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Consummatum est

Viernes, 19 de abril de 2019

vcruciscontemporDel blog de Xabier Pikaza:

Todo lo que tenía que cumplirse se ha cumplido

Sólo Dios puede convertir en vida la muerte de los hombres

Una vez más se han impuesto los que matan: Soldados de todas las romas, sacerdotes de todos los jerusalenes e iglesias de muerte… Por eso, allí sobre el Calvario (la calavera de la historia) avanza Jesús hacia su muerte, con dos compañeros-colegas, que son todos los asesinados de la historia (a los que en general no solemos ver).

En esa línea al llegar el final, sólo puede decirse: Se ha cumplido, ha culminado la envidia asesina de los hombres sobre el amor de vida de Dios, de tal forma que el mismo Dios muere en Jesús, en todos los crucificados, pero no en contra, sino a favor de los mismos que le matan.

Se ha cumplido la maldad de los hombres, que empezaba con Caín, una sombra de muerte que cubre toda la historia. Pero se ha consumado el amor de Dios, revelándose al fin, plenamente, como vida que triunfa de la muerte. Para explicarlo he tenido que acudir a las palabras del mayor teólogo de la muerte de Dios que es vida de los hombres (Juan de la Cruz).

Por eso, la muerte de Jesús, con los dos que le acompañan, será resurrección, como dirá el domingo el ángel de la pascua, como indican las tres cruces de Urkiola, anunciando la pascua de todos, de Jesús en el centro, de los dos a sus lados, sobre la roca del fondo (imagen siguiente). En esa linea quiero hoy  comentar las últimas palabras de Jesús, según el Evangelio de Juan

Jesús dijo: Está consumado (se ha cumplido, ha terminado) e inclinando la cabeza entregó el espíritu (Jn 19, 30).

Las últimas palabras de Jesús varían según los evangelios. Marcos y Mateo afirman que murió diciendo “Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?” (cf. tema 16). Según Lucas, él dijo: “Padre, en tus manos encomiendo mi Espíritu” (Lc 23, 46). Juan, en cambio, afirma que exclamó, tetelestai (nislam, consummatum estestá consumado,  según las tres variantes (griega, hebrea y latino) que comentaré, para ofrecer después una buena traducción castellana, siguiendo las huellas de Juan de la Cruz, alguien que sabía mucho del “fuego de Dios” que consuma sin consumir.

El original griego reza  tetelestai, una palabra que viene de  teleô, verbo que tiene varios significados, que nos permiten entender mejor el drama y camino de la vida de Jesús.

(a) Teleô  significa ha terminado, ha llegado a su fin el camino. Es como si Jesús dijera “puedo descansar”, no me queda más por hacer. Todo acaba en el mundo, también la vida de Jesús ha terminado.

(b) Pero, en segundo lugar, en sentido más hondo, ese verbo significa se ha cumplido, como si dijera “he consumado mi tarea, he realizado el encargo recibido por Dios, ya no me queda nada que hacer sobre la tierra”. Por eso, Jesús inclina la cabeza y entrega su vida (Espíritu) en manos del Padre.

(c) Esta palabra significa finalmente pagar lo que se debe, y, en esa línea,  telos que es “fin”, significa impuesto. Es como si Jesús dijera “he pagado al fin lo que debía, la deuda que había contraído al venir sobre la tierra, la deuda de los hombres, la redención de la historia”.

La traducción hebrea es nishlam, una  palabra vinculada shalôm, paz, y significa estar en paz, sellar el pacto, cumplir la palabra. Es como si Jesús dijera al morir que ha cumplido su alianza con Dios, que ha superado la guerra, y que de esa forma está ya pacificado (y ha pacificado) a los hombres. Jesús viene a presentarse según eso, al final de su vida, como una encarnación y cumplimiento del pacto de Dios con los hombres, como el gran pacificador. Así dice que ha instaurado la paz, cumpliendo su tarea, y que él mismo ha sido el mediador o ejecutor de esa paz que ahora se abre por Dios, desde el Calvario, a toda la humanidad).

Habían existido, y eran muy numerosos en Israel, los “sacrificios por la paz”, que se llamaban shelem, ofrendas dedicadas a Dios (por ejemplo un cordero), que se quemaban en parte sobre el altar del templo, y que después se compartían entre los oferentes, que de esa manera se comprometían a vivir entre ellos en gesto solidario de amistad. Jesús mismo habría sido, por tanto, ese sacrificio por la paz, de manera que su vida terminaba de esa forma como una ofrenda para que los hombres alcanzaran la definitiva plenitud, la paz eterna, en la que él había entrado ya a través de su muerte fiel, cumpliendo hasta el fin su tarea.

