“Convertíos y creed en el Evangelio”. Domingo 21 de enero de 2018. Domingo tercero del tiempo ordinario
Jonás 3,1-5.10: Los ninivitas se convirtieron de su mala vida. Salmo responsorial: 24: Señor, enséñame tus caminos. 1Corintios 7,29-31: La representación de este mundo se termina. Marcos 1,14-20: Convertíos y creced en el Evangelio
Como es sabido, en las lecturas de la liturgia de los domingos, la primera y la tercera están siempre unidas temáticamente, mientras que la segunda suele ir por caminos independientes. Hoy la pareja de lecturas principales son la de la predicación de Jonás sobre la ciudad Nínive, y la predicación de Jesús al comenzar su ministerio, precisamente «cuando arrestaron a Juan», o sea, al faltar el profeta.
La lectura sobre Jonás hoy presenta un contenido positivo: el profeta atiende el mandato de Dios que le envía a predicar, va, predica, y además tiene éxito su predicación, pues la ciudad se arrepiente.
El comentario más simple a este texto puede ir por la línea de la importancia de la predicación profética para la conversión de los que están alejados de Dios. Es un tema conocido. Y, como decíamos, hace un paralelismo con el texto del evangelio: Jesús es un nuevo profeta, que empalma con la línea de los profetas clásicos, que también se lanza por los caminos para predicar un mensaje de conversión.
Para unos oyentes más críticos, esta segunda lectura es preocupante. Porque el conjunto entero de lo que en ella se expresa pertenece a un marco de comprensión hoy insostenible: un Dios arriba, directamente imaginado como un gran rey, que envía su mensajero para predicar un mensaje de conversión, mensaje que antes no pudo surtir efecto porque el profeta no quiso ir a predicar, pero que ahora es atendido y obedecido por los ninivitas. «Y vio Dios sus obras, su conversión de la mala vida; se compadeció, y se arrepintió Dios de la catástrofe con que había amenazado a Nínive, y no la ejecutó». Esta imagen de un Dios arriba, que toma decisiones, envía mensajeros, les insiste, se comunica con los seres humanos por medio de esos mensajeros profetas, y que «al ver» las obras de penitencia «se compadece y se arrepiente de la catástrofe con que había amenazado a la ciudad»… es, obviamente, humana, muy humana, demasiado humana, sin duda. Es, claramente, un «antropomorfismo». Dios no es un Señor que esté ahí «arriba, ahí afuera», ni que esté enviando mensajeros, ni es alguien que pueda amenazar, ni que se pueda arrepentir… Hoy sabemos que Dios no es así, que lo que llamamos «Dios» es en realidad un misterio que no puede ser reducido a una imagen o una imaginación antropomórfica semejante.
Sería bueno, incluso necesario, referirse a esta calidad de antropomorfismo que tiene esta lectura –como tantísimas otras–, y hacer caer en la cuenta a los oyentes que no los estamos tomando por niños, sino que, simplemente, estamos utilizando un texto compuesto hace más de veinticinco siglos, y que la imagen de Dios que aparece en él nos resulta hoy inviable. Es importante decirlo, y no es bueno darlo por sobreentendido, porque puede haber –con razón- personas que se sientan mal al escuchar estas imágenes, como si se sintieran retrotraídas al tiempo de la catequesis infantil. Y, desde luego, es recomendable abordar –en esta u otra ocasión– el tema de las imágenes de Dios, y aclarar que si somos personas de hoy, lo más probable es que no nos encaje bien el lenguaje clásico (o ancestral) sobre Dios, y que tenemos todo el derecho a ser críticos y a utilizar otro.
Éste podría ser, sin más, el buen tema de reflexión central para la homilía de hoy. Es más que suficientemente importante. Recomendamos el libro del obispo anglicano John Shelby SPONG, Un cristianismo nuevo para un mundo nuevo, colección «Tiempo axial», Abya Yala, Quito 2011, tiempoaxial.org).
La lectura de la 1ª carta de Pablo a los corintios también puede iluminarse hoy con la del evangelio de Marcos: ante el reinado de Dios que ha sido instaurado por la actuación de Jesús -su predicación, sus milagros, sus controversias, especialmente su muerte y resurrección-, todas las realidades humanas adquieren un nuevo sentido: comprar, vender, llorar, reírse, casarse o permanecer célibe, todo es diferente y su valor distinto. Lo absolutamente definitivo es el ejercicio de la voluntad salvífica de Dios que Jesús vino a poner en marcha. Por eso Pablo puede afirmar que “la presentación de este mundo se termina”, es decir, que Dios hace nuevas todas las cosas realizando la utopía de su Reino en donde pobres y tristes, enfermos y condenados, excluidos y ofendidos de la tierra son rescatados y acogidos, y en donde los ricos y los poderosos son llamados urgentemente a la conversión.
