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Dom 2.12.18. Adviento, preparar con Jesús la llegada del Hombre

Domingo, 2 de diciembre de 2018

47310882_1123944121116112_6554130715150123008_nDel blog de Xabier Pikaza:

Dom 1. Adviento. Lucas 21, 25-28. 34-36. Así puede resumirse el evangelio de este día, primero de Adviento:

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, enloquecidas por el estruendo del mar y el oleaje. Los hombres quedarán sin aliento por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo, pues los astros se tambalearán.

Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y majestad. Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación…
Estad siempre despiertos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir y manteneros en pie ante el Hijo del hombre.”

47048760_1123946011115923_6346723231143034880_nAsí podemos imaginar a Jesús, tal como aparece en la primer imagen, como Diógenes con la linterna, buscando a un hombre, sobre el mar de Galilea… Pero se dice que Diógenes no encontró ninguno, allá en Atenas. Jesús, encontró a muchos, sobre el mar de Galilea, iniciando con ellos la travesía de Adviento, por mar y por tierra, hasta Jerusalén.

Así le presenta la imagen de un modo muy convencional, con cinco amigos compañeros en la barca… Pero cambiad la imagen, poned una barca más grande, con docenas de mujeres y hombres, de enfermos, impuros y niños… Jesús iniciando la travesía del Adviento.

Este es el tema. Dentro de un mundo lleno de terrores cósmicos, como sigue siendo el nuestro (año 2018), Jesús sigue esperando al Hombre, simplemente al Hombre, aguardando y preparando la llegada de la humanidad, iniciando su travesía en el lago de Galilea, el Adviento de la nueva humanidad

SEMBLANZA DE JESÚS, ADVIENTO DEL HOMBRE

historia-de-jesusSe llamaba Jesús (en hebreo Yeoshua, Dios-Salva), lo mismo que el primer conquistador de Israel (Josué=Jesús). Era un judío de Galilea, que nació en torno al año 6 a.C. (los que fijaron el calendario común o cristiano se equivocaron, suponiendo que nació el año “0”), en una familia de nazoreos (aspirantes mesiánicos al trono de David) de Nazaret que le transmitieron una identidad especial dentro de Israel.

Jesús creció y maduró en Galilea, dentro de una familia que le transmitió su identidad israelita. Quizá sabía leer, pero no era letrado (escriba, hombre de letras), aunque tampoco era analfabeto, en el sentido moderno, pues tenía gran cultura social y religiosa, como iremos indicando. Fue, como su padre, un artesano (albañil-carpintero) y por su oficio (con trabajo o en el paro) estuvo en contacto con la miseria de una situación social y religiosa opuesta a las promesas de Israel, pues creaba cada vez más pobres y los expulsaba del orden social.

Un día, siendo ya maduro y, al parecer, sin haberse casado, abandonó el trabajo (quizá no lo tenía) y se retiró al desierto, al otro lado del Jordán (Perea), donde fue discípulo de Juan, un profeta bautista que anunciaba el juicio de Dios, la destrucción del “orden” reinante y la nueva entrada en la tierra prometida, como en tiempos de Jesús-Josué, al principio de la historia israelita .

Cuando Juan fue ajusticiado, por orden de Herodes Antipas, soberano de Galilea/Perea, vasallo de Roma, Jesús no rechazó los ideales que con había compartido con él, ni volvió a su aldea, sino que avanzó en línea y, dando un paso en adelante, dejó el desierto (al otro lado del río), como si el mensaje de Juan ya se hubiera cumplido, y comenzó a proclamar la llegad del Reino de Dios en Galilea.

De esa manera, dejó de mantenerse en Perea (al otro lado), para iniciar en la tierra prometida (Galilea) su proyecto y camino de Reino. Fue compañero de los pobres, los expulsados y enfermos, los ilegales y manchados, y con ellos (pero también con otros que tenían tierras y les acogían en sus casas), intentó crear un movimiento de familia universal (de amigos de Dios), actuando como Cristo.

Formó un grupo de amigos, que asumieron, al menos en principio, su proyecto. Tuvo cierto éxito y logró crear grupos mesiánicos en diversos lugares de la periferia campesina de Galilea. Pero suscitó el rechazo de la autoridad establecida.

