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18‒25 de Enero: Octavario por la Unión. Nueve propuestas

Martes, 22 de enero de 2019

50211477_1156928714484319_6602148668562735104_nDel blog de Xabier Pikaza:

Las iglesias cristianas celebran estos días (18-25 de enero) el octavario de oración por la unidad (=comunión) entre las iglesias, un octavario que puede y debe convertirse en tiempo de oración y de propuestas por la unión (=comunión) entre las religiones.

En esa línea debemos hablar un diálogo inter-religioso (entre religiones) e interconfesional (entre iglesias cristianas), pero también de un diálogo inter-humano , entre todos los hombres y mujeres de la tierra.

El orden político/económico puede buscar un tipo de unidad por la fuerza. Las religiones, en cambio, sólo puede ser verdaderas y aportar su riqueza de vida si no se imponen, pues ellas son diversas y complementarias, y así pueden dialogar y enriquecerse mutuamente, al servicio de la Nueva Humanidad.

Es bueno que las religiones y confesiones cristianas sean distintas, para así dialogar y enriquecerse mutuamente, en la línea de Jesús, que no buscó el triunfo de una religión particular, sino la comunión de vida (de curación, de amor) entre todos los hombres.

Algunas formas concretas de religión (y en especial cierto cristianismo e Islam) han podido olvidado eso y han querido imponer sus proyectos sociales, con el intento de alcanzar un dominio total, utilizando inquisiciones y guerras religiosas para extenderse sobre el mundo. En la medida en que han actuado así han dejado de ser religiones y se han vuelto sistemas de poder económico, social o ideológico.

Teniendo eso en cuenta, en este “octavario por la unidad de las iglesias” (18‒25 enero) quiero ofrecer unas tesis que nos ayuden a situar el tema de la unión y/o comunión no sólo de las iglesias cristianas, sino de las diversas religiones.

Hasta ahora, las religiones apenas habían puesto de relieve su necesidad de dialogar, porque no habían desarrollado en cuanto tales su dimensión planetaria. Ahora, en cambio, ha llegado el momento en que han de hacerlo, buscando la unidad sin unificación en un diálogo sin imposiciones, de manera que cada religión aporte lo mejor que ella tiene, no para que todas se nivelen, desde un común denominador, sino para que cada una aporte su diferencia y todas se enriquezca con la riqueza de las otras. Así lo propongo en las 9 tesis que siguen.

1. Trascendencia y comunicación

Las religiones solas no resuelven el problema del hombre, porque el hombre es un ser muy complejo; ellas no son todo, pero son muy importantes, porque nos sitúan en un lugar de conciencia y comunicación (diálogo) que resultan esencial para el despliegue de la vida. Para que exista verdadero diálogo religioso han de cumplirse dos condiciones:

Condición de trascendencia. Precisamente por abrirse a lo infinito (al situarse ante aquello que la desborda), la religión no se puede convertir nunca en sistema ni dominar todos los planos de la vida humana. Ella sabe que hay cosas que no puede resolver, pues le desbordan: por eso deja que la razón sea razón y que resuelva (procure resolver) las cosas en su plano de economía o política; por eso deja que el arte y la amistad florezcan, sin imponerse a ese plano. En el momento en que una religión quisiera saberlo y resolverlo todo, no sólo se volvería violenta, sino que se destruiría a sí misma como religión.

Condición de complementariedad. Dado que su objeto es trascendente, cada religión se sabe verdadera, sabiendo que también son verdaderas otras y gozándose al saberlo. Hay una lógica de sistema, propia del “árbol del conocimiento del bien y del mal” que los hombres no debían comer en plano religioso (Gen 2-3). Conforme a esa lógica unívoca, situada en un nivel de juicio, el bien y el mal se oponen, lo mismo que se oponen lo verdadero y falsa: por eso, si una religión es verdadera y buena las demás tienen que ser falsas. Pues bien, en contra de ese tipo de pensamiento único, por abrirse a lo trascendente y expresarse de un modo gratuito, las religiones han de operar con una lógica dialogal, de tipo analógico.

Siendo experiencia de gratuidad, las religiones pueden ser caminos de complementariedad y comunicación transparente.

Si sólo hubiera una religión verdadera, no sería ni verdadera ni sería religión, sino que terminaría siendo imposición.

Pero si las religiones luchan entre sí y quieren imponerse tampoco son verdaderas, pues ellas se definen y distinguen por su experiencia de diálogo en gratuidad. Ellas sólo se expanden de verdad allí donde no quieren expandirse de un modo impositivo.

