El rostro de Jesús
Gabriel Mª Otalora
Bilbao (VIzcaya).
ECLESALIA, 04/03/19.- Todos “sabemos” cuál es el aspecto de Jesús por la abundante iconografía de la figura más retratada del arte occidental: alguien de cabello largo y barba, cara serena y mirada limpia. Pero es representado con rasgos occidentales, según el fenotipo de nuestra parte del Planeta.
Sin embargo, existe una prohibición radical de pintar imágenes de Dios en el mundo judío y musulmán (aniconismo) por la profunda y arraigada creencia de que Dios es el único creador y, por lo tanto, arrogarse un ser mortal esta facultad representativa es una blasfemia considerada pecado de idolatría para el artista, pues no se veneraría al verdadero Dios sino una representación suya. Solo el hecho de encerrarle en una figura creada por un ser humano supone restarle valor a la categoría eterna e intangible de Dios al reducirlo a una representación humana. En nuestro caso, las imágenes de Jesús son de la época bizantina, del siglo IV en adelante y eran representaciones simbólicas sin ningún soporte histórico.
Curiosamente, son varios grupos de científicos y arqueólogos que dicen haber encontrado la imagen de Jesús. Una de ellas en el baptisterio de una iglesia bizantina del desierto de Negev (Israel) en que se relaciona un dibujo con la representación de Jesús al que se ha tratado de reconstruir los trazos. El resultado final es un Cristo que nada tiene que ver con el que actualmente representamos, lógicamente, pues sus rasgos son los propios de aquella zona de Medio Oriente. También se han encontrado numerosas representaciones del Mesías a lo largo y ancho del Mediterráneo.
Quizá lo más sorprendente sea la llamada Carta de Publio Léntulo al Senado romano, en la que describe a Jesús de Nazaret de una manera muy hermosa, con comentarios como estos (es una selección):
Publius Lentulus, legado de Tiberio César en Judea
He sabido ¡oh César! que deseas tener noticias detalladas respecto a ese hombre virtuoso llamado Jesucristo, a quien el pueblo considera como Profeta, y sus discípulos como Hijo de Dios y creador del cielo y de la Tierra. El hecho es que todos los días se oyen contar de él cosas maravillosas, sana a los enfermos y resucita a los muertos.
Este hombre es de mediana estatura y su fisonomía se halla impregnada a la vez de una dulzura y de una dignidad tal, que quien le mira se siente obligado a amarle y a temerle a un mismo tiempo. La frente es llana y muy serena, sin la menor arruga en la cara, agraciada por un agradable sonrosado. En su nariz y boca no hay imperfección alguna. Su aspecto es sencillo y grave. Es terrible en el reprender, suave y amable en el amonestar, alegre con gravedad. Su cabellera hasta la altura de las orejas es del color de la nuez madura, y desde ahí hasta los hombros, de un color claro y brillante, hallándose dividida en dos partes iguales por una raya, al estilo de los nazarenos. La barba, de un mismo color que la cabellera, es rizada y partida; sus ojos, severos, tienen el brillo de un rayo de sol y nadie puede mirarle de frente.
Dícese que jamás se le ha visto reír, y en cambio llora con frecuencia. La conformación de su cuerpo es sumamente perfecta; sus brazos y manos son muy agradables a la vista y, por último, es el más singular y modesto entre los hijos de los hombres.
Todos encuentran su conversación agradable y seductora. Su aire es muy distinguido, y bellas sus facciones; no es extraño, pues su madre es la mujer más hermosa que se ha visto en este país.
Dícese que jamás ha hecho daño a nadie, y que, por el contrario, se esfuerza en hacer feliz a todo el mundo. Si quieres conocerle ¡oh César!, según ya me lo han dicho una vez, dímelo y te lo enviaré.
Precioso, pero parece que se trata de un texto apócrifo en al menos tres versiones. Tampoco está clara la existencia de este personaje romano, supuesto antecesor de Poncio Pilato que, con seguridad, no habría utilizado expresiones acordes con el lenguaje del mundo hebreo. El pergamino fue descubierto en Roma, pero su contenido quedó postergado por la Gran Guerra de 1914. Un tal Giacomo Colonna encontró la carta en 1421 escrita en griego durante los primeros siglos, y posteriormente fue traducido al latín para tomar su versión actual hacia el siglo XV.
Pero resulta hermoso pensar en cómo sería físicamente Jesús y, sobre todo, la fuerza que emanaría su rostro. Nos seguiremos conformando con los iconos, cuadros y estampas para facilitar un poquito la devoción, con el permiso de los judíos, musulmanes… y de algunos cristianos, que de todo hay.
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