Bajó hasta el pódium.
Descendido a los infiernos. Qué cosa más rara. Ayer entendí un poco. Nos decía Fidel Aizpurúa: la glorificación de Jesús no es subirle en el pódium, en la grada más alta. No es subir al piso de arriba (que no lo hay). Es bajar más a lo profundo de la humanidad, a los débiles. Esos ritos de la Iglesia tan llamativos, tan signos de poder y de “sagrados”. Esas celebraciones, ese lenguaje de exaltación, lo hemos de entender hacia abajo. La humanidad se transforma desde el corazón, desde la kénosis (del griego κένωσις: «vaciamiento») y son los empobrecidos los que realizan esa misión en la tierra. Desde ellos y con ellos podemos transformar y hacer un mundo más humano; experimentar que los débiles, los empobrecidos, los sin nombre, tienen el vigor de transformar la humanidad.
Cómo choca ver las celebraciones de la Iglesia con esos ropajes. Y con esos lenguajes. Parecen la aclamación a los ganadores en la meta…
Mientras, en un rincón está el publicano, sencillo, reconocedor de su debilidad. Y éste sale salvado.
Jesús no subió. Era la forma geográfica que el pueblo de Israel tenía. El cielo estaba arriba. Con Jesús, cuanto más abajo estamos, más vivimos en Dios porque ahí encontramos a los que tienen hambre, a los presos, a los enfermos, a los marginados…
¡Cuánto me queda que bajar, que descender! Son escalones por los que podemos ir bajando. Y cada grado que descendemos nos encontramos con Jesús Resucitado.
Qué misión más bonita: acompañar a los de abajo para subir el escalón de la dignidad, para ascender a descubrir y vivir su dignidad de Hijos de Dios. Con esa bendición original que ellos tienen… la que les da Jesús: asume toda esa realidad y la deifica. “Solo por su gran bondad, nos perdonarán los pobres las limosnas que les damos” (algo así dice Vicente de Paul).
Jesús muere, baja a la muerte. Experimenta el infierno de la soledad “¡¿Dios mío, por qué me has abandonado?!” y surge la Vida, el Amor. Y así toda la creación, toda la humanidad queda desde la creación transformada, resucitada. Todos los pobres son reconocidos en su dignidad y amor.
Ojalá hagamos realidad aquí, ya, esta vivencia de Jesús: que bajemos al infierno de la droga, al mundo del dolor, al mundo de la cárcel, al mundo del hambre y con Cristo y los empobrecidos levantemos a una nueva vida, digna, resucitada.
Los infiernos ya fueron la muerte de cruz, humillante en extremo. Y con su presencia, quedaron transformados en gloria y Vida. Bajando hasta el pódium del Amor.
Gerardo Villar
Fuente Fe Adulta
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