Tentaciones de Jesús, tentaciones de la Iglesia
El evangelio atribuye esas tentaciones a Jesús, pero en realidad son de la Iglesia. Jesús las superó al comienzo de su itinerario, pero la Iglesia a veces no ha querido superarlas, poniendo de hecho su vela al Diablo, diciendo que lo hacía por Jesús y para bien de los pobres, a los que ella quería “redimir” a base de dinero, de poder e imposición de conciencia.
Los evangelios de Mateo y Lucas las narran de un modo paralelo. Así las recoge esta domingo la liturgia, como recordatorio y exigencia de conversión al comienzo de la Cuaresma, conforme a la versión de Lucas 4, 1-13:
- En aquel tiempo, Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y, durante cuarenta días, el Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo. Todo aquel tiempo estuvo sin comer, y al final sintió hambre.Entonces el diablo le dijo: “Si eres Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan.” Jesús le contestó: “Está escrito: «No sólo de pan vive el hombre»”.
- Después, llevándole a lo alto, el diablo le mostró en un instante todos los reinos del mundo y le dijo: “Te daré el poder y la gloria de todo eso, porque a mí me lo han dado, y yo lo doy a quien quiero. Si tú te arrodillas delante de mí, todo será tuyo.” Jesús le contestó: “Está escrito: «Al Señor, tu Dios, adorarás y a él sólo darás culto»”.
- Entonces lo llevó a Jerusalén y lo puso en el alero del templo y le dijo: “Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: «Encargará a los ángeles que cuiden de ti», y también: «Te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras»”.Jesús le contestó: “Está mandado: «No tentarás al Señor, tu Dios»”.
Completadas las tentaciones, el demonio se marchó hasta otra ocasión (que ha sido y sigue siendo la ocasión de la Iglesia).
Tentaciones, riesgo de la Iglesia (Imagen 1: Dalí, las tentaciones de Antonio Abad).
1. La primera tentación es la del pan, es decir, la del dinero. (Mammón):
Identificar a Dios con el pan, no el pan que se regala y comparte con los pobre y con los amigos, sino el pan convertido en dinero, poder, posesión, seguridad económica, aprovecharse de la religión para tener y tener (adorando al Diablo, que es Mammón, la riqueza divinizada).
«Si eres hijo de Dios di a esas piedras que se vuelvan alimento» (cf. Lc 4, 3). Así argumenta el Diablo, con buena lógica: El Reino de Dios debería resolver los problemas económicos, porque se supone que Dios es pan, dinero (cf. Mamona de Mt 6, 24). Pero Jesús responde: «No sólo de pan el hombre, sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios» (Lc 4, 4; Mt 4,4; cf. Dt 8, 3).
Imagen 2: La tentación del pan-dinero:
Para Jesús, el Reino es ciertamente pan, pero un pan vinculado a la palabra, es decir, a la libertad y a la comunión entre los hombres, de un modo generoso, gratuito…Éste es el pan de la riqueza verdadera, que la palabra de todos, la confianza. En contra de ese pan de gratuidad va el Diablo‒Mammón, el inquisidor del que habla Dostoiewsky:
Tú quieres irle al mundo, y le vas con las manos desnudas, con una ofrenda de libertad que ellos, en su simpleza y su innata cortedad de luces, ni imaginar pueden… porque nunca en absoluto hubo para el hombre y para la sociedad humana nada más intolerable que la libertad. ¿Y ves tú esas piedras en este árido y abrasado desierto?… Pues conviértelas en pan, y detrás de Ti correrá la Humanidad como un rebaño, agradecida y dócil. Pero tú no quisiste privar al humano de su libertad y rechazaste la proposición, porque ¿qué libertad es esa -pensaste- que se compra con pan? (Hermanos Karamazo, Obras completas, III, Aguilar, Madrid, 1964208-209).
Era (es) tiempo de hambre y el mismo Jesús pertenecía la clase de campesinos sin tierra, artesanos precarios, mendicantes y mendigos, sometidos al poder de reyes, terratenientes y mercaderes, convertidos en dueños de un pan que ellos empleaban para imponerse sobre los pobres (para dominarles y excluirles). El Inquisidor asegura a Jesús: «De haber optado por el pan habrías respondido al general y sempiterno pensar humano: ¿Ante quién adorar?» (cf. Mt 6, 24), pues el hombre adora a quien concede pan, a quien le asegura un tipo de prosperidad económica”.
