Mensajeros y constructores de caminos.
“Comienza el Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios”. Me pregunto cómo habría sido, en los inicios del cristianismo, la transmisión oral de las palabras y acciones de Jesús, cuántas personas compartirían historias sobre él, cómo habrían repetido sus enseñanzas, cómo se narrarían unos a otros la experiencia de encuentro con él y cómo, pasados los años, comenzarían a poner todo por escrito. Un tiempo de gestación oral y escrita para que en nuestras manos se encuentre hoy este evangelio, ¡esta buena noticia!
Me sobrecoge este inicio tan solemne que formula una orden concreta, como si fuera condición sine qua non para continuar con la lectura: “preparadle el camino al Señor, allanad sus senderos”. Esta Palabra, siempre oportuna, se nos regala especialmente en el tiempo de Adviento y nos recuerda que acoger al Señor no es una cuestión de planteamientos racionales. Prepara el camino al Señor implica, además, deseo, conversión, empeño y confianza.
- DESEO de acoger a nuestro Señor del mejor modo posible. Deseamos que no encuentre obstáculos en el trayecto, que no existan murallas ni concertinas que lo frenen, que pueda venir libre y sereno. Deseamos que encuentre acogida, espera decidida, mesa preparada, abrazo y calor de hogar. Deseamos que venga pronto, que no tarde, para que con su luz ilumine la noche de nuestro mundo y nuestras oscuridades. Deseamos no distraernos para poder reconocerlo.
- CONVERSIÓN, porque preparar un camino requiere transitar por él. La con-versión supone movimiento y conlleva itinerancia, capacidad para salir del espacio conocido y atreverse a pisar ahí donde todavía no hay confirmación de suelo seguro. Conversión y movimiento porque el imperativo es en plural: “¡preparad!”, invitándonos a encontrarnos con otros para realizar la misión a la que somos enviados y, así, a convertirnos en oteadores de la mejor senda, la que posibilita el cruce con otros caminos, el encuentro y el diálogo.
- EMPEÑO, porque la Palabra nos habla de allanar y esto supone asumir el sudor y dedicar el esfuerzo necesario para llevar a cabo tal empresa. Empeño porque se requiere perseverancia, permanencia, fortaleza y valentía, capacidad para recomenzar siempre de nuevo, aunque una y otra vez surja algún inconveniente en el camino. Requiere capacidad para interpretar los signos de los tiempos para acertar en qué lugar concreto hemos de adentrar la pala en la tierra.
- Y CONFIANZA. La que nace de la certeza de que el Señor está viniendo, la que nos hace apostar porque todo merece la pena. Confianza en la Promesa. Confianza en su Palabra. Confianza en que su invitación permanece en el tiempo, a pesar de que él conoce bien nuestras colinas y oquedades. Confianza en que, con él, todo es posible.
Juan nos recuerda este envío desde el desierto, el lugar privilegiado para la conversión, el cambio y la transformación; el espacio donde se vence la tentación de adorar a otros dioses. Quizás lo hace porque es allí a donde debemos marchar en este tiempo de Adviento para preparar el camino, y no a las calles encendidas de luces fugaces, a las tiendas repletas o a las mesas abundantes. Cada uno conocerá cuál debe ser el desierto por el que transitar este tiempo para allanarle el sendero al Señor, que viene.
“Preparad el camino”. Las palabras de Juan nos remiten a Isaías y podemos rememorar el imperativo que el profeta pronuncia antes: “Consolad, consolad a mi pueblo, habladle al corazón”. Como Juan, también hoy nosotros somos invitados a convertirnos en mensajeros de esta buena noticia de Dios que, en la persona de Jesús, nos trae a todos consuelo y esperanza.
Hay que preparar el camino, es el tiempo oportuno para ello. Deseémoslo, convirtámonos, empeñémonos, confiemos. El Señor viene.
Inma Eibe, ccv
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