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4.11.18. El mandamiento y credo cristiano es “amarás…”

Domingo, 4 de noviembre de 2018

imagesDel blog de Xabier Pikaza:

Se dice en otro plano que hay diez mandamientos (y son buenos), y en otro que hay dos artículos de fe (y son también bueno), con muchos añadidos más o menos certeros… pero según la Biblia no haya más que un mandamiento y un credo (que es doble: amar a Dios, amar al prójimo…).

Se trata, pues, de creer en el amor y de hacer amor, o mejor dicho, de hacerse amor, por encima, en el principio, de todos los mandamientos y los credos.

Sin duda, el amor es una de las palabras más gastadas y manipuladas de la humanidad, lo mismo que Dios. Algunos dicen: oigo Dios y cojo una pistola para defenderme. Otros contestan: oigo amor y escapo, no me cojan y me aten.

Y sin embargo Dios es lo mismo que amor, y amor es lo mismo que vida… de forma que la vida es un aprendizaje de Dios y (o) de amor. En eso estamos, ése es el evangelio de este domingo. Quizá nunca se ha dicho una palabra más rica, prometedora, gozosa y exigente que ésta que sigue. Buen domingo, buen amor a todos.

Palabra. Mc 12, 28-34

(a. Pregunta) 28 Un escriba que había oído la discusión y observado lo bien que les había respondido se acercó y le preguntó: ¿Cuál es el primer mandamiento de todos?
(b. Respuesta) 29 Jesús contestó: El primero es éste: Escucha Israel, el Señor nuestro Dios es Señor Uno, 30 y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con toda tu fuerza. 31 El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que éstos.
(c. Entendimiento) 32 Y el escriba le dijo: Bien, maestro. Con verdad dices que es Uno y que no hay otro sino él; 33 y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios. 34 Y Jesús, viendo que había hablado con sensatez, le dijo: No estás lejos del reino de Dios. Y nadie se atrevía ya a seguir preguntándole.

12, 28. ¿Cuál es el primer mandamiento?
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28 Un escriba que había oído la discusión y observado lo bien que les había respondido se acercó y le preguntó:¿Cuál es el primer mandamiento de todos?

Este escriba, hombre del Libro, parece interpretar a Dios como alguien con poder para mandar, es decir, para imponer unos preceptos a los hombres, y de un modo especial a los judíos. Ciertamente, en el Antiguo Testamento (BH) hay también narraciones liberadoras, himnos de gratitud, revelaciones proféticas, bellas historias de encuentro con Dios… Todo eso vale, pero a los ojos del escriba parece estar en un segundo plano. Por eso, él ha comenzado preguntando por el primer mandamiento de la Ley. Ciertamente, su pregunta es buena y veremos que Jesús la admite, pero puede entenderse de forma sesgada, pues supone que lo primero es el mandato entolê, cosa que Jesús matizará.

El problema no está en que los mandatos sean numerosos (el judaísmo posterior recopilará 248 positivos y 365 negativos, en total 613), pues muchos de ellos parecen y son obvios para quienes viven dentro de una sociedad israelita. Por eso, situados en su propio contexto, los judíos del tiempo de Jesús y sus sucesores no se pueden tomar como legalistas en el sentido peyorativo del término.

El tipo de judíos y de cristianos a los que Jesús quiere enseñar su “ley de amor” son en general legalistas, pero piensan que su vida se encuentra fundada sobre leyes de Escritura/Tradición que se presentan como voluntad de Dios. Por eso es importante discernir: saber dónde se encuentra el centro y clave de los mandamientos, como hace nuestro escriba, buscando el primero entre ellos. Pues bien, Jesús no responde con uno sino con dos, como indicando que al principio no hay un tipo de monismo (sólo Dios o sólo el hombre) sino un dualismo básico, un diálogo entre Dios y los humanos.

12, 29-31. El Señor nuestro Dios es Señor uno

29 Jesús contestó: El primero es éste: Escucha Israel, el Señor nuestro Dios es Señor Uno, 30 y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con toda tu fuerza. 31 El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que éstos.

Significativamente, Jesús no apela a los diez mandamientos (Ex 20, 2-16; Dt 5, 6-21), sino a la palabra central de la experiencia teológica judía («Escucha Israel: amarás a Dios…», cf. Dt 6, 4-5), y a un mandato social importante del Código de la Santidad («y a tu prójimo…», cf. Lev 19, 18). Esos “mandamientos” son su credo, su confesión fundamental de fe.
Empecemos por la “experiencia” básica: en el principio no está el “haz”, ni el “amarás” (en línea de mandato), sino el “escucha”: acoge la voz de Dios. Sólo a partir de ese “escucha” se puede hablar de amor a Dios y el prójimo.

a. Shema, un camino de vida (12, 29).