Pero Jesús sabe que el hombre es, ante todo, libertad para el amor, de manera que el pan (economía) ha de estar al servicio de la Palabra, es decir, de la comunicación y dignidad humana, de la gratuidad. Por eso él rechaza la propuesta del Diablo, que quiere imponerse por el pan (o la falta de pan), destruyendo al hombre. En contra de eso, Jesús no quiere Pan con métodos de Diablo, como harán muchos colectivos cristianos posteriores. Jesús quiere ante todo el pan de dignidad y la gratuidad, el pan de la palabra acogida, compartida por todos, en la vida hecha fiesta de gratuidad.
2. La segunda tentación es la del Poder….
Concebir a Dios como todo‒poderoso, en sentido impositivo, de manera que la religión sirva para dominar a los, incluso (se dice) para su bien. Por eso, muchas veces, un tipo de Iglesia o religión ha tomado el poder, pero para conseguirlo ha tenido que “adorar al Diablo.
El Papa corona emperador a Carlomagno, año 800
«Mostrándole los reinos de la tierra, el Diablo dijo: todo esto te lo daré si me adoras, pues yo se lo doy a quien yo quiero…» (Lc 4, 5-6). Largos siglos llevaba Israel esperando la llegada de un Reino universal, sabiendo que tras muchos imperios despiadados y reyes injustos debía surgir el príncipe Mesías, el buen Cristo‒Rey emperador. Así sigue diciendo Dostoewsky:
Siempre la Humanidad, en su conjunto, se afanó por el poder universal. Muchos fueron los pueblos grandes con una gran historia; pero cuanto más grandes, tanto más intensamente que los otros han sentido el anhelo de la fusión universal de los humanos… Si hubieras aceptado el mando y la púrpura del César, habrías fundado el imperio universal y habrías dado la paz al mundo (Ibid 212-13).
El Diablo le ofrece un Imperio mundial, a la fuerza, en la línea del César de Roma, con lo que eso implica de adoración al Poder…, pero no un poder “autoridad”, que brota y y se expande en gratuidad y diálogo (como en Is 2, 2-4). Pero Jesús rechaza su propuesta, porque un imperio y paz que se consigue y ejerce por la fuerza implica la destrucción del hombre. Él no quiere imposición, autómatas o esclavos, sino amigos e hijos de Dios, oponiéndose así al despotismo del Diablo, que crea un espléndido rebaño, pero mata al ser humano.
Ciertamente, Jesús quiere Reino, pero en línea de Dios, no para conquistar el mundo, como el César de Roma, sino para crear y animar la vida, en gratuidad… No ha tomado el pan sin Palabra, tampoco puede aceptar el reino sin libertad (con adoración del Diablo).
Pueden discutirse muchos rasgos del proyecto de Jesús, pero su sentido es firme: Él no ha querido el poder para dominar a otros (eso es del Diablo), sino que tiene y ejerce autoridad para crear vida, enseñar y curar en libertad. En esa línea, sin ningún impositivo, Jesús tiene y ejerce la más honda autoridad, la del que ama y anima, impulsa y crea…
No se trata, pues, de tomar el poder (un poder que congela la vida, y la oprime), sino de regalar la vida, es decir, el amor, la palabra, sabiendo que sólo aquello que se da se conserva y aumenta.
3. La tercera tentación es la del “milagro”:
la de atribuirse una potencia sagrada más alto, para situarse arriba y dominar sobre las conciencias, a través de un tipo de “milagros” o gestos espectaculares de dominio sobre los demás. Ésta es la última tentación: la de andar sobrados, apelando siempre a las propias razones más altas, para así deslumbrar a los demás e imponerse a ellos, sin dejarles pensar y saber y ser en libertad.
