Dom 23.7.17. Mujer con levadura, sabiduría de Dios
Dom 16 tiempo ordinario. Presenté ayer a María Magdalena (22.7.17), que es (con María de Nazaret) el signo más perfecto del Reino de Dios, según el evangelio de este domingo:
El Reino de los cielos se parece a una mujer que introduce su levadura en la masa de la vida, una mujer que perfume de resurrección, promesa de futuro, dentro de un mundo (de una Iglesia) que parece sin futura.
Pero la lectura del evangelio del domingo es mucho más extensa, y consta de tres partes, estructurada en en forma de sándwich o tríptico:
a. Principio: Mt 13, 24-30. Parábola de la cizaña que crece en medio del trigo
b. Intermedio: Mt 13, 31-35: Dos parábolas menores: Grano de mostaza y levadura, con una explicación (sabiduría oculta desde el principio del mundo)
a1. Final: Explicación de la parábola de la cizaña
El principio y final (parábola de la cizaña y explicación) forman un inmenso retablo apocalíptico que trata del sentido de la historia humana, con la creación buena de Dios (trigo) y con el riesgo de la vida que se pervierte (de la mala semilla de cizaña que nosotros mismos sembramos para mal en medio del trigo de Dios).
Las dos parábolas intermedias van unidas… y sirven para explicar el sentido oculto de la gran parábola, la fuerza de la siembra de Dios (grano de mostaza; levadura).
a) en el centro de la historia, Dios ha sembrado su Reino como un grano de mostaza, el más pequeño de todos, el más frágil… Pues bien, ese grano invisible se convertirá en árbol grande, plenitud del mismo dios en la historia humana.
b) más que cosa de hombre, el reino es “cosa de mujer”, levadura en la masa… Parece que somos masa de perdición, condenada a la muerte… Pero hay una mujer (¡la mujer sabiduría!) que lleva en su mano la levadura y logra que todo fermente.
c) A estas parábolas menores sigue la palabra sobre el sentido de la sabiduría de Dios, comparada al grano de mostaza y a la levadura de mujer.
En la reflexión de hoye me ocuparé sólo de la levadura de mujer, que es fermento del reino… y de la sabiduría de Dios que es el sentido más hondo del evangelio. Dejo para el próximo día el tema del grano de mostaza.
Éste es el domingo de la mujer con levadura (=mujer que es levadura), mujer que es sal. Ella es la última reserva de la humanidad. Si la mujer pierde su levadura (deja de ser fermento) el mundo se secará de muerte, dice Jesús.
Imagen 1. Mujer con levadura, la sabiduría de la vida (conocimiento de mujer).
Imagen 2: Mateo con un libro de la Ley del AT (sabiduría de varón)
Buen domingo a todos, con levadura de mujer, que es levadura de Dios.
Levadura de mujer.
De nuevo se compara el Reino con algo familiar y sencillo. En lugar del glorioso Hijo de Hombre que aparecerá después, Jesús nos habla aquí de una mujer que introduce fermento en la masa del pan (zu,mh| h]n labou/sa gunh.), una masa que está dividida en tres partes, hasta que todo fermenta. El signo no es la siega y división del trigo y cizaña, sino el fermento poderoso que una mujer introduce en el trigo que ella misma amasa y divide en tres partes, cuidadosamente:
Mt 13 33 Les dijo otra parábola: El reino de los cielos se parece a la levadura; una mujer la introduce en tres medidas de harina amasada, hasta que todo fermente.
Esta gran imagen, del Q (cf. Lc 13, 20-21), tiene dos rasgos inquietantes.
(a) La levadura, que es básica para algunos alimentos; para que la harina de trigo amasada con agua fermente y pueda hornearse produciendo pan sabroso hace falta levadura.
(b) Junto a la levadura, que se juzgaba impura, por su poder de transformación, está la mujer, que también se consideraba especialmente impura en el campo religioso, precisamente por su menstruación, y por el mismo proceso de la generación.
‒ Levadura. A lo largo de la tradición bíblica, ella tiene un sentido ambivalente. Sin duda, ella es buena para fermentar el pan, pero, al mismo tiempo, se vincula con un tipo de impureza (desintegración) que la vuelve peligrosa. Por eso, los panes para la ofrenda de Dios son ázimos, sin levadura, como el de pascua, que no podía mezclarse con la levadura (masa fermentada del año anterior), de manera que cada año, tras la pascua, debía comenzar con nueva levadura (cf. Gen 19, 3; Ex 12, 8-20; 23, 15; Lev 2, 4; 8, 26; Dt 16, 3 Jos 5, 11 etc.). En ese último sentido emplea Pablo este símbolo, pidiendo a los creyentes que dejen «la vieja levadura de la malicia y maldad, para celebrar los panes ázimos, de la sinceridad y la verdad» (1 Cor 5, 9).
