Dom 12.11.17. El novio tardaba, una noche de amor “dividido”
Del blog de Xabier Pikaza:
Dom 32. Mt 25, 1-13. La liturgia recoge este domingo la parábola de las “diez novias”, divididas en dos grupos, cinco eran prudentes, los otras insensatas, todas ellas convocados y esperando a la puerta de la noche del amor
Ésta es una parábola para soñar y pensar, no una historia sucedida así (o que sucederá), una gran voz de esperanza y aviso, para nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI, llamados al amor en la noche, con riesgo de olvidarlo y olvidarnos, divididos al fin, ante el amor que quiere (y ha de ser) universal.
El mensaje de esta parábola resulta inquietante y, al mismo tiempo, esperanzado, y de esa forma nos sitúa ante uno de los temas centrales de la tradición israelita: Los creyentes (fieles) son jóvenes (vírgenes, muchachas) que han de esperar la llegada del esposo, que es el mismo Dios (Cristo) para celebrar las bodas con lámparas encendidas.
Es una parábola antigua, mil veces leída, escuchada, pintada… Pero sigue siendo sorprendente , pues nos hace pensar de un modo distinto en lo que somos y en aquello que podemos ser, caminantes de amor, más allá de la caída de la tarde, más allá de la muerte, caminantes olvidadizos y miedosos, en un mundo al que acecha la noche final.
No es una alegoría moralista, como la fábula de la hormiga y la cigarra, sino una parábola transformadora y paradójica, que nos sitúa ante la experiencia final de humanidad, ante la capacidad de amor y responsabilidad, ante la llegada de Dios que no ha venido a imponerse desde arriba, sino a encarnarse en el amor y sufrimiento con los hombres y mujeres, compartiendo con ellos su historia de sufrimiento y muerte.
Es nuestra parábola, un termómetro de amor ilusionado pero, al mismo tiempo,arriesgado, ante la división y la lucha por la vida, en la noche.
Mt 25, 1-13
1 Entonces se comparará el reino de los cielos con diez doncellas (vírgenes) que tomaron sus lámparas y salieron a esperar al esposo. 2 Cinco de ellas eran necias y cinco eran sensats. Las necias, al tomar las lámparas, no tomaron el aceite; 4 pero las sensatas tomaron consigo aceite en alcuzas con las lámparas.
5 Atrasándose el novio, les entró sueño a todas y se durmieron. 6A medianoche se oyó una voz: ¡Que llega el novio, salid a recibirlo! 7 Entonces se despertaron todas aquellas doncellas y se pusieron a preparar sus lámparas. 8 Y las necias dijeron a las sensatas: Dadnos un poco de vuestro aceite, que se nos apagan las lámparas. 9 Pero las sensatas contestaron: Quizá no haya bastante para vosotras y nosotras, es mejor que vayáis a la tienda y os lo compréis.
10 Mientras iban a comprarlo, llegó el novio, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas, y se cerró la puerta. 11 Por fin llegaron también las otras doncellas, diciendo: Señor, señor, ábrenos. 1 Pero él respondió: Os lo aseguro: no os conozco. 13 Velad, por tanto, pues no sabéis el día ni la hora .
Esta parábola se encuentra íntimamente conectada con la anterior (y con todo Mt 24), como indican su primera palabra (tote, entonces: 25, 1 cf. 29, 9. 10. 14, 16. 21. 23. 30. 40), referida a lo que sucederá al final de los tiempos (cf. 24, 45-51), y las palabras finales (velad, pues no sabéis el día ni la hora, 25, 13; cf. 24, 41.
Según esta nueva parábola, el que viene no es el Hijo del Hombre (24, 39), ni un posible ladrón (24, 43), ni el Dueño de casa (24, 45), sino el Esposo prometido de la tradición profética (Oseas Jeremías, Isaías 2 y 3). La historia de la humanidad puede compararse según eso con una celebración de bodas, un camino de maduración en el amor.
Éste es un tema que había destacado Mt 22, 1-10, al reinterpretar la parábola del banquete (Q: Lc 14, 16-24), como parábola de bodas del hijo del Rey. Desde ese fondo puede y debe entenderse narración como parábola (con el efecto sorpresa del rechazo de las necias) y como alegoría (por su forma de dividir a la humanidad en dos mitades, y de entender la meta de la vida como bodas) .