Después de narrarnos los comienzos del evangelio con Juan Bautista, con la unción mesiánica de Jesús en el río Jordán y con sus tentaciones en el desierto, Marcos nos relata, en unas frases muy condensadas, los comienzos de la actividad pública de Jesús: es el humilde carpintero de Nazaret que ahora recorre su región, la próspera pero mal–afamada Galilea, predicando en las aldeas y ciudades, en los cruces de los caminos, en las sinagogas y en las plazas. Su voz llega a quien quiera oírlo, sin excluir a nadie, sin exigir nada a cambio. Una voz desnuda y vibrante como la de los antiguos profetas. Marcos resume el entero contenido de la predicación de Jesús en estos dos momentos: el reinado de Dios ha comenzado –es que se ha cumplido el plazo de su espera– y ante el reinado de Dios sólo cabe convertirse, acogerlo, aceptarlo con fe.
Muchos reinados recordaban los judíos que escuchaban a Jesús: el muy reciente reinado de Herodes el Grande, sanguinario y ambicioso; el reinado de los asmoneos, descendientes de los libertadores Macabeos, reyes que habían ejercido simultáneamente el sumo sacerdocio y habían oprimido al pueblo, tanto o más que los ocupadores griegos, los seléucidas. Recordaban también a los viejos reyes del remoto pasado, convertidos en figuras de leyendas doradas, David y su hijo Salomón, y la lista tan larga de sus descendientes que por casi 500 años habían ejercido sobre el pueblo un poder totalitario, casi siempre tiránico y explotador. ¿De qué rey hablaba ahora Jesús? Del anunciado por los profetas y anhelado por los justos. Un rey divino que garantizaría a los pobres y a los humildes la justicia y el derecho y excluiría de su vista a los violentos y a los opresores. Un rey universal que anularía las fronteras entre los pueblos y haría confluir a su monte santo a todas las naciones, incluso a las más bárbaras y sanguinarias, para instaurar en el mundo una era de paz y fraternidad, sólo comparable a la era paradisíaca de antes del pecado.
Este «reinado de Dios» que Jesús anunciaba hace 2000 años por Galilea, sigue siendo la esperanza de todos los pobres de la tierra. Ese reino que ya está en marcha desde que Jesús lo proclamara, porque lo siguen anunciando sus discípulos, los que Él llamó en su seguimiento para confiarles la tarea de pescar en las redes del Reino a los seres humanos de buena voluntad. Es el Reino que proclama la Iglesia y que todos los cristianos del mundo se afanan por construir de mil maneras, todas ellas reflejo de la voluntad amorosa de Dios: curando a los enfermos, dando pan a los hambrientos, calmando la sed de los sedientos, enseñando al que no sabe, perdonando a los pecadores y acogiéndolos en la mesa fraterna; denunciando, con palabras y actitudes, a los violentos, opresores e injustos.
A nosotros corresponde, como a Jonás, a Pablo y al mismo Jesús, retomar las banderas del reinado de Dios y anunciarlo en nuestros tiempos y en nuestras sociedades: a todos los que sufren y a todos los que oprimen y deben convertirse, para que la voluntad amorosa de Dios se cumpla para todos los seres del universo.
El evangelio de hoy es dramatizado en el capítulo 14 de la serie «Un tal Jesús», de los hnos. López Vigil. El guión y su comentario pueden ser tomados de aquí: http://www.untaljesus.net/texesp.php?id=1100014
Puede ser escuchado aquí: http://www.untaljesus.net/audios/cap14b.mp3
Para la revisión de vida
Con frecuencia pensamos que ser cristiano consiste en ratificar el credo en todos sus artículos y aceptar sin fisuras en nuestra mente todos los dogmas y proposiciones que la Iglesia nos haga; olvidamos que lo esencial no está en la mente sino en el corazón y en la vida, que lo esencial es el encuentro personal con el proyecto de Dios, su propuesta, en la Causa de Jesús. ¿Es mi fe una simple amistad con Jesús, una apasionada opción vital por su Causa (el Proyecto de Dios, ¡su Reinado!, razón de mi vida)?
