29.7.17 Dar pan, ser rey (Jn 6, 1-15)
Este evangelio trata de dar pan y ser o no ser rey, y de qué manera (¿hacerse rey por darlo… o por robarlo?)
De manera muy significativa, a partir del siglo XIV d.C. el pan consagrado se ha convertido en signo del Reino de Cristo, de forma que las dos grandes fiestas de la nueva Cristiandad barroca han sido, y en algún sentido siguen siendo, el Corpus (pan adorado, no compartido, detalle de procesión en la imagen) y Cristo Rey (reinado de cielo y obediencia en la tierra).
Quizá esa visión puede y debe cambiarse… Jesús no hizo procesiones tras un pequeñito pan (por más santo que sea), pues el pan ea y es él mismo, la vida de todos los hombres… No quiso ser rey de esa manera.
¿Cómo quiso serlo o no serlo? Sigue leyendo el evangelio y comentario.
Texto.Juan 6, 1-15: Dar pan, no ser rey
En aquel tiempo, Jesús se marchó a la otra parte del lago de Galilea (o de Tiberíades). Lo seguía mucha gente, porque habían visto los signos que hacía con los enfermos. Subió Jesús entonces a la montaña y se sentó allí con sus discípulos. Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos.
Jesús entonces levantó los ojos, y al ver que acudía mucha gente, dice a Felipe: “¿Con qué compraremos panes para que coman éstos?” Lo decía para tentarlo, pues bien sabía él lo que iba a hacer.
Felipe contestó: “Doscientos denarios de pan no bastan para que a cada uno le toque un pedazo.” Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dice: “Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y un par de peces; pero, ¿qué es eso para tantos?”
Jesús dijo: “Decid a la gente que se siente en el suelo.” Había mucha hierba en aquel sitio. Se sentaron; sólo los hombres eran unos cinco mil. Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados, y lo mismo todo lo que quisieron del pescado. Cuando se saciaron, dice a sus discípulos: “Recoged los pedazos que han sobrado; que nada se desperdicie.”Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos de los cinco panes de cebada, que sobraron a los que habían comido. La gente entonces, al ver el signo que había hecho, decía: “Éste sí que es el Profeta que tenía que venir la mundo.” Jesús entonces, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró otra vez a la montaña él solo.
Subió a Jerusalén para que reinara Dios
Precisamente para trazar su Paz de Reino, Jesús renunció a la guerra, subiendo desarmado a Jerusalén, realizando el gesto supremo de “insumisión” social y militar. No negoció con Roma ni con los sacerdotes de Jerusalén (en línea de pacto/reparto de poderes), pues no quería pactos, sino alianza de amor. Imaginemos por un momento qué hubiera pasado si romanos y judíos le hubieran escuchado:
1. Si Jerusalén se hubiera “convertido”,
y no lo hubieran impedido los romanos, Jesús no habría actuado como rey o jefe militar, es decir, pues no hubiera tomado el poder, ni habría sido emperador o regente político. Ciertamente, habría actuado como delegado y representante de Dios, pero de un Dios que no necesita “reyes”, de forma que no hubiera sido rey, sino madre-hermano-hermana, es decir, amigo, a fin de que todos fueran entre sí hermanos y amigos (cf. Mc 3, 31-35). Así anunció la llegada de un Reino sin Rey o, mejor dicho, de un Reino donde todos son reyes, siendo simplemente humanos, hijos de Dios, hermanos.
En esa línea podemos añadir que él habría venido a presentarse como signo y representante del Hijo del Hombre, de una humanidad reconciliada y fraterna. Nos faltan modelos para imaginar su reinado, que sería el reinado de todos, pues nuestras categorías mentales y sociales se encuentran marcadas por dinámicas de poder militar, político, sagrado. Pero el evangelio de Juan nos ayuda a trazar su perfil, diciendo que vino a “dar testimonio de la verdad” (Jn 18, 37), una verdad que no sería la de unos sabios platónicos que se imponían sobre militares y trabajadores (cf. República VI), sino la del amor compartido, desde los más pobres.