1. Una parábola ya conocida. Elementos básicos (25, 1-4).
Esta narración está contada desde el trasfondo de la historia de Israel… Quizá guarda un recuerdo de Jesús (que se ha referido a las bodas del reino: 9, 14-17). Pero tal como se cuenta parece obra del mismo evangelista (o de su escuela) que ha creado en 24, 45‒25, 46 un gran “retablo” escatológico con temas vinculados a la culminación (o realidad más honda) de la historia. En sí misma, esta parábola se encuentra íntimamente unida al desarrollo precedente, como muestra su forma de presentar a las cinco sensatas (fronimoi, 25, 2-3), en la línea del administrador de 24, 4 (que debía ser fronimos, sensato). Estas dos parábolas (24, 45-51 y 25, 1-13) nos sitúan, pues, ante una visión general de la “inteligencia o sensatez escatológica”, interpretada como buena administración y buen noviazgo, esperanza de bodas:
‒ Las diez muchachas (parzenoi: vírgenes, mujeres núbiles) son signo de una humanidad ya madura para el amor, y así aparecen vinculadas de un modo íntimo con Dios, esperando las Bodas finales de la historia. Ciertamente, en el fondo se encuentra el motivo de Israel como novia/esposa de Yahvé, un motivo presente a lo largo de la Biblia desde los tiempos de Oseas, Jeremías y Ezequiel. Pero, siendo signo de Israel, ellas representan a cada uno de los hombres o mujeres de la humanidad, que debe mantenerse preparados para las bodas de Dios.
Esta imagen de las diez muchachas, cada una con sus luces encendidas ante el esposo, para acompañarle en la procesión de bodas, resulta bien conocida en oriente (incluso en Roma). La palabra lámpara (lampa,j) puede evocar una candela de aceite con mecha pequeña (que se apaga a cualquier golpe de viento), pero quizá se refiere a una antorcha de aceite con mecha de tela resistente al aire. En otra línea, la imagen puede evocar el gran signo israelita de la menorah, candelabro de siete lámparas del santuario .
‒ Aceite. Se conserva en la alcuza de cada persona, como algo propio de ella y es, por tanto, intransferible: Es el don de la existencia, la vida en su sentido más profundo. Hombres y mujeres son “aceite” que alumbra en cuanto se consume, haciéndose luz ante (en) Dios. No son luz para un templo exterior, como el de Jerusalén, sino para el esposo, el mismo Dios. Éste es el signo distintivo más precioso del ser humano: el buen aceite que alumbra. Fuera quedan otros posibles aspectos o valores de tipo social o legal (e incluso religioso), pero los hombres y mujeres son aceite, que han de tener preparado, como una reserva de “vida” ante el esposo.
Pues bien, ese mismo aceite divide a los hombres, de manera que la humanidad puede compararse a cinco muchachas necias y cinco inteligentes, como se cuenta en otras “historias” de ese tipo. En ese contexto, nuestra tiene un fondo y una finalidad parenética, y sirve para insistir en la posibilidad del bien y del mal… y en la exigencia de conversión, con el fin de que, a la postre, todos puedan entrar con el esposo, cuya llegada evoca el límite del tiempo. La división se confirma y ratifica al final, pero se encuentra adelantada por la forma en que aparecen las muchachas: las cinco necias (mwrai.) no se han ocupado del aceite, mientras las sensatas (fro,nimoi) tomaron, con las lámparas una reserva de aceite en la alcuza.
‒ Un noviazgo compartido y distinto para cada una. Estas vírgenes/novias pueden entenderse en sentido personal y/o social. Todas son esposas del único esposo (nymphioi), de manera que su matrimonio ha de interpretarse en clave monogámica, pero en línea trascendente, no de este mundo (en sentido biológico-corporal, pues en ese caso se trataría de un marido polígamo), como sabe desde Oseas la tradición profética, que interpreta al pueblo en su conjunto y a los israelitas en particular como “esposa” de Yahvé.