El Diablo colocó a Jesús sobre el pináculo del Templo y le dijo (según el texto ya citado de Dostoiewsky):
«Si eres hijo de Dios, lánzate abajo, porque está escrito: mandaré a los ángeles que te tomarán en sus manos…» (cf. Lc 4, 9; cf. Sal 91, 11-12). Éste es el Diablo del milagro, entendido como sometimiento religioso, en contra del Dios que es libertad, pues no utiliza engaños ni domina a los demás. Así le dice el Inquisidor:
Pero tú sabías que en cuanto el hombre rechaza el milagro, inmediatamente rechaza también a Dios, porque el hombre busca no tanto a Dios como el milagro. Y no siendo capaz el hombre de quedarse sin milagro, fue y se fraguó él mismo nuevos milagros y se inclinó ante los prodigios de un mago o los ensalmos de una bruja, no obstante ser cien veces rebelde, herético y ateo. Tú no bajaste de la cruz cuando te gritaron: ¡Baja de la cruz y creeremos que eres Tú! Tú no descendiste, tampoco, porque también entonces rehusaste subyugar al humano por el milagro y estabas ansioso de fe libre… Te lo juro: el hombre es una criatura más débil y pequeña de lo que imaginaste. Al estimarlo tanto te condujiste como si dejases de compadecerlo, pues le exigías demasiado. De haberlo estimado en menos, menos le hubieses exigido, y esto habría estado más cerca del amor, porque más leve habría sido su peso (Ibid 211).
Ésta es la última tentación: Pensar que uno (la Iglesia) tiene poderes superiores, milagros que se imponen y convencen por la fuerza. Ésta ha sido una gran tentación de Iglesia: Reivindicar y utilizar el poder religioso para dominar a otros, apelando a la propia superioridad, como si el Reino de Dios consistiera en dominar con un tipo de prodigio de magia sobre los demás.
Muchos piensan que Jesús debía haber impuesto su Reino de manera religiosa (prodigiosa); pero él no lo ha hecho, sino que ha optado por la libertad de los hombres, en contra de muchas instituciones cristianas posteriores. Una y otra vez, un tipo de Iglesia ha querido dominar sobre la gente de a pie apelando a su poder superior sagrado, al milagro de su ciencia y potencia superior.
Pues bien, siempre que ha actuado así, con inquisiciones de tipo social y dominios de conciencia, la iglesia ha terminado destruyéndose a sí misma, ha pervertido a Dios, ha transformado a Jesús en un tipo de poder egoísta, al servicio de algunos.
Vuélvase a leer ahora el texto de las tentaciones, aplicado a nuestra Iglesia su mensaje.
Las tentaciones de Jesús son las mismas tentaciones de la Iglesia, y viceversa. Ellas reflejan la primera experiencia de crisis creadora del evangelio.
Tentaciones de Jesús, tentaciones de la Iglesia (Mt 4 y Lc 4)
Fueron y son tres fundamentales: el pan/capital, el poder/imperio y el milagro/magia de dominio religioso. Mt 4 y Lc 4 afirman que Jesús no sucumbió a las tentaciones. La iglesia posterior ha sucumbido muchas veces a ellas, y está en riesgo de sucumbir a ellas
1. Introducción. Riesgo mesiánico, Mc
En el mismo lugar donde el Cuarto Evangelio presenta a Jesús como bautista (colaborando y separándose de Juan), la tradición sinóptica evoca y desarrolla el tema de las tentaciones, en las viene a expresar su riesgo y tarea de portador del Reino, es decir, de Hijo de Dios. Unas tentaciones así resultaban imposibles para Juan, pues en su caso quien debía oponerse a Satán era Dios, y Dios no puede ser tentado por el Diablo. Pero Jesús puede y debe ser tentado, para descubrir su identidad y realizar su tarea, superando los riesgos “diabólicos” de la vida (que aparecían ya en relato de Gen 2-4).
De esa forma, mientras iba desarrollando su experiencia post-bautismal (en la línea del apartado anterior), él pudo superar el riesgo diabólico del mismo mesianismo (de su tarea profética), descubriendo que Dios le llamaba Hijo y le concedía su poder (Espíritu; cf. Mc 1, 10), para enfrentarse con Satán, su antagonista, e instaurar el Reino.