Jesús muere en Dios y por Dios (reflexión con Juan de la Cruz)

  En este contexto se entienden las palabras finales del texto “e inclinando la cabeza, entregó el Espíritu”. Jesús se había mantenido siempre con la cabeza alzada, dialogando con Dios y realizando su tarea en medio de los hombres. Pero ahora puede ya inclinarla y la inclina, como permaneciendo para siempre en el regazo eterno de Dios que le acoge, recibiendo su Espíritu (pneuma, ruah). De esa forma queda todo consumado y ya cumplido, conforme a un verso importante de Juan de la Cruz: Con llama que consume y no da pena (Cántico Espiritual B, estrofa 39).

            Jesús aparece así como una luz de Dios que se “consuma”, alcanza su plenitud, llega a su meta, que se dice en griego teloj, telos, y el hebeo   shalôm, en latin pax, la paz definitiva, abierta en amor a todos los hombres y mujeres de la tierra. De manera misteriosa, ese camino de la vida de Jesús se consuma al consumirse:

“porque, habiendo llegado al fuego (que es Dios), está el alma (es decir, toda la persona) en tan conforme y suave amor con Dios, que, con ser Dios, como dice Moisés, fuego consumidor (Hebr 12, 29), ya no lo sea, sino consumador y refeccionador” (cf. Dt 4, 24. Comentario Cántico B, 39, 14). Dios consume, por tanto, y consuma, es decir, refecciona (alimenta, da fuerzas, recrea).

Jesús muere, ciertamente, porque le han matado los poderes de violencia de la tierra, sacerdotes de Jerusalén, soldados de Roma. Muere como víctima, con los expulsados y aplastados. Pero, al mismo tiempo, muere por amor completo, porque ha puesto su vida en Dios y se ha identificado con su voluntad, de tal forma que Dios cumple y culmina en él su vida (su paz transformadora) en forma humana.

            Muere así Jesús penetrando del todo en el fuego de Dios, que no es como el fuego de este mundo que consume y da pena, que duele. El fuego de Dios consuma sin consumir ni consumirse: es fuego de luz, vida amorosa que a todo se extiende y todo abarca, sin perder fuerza ni perderse. De esa forma penetra Jesús en la vida eterna de Dios, que es llama de luz en la noche internamente iluminada, canto de gloria y belleza más alta, como sigue diciendo Juan de la Cruz

Así lo ratifica un pasaje muy profundo de otro poema de Juan de la Cruz, titulado Llama de Amor Viva, donde él evoca la culminación de la experiencia amorosa, fijándose precisamente en la muerte de Jesús, cuando dice “consummatum est”, todo está consumado en la paz de Dios. Ésta es la experiencia suprema de unión del Alma (que es el hombre Jesús) con su Querido (que es Dios), una experiencia de comunión/comunicación de vida en la muerte:

“(El alma, que es Jesús) está dando en su Querido (a su Querido, que es Dios) esa misma luz y calor que está recibiendo de su Querido. Porque, estando ella aquí hecha una misma cosa en él, en cierta manera es ella Dios por participación… (Y de esa manera) hace ella (el Alma, Jesús) en Dios por Dios lo que Dios hace en ella por sí mismo… porque la voluntad de los dos es una, y así la operación de Dios y de ella es una…” (Llama de amor vivo, 79).

              Existiendo en Dios (por gracia divina), el hombre (que es aquí Jesús) puede devolver y regalar a Dios lo que de Dios ha recibido, es decir, su mismo ser, su vida en amor, su fidelidad y servicio a los demás. De esa forma se puede afirmar que el alma (=el hombre, Jesús) hace en Dios, por puro don, lo que Dios hace en ella, de manera que estando uno en otro realizan la misma operación, pues el despliegue del amor divino es el mismo amor humano. En ese contexto se debe hablar de un recíproco amor activo, por el que Dios regala (concede) al hombre su mismo ser humano (que es divino), y por su parte el hombre (Jesús) regala a Dios su mismo divino (que es humano). Así decimos que el hombre es humano viviendo al interior del ser divino.

 Jesús muere por pecado de los hombres (reflexión sobre la historia de muerte de los hombres)

Ésta es la mayor sorpresa y revelación del Nuevo Testamento,que se puede condensar en dos principios:

a. Dios es amor hasta la muerte… No es el que mata a Jesús,sino el que muere con lel, por los hombres. Dios es  consumado que que se entrega y regala, en Jesús, con Jesús por todos los hombres.

b. Pero, al mismo tiempo, los hombres aparecen, a la luz del amor de Dios, como aquellos que matan, se matan, queriendo matar al mismo Dios que es la vida.  Pero Dios vence en Jesús, con amor, a los mismos que le matan.

Éste es el centro de toda Teología y religión, desde la perspectiva cristiana: Los hombres han matado al Hijo de Dios, y lo han hecho en una línea anunciada por las Escrituras: Era necesario, se ha consumado el pecado de los hombres, de todos, no sólo de los romanos y jerosolimitanos.  En esa línea, los mismos cristianos vienen a presentarse a sí mismos como “asesinos” del Cristo, pues ellos se descubren también culpables del “pecado original” (universal) de la muerte del Mesías de Dios.