2. Religión, un proceso educativo: Educar para la comunicación

Más que un punto de partida y una meta, la paz es un proceso educativo, un camino de humanización, como supieron los profetas de Israel. En esa línea se sitúa la propuesta cristiana: la iglesia no debe educar para su propio triunfo (ni apelar al estado para transmitir su enseñanza), sino que ha un testimonio gratuito de comunicaciòn, sin pedir para sí misma nada.

«Venid, subamos al monte del Señor: Él nos instruirá en sus caminos… De las espadas forjarán arados, de las lanzas podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra» (Is 2, 2-4).

Para superar la violencia del sistema hace falta un don de Dios (nos instruirá…) y un compromiso de educación humana, que se expresa en dos momentos: uno más teórica (instrucción de Dios: no se adiestrarán para la guerra), otro más práctico (de las espadas forjarán arados…). Esa nueva praxis (definida aquí en forma negativa: ¡no se adiestrarán…!) no puede ser el resultado de un pacto de poder, pues los pactos de poder han de ser sancionados por la fuerza (necesitan una espada para que se cumplan).

La “educación para la paz” no es una asignatura más, dentro del currículo educativo al servicio del sistema, sino un fondo base de toda la enseñanza. Pienso, además, que no hace falta emplear la escuela pública para educar en una religión determinada, sino en el diálogo y amor (respeto mutuo) entre todos los ciudadanos, entre los creyentes de las varias religiones.

3. Economía para la comunicación, un proyecto de gratuidad

La iglesia acepta la existencia de un sistema económico (“dad al César lo que es del César…”: Mc 12,17, cf. Rom 13, 1-6), pero ella se sitúa en otro plano (“dad a Dios lo que es Dios”), en absoluta gratuidad. Para ser signo de paz, ella, en cuanto tal, no puede poseer legalmente (tomar para sí, defender por juicio y con violencia) ningún tipo de bienes del sistema.

La violencia militar resulta inseparable del poder económico: para defender el denario se inventó la espada y viceversa. Ambas realidades, espada y denario, son necesarias en un plano de sistema legal, retributivo, de juicio. En esa línea, Jesús y los grandes fundadores religiosos, del Tao a Buda, no han satanizado el sistema, pero saben que el dinero (propio del sistema) es incapaz de “salvar” a los hombres. Por eso las instituciones religiosas como tales, en la situación actual del mundo, no pueden buscar (ni en el fondo tener) bienes económicos: la única “economía” realmente cristiana es el don compartido y encarnado de la Vida, como ha puesto de relieve la teología trinitaria.

El César antiguo o el capitalismo moderno, que sigue en su línea, buscan la ley del dinero (vinculada al impuesto y a la espada). La iglesia, en cambio, no puede tener bienes económicos por ley (en ella todo es gratuito y común), sino sólo para compartirlos y regalarlos (cf. Mt 5-7; Lc 6, 17-48): no puede exigirlos legalmente, ni mantenerlos con violencia, sino que ha de darlos de forma generosa. Para ser cristiana, la iglesia debe superar el plano legal de la retribución, el mundo donde reina el “juicio”, no sólo el malo, propio de los injustos, sino el buen juicio del buen derecho “canónico”.

Ciertamente, en cuanto forman parte de un sistema social, los cristianos pueden poseer y administrar sus bienes (sabiendo que a ese plano no son libres, pues el dinero que poseen y administran resulta inseparable del orden de violencia de este mundo). Pero en cuanto cristianos (como iglesia), ellos no pueden tener nada: todo lo regalan y comparten.

4. Jesús: Ha llegado el Reino de Dios.

Las reflexiones anteriores y las que siguen, en línea cristiana, han de entenderse desde la “mutación” de Jesús, que se ha expresado en el Sermón de la Montaña:

‒ Un tipo de rabinos judíos decían dicho: “¡Dios vendrá!. Estemos mientras tanto separados y cumplamos su Ley mientras no llega”.

‒Jesús, en cambio, ha proclamado: “¡Dios llega! ¡Vivamos a la luz de su venida, abiertos a los pobres y excluidos del sistema!” (cf. Mc 1, 14-15 par).

En este contexto se expresa la novedad radical del evangelio, que no es una ratificación del ser actual del mundo (con sus modelos de religión-sistema: templo e imperio), sino un descubrimiento gozoso del amor de Dios Padre/Madre y un movimiento de comunicación universal, que Jesús ha iniciado con su vida y ha ratificado con su muerte. Desde la perspectiva anterior podemos precisar mejor los tres rasgos del evangelio.

Desde un rincón de la tierra (como grano de mostaza, simiente sembrada) ha descubierto y expresado Jesús el camino de Dios como palabra de gratuidad y sanación, como diálogo de amor entre todos los hombres.