A pesar de ello (o por ello) subió a Jerusalén, para culminar su obra, esperando que Dios respondiera a su mensaje y ratificara su obra. Pero las autoridades de Jerusalén (y el representante del Imperio) tuvieron miedo de su movimiento y le mataron, como habían matado al Bautista. Así murió, rechazado por unos sacerdotes, crucificado por Roma, abandonado, según muchos, por el mismo Dios, sin más dignidad ni título que ser hijo de hombre, representante humano de Dios.

UN HOMBRE

Fue por su origen y condición un artesano (albañil-carpintero), lo mismo que su padre José, y de esa forma estuvo en contacto con un tipo de miseria social y religiosa que, a su juicio, se oponía a las promesas de Israel, según las cuales todos los buenos judíos tendrían casa, campos y abundancia sobre la tierra que Dios les había dado como herencia. Fue un hombre de profunda experiencia religiosa, un carismático al servicio del Reino de Dios .

Compartió su mensaje y camino con los expulsados y enfermos, los ilegales y manchados, los del otro lado, hombres y mujer, para sentar así las base de una familia universal (de amigos de Dios), sobre su misma tierra, porque el Reino de Dios estaba a las puertas, es decir, estaba viniendo por ellos.

No se limitó a decir que llegaba el Hombre (¡que lo dijo!), sino que fue creando espacios de humanidad reconciliada, desde y con los hombres “del otro lado”, los niños y expulsados, las mujeres de vida distinta (y las de vida igual), descubriendo y creando así la nueva humanidad, no para tomar el poder e imponerse, en un tiempo y lugar controlado por los nuevos ricos, sacerdotes y grandes propietarios, bajo el Imperio de Roma, sino para cambiar las condiciones y modos de vida de los hombres y mujeres de su tierra, creando con ellos un movimiento mesiánico, fundado en su propia experiencia de Dios y en las tradiciones de los campesinos de su pueblo.

Era un hombre de inmensa capacidad de relación, amigo de los pobres; tenía dotes especiales para curar y animar a las personas, partiendo de los marginados, a quienes invitaba a compartir la mesa, el perdón y la esperanza, en gesto de fuerte solidaridad social y religiosa.

En un contexto en el que muchos apelaban a la resistencia y rebelión militar (que culminaría a los pocos años en la guerra imparable del 67-70 d.C.), Jesús descubrió y preparó una transformación más radical, con un grupo de amigos, muchos de ellos muy más pobres, con un grupo de discípulos, que asumieron, al menos en principio, su proyecto.

Tuvo cierto éxito y logró crear comunidades mesiánicas en diversos lugares de la periferia campesina de Galilea. Pero suscitó pronto el rechazo de la autoridad establecida, que buscaba otro tipo de orden social y religioso, desde el templo de Jerusalén, bajo la coraza del imperio de Roma.

CASI TODOS ESTABAN ESPERANDO AL MESÍAS DEL PODER…

pero cuando vino con un poder distinto apenas le conocieron. Esperaban a un rey como David, a un caudillo victorioso como Judas Macabeo u otro Judas algo anterior, llamado el Galileo. Querían un sabio teórico como Filón un maestro de la ley como Hillel, a un profeta del juicio como Juan, a un sacerdote… Pero vino él y les pareció insignificante.

Y cuando le insistían: “¿Quién eres?” él sólo respondía: “el hijo del hombre tiene dar su vida por los demás…”. Este fue su secreto, su milagro sumo: supo vivir y dar la vida por los otros, de manera simple, a ras de tierra, entre la gente de la calle, con aquellos a quienes casi todos despreciaban: enfermos y prostitutas, leprosos, marginados de la vida…

A pesar de ello, y aunque parecía totalmente inofensivo, sin autoridad oficial (militar o religiosa, política o social) tenía gran poder humano y le mataron. Quizá por eso le mataron: tenían miedo de alguien que fuera sólo poderoso como humano, como amigo.
A pesar del riesgo que implicaba su presencia en Jerusalén (o quizá por ello) subió a allí, para culminar su proyecto, en la capital de las promesas de Israel, esperando que Dios respondiera a su llamada y ratificara su obra…

Pero fracasó en ese sentido, al menos en lo externo, pues los sacerdotes de la capital no le aceptaron y el gobernador militar de Roma, avalado por ellos, pensó que su proyecto mesiánico resultaba peligroso y le mandó morir crucificado, para escarmiento de posibles imitadores o aliados, fijando así la razón de su condena: Jesús, el Nazoreo, Rey de los Judíos (cf. Jn 19, 19-21) .