Así se vinculan las dos revelaciones, la de Dios que es gracia y tarea (Mc 1, 10-11 par.) y la del Diablo que es tentación (Mc 1, 12-13 par.). Estrictamente hablando, tal como han sido transmitidas, de formas distintas y complementarias, por Marcos (1, 12-13) y el Q (cf. Lc 4, 1-13; Mt 4, 1-11), las tentaciones tienen un carácter mesiánico y evocan la forma en que Jesús se ha opuesto a lo satánico. Pero, históricamente, ellas deben entenderse en el contexto de su vocación y opción de Reino, esto es, en el tiempo de su vinculación con Juan Bautista (en el desierto), antes de iniciar su tarea propiamente dicha en Galilea.
Sólo en la medida en que ha ido conociendo a Dios, Jesús ha podido saber quién es el Diablo, y derrotarle. Por eso, la revelación de Dios y la del Diablo se encuentran vinculadas, en el mismo contexto de “desierto”, donde Jesús había sido por un tiempo compañero del Bautista. Lógicamente, tanto Mc 1, 12 como Mt 4, 1 y Lc 4, 1, sitúan allí las tentaciones, entendidas como tiempo (espacio) de gran lucha de Dios (y su enviado) contra el Diablo.
Eso significa que el gran juicio (enfrentamiento), que Juan Bautista anunciaba para el fin del tiempo, ha comenzado a realizarse ya, pues ha llegado el tiempo escatológico. Jesús descubre así que ya no es tiempo de bautizar, esperando lo que venga después, sino oponerse directamente a Satán, para vencerle. En ese contexto se entiende y define su opción de Jesús o compromiso por el Reino.
Jesús no ha iniciado su misión de Reino a ciegas, sino que ha luchado contra los poderes que se oponen a ese Reino, vinculados al dinero (pan), al triunfo político (reino del mundo) y a la imposición religiosa (milagros). De esa manera, la misma revelación de Dios que le dice “eres mi Hijo” le impulsa a enfrentarse de un modo directo contra el Diablo. Juan Bautista había anunciado una lucha futura de Dios contra el Diablo (en el juicio). Jesús, en cambio, ha entrado de lleno en esa lucha, optando por Dios y debiendo oponerse a los poderes satánicos que tienen a los hombres sometidos.
Sin duda, tal como aparecen en los sinópticos, la tentación (tentaciones) de Jesús recoge aspectos y experiencias posteriores de la Iglesia (en la línea de Mc y el Q), pero en su fondo ellas evocan un hecho “histórico”: Al iniciar su misión, mientras iba superando (o para superar) la dinámica bautismal de Juan Bautista, Jesús tuvo que optar por una experiencia y tarea de Reino que le enfrentaba con los poderes del diablo (pan, poder, milagros).
Entendidas así, las tentaciones evocan una opción y experiencia especial de Jesús, en un momento dado, en el “desierto” de Juan (antes que culminara su experiencia post-bautismal), es decir, antes de su descubrimiento pleno de Dios como Padre (cf. Mc 1, 10-11). Pero ellas no son una simple reseña de algo que le pasó antes de iniciar su tarea posterior en Galilea, sino que forman parte del despliegue de su conciencia/identidad profética, que empezó en el desierto del Jordán, pero que se expandió y expresó en su opción por el Reino en Galilea (y después en Jerusalén).
El texto de Marcos («en seguida, el Espíritu le impulsó al desierto, y estuvo en el desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás; estaba con las fieras, y los ángeles le servían»: Mc 1, 12-13) expresa la ruptura y novedad profético/mesiánica de Jesús (que abandona y supera el proyecto bautista de Juan) y anuncia su historia posterior, en perspectiva de creación (Jesús mismo es el «hombre» de Gen 2-3) y de constitución del pueblo israelita (el retoma el camino de Israel en sus cuarenta años/días de desierto). Jesús aparece así como el hombre verdadero (no se ha dejado vencer por el Diablo) y como el auténtico Israel (ha pasado el Mar Rojo), de manera que su historia invierte la historia de la humanidad “vencida” en Gen 3 por la serpiente.
