Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario. 14 de octubre de 2018
“A estas palabras, él frunció el ceño, y se marchó pesaroso, porque era muy rico.”
“¿Qué haré para heredar la vida eterna?” Esta es la inquietud de este personaje que se acerca corriendo a Jesús. Tiene prisa y también mucha seguridad en sí mismo.
Sabe lo que quiere. Lo ha sabido siempre. Cuenta en su haber con grandes fortunas: “Maestro, todo eso lo he cumplido desde pequeño.”
Parece que no se ha acercado a Jesús para encontrarse con alguien sino para ser “reconocido”, para que se reconozca su bien hacer.
Sí, debía de ser muy rico, tanto que esperaba también heredar la vida eterna o quizá incluso pensaba que ya había hecho lo suficiente para recibirla. Como un niño cuando acaba lo deberes y viene corriendo a enseñártelos para que le dejes ir a jugar. Pero Jesús no lo felicita por todo lo que ha hecho sino que le dice: “Una cosa te falta.”
Parece que el Reino tiene poco que ver con las seguridades. A Dios no le impresiona nuestra larga lista de méritos y renuncias. Tampoco las riquezas.
Por lo visto espera que nos acerquemos a Él con las manos vacías, con todo perdido y los zapatos gastados.
Parece que solo consigue vernos bien cuando no tenemos nada que mostrale, cuando estamos desnudas y vacías.
Ahí sí, nos ve y nos mira como a hijas amadas suyas. Mientras tanto no deja de mirarnos con cariño y compasión.
No deja de recordarnos que nos falta una cosa: dejar todo lo que nos sobra. Y nos ve marchar una y otra vez con el ceño fruncido y pesarosas. Dobladas bajo el peso de nuestras riquezas, de nuestros derechos y méritos.
¿Cómo podrás llenarnos sino queda sitio?
Oración
No dejes de mirarnos con cariño, sobre todo cuando nos alejamos pesarosas. Solo el cariño de tu mirada nos puede transformar.
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Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa
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