La vid y los sarmientos.
Todos los seres humanos vivimos profundamente relacionados. El vínculo es algo que nos caracteriza esencialmente. Este relato evangélico nos descubre una relación muy poderosa. Sin la cual, dice el texto, estamos desconectados, secos, como muertos… Es una vinculación profunda con Jesús, fuente de vida y de acción. “Sin mí no podéis hacer nada”, “separados de mí no dais fruto”… Nuestras acciones y especialmente la fecundidad de estas acciones dependen de esta conexión profunda con Jesús. De lo contrario, aquello que hagamos “separados” o por nuestra cuenta, será caduco, le faltará profundidad y sentido.
Como es habitual, el Jesús de los evangelios no expone esta situación con largas explicaciones o filosofías, sino que utiliza imágenes, parábolas o símbolos ciertamente conocidos por todo el mundo. En este texto nos habla a partir de la vid, una planta que ha sido objeto de mucha significatividad en la tradición judía. La vid, o mejor, la viña, en textos del Antiguo Testamento, representa al pueblo de Israel, al cual Dios ha plantado, podado y cuidado de todas las maneras posibles. El Padre ha sido representado en muchas ocasiones como un labrador que cuida a su viña Israel. A diferencia de otras parábolas e imágenes, el que actúa con eficiencia y radicalidad es el Padre. Jesús aparece fijamente fecundando como la savia a los sarmientos, pero quien riega, poda, corta… es el Padre. Nosotros tenemos la tarea de permanecer; permanecer unidos, vinculados, conectados a él de donde mana la vida, porque sin él “no podemos hacer nada”. Nuestra fe es un continuo de apertura y respuesta; y de arriesgar en tiempo de dudas. Y siempre, pase lo que pase, Dios actúa.
Pero lo que resulta radicalmente novedoso respecto al Antiguo Testamento es que Jesús se presenta a sí mismo como la vid. Ya no se trata solamente de un pueblo al que Dios consolida y asiste. Dios mismo, en Jesús, es la savia que corre por esta comunidad-vid. Cada uno en esta comunidad somos como los sarmientos, ramas nacientes, destinadas a dar fruto.
Diversos textos paulinos hablan de esta misma situación. Un texto clave es Colosenses 1,17: “Cristo existe antes que todas las cosas y todas tienen en él su consistencia”. Y también “Dios tuvo a bien hacer habitar en él toda la plenitud. Y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas” (Col 1,19-20).
En épocas de búsqueda de sentido o de desorientación, reencontrar la vinculación existencial con “todas las cosas” y encontrar la “consistencia” en Cristo se vuelve fundamental. Cuando las experiencias de aislamiento, abandono o de individualismo resultan generalizadas, la lectura de este texto nos anima a potenciar las relaciones profundas y a reforzar la corriente de vida que viene desde Jesús y que nos comunica entre nosotros de manera creativa.
Paula Depalma
Fuente Fe Adulta
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