A cada uno lo suyo pero… “Yo soy el Señor; y no hay otro” (Is 45,5).
La misión propia que Cristo confió a su Iglesia no es de orden político, económico o social. El fin que le asignó es de orden religioso. Pero precisamente de esta misión religiosa derivan funciones, luces y energías que pueden servir para establecer y consolidar la comunidad humana según la ley […].
El concilio exhorta a los cristianos, ciudadanos de la ciudad temporal y de la ciudad eterna, o cumplir con fidelidad sus deberes temporales, guiados siempre por el Espíritu evangélico. Se equivocan los cristianos que, pretextando que no tenemos aquí ciudad permanente, pues buscamos la futura, consideran que pueden descuidar las tareas temporales, sin darse cuenta de que la propia fe es un motivo que les obliga al más perfecto cumplimiento de todas ellas según la vocación personal de cada uno. Pero no es menos grave el error de quienes, por el contrario, piensan que pueden entregarse totalmente a los asuntos temporales, como si éstos fuesen ajenos del todo a la vida religiosa, pensando que éstos se reducen meramente a ciertos actos de culto y al cumplimiento de determinados obligaciones morales. El divorcio entre la fe y la vida diaria de muchos debe ser considerado como uno de los más graves errores de nuestra época. Ya en el Antiguo Testamento los profetas reprendían con vehemencia semejante escándalo. Y en el Nuevo Testamento sobre todo, Jesucristo personalmente conminaba graves penas contra él. No se creen, por consiguiente, oposiciones artificiales entre las ocupaciones profesionales y sociales, por una parte, y la vida religiosa por otro. El cristiano que falta a sus obligaciones temporales falta a sus deberes con el prójimo; falta, sobre todo, o sus obligaciones para con Dios y pone en peligro su eterna salvación.
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Concilio Vaticano II, constitución pastoral Gaudium et spes sobre la Iglesia en el mundo octual, nn. 42-43, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1970, 319-322).
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En aquel tiempo, se retiraron los fariseos y llegaron a un acuerdo para comprometer a Jesús con una pregunta. Le enviaron unos discípulos, con unos partidarios de Herodes, y le dijeron:
-“Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad; sin que te importe nadie, porque no miras lo que la gente sea. Dinos, pues, qué opinas: ¿es lícito pagar impuesto al César o no?”
Comprendiendo su mala voluntad, les dijo Jesús:
-“Hipócritas, ¿por qué me tentáis? Enseñadme la moneda del impuesto.”
Le presentaron un denario. Él les preguntó:
-“¿De quién son esta cara y esta inscripción?”
Le respondieron:
-“Del César.”
Entonces les replicó:
-“Pues pagadle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.”
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Mateo 22,15-21
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