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“Efectos colaterales”, por Gabriel Mª Otalora

Jueves, 27 de septiembre de 2018

abusosEntiendo el efecto colateral como aquello que no es directo o inmediato, o es distinto del efecto primario. En este sentido, los escándalos causados por los casos de pederastia deberían llevarnos a valorar con humildad las consecuencias colaterales de este gran escándalo para, desde ahí y en clave evangélica, renovar nuestros odres viejos. No solo en las instituciones afectadas sino individualmente, en cada uno de nosotros.

Una Iglesia poderosa ha descuidado la humildad y se ha erigido en fortaleza de piedra que nunca estuvo destinada a ser. El plan de Jesús para su comunidad incipiente fue otra cosa, empezando consigo mismo: en el prendimiento de Getsemaní dejó bien claro que lo suyo no era cosa del poder humano sino el ejemplo firme sustentado en una serie de actitudes que no paró de propalar, insistir y practicar aunque las costuras religiosas de entonces saltaran por los aires.

El amor es más importante que las leyes, los ritos y la Tradición, todo ello al servicio de la esencia que lleva consigo el Reino: un reino de amor, de justicia y de paz, cantamos en la liturgia, reino de vida y perdón.

Ahora que la pederastia se muestra como una marea imparable, empiezan los actos de contrición y atrición públicos. Hemos visto muchas resistencias y tibieza, como si en cualquier momento todo hubiese sido un mal sueño del que poder pasar página cuanto antes. El escándalo ha ido a más hasta convertirse en algo que nada tiene que ver con casos aislados y que exige una reflexión a fondo sobre el celibato obligatorio, las normas de algunos seminarios, las actitudes de autoridades religiosas que han escondido todos los casos que han podido por “no hacer daño a la Iglesia”, cuando lo que se estaban haciendo era protegerse a sí mismas mientras dejaban a la intemperie el Mensaje.

Una reflexión necesaria sobre qué actitud cristiana mantener en estas situaciones y en otras que, aun siendo de índole menor comparativamente hablando, su tratamiento debe regirse siempre con acordes evangélicos.  Es necesaria una relectura de la actitud que tuvo Jesús con los hipócritas y los sepulcros blanqueados, con los que se aferraban a la tilde de la ley y al rigorismo religioso para mantener una religiosidad formalista y de ritos donde el ser humano, sobre todo el más vulnerable, sufría una injusticia estructural en nombre de Dios. Y la actitud que tuvo con las víctimas, con los que sufrían las injusticias por los duros de corazón, a pesar de que Jesús iba a contracorriente de la religión oficial.

Recuerdo que al cardenal Sean Patrick O’Malley cuando era arzobispo de Boston, le estallaron en las manos montones de casos de pederastia a los que había que hacer frente con una responsabilidad civil multimillonaria por vía judicial. Su antecesor, Bernard Law, lo había encubierto todo. Mientras los clericalistas que le rodeaban a O’Malley decían compungidos que nada se podía hacer frente a semejantes pagos, él encontró enseguida la solución evangélica: vendió los bienes necesarios propiedad de la archidiócesis hasta pagar el último dólar. A partir de entonces, el Papa Francisco le nombró presidente de la Comisión Pontificia para la Protección de los Menores, convirtiéndose en todo un símbolo de la lucha contra la pedofilia en la Iglesia Católica. Ahora es miembro del Consejo de Cardenales que estudia la reforma de la curia.

Denuncia, acogida a las víctimas, humildad en el perdón que no puede venir solo sin otras medidas, reconociendo que la Iglesia institucional no está al servicio de la Iglesia Pueblo de Dios cuando cualquier institución es un mero instrumento organizativo para llevar a cabo mejor el objetivo, en este caso el anuncio evangelizador con el ejemplo. Caifás y Anás se aprovecharon de la tilde de la ley y no pudieron soportar la luz de Jesús de Nazaret.

Que la desgraciada crisis de la pederastia ayude a hacernos más humildes y a revisar nuestros patrones religiosos a gran escala -en ello anda Francisco- y a nuestro pequeño nivel, tarea cuya responsabilidad es personal e intransferible.

Gabriel Mª Otalora

Fuente Religión Digital

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