la soledad: escaparnos de nosotros mismos, ocultar nuestra pequeñez, apartarnos de nuestra responsabilidad. Nos refugiamos en acciones, distracciones y deseos. Y así desembocamos en una soledad egoísta, sin espíritu ni vida, sin amor a los demás, sin verdadera compañía. Pues bien, frente a eso se eleva en esta Semana Santa la soledad creadora de Comunión de Dios en el Calvario, que es ya monte de vida, donde se reúnen en amor todos los corazones.
Podemos quizá ganar todo el mundo, pero nos perdemos a nosotros mismos cuando (y porque) perdemos a los otros, allí donde queremos imponer nuestra soledad de odio, de envidia, de venganza, discurriendo perdidos y violentos sobre un mundo convertido en desierto. Así parecemos a veces un inmenso rebaño de perdidos, que buscan la manera de escaparse y olvidar, porque no quieren reconocerse como son; evadidos impotentes, incapaces de escaparnos de sí mismos, eso somos muchos de nosotros. No hay solitario mayor que aquel que no ha sabido llegar hasta sí mismo, porque no quiere llegar hasta los otros.
Sólo aquel que se conoce y se quiere puede darse. Sólo aquel que tiene intimidad puede entregarse. Sólo un verdadero solitario en amor puede ser solidario, sólo un desprendido puede prender y congregar en amor (en libertad) a los demás, formando con ellos una “piña” de vida y de rosas, como cantaba Juan de la Cruz en su Cántico Espiritual: “en tanto que de rosas hacemos una piña, y no aparezca nadie en la campiña”. Esa la rosa del amor, que congrega a todos en belleza… De esa forma, la intimidad del solitario que es dueño de sí mismo se transforma en comunión de vida que enriquece. Ésta es una soledad para el encuentro, una intimidad para la compañía.
Uno de los mayores problemas de nuestro mundo occidental es la falta de soledad verdadera: tenemos miedo a enfrentarnos con la realidad, a vivir en profundidad, a darnos en transparencia. Tenemos miedo a que nos fuercen, nos utilicen y destruyan. Y, por otra parte, tenemos miedo a estar solos. Por eso nos rodeamos sin cesar del espectáculo de la vida impersonal, de los medios de comunicación, de noticias sin fin. De esa forma inventamos soledades sin comunicación, comunicaciones sin soledad y sin encuentro personal. Y mientras tanto hay millones y millones de personas condenadas a la soledad del hambre, de la opresión y de la cárcel, muriendo como Jesús en una cruz.
Imágenes
1-2 El Cristo de Velázquez, Cristo de la soledad de Unamuno, con su pregunta en hebreo, griego y latín.
3. Soledad con ángel en el Huerto (Greco)
4-6 He publicado una primera versión de este texto en la revista de la Pasión de Salamanca 2019, donde podrá encontrarlo quien quiera. Mi texto proviene de dos libros: Uno sobre la historia de Jesús, otro sobre las 40 Palabras de Jesús
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