Según eso, las diez vírgenes tienen un sentido colectivo (todas son la novia, son Israel, son la Iglesia, son la humanidad), pero al mismo tiempo pueden y deben interpretarse en sentido individual, pues cada una es valiosa por sí misma. Un elemento importante de la escena (y quizá poco destacado en las interpretaciones) es el hecho de que aquí no hallamos ninguna novia central, que actuaría como reina, con un cortejo de “vírgenes menores” que serían sus servidoras o damas de compañía (cf. Sal 45, 15-16 y Cant 6, 4-9. En nuestro caso, las diez tienen la misma dignidad, de manera que cada una aparece como esposa principal del novio, y ninguna es pura dama de compañía, pues todas y cada una son reinas .
2. ¡Atrasándose el novio…! Un tiempo de muerte (25, 5). Todas aparecen como amigas, tienen en común el noviazgo y la espera, sin que en principio se distingan (aunque el texto sabe que unas son necias, otras prudentes). No se aclara el motivo de esa distinción, no se habla de un posible pecado de algunas, de manera que no estamos ante un problema de moralidad en el sentido secundario del término, sino de inteligencia humana, de actitud y de respuesta ante la vida.
Como he dicho, en un primer nivel, esa diferencia entre necias e inteligentes parece normal, es un signo o elemento de la propia vida, que hace a los seres humanos distintos. Todas son la humanidad en busca de la plenitud de un Dios que no está ya simbolizado como Padre (Abba) sino como partner, misterioso amigo de las bodas. Todas le esperan, pero unas con inteligencia/previsión (guardan aceite en sus alcuzas), y otras sin ocuparse del aceite, como si las cosas pudieran resolverse en un último momento.
Pues bien, en este contexto se introduce el tema del “retraso” o, quizá mejor, de la tardanza de la parusía o manifestación del novio (croni,zontoj de. tou/ numfi,ou), de la que trataba 24, 34-36. Da la impresión de que las “necias” eran en principio buenas “creyentes”: Esperaban la manifestación inmediata de Cristo, su gran parusía, lo habían dejado todo, confiaban en la llegada del Novio, no tenían que llevar nada, pues el esposo iba a llegar inmediatamente. Pero las cosas han sucedido de otra forma.
El Novio no ha llegado en el tiempo que ellas (¡muchísimos cristianos!) pensaban, y de esa forma se retrasa la parusía, en contra de lo que habían esperado Pablo y los conversos de Tesalónica (¡confiaban estar vivos cuando llegara el Cristo!). Pues bien, en contra de eso, nuestra parábola afirma que “todas” se adormilan y duermen (mueren), sin que ello produzca escándalo (a diferencia de 1 Tes 4, 13-18), como supone Hbr 9, 27, que ha acuñado la gran fórmula: Se ha establecido que los hombres mueran una vez…: statutum est hominibus semel mori).
Todas mueren sin que el esposo haya llegado, sin que las bodas hayan podido celebrarse en este mundo. Parece evidente que esa tardanza del novio está evocando el retraso de la “parusía”, un problema que la Iglesia ha debido plantear y resolver con urgencia. En ese contexto de retraso, de tiempo abierto por la preparación de las bodas que se demoran (no ha llegado el Novio) viven y mueren las muchachas, unas bien preparadas (se duermen con la reserva de aceite al lado), otras sin preparación (como si no debieran tener el aceite a punto, como si el Esposo no necesitara que ellas estuvieran preparadas). Al decir que todas se durmieron, parece que se está evocando la muerte universal, como destacan otros textos tardíos del NT (cf. 2 Ped 3, 1-16) .
3. En medio de la noche: ¡llega el Novio! (25, 6-7). Todas las vírgenes (¡todos los cristianos!) saben que habrá bodas, pero algunos viven como si no las hubiera, sin preocuparse del aceite, como suponiendo que habrá siempre a su lado en abundancia, para tomarlo sin más preocupación. El aceite, que las inteligentes conservan en alcuzas para reavivar la lámpara en su momento, representa quizá las buenas obras, la memoria positiva del pasado, el valor de la vida vigilante, con aceite para el esposo a quien saldrán a recibir. Las otras no pueden ir al encuentro del novio sin aceite…
‒ Aceite. Podría suponerse que unas lo han recibido, y otra no. Pero el texto va en contra de esa suposición, pues ha supuesto que ellas mismas, todas, pudieron tomar no sólo lámparas, sino también alcuzas con aceite. Pues bien, unas parecen haber tomado sólo lámparas, como si bastaran; otras, en cambio, tomaron además aceite en las alcuzas (25,4). Éste parece el motivo de fondo, y desde aquí se entiende la división entre las môrai, necias, que han vivido sin previsión, sin otro horizonte que las ocupaciones inmediatas de la vida (cf. 13, 20-22) y las phronimoi, sensatas, que han tomado consigo una reserva de alcuzas de aceite.