Jesús empieza citando el texto clave de la Shema (Escucha Israel…), colocando así todo lo que dirá después a la luz del mensaje fundante de Dt 6, 4-6, siguiendo así la mejor tradición de su pueblo. De esa forma se sitúa en el origen de la vida auténticamente humana (allí donde el filósofo Kant situaba su imperativo: “actúa de tal forma que…”). Pues bien, en ese principio Jesús no encuentra una entolê, un mandato, sino una revelación de radical (Dios es Uno) y una llamada al amor:

− Escucha (hebreo sema’, griego akoue). Éste es el principio de todo posible mandamiento: “Oye”, es decir, atiende a la voz, acoge la Palabra, estate atento a lo que eres. En el fondo se quiere decir: no te cierres, no hagas de tu vida un espacio clausurado donde sólo se escuchan tus voces y las voces de tu mundo. Más allá de todo lo que haces y piensas, de aquello que deseas y puedes, se extiende el ancho campo de la manifestación de Dios: abrirse a su voz, mantener la atención, ser receptivo ante su Palabra, ése es el principio y sentido del que brota toda vida y todo mandamiento.

− Israel. Es el pueblo de aquellos que “escuchan”, comunidad de personas que se mantienen atentas, oyendo la Palabra, y naciendo así como pueblo que brota de Dios. Quedan en segundo plano los restantes elementos configuradores del pueblo: padres comunes, circuncisión, leyes alimenticias, ritos de tipo sagrado… Sólo la escucha del único Dios configura al único pueblo israelita, que, conforme a la visión de Marcos, puede y debe abrirse a todos las naciones (cf. 11, 11). En este momento, Jesús se identifica con el Israel que escucha la voz de Dios, vinculándose de esa manera a la comunidad de los creyentes, es decir, de todos los que escuchan la Palabra y responden con amor.

El Señor, muestro Dios, Señor Uno es. Pagano es quien se pierde adorando otras voces, de forma que acaba escuchándose a sí mismo (a sus ídolos). Israelita, en cambio, es quien sabe a acoger al único Dios (nuestro Dios), que es Uno (Heis estin). La palabra fundante del mandato pide al creyente que “escuche” al único Dios (Señor Uno): que se deje transformar por él, que acoja su revelación y que no crea a ningún otro posible “señor” de los que existen (quieren imponerse) sobre el mundo. Así queda claro el “monoteísmo” radical de Jesús, que había protestado ya cuando el postulante de 10, 17 le llamaba Maestro Bueno (Didaskale Agathe), respondiendo que nadie es bueno sino Heis ho Theos, es decir, Uno que es Dios. Pues bien, ahora, ese monoteísmo (¡el Señor es Uno!) se vuelve fuente de comunión, de manera que todos los creyentes pueden decir y dicen “nuestro Dios”, vinculándose entre en, en forma de comunidad de fe.

b. Amarás (12, 30).

Esta palabra nos sitúa ante la gran paradoja y la riqueza básica del judaísmo rabínico y del evangelio cristiano, que, en ese nivel, comparten la misma experiencia de vida (cf. 1, 1). Apoyado en la tradición israelita, con otros judíos de su tiempo, Jesús “manda” que se cumpla lo que no puede mandarse (pues no es objeto de ningún imperativo), elevando de esa forma el nivel de la vida humana.

De todas formas, en sentido estricto, según el “shema”, Jesus no “manda” aquello que debemos hacer, sino que dijo que seamos lo que somos, seres fundados en el Dios que es Gracia. Gracia es su Palabra y gracia es poder escucharle. De esa manera, como agraciado de Dios, capaz de acoger su palabra, viene a descubrirse aquí Jesús, como israelita universal. Por eso, en el primer momento de su oración y compromiso hay una confesión de fe (Dios es Uno), pero de tal forma que esa misma confesión nos capacita para responder, conforme dice el texto: “amarás…”. Ciertamente, el amor no se puede imperar: si se cumple por obligación ya no es amor; pero se debe animar y potenciar:

− Amarás… El texto ha pasado del sentido comunitario (escucha, Israel, el Señor “nuestro” Dios…) al singular (amarás, agapêseis), de manera que el mandamiento invita (en algún sentido manda) a Israel en su conjunto y a cada uno de los israelitas concretos, para que respondan en amor. Cada israelita, cada oyente, es un “tú” de Dios, llamado a responderle con amor. Este amor que aquí se pide ha de surgir como respuesta: No es una “obra” que el hombre pueda suscitar por sí mismo, sino un gesto de gozo que brota allí donde cada ser humano acoge la voz de Dios. No puede responder quien no ha escuchado: no puede amar quien no se ha sido llamado por Dios, elegido por su gracia. Sólo porque Dios nos ha llamado y amado primero podemos responderle.