Las tentaciones muestran la dificultad del Reino, es decir, el riesgo de la opción mesiánica de Jesús y de su lucha contra lo diabólico. Conforme a la visión de Juan Bautista, esa victoria se daría sólo al fin del tiempo, tras el juicio. Jesús, en cambio, ha comenzado a luchar ya en este mundo contra el Diablo, superando así su “tentación”. Ésta es su novedad, éste será desde ahora su mensaje: Como Hijo de Dios (con el poder de su Espíritu), él ha vencido al Diablo, instaurando el Reino de Dios, en los tres campos de la conflictividad humana (pan, poder, religión), como destaca el Q.
2. Tradición Q. Tres tentaciones
A diferencia de Marcos, el Q recoge (o elabora) tres tentaciones, que no pueden entenderse de manera historicista, pero que son históricas en el sentido más profundo del término, porque definen la conciencia objetiva (tarea) de Jesús, desde una perspectiva económica (posesión de bienes), política (control de medios del poder) e ideológico/religiosa (producción y posesión de la ideas):
En aquel tiempo… el Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo. Todo aquel tiempo estuvo sin comer, y al final sintió hambre. (a) Entonces el diablo le dijo: Si eres Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan. Jesús le contestó: Está escrito: No sólo de pan vive el hombre. (b) Después, llevándole a lo alto, el diablo le mostró en un instante todos los reinos del mundo y le dijo: Te daré el poder y la gloria de todo eso, porque a mí me lo han dado, y yo lo doy a quien quiero. Si tú te arrodillas delante de mí, todo será tuyo. Jesús le contestó: Está escrito: Al Señor, tu Dios, adorarás y a él sólo darás culto. (c) Entonces lo llevó a Jerusalén y lo puso en el alero del templo y le dijo: Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: Encargará a los ángeles que cuiden de ti, y también: Te sostendrán en sus manos para que tu pie no tropiece con las piedras. Jesús le contestó: Está mandado: No tentarás al Señor, tu Dios. Completadas las tentaciones, el demonio se marchó hasta otra ocasión (Q: Lc 4, 1-13; cf. Mt 4, 1-11).
Esas tentaciones, formuladas desde la experiencia de la Iglesia, recogen la opción y tarea de Jesús como profeta del Reino (cf. Mc 1, 14-15), mostrando su identidad frente a esenios y futuros celotas, sacerdotes y apocalípticos. Ese texto expresa la novedad de la opción de Jesús, que ha sido capaz de separar la tarea de Dios y la del Diablo, desde la perspectiva del pan, el poder y los milagros.
Él no ha seguido esperando el juicio, como Juan, cuando Dios venza al Diablo y llegue el Reino final, sino que ha querido vencerle desde ahora, optando por el Reino y haciéndolo presente con su vida, como amor de Padre, en un mundo complejo, donde muchos mezclaban las cosas de Dios y del Diablo. Eso supone que él ha debido discernir y optar por el Reino, dejándose alumbrar por Dios y rechazando el mesianismo diabólico .
Sólo así, al cumplirse el tiempo (¡llega el Reino!), allí donde Dios ha dicho a Jesús ¡tú eres mi Hijo! ofreciéndole su Espíritu, se hacen visibles los problema reales de los hombres, en un plano económico, político y religioso, y se abren también unas opciones antes imposibles (pues no era claro quién es Dios y quién el Diablo). Esas opciones, superando el juicio de Juan y abandonando su bautismo penitencial, no ha sido fáciles de tomas, de manera que muchos judíos de entonces (y cristianos de ahora) optarían por el Diablo (su pan, su triunfo político y milagro), como puso de relieve de F. Dostoievsky en un texto famoso del Gran Inquisidor:
Si hubo alguna vez en la tierra un milagro verdaderamente grande fue aquel día, el día de esas tres tentaciones. Precisamente, en el planteamiento de esas tres cuestiones se cifra el milagro… Porque en esas tres preguntas aparece compendiada en un todo y pronosticada toda la ulterior historia humana y manifestadas las tres imágenes en que se funden todas las insolubles antítesis históricas de la humana naturaleza en toda la tierra. (Los hermanos Karamásovi, Obras completas III, Aguilar, Madrid, 1964, 208).
a. Propuesta de pan.