Como he dicho, todas son novias de un mismo esposo universal, no simples compañeras/asistentes de una Novia superior a la que irán acompañando en la procesión de bodas. La parábola anterior (24, 45-51) se refería a un esclavo administrador, que estaba por encima, debiendo cuidar de la casa (de la servidumbre) hasta la llegada del amo. Esta parábola, en cambio, supone que todos, varones y/o mujeres, tienen (tenemos) la misma responsabilidad, como muchachas que han de madurar al (ante el) amor de una forma responsable.
4. Ya no es tiempo de compra. Y se cerró la puerta (25, 8-11). Tomada externamente, la parábola es dura. A lo largo de la espera, las muchachas han tenido tiempo para llenar las alcuzas, o incluso para intercambiar el aceite como indicarán, desde otra perspectiva, las parábolas siguientes, y todo el evangelio. Pero, al final, cuando unos y otros se “despierten” del gran sueño y preparen sus lámparas ante el Esposo, no será posible prestarse el aceite, ni podrá comprarlo en los mercados. Habrá terminado el tiempo de los que compran y venden (25, 9), como suponía ya la escena de la “purificación”, cuando Jesús derribó las mesas de los compradores y vendedores del templo (21, 12).
‒ Id a comprar… (25, 9). Así dicen las prudentes. Ésta es una escena y respuesta de humor duro, despiadado, pero propio de una parábola del fin de los tiempos, donde los detalles no se pueden tomar al pie de la letra (como en una alegoría). Las prudentes les dicen que vayan a comprar y el texto supone que de hecho van y lo hacen, aunque vuelven tarde, cuando la puerta de la boda está ya cerrada. Eso significa que hay un caudal de mundo para hacer negocios (¡ellas, unas simples vírgenes que en aquel tiempo no solían manejar dinero!).
Eso significa que las necias van a comprar, pero su gesto resulta inútil, pues cuando llegan con el aceite comprado las otras están dentro, y la puerta ya cerrada; y aunque estuviera abierta no serviría de nada, pues el aceite de mercado del mundo no vale para las bodas del reino, como sabe 1 Cor 13: El tesoro del Reino (el amor) no puede comprarse con todo el dinero del mundo, como lo ha puesto de relieve el pasaje del joven rico, que ha de vender precisamente todo lo que tiene, y dárselo a los pobres, para seguir a Jesús y alcanzar la vida eterna (cf. 19, 16-23).
‒ Y se cerró la puerta (24, 10), tras el paso de las vírgenes prudentes, y no se abrirá ya más. De esa forma ha matizado Mateo el tema de la parábola anterior de bodas, donde se decía que entraron todos, buenos y malos (22, 10), pero que el rey vino después a buscar y expulsar al que no tuviera vestido de fiesta (22, 12-13). A diferencia de eso, en esta boda entran sólo aquellos que tienen aceite en la alcuza, y la lámpara encendido, de manera que tras ellos se cerró la puerta. Nadie sin aceite (sin vestido de fiesta) puede entrar en la fiesta.
Ésta es una imagen insólita, ya que en las bodas de oriente la puerta de la casa de bodas solía estar abierta. Pues bien, en este caso, el cielo de las bodas aparece así tras una puerta cerrada (a diferencia de Ap 4, 1), una puerta que se relaciona sin duda con aquella que ha sido evocado en Mt 16, 18-19, donde se dice que el Señor ha dado a Pedro las llaves del Reino, lo que implica que esta puerta de las vírgenes se encuentra misteriosamente vinculada con la extensión universal del Evangelio del Reino, lo que podría llevarnos a decir que Mateo ha escrito un evangelio para vírgenes prudentes (cf. también 7, 21-23).