− Al Señor, tu Dios. Seguimos pasando del Israel colectivo (pueblo que escucha la voz de nuestro Dios: ho theos êmôn) al Israel concreto y a cada israelita, al que se dice que debe amar a su (tú) Dios (ton theon sou), un Dios vinculado, por tanto, con cada individuo. Aquí no hay mediadores externos, ni sacerdotes, ni escribas, pues cada israelita es sacerdote y escriba de sí mismo. Cada israelita está llamado a responder en amor, vinculándose de esa forma al Dios al que ha escuchado. Ese amor del que aquí se habla no es un puro sentimiento intimista, sino fidelidad personal, en la línea de aquello que pidieron los profetas (en línea de justicia).

− Con todo tu corazón/alma/mente/fuerza. Para este amor de Dios no hay medida, no hay talión posible (¡ojo por ojo!), pues Dios desborda los límites y normas de la humanidad. Por eso, el amor viene a expresarse como una potenciación desbordante del mismo ser humano, que, impulsado por Dios, puede y debe poner su ser entero en movimiento de respuesta al Dios que ha llamado.

Antes, en el caso de aquel que puede “escandalizar” a los pequeños, el hombre aparecía como alguien que puede actuar y desear, apareciendo como mano/pies/ojos (9, 42-48). Ahora se define ante todo como corazón (hebreo leb, griego kardia) que ama y como alma/mente/fuerza que vive . Según eso, el hombre es ante Dios un “amante”, un corazón abierto en amor: ser animado (psychê), capaz de pensar (dianoia) y de actuar con fuerza (iskhys).

Al formular de esta manera el “mandamiento” (la respuesta que el hombre ha de dar a Dios), Jesús asume la tradición israelita de la alianza, en la que se inscribe este amor, en una línea que ha sido desarrollada por los grandes profetas (de Oseas, Jeremías y Ezequiel, hasta el Segundo y Tercer Isaías). Entre el hombre y Dios se establecer relaciones de fidelidad, personal y social.

Amar a Dios significa amar al que es Principio y Fundamento, es decir, nacer y vivir amando…es decir, al que nos ha llamado a la vida, respondiendo a su llamada (por eso, en el principio está ¡escucha…!), en gesto de fidelidad intensa. En ese fondo se entiende la medida del amor, que consiste en amar sin medida, con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente y con todas las fuerza.

Conforme a esta visión, el hombre es un ser que se sobrepasa a sí mismo al amar: no se le puede encerrar en unos límites; no se le puede calcular utilizando coordenadas ya sabidas de antemano; no se le puede encuadrar en ningún tipo de ley. Ésta es la paradoja: se pregunta por el primer “mandamiento” o medida, y Jesús responde, con todo el verdadero Israel que no existe tal medida, pues la ley/medida humana es superar toda medida, haciendo que desborden corazón/mente/alma/fuerza, en gesto de fidelidad abierta a lo divino.

c. Y a tu prójimo.

Si sólo hubiera lo anterior (exigencia de escuchar a Dios y responderle en amor que supera toda medida), el ser humano podría acabar cayendo en un espiritualismo teológico. Por eso, con buena parte de la tradición judía de su tiempo, Jesús añade el mandato de Lev 19, 18: amarás a tu prójimo como a ti mismo. En principio, ese prójimo (plêsion) al que se ha de amar puede ser un compañero de grupo, es decir, de nación sagrada (un hombre del mismo laos (LXX) o del mismo ‘am (BH). Pero en el contexto general de Marcos es evidente que prójimo es cualquier hombre o mujer.

Como he dicho, esta unión de “dos amores” había sido establecida por el judaísmo de su entorno. La novedad de Jesús está quizá en la fuerza que él ha dado al término común agapêseis (amarás: hebreo ‘ahabta) de Dt 6, 5 y Lev 19, 18, uniendo los dos mandamientos (amores) y diciendo que no hay “otro” mayor que estos, pues ambos forman uno sólo, aquello que el escriba llamaba el primero de todos (prôte pantôn de 12, 28).

Quizá pudiéramos añadir en este contexto que lo primero es ya la dualidad: la relación con Dios vinculada ya a la relación con el prójimo.