«Si eres hijo de Dios di a esas piedras que se vuelvan alimento» (cf. Lc 4, 3). Así argumenta el Diablo, con buena lógica: El Reino de Dios debería resolver los problemas económicos, porque se supone que Dios es pan, dinero (cf. Mamona de Mt 6, 24). Pero Jesús responde: «No sólo de pan el hombre, sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios» (Lc 4, 4; Mt 4,4; cf. Dt 8, 3). Para Jesús, el Reino es ciertamente pan, pero un pan vinculado a la palabra del Dios, es decir, a la libertad y opción del hombre, como le reprocha el Inquisidor:
Tú quieres irle al mundo, y le vas con las manos desnudas, con una ofrenda de libertad que ellos, en su simpleza y su innata cortedad de luces, ni imaginar pueden… porque nunca en absoluto hubo para el hombre y para la sociedad humana nada más intolerable que la libertad. ¿Y ves tú esas piedras en este árido y abrasado desierto?… Pues conviértelas en pan, y detrás de Ti correrá la Humanidad como un rebaño, agradecida y dócil. Pero tú no quisiste privar al humano de su libertad y rechazaste la proposición, porque ¿qué libertad es esa -pensaste- que se compra con pan? (Ibid 208-209).
Era (es) tiempo de hambre y el mismo Jesús era de una clase de campesinos sin tierra, artesanos precarios, mendicantes y mendigos, sometidos al poder de reyes, terratenientes y mercaderes, convertidos en dueños de un pan que ellos empleaban para imponerse sobre los pobres (para dominarles y excluirles). El Inquisidor asegura a Jesús: «De haber optado por el pan habrías respondido al general y sempiterno pensar humano: ¿Ante quién adorar?» (cf. Mt 6, 24), pues el hombre adora a quien concede pan, a quien le asegura un tipo de prosperidad económica. Pero Jesús sabe que el hombre es, ante todo, libertad para el amor, de manera que el pan (economía) ha de estar al servicio de la Palabra, es decir, de la comunicación y dignidad humana. Por eso él rechaza la propuesta del Diablo, que quiere imponerse por el pan (o la falta de pan), destruyendo al hombre. Jesús no quiere Pan con métodos de Diablo, en contra de lo que harán muchos colectivos cristianos posteriores.
2. Propuesta de poder.
«Mostrándole los reinos de la tierra, dijo el Diablo: todo esto te lo daré si me adoras, pues yo se lo doy a quien yo quiero…» (Lc 4, 5-6). Largos siglos llevaba Israel esperando la llegada de un Reino universal, sabiendo que tras muchos imperios despiadados y reyes injustos debía surgir el príncipe Mesías:
Siempre la Humanidad, en su conjunto, se afanó por el poder universal. Muchos fueron los pueblos grandes con una gran historia; pero cuanto más grandes, tanto más intensamente que los otros han sentido el anhelo de la fusión universal de los humanos… Si hubieras aceptado el mando y la púrpura del César, habrías fundado el imperio universal y habrías dado la paz al mundo (Ibid 212-13).
El Diablo le ofrece un Imperio mundial, a la fuerza, en la línea del César de Roma, con lo que eso implica de adoración del Diablo (es decir, al Poder), no un Reino que brota y se expande en gratuidad y diálogo (como en Is 2, 2-4). Pero Jesús rechaza su propuesta, porque un imperio y paz a la fuerza implica la destrucción del hombre. Él quiere imposición, autómatas o esclavos, sino amigos e hijos de Dios, oponiéndose así al despotismo del Diablo, que crea un espléndido rebaño, pero mata al ser humano.
Ciertamente, quiere Reino, pero en línea de Dios, no para conquistar el mundo, como el César de Roma, sino para reconciliar en libertad y amor a los hombres. No ha tomado el pan sin Palabra, tampoco puede aceptar el reino sin libertad (con adoración del Diablo). Ciertamente, pueden discutirse muchos rasgos de su proyecto, pero el sentido es firme: Él no ha querido el poder para dominar a otros (eso es del Diablo), sino para crear vida, enseñar y curar en libertad, en contra de algunos que se han dicho más tarde cristianos.