5. Pascua de Jesús, movimiento cristiano.

Para mantener sus privilegios y seguir dominando como hacían, los poderes establecidos que controlaban las redes sacrales (sacerdotes) y e imperiales (soldados) mataron a Jesús, pensando que así deshacían su obra y acallaban su mensaje.

Ellos podían apelar a fuerza, pero no tenían palabra ni proyecto de vida compartida. Mataron a Jesús, pero no pudieron destruir su mensaje, ni su vida, sino todo lo contrario: hicieron posible que Jesús mostrara y desplegara radicalmente su proyecto, como nuevo comienzo de vida (grano de trigo que cae en la tierra…: Jn 12, 24).

Subió Jesús sin armas ni dinero a la ciudad de las promesas, que era entonces Jerusalén. De igual forma, los hombres religiosos de este tiempo pueden y deben ofrecer su tarea de humanidad (comunicación y paz) al margen de las grandes instituciones militares, políticas y económicas, elevando, sin embargo, ante ellas su proyecto y su mensaje.

(1) Para promover la paz, las religiones no necesitan mejores ejércitos, sino todo lo contrario: deben renunciar a los ejércitos, que sólo sirven para realizar su tarea, siempre ambigua, según ley violenta, de una forma limitada y peligrosa.

(2) Las religiones no tienen necesidad de asumir los poderes del mundo, ni en la ONU ni en la UNESCO, ni tampoco en otras instancias militares y gubernamentales (sentándose con príncipes y reyes), sino todo al contrario: deben promover la paz desde unos principios de pura humanidad, desde los pobres y excluidos de la tierra.

(3) Las religiones tampoco necesitan un dinero especial, propio,, pues aquello que se adquiere y defiende con dinero continúa situándose en un plano de la ley, dentro del sistema. Sólo así ha podido presentarse como “hombre de vida compartida”, creador de humanidad pacificada.

6. Novedad cristiana, la alternativa de las víctimas de los excluídos.

Jesús no fue un héroe, ni un superman, ni un santo asceta o moralista…, sino un hombre que vivió en plenitud a favor de los demás, abriendo un cuerpo o comunión de humanidad compartida. Aquí se funda la propuesta de la paz cristiana.

En un sentido, Jesús murió como tantos millones y millones de asesinados de la historia; según la tradición cristiana, murió con otros dos crucificados, igualmente queridos de Dios. Afirmar que tenía más mérito o que era mejor que los demás carece de sentido; es algo que se opone a todo lo que aquí decimos sobre la gracia religiosa y la superación del principio legal.

Pero, en otro sentido, siendo uno de tantos (cf. Flp 2, 6-11), Jesús ha sido y sigue siendo aquel en quien muchos hemos descubierto la gracia que es Dios y la comunicación de amor que somos (que podemos ser) los hombres.

Las iglesias cristianas han buscado muchas formas de extender la paz mesiánica de su Fundador, y así le han traicionad: han apelado a los poderes civiles para defenderse, han creado instituciones sacrales y sociales, con aparatos de poder administrativo y legal, han edificado catedrales, han creado grandes obras de cultura… Pero en el fondo todo eso es secundario, pues sólo hay un camino de paz: la gracia de la Vida, la Vida compartida, no como información de noticias y datos, sino como entrega personal.

Por eso, la experiencia pascual es el triunfo de la comunicación, desde abajo, en gratuidad de amor. Ante la tumba vacía de Jesús (lo que ha pasado en un nivel externo con su cuerpo no interesa), algunos de sus seguidores y amigos (sobre todo unas mujeres) descubrieron que él era (que él es) la Palabra, la Vida compartida.

Por eso, la comunicación entre los cristianos no necesita instituciones centralizadas de tipo impositivo (pues en ella todo es centro y todo periferia), ni pactos especiales con los poderes del sistema (que apelan siempre a las armas para defenderse). Ella necesita sólo comunidades fieles donde el mismo amor mutuo de los fieles sea testimonio de la gracia y del impulso de la fe cristiana, esto es, de la fe en el hombre.

7. Identidad cristiana: La vida es comunión.

Judíos y musulmanes (y en otro sentido budistas, hindúes y taoístas) siguen dejando a Dios en el silencio, como Nombre que no puede nombrarse (YHWH), Voluntad en la que nunca podemos entrar. Por eso ellos extienden en torno a Dios un halo de silencio, situándole más allá de todas las palabras: no sabemos quien es, siendo el gran desconocido; por eso, en principio, podrían tolerar la violencia y la guerra desde el ser divino.

Los cristianos, en cambio, creemos que Dios es Amor comunicado y compartido que se expresa y encarna allí donde nosotros nos damos la vida unos a otros, como el Cristo. Por eso, afirmamos que Dios es Trinidad: Comunicación personal, Palabra de gracia que se da (Padre), que se acoge en amor (Hijo) y se comparte (Espíritu Santo).

