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¿A quién oramos? II – (Beneficios de la oración de petición)

Jueves, 9 de agosto de 2018

34808477162_41dd4ea564_zDel blog de Jairo del Agua:

Me había quedado en que la oración no es para mover a Dios, sino para movernos a nosotros, como afirma rotundamente san Agustín.

¿Contradice eso al Evangelio? En él se lee claramente: “Pedid y se os dará; buscad y encontraréis; llamad y se os abrirá. Porque el que pide recibe; el que busca encuentra, y al que llama se le abre” (Lc 11,9).

Para empezar, esas palabras me parecen una preciosa llamada a la constancia. Nada se construye sin permanecer en el proyecto. No se puede llegar sin permanecer en el esfuerzo de caminar. Quien pide, busca o llama está identificando sus aspiraciones, sus objetivos, y es lógico pensar que estará dispuesto a poner los medios para alcanzarlos.

Lo confirma la “parábola del juez injusto” (Lc 18,1). Una lección magistral sobre la perseverancia y NO un retrato del rostro de Dios, en nada parecido a un juez injusto y comodón.

La súplica tiene además más ventajas:

1. Reconocemos a Dios, su existencia, su superioridad, su cuidado.

¿Qué gritamos instintivamente cuando tenemos un dolor o un disgusto? ¡Ay madre! Aunque ella no esté, incluso aunque haya muerto. Llamamos instintivamente a nuestro apoyo, nuestro auxilio, nuestro amor. Eso nos consuela y sostiene sicológicamente.

Cuando una parturienta grita no es que pida nada, puesto que está rodeada de sus cuidadores y tal vez de su esposo. Grita por el esfuerzo de alumbrar una vida. Es el instintivo desahogo, el impulso para su esforzada aventura.

Algo parecido ocurre o debería ocurrir cuando suplicamos a Dios: “Gritamos mientras empujamos”. Quien invoca se hace consciente de esa Presencia invisible que nos rodea, nos tutela y nos impulsa desde dentro. Él conoce, mejor que nadie, nuestra sicología y por eso nos dice “pedid”, agarraos, cógete de mi mano y… camina.

2. Reconocemos nuestras necesidades (con humildad nos confesamos limitados, pobres, frágiles, ciegos, inconstantes…) e identificamos nuestras aspiraciones (deseamos ser buenos, generosos, pacíficos, justos, fuertes, sabios…).

Eso es un gran avance porque nuestra vida suele estar embarrada en la inconsciencia y sólo las necesidades instintivas nos son evidentes. El identificar nuestras aspiraciones y necesidades es el primer paso para poner los medios y actuar. El más importante: mantener el rumbo (constancia).

La oración nos recordará que no estamos solos, que Él rema a nuestro lado, nos sostiene, nos ilumina, nos abraza y nos protege siempre, siempre, siempre.

3. Reconocemos las necesidades de los otros y nuestra aspiración a colmarlas. Así expresamos nuestra solidaridad, nuestro cuidado, nuestro amor gratuito. Eso abre el corazón, amplia nuestra mirada, pone nombre a la ayuda y nos predispone a actuar.

La “oración de petición”, cuando la vivimos bien, nos pone en nuestro sitio: Seres pequeños y limitados pero llamados a la inmensidad. Oscurecidos pero en camino hacia la luz. Temerosos pero a la conquista de seguridad. Apretados por el tiempo pero con vocación de eternidad. Sumergidos en los vaivenes de la vida pero abrazados por la paz en nuestro mismo centro.

La súplica nos alienta, nos motiva, nos sumerge en las aspiraciones profundas, nos ayuda a conocernos, a acercarnos al tesoro interior. Quien aspira -por ejemplo- a ser pacífico pedirá paz. Con esa petición estará descubriendo y alimentando la paz de su interior que clama por crecer y manifestarse. Podría afirmarse: “Dime qué pides y te diré quién eres”.

4. Conclusiones: En síntesis, la bondad de la oración -de toda oración- se manifiesta en estos tres efectos:

– ACTUAR frente a lo remediable (somos nosotros los protagonistas y administradores de nuestra vida libre y autónoma).

– ACEPTAR lo que no tiene solución (como una muerte).

– APRENDER de lo ocurrido (un descalabro económico, un accidente, una mala decisión, una muerte o enfermedad).

– ENVOLVERSE, es decir, dejarse acoger, amar e impulsar por esa Madre que nos habita y sostiene. Una de mis jaculatorias más repetidas es: “En ti somos, nos movemos y existimos” (He 17,28). Es muy gratificante hacerse consciente y cierto de que no estás solo, que te desarrollas en el líquido amniótico del seno de Dios.