Por eso los que convierten a Jesús en más rey que los otros… o en Señor sobre los otros van en contra del evangelio.
2. El Reino de Jesús se expresaría en unas relaciones humanas de amor directo, gratuito y gozoso, sin violencia armada.
No harían falta instituciones militares de dominio, ni estructuras económicas de poder. En un primer momento, Roma podría haber seguido funcionando con sus medios militares y administrativos, en un nivel externo, pues Jesús no habría promovido un alzamiento armado, ni habría destruido con violencia las redes de dominio imperial, sino que habría suscitado formas de convivencia y colaboración directa y pacífica entre hombres y mujeres, de manera que, poco a poco (o por una mutación rápida), el orden político impositivo de Roma se habría vuelto cada vez menos necesario, teniendo que limitarse a organizar el orden exterior (en línea de sistema), mientras los cristianos habrían desplegado con autonomía sus formas de vida alternativa (a no ser que Roma respondiera, imponiendo su violencia de muerte, como supone el Apocalipsis).
En esa línea podemos hablar de una “mutación social” de Jesús, que habría transformado a los hombres en amor, no para luchar en contra del Estado, sino para crear relaciones de convivencia amorosa y solidaridad intensa, que transformarían por dentro (sin guerra) las instituciones humanas, en línea no estatal ni de mercado. Pero en aquel momento una mutación de ese tipo resultaba muy difícil.
Por un lado, el Estado no parecía dispuesto a “ceder” sus poderes para convertirse en un “sistema administrativo” neutral, alimentado desde el mundo de la vida de los creyentes cristianos.
Por otra parte, de un modo lógico, los cristianos se fueron adaptando a la lógica de los poderes establecidos, dejando de ser comunidades auto-gestionadas, para iniciar un camino de constantinismo o pacto con el Estado (del que sólo ahora, en el siglo XXI, estamos saliendo).
Pero Jesús no fue constantiniano, ni tomó el poder para cambiar cosa ninguna (no tomó el poder político, ni tampoco el religioso). Por eso, los que quieren tomar para defender el evangelio se equivocan de “Cristo”.
3. Tributos, economía mesiánica.
Jesús no habría destruido por la fuerza el orden económico del imperio romano, ni habría rechazado de un modo directo los impuestos del César (cf. Mc 12, 17), pues las “cosas” del Reino (de Dios) se realizan de un modo gratuito y por contacto personal, sin necesidad de utilizar los mecanismos actuales del Dinero/Mercado (capital), que tiende a convertirse en ídolo supremo o mamona (Mt 6, 24).
Jesús habría comenzado ocupándose de personas a las que el orden romano deja normalmente a un lado, porque están fuera del campo de intereses del poder (enfermos, mendigos…), para formar a partir de ellas comunidades fraternas, bien pacificadas. Sus itinerantes seguirían actuando como portadores de un poder de sanación que cambiaría la forma de vivir de los sedentarios (ricos), para crear así redes de economía comunitaria, como hicieron en muchos lugares en los tres primeros siglos. En esa línea, el Estado terminaría convirtiéndose de hecho en un gestor neutral de unos medios económicos al servicio de todos.
Pero ni el Estado parecía dispuesto a “ceder”, para ocuparse sólo de temas administrativos (sin imposiciones violentas), ni las comunidades cristianas mantuvieron el ideal de comunión económica de los itinerantes y sedentarios de Jesús, de manera que ellas terminaron adoptando en gran parte el estilo y métodos de la economía imperial. Sólo en este tiempo (2009), tras veinte siglos de cristianismo, podemos plantear el tema con radicalidad, situando la economía de Jesús en el nivel del mundo de la vida (en pura gratuidad, como encuentro de personas), convirtiendo el “sistema” en aquello que siempre debía haber sido: una mediación comunicativa para que todos los hombres y mujeres pudieran compartir de hecho sus bienes y sus vida, de un modo siempre directo y gratuito.