5. Señor, Señor, ábrenos… ¡No os conozco! (25, 11-12). Así dicen las vírgenes necias (con aceite de mercado), que llaman a la puerta cerrada, pidiendo “¡Señor, Señor, ábrenos!”, como aquellos que habían hecho grandes obras en nombre de Jesús (expulsar demonios, realizar milagros…), a los que el Señor respondía: ¡No os conozco! (cf. 7, 22-23). Eso significa que estas necias pueden haber sido externamente importantes, hombres o mujeres de iglesia, pero en realidad son “inicuas”, obradoras de anomía (cf. 7, 23), una palabra que Mateo ha utilizado en dos lugares básicos: 13, 41 (trigo y cizaña) y en 24, 12 (falsos profetas).
‒ La palabra final “no os conozco” (25, 12) significa “no tengo relación con vosotras”, no os puedo amar. Estas palabras nos sitúan ante una escatología de “conocimiento”, es decir, de encuentro personal con el Señor/Novio (el Dios amigo), conforme al sentido radical del conocimiento, que implica vinculación personal o matrimonio (cf. Gen 4, 1). “No os conozco” significa no tengo relación con vosotros, “no sois de los míos”. En este contexto, la “condena” de las vírgenes necias no es “castigo”, no es una expulsión, ni un infierno de fuego, sino que consiste en dejar que ellas sigan siendo lo que han sido, es decir, lo que han querido (quedarse en el nivel del aceite de mercado, sin acceso a las bodas más altas de la resurrección).
‒ ¿Una parábola cristiana? En un plano, esta parábola es cristiana (centrada en Cristo esposo), pero en otro no lo es (todavía), pues el novio que habla así, diciendo “no os conozco” no es aquel que ha muerto para conocer, es decir, para rescatar a muchos (=todos, 20, 28). Entendida así, ésta es una parábola de ley, no de evangelio. Ciertamente, ella ocupa un lugar importante en el despliegue escatológico de Mateo, pero se sitúa en un nivel de juicio (talión) y no de gracia (perdón), aunque trate de amor y hable de bodas .
Excurso Reflexión sobre el novio, el amor y el aceite.
En un sentido, esta parábola (25, 1-13) parece poco cristiana, pues nos sitúa ante el Novio Juez, no ante Jesús Amigo, que ha buscado y perdonado a todos. En esa línea, ella insiste en las “obras”, es decir, en un tipo de aceite de vírgenes, más que en el amor del Cristo Esposo que transfigura a todas y todos. Esta observación nos pone ante el tema del aceite, que puede interpretarse como algo que los mismos seres humanos deben y pueden “conseguir”, a diferencia del Dios de Cristo que ofrece vida/aceite a todos/todas, a través de sus curaciones.
Sin negar el don de Dios (¡suponiéndolo!), esta parábola nos sitúa ante la exigencia de una respuesta humana, que se expresa en forma de “aceite”, pues la salvación que ofrece el Novio de las Bodas no es automática (ni viene de fuera), sino que se integra en la misma vida de los hombres y mujeres, implicando una respuesta personal, una nueva luz, encendida con la luz de amor del Dios esposo. Así podemos distinguir: (a) El Cristo esposo pascual no se va para sus bodas (cerrando la puerta), sino que viene para abrir todas las puertas, incluso las de aquellas “vírgenes necias”, en amor que desborda y lo recrea todo. (b) Por el contrario, el esposo de esta parábola nos pone así, en la noche de bodas, ante la gran división formada por las necias y las prudentes, diciéndonos, en forma de aviso, que debemos tener el aceite preparado.
En un plano, esta boda de la parábola es un anuncio de gozo y plenitud (para todos), pero, al mismo tiempo, es una llamada a la responsabilidad, y un aviso, que muestra la importancia de la respuesta humana.
(a) Ésta es, según eso, una parábola gozosa que habla de la luz que puede “alumbrar” la fiesta de las bodas, una luz que es el mismo brillo del amor que emerge allí donde unos seres humanos se aman y se encuentran en la noche, penetrando de esa forma en el espacio de Dios (que aparece como Novio, es decir, como Vida de la vida de todos).