Para la reunión de grupo
– El libro citado más arriba de John S. SPONG hace una propuesta de reformulación global del cristianismo en torno a este eje, la superación del «teísmo» clásico. La mayor parte de las personas siguen considerando hoy día a Dios como un Ser Supremo, concretamente un Ser Personal, que habita ahí arriba, ahí afuera, que ama, piensa, hace planes, decide, se enfada, castiga, se arrepiente, perdona… ¿Es posible «imaginar» a Dios de una forma enteramente distinta? ¿Qué problemas conlleva todo esto? ¿No es por otra parte bien urgente el abordarlo, dada la crisis de «Dios» en la cultura actual? Se puede organizar un debate en torno a este tema. Alguna persona puede leer/estudiar el libro y hacer una presentación para abrir el debate. Un capítulo inicial del libro está al público en la RELaT [servicioskoinonia.org/relat], en su número 413.
– El dilema que se hizo vigente en los últimos siglos fue «teísmo/ateísmo». John S. Spong dice: «no existe tal disyuntiva inevitable, pues existe otra alternativa, el posteísmo». La Agenda Latinoamericana’2011 trae un artículo con este tema-título: «El teísmo, un modelo útil pero no absoluto para ‘imaginar’ a Dios», de sólo dos páginas, apto para servir de punto de partida a un debate. (Está disponible en el “archivo digital” de la Agenda: http://servicioskoinonia.org/agenda/archivo
– Antiguamente la palabra «conversión» sólo se aplicaba a la adopción inicial de una religión, o al cambio de una religión a otra. El Concilio Vaticano II popularizó un uso más «ordinario» del concepto de conversión: todos necesitamos conversión, que ya no es adoptar una religión, ni es cambiar de religión, sino que es «volvernos, con todo lo que somos» («cum-vertere», «con-versión»), hacia Dios y su proyecto. Pregunta: pero cuando se trata de predicar el evangelio a otro que no es cristiano, ¿la «conversión» consiste para él cambiar de religión y aceptar el cristianismo? El concepto de conversión, referido a los no cristianos, ¿necesita también alguna reformulación? Las lecturas de hoy, ¿pueden arrojar alguna luz sobre ello?
– El evangelio de hoy es «el primer sermón de Jesús», por hablar así. Y Marcos lo pone al inicio mismo de su evangelio como un manifiesto programático. Tiene todos los elementos centrales de lo que va a ser la predicación misma de Jesús. Comentémoslo.
– El evangelio de hoy –y todo el evangelio- pone de relieve la importancia central del Reino de Dios en la misión de Jesús. El Reino no es un elemento más, sino su mismo centro. Si no se entiende esto, no se entiende a Jesús, ni se entiende qué es ser cristiano. ¿Qué es el «reinocentrismo»? ¿Qué significa esa palabra? ¿A qué se opone? (En el libro de Casaldáliga-Vigil «Espiritualidad de la liberación» –disponible en la biblioteca de Koinonía (servicioskoinonia.org/biblioteca)– hay todo un capítulo de exposición sobre el «reinocentrismo», si ayuda).
Para la oración de los fieles
– Para que la Iglesia siga anunciado a todos y a sí misma el Reino y la necesidad de convertirnos e él acogiendo la Buena Noticia. Oremos.
– Para que actualicemos nuestro lenguaje sobre Dios, dando cabida a formas de expresar lo religioso más en concordancia con los avances de las ciencias y el sentido crítico de nuestra cultura. Oremos.
– Para que todos los cristianos que titubean o vacilan a la hora de vivir su fe encuentren en Jesús la fuerza necesaria para no tener miedo a nada ni a nadie. Oremos.
– Para que sepamos vivir en continua conversión, sabiendo que eso nos hará más humanos y más felices. Oremos.
– Para que la Buena Noticia del amor de Dios sea recibida y acogida por todas las gentes de todos los pueblos. Oremos.
– Para que vivamos siempre conforme a lo que creemos y demos testimonio ante todos de los verdaderos valores. Oremos.
Oración comunitaria
Dios, Padre nuestro, Tú que todo lo puedes, ayúdanos a que nos convertirnos a Ti cada día, de modo que llevemos siempre una vida según tu voluntad y podamos dar abundantes frutos de Amor y de Justicia. Tú que vives y das vida por los siglos de los siglos. Amén.
Oh Misterio innombrable, sin forma ni imagen, sin nombre, inimaginable, indescriptible, que te nos escapas a la vez que nos inundas, que estás bien cerca y bien adentro a la vez que resultas inasible e inaccesible, en quien nos movemos, respiramos y existimos. Ayúdanos a respetar tu misterio, a distinguirte siempre de las imágenes que te hemos construido, a sentirte y experimentarte en la ausencia y el respeto, y a conocerte en el conocimiento silencioso y luminoso. Amén.
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