Con su muerte acabó en un nivel su movimiento, pero en otro se fortaleció, pues «la tribu de aquellos que le habían amado le siguió amando», hasta el día de hoy (cf. Josefo Ant XVI, 63).

Durante veinte siglos

Por la memoria de Jesús se fundó la iglesia y ella ha estado presente (y ha servido para recordar a Jesús) durante XX siglos. Sus discípulos cristianos le han dado desde entonces muchos títulos y nombres: al principio y en la Edad Antigua le llamaron Cristo (Mesías), Señor e Hijo de Dios, Sumo Sacerdote o Salvador definitivo. Más tarde, en la Edad Media, le han visto como Poder Cósmico o Hombre Sufriente (Pantocrator, Crucificado). Desde entonces y en la Edad Moderna muchos le han llamado Amigo y se han enamorado de él; otros le han pintado como General del ejército de Dios, Abanderado de la redención, Guía espiritual, Ideal de perfección o Juez último de la historia.

Durante veinte siglos ha sido quizá el personaje más significativo de occidente, modelo de reyes, animador de monjes, inspirador de obispos, amigo de los pobres. Así le hemos visto y le vemos: como Torturado en la Cruz o con el Corazón de amor abierto, como Maestro del nuevo mandamiento o como Eucaristía que se oculta y revela en el don más exigente del pan celebrado y compartido, como Hermano, Señor, Sacerdote…

Hoy de nuevo… Volver a su historia, la historia del hombre

Llevaba el nombre de Josué (=Dios o Yahvé salva), un conquistador, que había introducido a los hebreos en la Tierra Prometida, según el libro de su nombre (=Josué). Pero Jesús Galileo no fue conquistador, sino un Cristo o Mesías (Jesús-Cristo) que anunció y promovió en un tiempo duro la llegada del Reino de Dios: la justicia y la paz entre los hombres.

El primer Jesús-Josué había sido un vencedor y se dice que el mismo cielo le ayudó a ganar la guerra, pues el sol se detuvo y el día se alargó, mientras caía el pedrisco sobre los palestinos “perversos”, a quienes los soldados de Israel debían rematar, para que la tierra quedara libre de “malvados” (cf. Jos 10, 12-13).

Podemos recordar que esta leyenda del sol quieto y parado a la voz de mando de Josué sirvió para condenar en el siglo XVII las teorías de un científico llamado también Galileo, que empezó a decir que la tierra gira en torno al sol y no al contrario.

En una línea muy distinta, pero también de forma simbólica, los evangelios dirán que cuando el Cristo murió clavado en cruz, llamando a un Dios en apariencia ausente, no cayó pedrisco para matar a los verdugos, ni se detuvo el sol, sino que la tierra se cubrió de un velo de oscuridad (cf. Mc 15, 33-34; Lc 23, 45), como si estuviera triste y no pudiera soportar aquella muerte.

La vida del primer Jesús-Josué, conquistador, es casi solamente una leyenda victoriosa, destinada a resaltar la protección de Yahvé sobre un pueblo victorioso, que conquista por las armas una tierra ajena (¡prometida!), para establecer allí su Santo Estado. Muchos sionistas actuales recuerdan aún la historia de aquel primer Josué, con el Dios que responde al buen soldado, para justificar su derecho militar sobre Palestina.

Algunos cristianos han querido apoyarse también sobre la santa espada del Yahvé guerrero de Josué (cf. Jos 5, 13) para establecer sus privilegios.

Pero el Josué/Jesús cristiano fue distinto: Jesús Galileo no quiso conquistar por armas una tierra, ni expulsar a sus “perversos” habitantes, ni llamar a las legiones de un posible Dios guerrero (cf. Mt 26, 53), sino que anunció y abrió, con la ayuda de su Padre, un camino de paz (Reino divino) para todos los hombres y mujeres, con las ovejas perdidas de la casa de Israel (cf. Mt 10, 6), con los pobres y excluidos de la sociedad galilea de su tiempo.

Sus jueces pensaron que habían acallado su voz y detenido su movimiento. Pero sucedió al contrario, porque muchos discípulos y amigos, que parecían haberle abandonado en su muerte, retomaron su mensaje y comenzaron a extender con más fuerza su proyecto, afirmando, además, que le habían “visto” y que se hallaba vivo, pues Dios le había resucitado. De esa forma, con el paso del tiempo, recrearon su recuerdo de Jesús y lo fijaron en unos libros ejemplares, llamados evangelios.

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