Faro de todos los Pueblos.
La habilidad de un hombre es el conocimiento que emana de luz divina (Zaratustra)
24 de junio. Natividad de San Juan Bautista
Lc 1, 57-66.80
Cuando a Isabel se le cumplió el tiempo del parto, dio a luz un hijo (Lc 1, 57)
Es la Noche de San Juan, a quien Lucas calificó como “más que un profeta” (Lc 7, 26), que “vino como testigo para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él” (Jn 1, 7). Palabras con resonancias al profeta Isaías, de quien Jehová: “Poco es que tú me seas siervo para levantar las tribus de Jacob, y para que restaures los asolamientos de Israel: también te di por luz de las gentes, para que seas mi salud hasta lo postrero de la tierra” (Is 49, 6).
La figura de San Juan Bautista está unida a la de Jesús por la luz. Ambas natividades se celebran en el solsticio de invierno y en el de verano. Jesús es el Faro de todos los pueblos y Juan es su precursor. En su austeridad monacal, llevaba un vestido de pelo de camello y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y a quienes querían escucharle les decía: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas”. Un camino que con frecuencia se apartaba de las autopistas trazadas por las autoridades religiosas oficiales: el de Juan Bautista de Ein Karem y Jesús de Nazaret.
El Misal romano incluye la siguiente oración, que resume este simbolismo: “Oh, Dios, fuente y origen de toda luz, que has mostrado hoy a Cristo, luz de las naciones, al justo Simeón”. Y el Evangelio (Lc 2, 29-32) lo reafirma en estos sus términos: “Ahora, Señor, puedes, según tu palabra dejar a tu siervo que se vaya en paz, porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel”.
Ya el profeta Isaías lo había anunciado en el AT con estas palabras en 49, 1-6: “Es poco que seas mi siervo y restablezcas las tribus de Jacob y conviertas a los supervivientes de Israel; te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra”.
Todo esto tiene que ver con la fiesta de la Candelaria o de la Luz que, en sus comienzos, tuvo su origen en el Oriente con el nombre del Encuentro y, posteriormente, se extendió al Occidente en el siglo VI, llegando a celebrarse en Roma con un carácter penitencial. Aunque según otros investigadores, es originaria de la antigua Roma, donde la procesión de las candelas formaba parte de la fiesta de las Lupercales.
En la película estadounidense, Arrival de ciencia ficción y drama (2017), del director Davis Villeneuve, uno de los protagonistas, Jeremy Renner, le dice a Amy Adams: “He tenido la cabeza inclinada hacia las estrellas desde que puedo recordar. Pero ¿sabes lo que me sorprendió? No las estaba mirando a ellas. Te estaba encontrando a ti”. Como Jeremy, estamos todos invitados a elevar nuestra mirada al cielo y mirar la luz de Jesús que, como un sol infinito, ilumina el universo entero.
Lo cual se consigue cuando de nuestros ojos vamos liberando con el cincel las sombras de la miopía que nos impide ver correctamente y nos libera. Decía Michelangelo: “Vi el Ángel en el mármol y tallé hasta que lo puse en libertad”. Tarea sutil y complicada con la que hay que tener sumo cuidado porque, como dijo el polémico y heterodoxo dominico belga Edward Schillebeeckx (1914-2009): “Si pudiera quitar de mí, lo que hay de mí, quedaría Dios. Si pudiera quitar de mí, lo que hay de Dios, quedaría nada”.
Retoma Miguel Ángel tu cincel y labra el mármol vital mío de Carrara hasta que me permita no sólo correr, sino volar en libertad por los cielos de toda mi existencia. No quiero ser tu Bacus preso en el marmóreo pedestal. Prefiero ser el Ángel de Fray Angélico, a punto de lanzarme en libre vuelo, y quedarme en lo que hay de Dios en mí, aunque sin despojarme de mí nada. También cuanto hay de mí -lo malo y lo bueno- es muy valioso y es ligero. Y lo aprecio, como tu Michelangelo apreciaste todas las obras que con tus pinceles y buriles tan artísticamente y con tanta libertad salieron de tus manos. Jesús es luz que, como un Sol infinito, ilumina todos los caminos del universo y despeja de nuestros ojos las sombras de una profunda miopía, que nos impide ver la realidad de la existencia. Ruégale tú por mi y las mías.
Es posible que, siguiendo el consejo de Zaratustra, profeta y fundador del Mazdeísmo, nos facilitara la tarea: La habilidad de un hombre es el conocimiento que emana de luz divina”. Antonio Colinas, poeta y novelista (1946), escribe en El mito de Orfeo, este bello texto, donde la luz de los ojos, las estrellas perfumadas y la voz de una campana que resuena en cada fibra del cuerpo, nos sumergen en celestiales vivencias que nos permiten volver a soñar con el regreso de las palomas blancas a nuestro palomar terrestre.
JARDÍN DE ORFEO
De nuevo, mis sentidos -que ya no eran los míos- quedaron en libertad. Y alcé mis ojos a la luz de tus ojos, y respiré en tus manos flores mojadas de estrellas perfumadas, y volví a oír con nitidez tu voz como una campana que resonara en cada fibra de mi cuerpo.
Y abrí mis labios para musitar con piedad: “No insistas más con tu voz, no insistas más con tu música; aparta de mí ese cáliz de dulzura, pues podría enloquecer, que es peor que morir.
Déjame que olfatee el paso de tu túnica. Déjame que solo sienta y vea y bese en este nuevo espacio al que tu voz me ha conducido, desde el que tu voz me llama.
Vicente Martínez
Fuente Fe Adulta
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