(b) Pero, al mismo tiempo, es una parábola de aviso: Puede haber personas cerradas en sí mismas, vírgenes necias, que no quieren aceite de bodas, sino que van derramando y perdiendo lo que tienen (destruyendo su vida) en la noche de este mundo.
Formulada como aparece aquí, en Mt 25, esta parábola es necesaria, como palabra de advertencia, como llamada a la responsabilidad. Pero, al mismo tiempo, ella debe ser releída y reinterpretada desde Cristo. Por eso, ella debería buscar y ofrecer un nuevo final, el de Cristo novio que, tras haber cerrado primero la puerta, vuelve otra vez en la noche, y la abre y llama a las vírgenes necias, para iniciar con (para) ellas un nuevo camino. Desde ese fondo podemos ofrecer unas reflexiones que nos permitan entender mejor el tema:
‒ Esta parábola nos pone ante el momento de la decisión personal, en el que todos han de tener su aceite (no pueden salvarse unos por otros). Mateo sabe que, en el camino de la vida, mientras sigan en el mundo, hombres y mujeres han de ayudarse entre sí. Jesús ha venido a dar luz de aceite a todos los excluidos y perdidos!; pero él sabe y dice también que hay un momento en que cada uno ha de responder por sí mismo: En esa línea, tras el “sueño” de la muerte, cada uno queda de algún modo “fijado”, siendo aquello que es (que ha sido), de manera que no puede recibir aceite de otros, ni dejar de ser él mismo, para que otro ocupe su lugar, ante el Dios del amor (esposo).
La parábola nos pone de esa forma ante la responsabilidad personal en la muerte, como en la versión lucana de Lázaro y el rico Epulón (Lc 16, 20-25). Nadie puede amar en lugar de otro, ni vivir por él (aunque puede y debe acompañarle en el camino, como dirá Mt 25, 31-46). En este momento nadie puede apelar a naciones o pueblos elegidos, ni hablar de salvación especial para Israel, ni de ventaja de la Iglesia, ni de rechazo o condena de los gentiles. No hay juicio de pueblos, sino de personas, en perspectiva de fidelidad para cada uno, llamado a ser esposo/esposa de Dios, compañero de su alma.
Aquí nos encontramos al fin ante la máxima individualidad (cada uno es responsable de su luz y de su aceite) y ante la mayor universalidad: ¡Todos los seres humanos comparten la misma llamada y tarea ante la Boda de Dios. Lo más íntimo (unas bodas) se vuelve lo más universal, por encima de la mima muerte. Esta parábola no viene a ponernos ya ante la muerte por violencia (o con valor vicario, como la de Jesús), sino ante la muerte natural, de cada uno, que se adormece y acaba en este mundo, con el despliegue y desarrollo de su vida ya plenificada.
‒ ¿Una parábola de amor? Más allá de la parábola. Ciertamente, la parábola evoca el amor personal de los que esperan y vienen en busca del novio, envueltos en luz; y ella evoca, al mismo tiempo, en un plano más alto, el amor hermoso del Novio que quiere acoger a todos. Esta parábola nos pone ante el amor de todos (portadores de lámparas), ante el amor personal de cada uno de los hombres y mujeres, que pueden y debe abrir su amor al Cristo de Dios, pero pueden también perder y gastar el aceite de un modo falso, quedando al fin vacios. Ésta es la “boda de Dios”, Dios mismo hecho boda, salvación universal, aunque algunos han podido “descuidarse”, dejando de tomar aceite (¡es una molestia andar siempre cargado con la alcuza!), o derramándolo en vano, malgastando así la propia vida.
