Domingo XXXI del Tiempo Ordinario. 28 de octubre de 2018
“Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo:
– No estás lejos del Reino de Dios.
Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.”
Las palabras, así con minúscula, también tienen fuerza, bien lo saben quienes se dedican al mundo de la publicidad. No basta con tener un buen producto hay que saber venderlo.
Hace años que se oye decir que en la Iglesia tenemos que cambiar de lenguaje, que muchas de nuestras celebraciones ya no dicen nada a la gente de hoy. Y es enteramente cierto.
El mensaje que tenemos que anunciar es el mejor de los productos y es más necesario que nunca, pero si no nos atrevemos a cambiar de lenguaje no nos entenderá nadie.
Es admirable la audacia que tuvieron muchos autores bíblicos que al citar otros textos más antiguos, los reelaboran, los cambian sin ningún pudor.
Y hoy podríamos hacer nosotras lo mismo. Vamos a cambiar un poco el texto, en lugar de mandamiento vamos a hablar de misión. La cosa quedaría más o menos así:
“¿Qué es lo primero en la misión?
Y Jesús respondería: -Lo primero en la misión es que te enamores de Dios perdidamente, como si no hubiera nada más en el mundo. Y lo segundo, que ese amor te lleve a las personas, a todas las personas. Esto es lo más importante, todo lo demás irá llegando.
Y cualquier persona de hoy contestaría:
-Tienes razón, Maestro, lo único que realmente vale la pena y queremos todos es que nos quieran. El lenguaje del amor lo entiende todo el mundo.
Jesús, viendo una respuesta tan sensata, diría:
-Por el camino del Amor encontrarás la felicidad, que es otra manera de decir Reino de Dios.”
Ojalá nos atrevamos a ser tan osadas como aquellas primeras comunidades cristianas que no dudaron en emplear el lenguaje del Imperio para hablar de lo que habían experimentado con Jesús.
De todos modos el problema del lenguaje deja de ser un problema cuando tienes una experiencia transformadora. Porque no puedes callártela. Y precisamente eso es lo que hace que el mensaje sea contagioso, por mucha teología que sepamos. Y aunque hagamos un impecable máster en catequética, si no nos hemos encontrado con el Dios de Jesús, no tendremos nada que anunciar.
Las personas místicas de todos los tiempos han encontrado el lenguaje que necesitaban para transmitir su experiencia y con ella han acercado a mucha gente al Reino.
Oración
Trinidad Santa, que no queramos empezar anunciando, sino recibiéndoTe a ti como Buena Noticia. Que sea el encuentro Contigo el que nos haga buscar las palabras para darTe a conocer.
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Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa
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