Por eso, Jesús no necesitó dinero para realizar su obra; él quiso personas… Todos los que utilizan dinero para expandir el evangelio van en contra del evangelio.
4. Jesús no habría aplicado la justicia legal ni la venganza
contra los sacerdotes de Jerusalén o los soldados de Roma. No habría querido luchar externamente contra el templo, pero estaba convencido de que se hallaba en manos de poderes de violencia, de manera que terminaría destruyéndose a sí mismo (cf. Mc 13, 2; 14, 58; 15, 29 par). Tampoco habría luchado contra Roma, pues no quiso actuar en el nivel de la violencia romana (sustituyendo un imperio por otro).
La certeza de que Roma acabará (y con Roma los imperios que se fundan sobre bases de violencia) le permitió alimentar una esperanza de Reino (es decir, de una situación en la que todo estuviera al servicio de la vida), pues tenía la certeza de que los hombres podrían vivir ya (muy pronto) como hijos de Dios, en un plano de amistad, sin apelar a instituciones de violencia. La certeza de que el templo acabaría y de que los hombres y mujeres podrían vincularse muy pronto, en amor, sin necesidad de instituciones sacrales de tipo religioso, le impulsó a subir a Jerusalén Con ese deseo llegó a la ciudad de los sacerdotes, donde los representantes del César le mataron.
5. Jesús reina sin hacerse rey, para que todos seamos reyes y nadie “reine” sobre otro.
Los Via-Crucis normales de la tradición católica tienen catorce estaciones, que terminan con el Santo Entierro, reviviendo así el “fracaso” pascual de Jesús. Pues bien, de esa manera, yo he querido retomar el camino de Reino de Jesús, para que nosotros, los cristianos del año 2009, lo retomemos, anunciando con nuestra vida la llegada del Reino
Ciertamente, Jesús subió a un monte para que no le hicieran rey (en la línea del mundo antiguo), como sabe el evangelio de Juan. Pero, en otro sentido, el subió a Jerusalén para que reinara Dios, es decir, para que reinaran todos.
El triunfo de su causa no hubiera supuesto una independencia política de Israel o de su movimiento mesiánico, pues el tema de la dependencia o independencia política pertenece al orden “violento” de una realidad vinculada a guerras y pactos en línea de poder (como se mostró en la guerra del 67-70 d. C.). Lo que Jesús propuso y lo que así podemos definir como su “marcha de paz” no fue una sencilla adaptación, en el interior del sistema que había venido operando hasta ese momento, sino un mutación o cambio de nivel, de manera que, desde plano de la Vida, podrían y pueden (deben) cambiarse todas las instituciones del Sistema.
En contra de las estructuras de poder violento que han dominado sobre el mundo, Jesús y sus amigos establecerían (es decir: han de establecer hoy) unos grupos de amistad, esto es, de vida universal, que se extenderían (es decir, deben extenderse) desde Galilea, pasando por Jerusalén y Roma, al mundo entero (como resume en libro de los Hechos).
Ellos, los discípulos mesiánicos de Jesús desarrollarían (es decir, tenemos que desarrollar) unas formas de vida compartida que ya no se rigen por el talíón, ni por la ley de la venganza, sino por la amistad directa, en línea de comunión gratuita. Frente al modelo actual, donde el sistema domina sobre el mundo de la vida y lo “coloniza” (esclavizando o cautivando a la mayoría de los hombres y mujeres, al servicio del mismo sistema), ha de elevarse un modelo distinto donde el mismo “amor” del mundo de la vida se expresa y expande a través de unas redes de comunicación social que están siempre al servicio de la vida.
Eso significa que el verdadero cambio de la humanidad no puede realizarse desde claves y formas de sistema (pues en ese caso siempre seguiría dominando el sistema y esclavizando a los hombres), sino que debemos hacerlo en clave de humanidad, desde el mundo de la vida, de manera que seamos nosotros, hombres y mujeres concretos, los que cambiemos en amor y pongamos al sistema a nuestro servicio, en una línea que hemos definido como insumisión creadora.
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