Morir confiadamente
14 abril 2019
Lc 23, 1-49
Parece seguro que, en un primer momento, existía un relato del proceso a Jesús y de su crucifixión, que habría servido de base para todos los evangelistas. Más aún, según los especialistas, tal relato habría sido el primero en escribirse. A partir de él, el autor (o autores) de cada evangelio fueron construyendo su propia narración, de acuerdo con sus intereses y las necesidades de la comunidad a la que se dirigían.
El relato de Lucas llama la atención, entre otras cosas, por las palabras que pone en boca del crucificado. Parece claro que tales palabras no pudieron salir de los labios de Jesús: su situación agónica no lo hubiera permitido, ni la distancia exigida por los soldados a quienes acompañaban a los torturados las habrían hecho audibles.
Es lógico pensar que, con tales expresiones, Lucas –como los autores de los otros evangelios– busca transmitir lo que intuye que vive Jesús, a la vez que subraya aquellos valores que le resultan más característicos del Maestro.
En concreto, las expresiones que pone Lucas en boca del crucificado son tres: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”; “Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso”; “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu”.
Perdón que nace de la comprensión, certeza de que la Vida no muere y confianza radical en la Fuente de la vida: he ahí las claves que definen el modo de morir de Jesús y que se hallan en clara continuidad con lo que había sido toda su existencia.
El perdón auténtico nace siempre de la comprensión. Cuando no es así, suele adoptar tintes de paternalismo, de superioridad moral o de obligación voluntarista. Solo cuando se comprende que el daño nace de la ignorancia –y que cada persona hace en todo momento lo que puede y sabe– se alcanza a comprender que el perdón genuino consiste en ver que no hay nada que perdonar.
La certeza de que la Vida no muere viene igualmente de la mano de la comprensión: quien comprende, como Jesús, que nuestra verdadera identidad es la vida, se sabe siempre a salvo. El crucificado es el mismo que, según uno de los autores del cuarto evangelio, dijo: “Yo soy la resurrección y la vida” (Jn 11,25). La muerte en la cruz es trágica, pero no alcanza a matar aquello que realmente somos.
La confianza radical en la Fuente de la vida (el “Padre”) había coloreado toda la enseñanza de Jesús. Su mensaje fue un canto a la confianza, que brotaba de su propio modo de vivir, totalmente entregado, confiado y dócil, hasta poder decir: “Mi alimento es hacer la voluntad del Padre” (Jn 4,34).
Perdón, certeza de que somos Vida, confianza: ¿cómo vivo estas actitudes?
Enrique Martínez Lozano
Fuente Fe Adulta
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