Nadie conoce los planes divinos, se nos van mostrando a medida que caminamos: “Mis planes no son vuestros planes, ni vuestros caminos mis caminos” (Is 55,8). Lo que NO quiere decir que debamos dimitir de nuestra inteligencia, libertad y autonomía para colgarnos de un “dios niñera” que ya nos llevará en su carrito de bebé. La vida y la madurez nos la tenemos que currar nosotros mismos con las herramientas (talentos) que se nos han dado.

Nos da mucha seguridad, paz y gozo sabernos dando pasos de regreso al Padre, estar convencidos de que “todo es para bien de los que aman al Señor” (Rom 8,28). Pero amar al Señor significa TRABAJAR en su “viña terrenal”, ADMINISTRAR nuestros talentos, DECIDIR sabiamente a la luz de la inteligencia y posibles apoyos humanos a nuestro alcance.

Esa frase bíblica lo que nos asegura es que “Dios siempre rema a nuestro favor y todo nos lo tiene preconcedido”. No sería Dios si fuera un “prestamista a plazos” con precio e intereses. Pero es a nosotros a quien corresponde orientar y administrar nuestra existencia autónoma y libre.

Eso es realmente lo que “recibiréis”: Luz, Energía, Paz y Gozo. Y no exactamente el objeto de vuestro capricho, necesidad o congoja.

Se explicita en este otro pasaje: “Pedid y recibiréis, para que vuestra alegría sea completa” (Jn 16,24). Porque las consecuencias de la oración son alegría, luz, paz interior e impulso para actuar. Y no necesariamente que el niño apruebe o te toque la lotería. Ni siquiera que se te cure la rodilla (para eso están los médicos).

En realidad nos está diciendo: “abridme y os saciaré”, equivalente al “estoy a la puerta y llamo…” (Ap 3,20). Cuando uno se decide a abrirle de verdad, la “oración de petición” decae. Entonces rezas “Señor ten piedad” pero en realidad estás sintiendo “Señor abrázame” o confirmando “Señor TÚ tienes piedad”. Y en verdad que te sientes abrazado y seguro.

Estoy hablando de la oración de petición interiorizada, sentida, personalizada. La otra, la rutinaria, distraída e interesada, sirve para muy poco o para nada. Y, por supuesto, la superstición es pura imaginación baldía (cadenas de fotocopias o PPS, comerse o coleccionar imágenes, los fetiches religiosos de las iglesias, los milagros garantizados, las canonizaciones a la carta, las peticiones a los santos, las peticiones de salud o dinero, etc.).

Hacer “oración de petición” es zambullirse en el regazo del Padre y dejarse sentir su misericordia, su cuidado, su amor. Como el grano de trigo se hunde en la madre Tierra para descubrir su potencial de vida y multiplicarse, así el ser humano necesita sumergirse en el corazón de Dios, sentirse ínfimo y efímero ante su Creador, para poder abrirse al impulso de Vida.

Cuando decimos: ¡Señor ten piedad!, no es para arrancarle a Dios la piedad. Es para sentirnos pequeños y abrirnos a la piedad que el Padre nos regala permanentemente.

Nuestra fragilidad necesita ponerse de rodillas y suplicar, gemir, llorar… No para conseguir nada, sino para abrirnos al Torrente que nos regenera, fortalece y alimenta. Para sentirnos protegidos por el abrazo de Dios.

“Nunca es más grande ni más fuerte el ser humano que cuando está de rodillas ante su Hacedor”. Para eso es el “pedid y recibiréis”. Lo que no niega otros efectos que “se os darán por añadidura” (Mt 6,33).

Por desgracia, muchos cristianos pretenden conseguir de Dios lo que ellos no quieren esforzarse en lograr. En realidad pretenden chantajearle, negociar con Él, intentar manipularle: Si me concedes esto, empezaré a ser bueno. Si me curo, no volveré a fumar. Si me concedes dinero, empezaré a trabajar. Si me das, me pongo en camino… Cuando el proceso humano es el inverso: Si te pones en camino llegarás, si cambias de vida te irá mejor.

Finalmente conviene advertir que la “oración de petición” sólo es la bocamina. Habrá que adentrarse en la “oración de impregnación” -otros le dan nombres distintos- para alcanzar lo mejor de nosotros mismos, nuestras riquezas interiores, nuestro “santa santorum”.

Solo en lo profundo se produce el encuentro y el abrazo con el Dios que nos inunda. Quien se conforma con la “oración de petición” (habitualmente oración vocal) se ha sentado al borde de la bocamina sin llegar a tocar los tesoros de su yacimiento interior.

Trataré en la próxima meditación de un tipo de súplica sobre la que me han preguntado: la intercesión. En mi opinión desvirtúa el verdadero rostro de Dios. Lo someteré a vuestra consideración.

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