Esta no es la muerte de los “malos judíos”, sino la de todos los que vivimos de maar a los demás. Ciertamente, dentro del clima de controversia en que se escribe el Nuevo Testamento hay momentos de dura acusación en contra de algunos líderes judíos (sobre todo sacerdotes, con un tipo de escribas y fariseos posteriores a Jesús), tanto en Pablo como (sobre todo) en Mateo. Pero se trata de acusaciones retóricas que, bien leídas, pueden y deben entenderse más bien como alabanza al conjunto del judaísmo rabínico que, en un momento de gran crisis, en el contexto de la muerte de Jesús y la caída posterior de Jerusalén (70 d.C.) ha mantenido su fidelidad a un tipo de interpretación bíblica, que no es la del Nuevo Testamento, pero que merece todo respeto y agradecimiento, por su coherencia bíblica.

Ciertamente, los cristianos se atrevieron a decir y dicen que hubo un tipo de judíos que no entendieron ni aceptaron el mensaje de Jesús ni el valor universal de su resurrección (como sostiene Pablo, de forma apasionada en Rom 9-11).  Pero esa palabra y acusación no es contra un tipo de judíos, sino contra  todos los imperios y las religiones que viven atreviéndose a matar a otros…

La muerte de Jesús empieza siendo así una acusación contra los imperios del poder militar y económico que matan para vivir (para triunfar ellos). Es una acusación contra todos los que por envidia queremos la muerte o mal de otros… porque en los crucificados y excluidos y negados está Dios.

Los que matan (matamos) a Jesús todos los que vivimos de la muerte de los otros, representados por aquellos dos crucificados de la derecha y de la izquierda de Jesús.

  Ante esa muerte no sabe más  un judío que un gentil, Caifás no es mejor que Pilato y las leyes y ritos de Israel parecen situarse en el mismo nivel que los principios militares de Roma… y que las “leyes santas” de un tipo de inquisición antigua y moderna, cristiana o no cristiana, que sigue excluyendo, acusando y matando a los otros.

La muerte (y en especial la de Jesús y sus dos compañeros) es el primer signo de universalidad humana: Un tipo de hombre ha nacido y vive matando a los otros. Esto no lo dice sólo Jesús, lo dice Freud, lo dice Marx (judíos), lo dice R. Girard, toda la historia. 

Este descubrimiento de la universalidad del pecado (de judíos y gentiles) tal como ha sido ratificado por Pablo en Rom 1‒3, trasforma la experiencia religiosa, de manera que los cristianos deben confesar: Todos juntos le matamos, pero todos podemos vincularnos en su gesto pascual de perdón y esperanza de vida.

Gracia de Dios, sobre el pecado de los hombres

Este es el pecado: Dios nos ha ofrecido gracia en Cristo y nosotros hemos preferido nuestra muerte, matando a Jesús, es decir, matando-negando hoy a los pobres…. De esa forma hemos mostrado y realizado la unidad final del pecado, tal como había sido “anunciada” por Gen 3‒6, de manera a todos nos vincula un mismo crimen, entendido como asesinado universal del Hijo de Dios. Éste es el pecado central, que podemos llamar originario, es también pecado final, de manera que podemos seguir diciendo que llevamos dentro el pecado: en él nacemos, de él nos alimentamos. Pero, como seguirá diciendo el Nuevo Testamento, en el fondo de ese pecado se revela una gracia más grande: El Amor de Dios en Cristo[1].

[1] Allí donde los hombres han pecado con más fuerza, llegando hasta el extremo de la destrucción (matando a Cristo), en inversión creadora que desborda todo lo que hacemos y sabemos, Dios ha querido revelamos a su Hijo, para iniciar con él y por él la nueva creación donde todo es fuente de agua que «salta hasta la vida eterna» (cf. Jn 4, 14), superando así las mismas fronteras de la muerte.  Ésta es la paradoja central de Dios, que desborda (sobrepasa) el plano de los juicios y razones de este mundo. Una historia hecha de juicios de unos contra otros nos dejaba sobre un campo de talión donde todo se mide en un nivel de compraventa, de mercado de lucha y muerte. Pues bien, precisamente en ese centro y culmen del pecado se revela la gracia infinitamente más alta del amor de Dios en Cristo.

Formamos parte de una historia fuerte que se encuentra centrada en un asesinato: somos así porque, en el medio del camino, unos soldados y sacerdote y imperiales, en nombre de todos nosotros, mataron a Jesús, culminando la violencia de todos los humanos. Así se ha revelado lo que somos nosotros (un pueblo de asesinos) y lo que es Dios: amor creador que nos ofrece espacio de nuevo nacimiento precisamente allí donde nosotros matamos a su Hijo. Aquí en la muerte de Jesús, que es el máximo pecado de la historia, culmina la revelación de Dios como gracia, como dije en Historia de Jesús (Verbo Divino, Estella 2015).

Este tema está tomado del libro Palabras originarias para entender a  Jesús

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