El novio que viene cuando las vírgenes se encuentran ya dormidas (¡en la noche del cansancio y de la muerte!) parece signo del Amor que tarda en cumplirse, pero está viniendo, Luz Plena en la oscuridad; signo del amor que se hace esperar (como dice San Juan de la Cruz: ¿A dónde te escondiste Amado….?, Cántico Espiritual 1), pero que llegará en su momento, siempre aguardado y siempre de imprevisto, de manera que debemos avivar la lámpara y cargarla de nuevo, con el aceite de la alcuza (a no ser que la hayamos descuidado, como sucede con la vírgenes necias). Este Dios Novio no es ladrón (como en 24, 43), ni es el señor poderoso de la casa (como en 24, 48), sino el amor, que invita a disfrutar a las muchachas dormidas que siguen esperando, pues son (somos) capaces de cuidar su (nuestra) luz para la Luz de Dios, o de apagarla, hombres y mujeres con responsabilidad de vida, llamados a mantener el aceite, a pesar (por encima) de la misma muerte, entendida como prueba y signo de amor definitivo .
Ciertamente, ésta es una parábola buena y necesaria, tal como está contada, pero a partir de la experiencia de la Pascua de Jesús ella puede y debe reformularse, en la línea que he venido evocando: Cerrada la puerta, el Cristo Esposo puede volver (y ha vuelto) a llamar a las “necias”, para así reabrir la nueva senda del amor, como supone no sólo la historia de Jesús, sino toda la tradición cristiana, pues Jesús ha venido a llamar a invitar precisamente a los expulsados del banquete, a los excluídos del camino de la vida. Desde aquí podemos y debemos seguir leyendo la historia de la pasión.
‒ ¿Esposo polígamo, amor compartido? Algunos exegetas han pensado que estamos ante un “esposo polígamo” de diez muchachas que le esperan en la noche. Pero en su sentido más profundo, esas diez parthenoi/vírgenes son todos los seres humanos, capaces de expresar su vida en gesto de amor infinito ante el Amor de Cristo, en la Boda de Dios. No estamos ante un Dios o Cristo polígamo en sentido físico, sino ante un Dios de todos los amores, abierto de un modo personal y único ante cada ser humano (como suponía la respuesta de Jesús a los saduceos (22, 23-33). Si se olvida ese matiz se malentiende todo el pasaje, que trata de la Boda de Dios (Dios-Boda) para el conjunto de la humanidad y para cada uno de los hombres y mujeres.
Dicho eso, debemos añadir que, en su expresión externa, la parábola ha tomado signos que en aquel tiempo resultaban normales, en la tradición patriarcal de oriente y en la Biblia. La parábola se cuenta según eso en un contexto masculino (patriarcal), y las muchachas parecen cumplir una función pasiva: Ellas están allí, en medio de la noche, sin más función que la de esperar. Ciertamente, la parábola ha de seguirse contando de esa forma, por fidelidad literaria e histórica. Pero, en otro plano, para apreciar su impacto en la actualidad, a modo de ejercicio, se podría invertir el simbolismo, y hablar de diez muchachos (varones) que esperan a la Novia/Diosa, divinidad materna, novia infinita y personal de cada uno ellos, madurando así para el amor .
‒ Empezar de nuevo, el Amado que vuelve tras pensar que se había cerrado la puerta. En su contexto prepascual, la parábola termina con la puerta cerrado y el Novio que dice, tras ella, a las vírgenes necias “no os conozco”, como si no hubiera remedio alguno para ellas. Pero, en la línea de lo que he venido diciendo, el texto termina con una advertencia misteriosa: “velad, pues no sabéis el día ni la hora…” (25, 13). Ésta es una palabra que se dirige a ellas, dirigiéndose al mismo tiempo a todos los hombres y mujeres que escuchan el evangelio, y de esa forma indica que sigue habiendo un camino de salvación para las mismas vírgenes necias, de forma que ellas pueden y deben empezar de nuevo, tras haber escuchado ese aviso, esperando de nuevo al Esposo, para atravesar con él la puerta de la vida.
Aquí comienza la más honda interpretación de la parábola que yo conozco, que es la de Juan de la Cruz, en su Cántico Espiritual, donde rehace la historia de aquellos que empiezan su peregrinación de amor precisamente ahora, con la gran palabra: ¿Adónde te escondiste Amado, y me dejaste con gemido…? Eso significa que la historia de las diez “vírgenes” no termina con la amenaza del Amado que dice “no os conozco”, sino que se transfigura y comienza precisamente ahora, en el momento de la revelación pascual del Cristo-Esposo, tal como la seguiremos evocando en los siguientes capítulos de este comentario, abierto precisamente al amor pascual del Cristo .
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