Así se fecundan el yo de Dios, a quien el creyente debe amar, y el yo del prójimo, a quien debe amar también, de manera que ambos amores (realidades) no pueden separarse. De esa forma, el amor a tu Dios (ton theon sou) resulta inseparable del amor a tu prójimo (ton plêsion sou) y ambos definen la única identidad del ser humano, de manera que, en el lugar donde estaba el amor a “tu Dios” (12, 30), ha de surgir y surge el amor a “tu prójimo” (12, 31).

Hay que amar al prójimo como se ama a Dios, pero no en desbordamiento infinito y sin medida (con todo tu corazón…), sino de un modo concreto y con una medida: Como a ti mismo. La medida del amor de Dios era no tener medida: experiencia de apertura infinita. Pues bien, la medida del amor al prójimo es ahora la del propio amor: amarle como a mí mismo, es decir, ponerle como “otro yo” a mi lado, haciendo de su vida espacio y centro de mi propia vida.

Entre el amor a Dios y al prójimo hay una relación que todo el evangelio de Marcos se ha esforzado por explicitar, desde el momento en que Jesús comenzó a proclamar el Reino (1, 14-15). Quizá pudiéramos añadir que el ejemplo y medida de este amor al prójimo es el evangelio de Jesús, la revelación aquel que no ha venido a que le sirvan, sino a servir y dar la vida (la pshychê) como rescate por muchos, es decir, por todos.

12, 32-34. No estás lejos del reino de Dios

32 Y el escriba le dijo: Bien, maestro. Con verdad dices que es Uno y que no hay otro sino él; 33 y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios. 34 Y Jesús, viendo que había hablado con sensatez, le dijo: No estás lejos del reino de Dios. Y nadie se atrevía ya a seguir preguntándole
El escriba había preguntado y Jesús ha respondido, mostrándolo los dos amores. De manera lógica, el escriba vuelve a tomar la palabra, para manifestar su aprobación ante aquello que ha dicho Jesús, matizando levemente las perspectivas.

− En primer lugar, el escriba insiste aún más en la unicidad, afirmando no sólo que Dios es Uno (Heis estin), como ha dicho Jesús, sino añadiendo no hay otro sino él (kai ouk estin allos plên autou), con palabra tomada de Is 45, 21. En esa línea (no hay otro sino él) avanzará la tradición judía posterior, cuando rechace al cristianismo, pensando que al elevar a Jesús los cristianos “rompen esa unidad de Dios” (como si Jesús fuera “otro” al lado suyo). Éste vendrá a ser el punto de fricción entre cristianos y judíos, como veremos por los temas que siguen.

− En segundo lugar, el escriba no sólo ha vinculado amor a Dios y al prójimo, sino que ha dicho que ese doble amor vale más que todos los holocaustos y los sacrificios (12, 33). De esa forma se mantiene dentro de la tradición profética, que ha puesto la justicia (el amor) por encima del sistema sacrificial del templo. Pero, al decir eso (vale más que…), este escriba sigue dejando una puerta abierta para los holocaustos y sacrificios. Jesús ha superado, según Marcos, todos los sacrificios del templo, para destacar sólo la fe activa (cf. 11, 12-25). Este escriba, en cambio, sigue aceptando los sacrificios (¡no los niega!), aunque diga que el amor a Dios y al prójimo es más importante.

El texto podía haber terminado con ese comentario final del escriba (12, 32-33), pero el evangelio quiere darle la última palabra a Jesús.

(a) Por un lado, Jesús acepta la respuesta del escriba, diciendo que ha contestado de un modo sensato (nounekhôs); ambos (Jesús y el escriba) se sitúan según eso dentro de la tradición común de muchos escribas judíos, que siguen insistiendo en la importancia del amor a Dios y al prójimo, poniéndolo por encima de los sacrificios.
(b) Por otro lado, Jesús dice que ese escriba que está “cerca de” (no en) el Reino de Dios. Está cerca, pero que le falta algo, quizá lo mismo que faltaba al hombre rico, que había cumplido la Ley pero que no había dado todo a los pobres, siguiendo a Jesús para heredar la Vida (cf. Mc 10, 21).


En ese contexto se inscribe la reinterpretación de Lucas, donde el escriba pregunta ¿quién es mi prójimo? y Jesús le responde contando la parábola del buen samaritano (Lc 10, 30-37). En esa misma línea puede interpretarse también el texto de Marcos: el escriba judío está muy cerca del reino; pero si quiere recibirlo (entenderlo por dentro) debe dar un paso más, superando el sentido particular o nacional, para abrirse a todo prójimo, en sentido activo, en la línea de Gal 3, 28 o Lc 10, 25-37). Para que amara de esa forma, Jesús pedía Jesús al rico de 10, 21 que le siguiera, dejándolo todo.

(cf. Pikaza, Evangelio de Marcos, VD, Estella 2012)

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