3. Propuesta de milagro.
El Diablo colocó a Jesús sobre el pináculo del Templo y le dijo: «Si eres hijo de Dios, lánzate abajo, porque está escrito: mandaré a los ángeles que te tomarán en sus manos…» (cf. Lc 4, 9; cf. Sal 91, 11-12). Éste es el Diablo del milagro, entendido como sometimiento religioso, en contra del Dios que es libertad, pues no utiliza engaños ni domina a los demás. Así le dice el Inquisidor:
Pero tú sabías que en cuanto el hombre rechaza el milagro, inmediatamente rechaza también a Dios, porque el hombre busca no tanto a Dios como el milagro. Y no siendo capaz el hombre de quedarse sin milagro, fue y se fraguó él mismo nuevos milagros y se inclinó ante los prodigios de un mago o los ensalmos de una bruja, no obstante ser cien veces rebelde, herético y ateo. Tú no bajaste de la cruz cuando te gritaron: ¡Baja de la cruz y creeremos que eres Tú! Tú no descendiste, tampoco, porque también entonces rehusaste subyugar al humano por el milagro y estabas ansioso de fe libre… Te lo juro: el hombre es una criatura más débil y pequeña de lo que imaginaste. Al estimarlo tanto te condujiste como si dejases de compadecerlo, pues le exigías demasiado. De haberlo estimado en menos, menos le hubieses exigido, y esto habría estado más cerca del amor, porque más leve habría sido su peso (Ibid 211).
Ésta es la última tentación: Emplear el poder religioso para dominar a otros, apelando a milagros, como si el Reino de Dios fuera obligatorio. Muchos piensan que Jesús debía haber impuesto su Reino de manera religiosa (prodigiosa); pero él no lo ha hecho, sino que ha optado por la libertad de los hombres, en contra de muchas instituciones cristianas posteriores.
Así termina el relato de las tentaciones, que tazan un resumen de la experiencia de Jesús, tal como ha sido condensada por el Q (hacia el 60 dC), ofreciendo la primera interpretación de conjunto de su historia, en perspectiva creyente, desde un contexto judío, apelando en especial al Deuteronomio (que se cita para resolver cada tentación: Dt 8, 3; 6, 13 y 6,16). El autor o autores de este pasaje (el único texto narrativo del Q) han querido mostrar que Jesús no sólo ha proclamado una serie de palabras sabias, sino que ha sido Mesías de Dios con su vida, en una línea que puede ser ratificada por la Ley (Deuteronomio).
El Q no ha escrito “todavía” la vida mesiánica de Jesús (eso lo hará primero Marcos, hacia el 70 dC), pero ha dado las claves para escribirla, en forma de fidelidad a Dios y lucha contra el Diablo, en una línea abierta a la Palabra, en gesto de adoración al verdadero Dios, no de tentación milagrera, en contra de lo que piden o desean en ese momento (50/60 dC) algunos profetas escatológicos judíos como Teudas o un Egipcio innominado .
Conclusión y bibliografía:
Entendidas así, las tentaciones no son “históricas” en el sentido exterior de la palabra, pero ofrecen un compendio de la historia mesiánica de Jesús y constituyen un elemento esencial, una clave hermenéutica, de su biografía mesiánica. Así las entendieron los redactores y/o portadores del documento Q, así las asumieron Lucas y Mateo, presentándolas en la primera página de la biografía adulta de Jesús, al lado del bautismo. Frente a una Ley que sanciona lo que existe) y frente a los prodigios que llevan al dominio de unos sobre otros (en la línea de los theioi andres, varones divinos de cierto helenismo), las tentaciones forman una introducción a la vida de un Jesús que regala su vida, gratuitamente, a los demás.
Entre la bibliografía antigua sobre el tema, cf.
J. Dumery, Las tres tentaciones del apostolado moderno, FAX, Madrid 1950;
J. Dupont, Les tentations de Jésus au désert, SN 4, Bruges 1968;
A. Feuillet, Le récit lucanien de la tentation (Lc 4, 1-13), Bib 10 (1959) 613-631; L’épisode de la tentation d’après l’ev. selon S. Marc (1, 12-13), EstBib 19 (1960) 49-73;
A. Fuchs, Die Versuchung Jesu, SNTU, Linz 1984.
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