Ciertamente, el misterio continúa: ¿Por seguimos naciendo en el mundo de una vida que crece a partir de la muerte de otras vidas? ¿Por qué llevamos tanto germen de violencia en la cultura, de tal forma que corremos el riesgo de matarnos por la triple bomba? ¿Por qué se ha vinculado la iglesia de Jesús a los poderes de este mundo? ¿Por qué sigue existiendo tanto guerra?… No sabemos responder a estas preguntas, ni tampoco a otras muchas, porque la vida es demasiado complejo y nosotros muy débiles o, al contrario, porque ella es simple y nosotros complejos. Pero hay algo claro: los creyentes de las varias religiones (y en nuestro caso los cristianos) hemos descubierto un tesoro de vida y nos sentimos llamados a expresarlo y compartirlo)).

8. La paz es Palabra encarnada, no argumento.

La verdad del cristianismo es su oferta de palabra; por eso, allí donde triunfara por imposición habría fracasado. La finalidad del cristianismo no su triunfo, ni la extensión de una iglesia que dice llamarse cristiana, sino que los hombres y mujeres puedan darse vida y compartirla en gratuidad, siendo así Palabra encarnada y comunicada, de un modo directo, inmediato, sin la mediación impositiva de una ideología, de un capital, de un ejército.

La paz cristiana es la Palabra de Dios encarnada en la vida de los hombres, de forma que todos puedan ser “hijos de Dios”, con Jesús, en el Espíritu. Que puedan ser (=ser conscientes) de su identidad, en gratuidad de amor, comunicándose la vida unos a otros, sin más tesoro que la Palabra que ellos son al decirse y al darse, de un modo desnudo y luminoso, cuerpo a cuerpo, sin imposiciones ni ventajas propias.

Por eso, una iglesia que utilizara algún poder para imponer o expandir su pretendida verdad dejaría de ser cristiana. La verdad solo es “verdadera” allí donde no apela a su verdad, donde no toma ni impone ningún tipo de ventaja (cf. Mt 12, 18-21).

Por eso, si los cristianos buscaran el triunfo de su iglesia como institución dejarían de ser evangélicos y la iglesia no sería ya cristiana. Ellos no quieren su bien, sino el de los otros, no quieren su paz, sino la paz de los demás, para compartirla con ellos. Eso significa que quieren el triunfo del budismo y el Islam, del hinduismo y de los otros caminos religiosos, siempre que sean caminos de Palabra encarnada, compartida, esto es, de paz humana.

9. El Evangelio es testimonio de comunicación, no doctrina impuesta sobre todos.

La iglesia no tiene que dar lecciones a otros, ni resolver problemas en un plano de sistema, diciendo a políticos o economistas, a militares o jueces lo que ellos han hacer en sus respectivos campos. La iglesia debe limitarse a ser iglesia, en diálogo de paz con otros movimientos religiosos y humanos que también la buscan, escuchando y ofreciendo de manera esperanza su propuesta, es decir, su Buena Noticia.

La verdad de la iglesia no es un dogma separado, sino su misma vida, que ella ofrece y comparte con todos los hombres. Ella no está para decir cosas (doctrinas, teorías), sino para presentarse a sí misma como itinerario de paz, lugar donde es posible la palabra.
Ciertamente, hay en la iglesia creyentes que acentúan el aspecto sacral y presentan la fe como una cosa que está fuera de ellos, como un depósito casi objetivo de verdades y sacramentos que los jerarcas cristianos deberían custodiar y proponer y los simples fieles recibir agradecidos y sumisos.

No hay primero fe cristiana, sin comunicación personal ni diálogo gratuito, y luego comunicación, porque el contenido de la fe es la misma comunicación, es decir, el amor mutuo entre los fieles y todos los hombres.

Por eso, una propuesta de paz cristiana que fuera independiente de la vida, o que viniera después, como una consecuencia que brota de otros contenidos, no sería cristiana. Este es el contenido de la fe evangélica: que los hombres se amen, dándose la vida, en camino pascual de paz.

Otras religiones pueden ofrecer una propuesta convergente, como hemos dicho, pues todas deben compartir sus experiencias, es decir, comunicarse (como hemos seguido diciendo). Pero aquí no hemos querido hablar de otras religiones o comunidades, sino básicamente de las iglesias cristianas entendidas como comunidades de comunicación gratuita de la vida, espacios de vida cuya única tarea y meta es el despliegue y surgimiento de la vida humana, en comunión de paz, entre todos los hombres.
No hay verdad cristiana independiente del amor. No hay amor cristiano sin oferta y despliegue de paz. Así culmina nuestra propuesta cristiana de paz.

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