Pues bien, conforme a esa parábola (probablemente de Jesús; cf. también EvTom 96), el pan del Reino de Dios (=de los cielos) no es ázimo (separado y sin fermentación peligrosa), sino que se compara precisamente con la levadura, peligrosa por su poder de transformación, pues fermenta la masa. Ésta es una de las imágenes más atrevidas de Q (y en especial de Mateo), pues separa el Reino de Dios del contexto sagrado del templo (donde se come pan sin levadura) y de la fiesta de pascua (también sin levadura), para situar el camino del Reino en el espacio y movimiento de la masa ambigua y concreta de la vida, que aparecía en la parábola de la cizaña, que puede compararse con la levadura mala (frente a la buena del Reino). Pues bien, en contra de lo que sucede en la cizaña, la levadura aparece ahora como buena y necesaria, pues transforma la masa de trigo.
‒ La mujer. El Reino de Dios se relaciona con una levadura que pertenece al campo de trabajo y experiencia de las mujeres que amasan el pan y aparecen por su biología (ritmos de menstruación) más vinculadas a la visión judía de la levadura, como campo que se juzga más propenso a la impureza. Pues bien, Jesús compara el reino con una levadura de mujer que puede fermentar la masa del pan, no para un servicio litúrgico (con panes sin fermentar), sino para la vida normal (como en las multiplicaciones), de pan con levadura.
Ciertamente el trabajo y signo de los varones sigue estando al fondo (ellos han dirigido el proceso de la agricultura, la siembra y cosecha). Pero el gesto final lo realizan las mujeres que introducen la “levadura” en la masa y así la fermentan, para cocer (hornear) el pan y volverlo comestible. Esta colaboración de las mujeres en el proceso y despliegue del Reino es fundamental por lo que aportan, con sus posibles riesgos, en línea de humanidad, pues el reino de Dios es imposible sin levadura de mujeres, pasando así del espacio sacral (templo, pan sin levadura) y del mundo de los sacerdotes varones (que juzgan a las mujeres impuras) al campo de las mujeres, en el centro de la vida, vinculadas al pan fermentado .
((Mateo recordará que hay una levadura mala, que es la doctrina de fariseos y los saduceos (16, 6-12), que consiste ponen el “reino de Dios” al servicio de sus intereses. En contra de ella, destaca Jesús esta levadura buena de mujer. El Reino pasa del mundo de los varones que emplean la religión al servicio de su interés y su miedo (por eso condenan lo que consideran impuro) al de las mujeres que amasan el pan con su propia vida)).
Junto a esos dos signos (levadura, mujer) hoy resulta más difícil comprender lo que significan las tres partes en las que la mujer divide precisamente la masa, para introducir la levadura en ella “hasta que todo fermente”. Pueden significar el cuidado que se pone en el proceso de la “fermentación”, que quizá es distinto en un contexto más judío y en otro más pagano. También puede significar plenitud…
Sea como fuere, esa comparación del tres con la mujer y con la masa (hasta que todo fermente implica abundancia, en la línea del grano de mostaza sembrado por el hombre, que se hace un árbol grande, donde anidan los pájaros del cielo. El tres implica también diversidad, multiplicidad. Saduceos y fariseos (lo mismo que un tipo de cristianos) quieren sólo una única masa, una religión exclusiva, que se expresa en la condena y expulsión de los contrarios. Por el contrario, la mujer y la levadura nos sitúan ante un mundo de pluralidad, donde no hay sólo una masa (un judaísmo o cristianismo impuesto a todos), sino varias, procesos diversos de fermentación.
La mujer introduce el fermento en tres medidas de harina amasada . El dato es muy significativo, pues el saton (sa,ton) evoca una gran cantidad para un contexto familiar, pues equivale a unos 35 litros… Eso significa que la mujer amasa, fermenta y cuece (hornea) tres masas, que pueden producir uno 35 kilos de pan cada una, una cantidad evidentemente excesiva en un ámbito familiar de subsistencia.
(( En EvTom 96 el Reino del Padre es como una mujer que puso un poco de levadura en la masa, haciendo así grandes panes, identificando el Reino con cada creyente, cada uno con su levadura interior. Por el contrario, en Q (Lc 13, 21) y de un modo especial en Mt 13, 33, el reino es semejante a la levadura de Dios (como la semilla de la parábola anterior), una levadura en manos de mujer.
(a) La levadura es única, y actúa por sí misma, pero está vinculada de un modo especial a la mujer, que sabe introducirla en tres porciones de masa, más que a los hombres sacerdotes (saduceos o fariseos) que no saben operar con ella.
(b) Las porciones de masa son varias, son tres, según el texto. Eso significa que la mujer del reino sabe operar en varias líneas a la vez, pues el fermento de Dios opera y actúa en cada una de ellas.
(c) Hasta que todo quede fermentado, pues hay una fermentación o transformación de la totalidad, en línea de mujer, más que de hombre. Ciertamente, Mateo sabe que un tipo de organización de la Iglesia está en manos de varones, especialmente de Pedro (16, 18). Pero la transformación del Reino está ligada al gesto de la mujer que introduce el fermento de Dios en las tres medidas de harina, que son un signo de la humanidad. En el principio del Reino está el pan de mujer fermentado y horneado para todos, como indicarán los dos pasaje de la multiplicación de los panes (alimentaciones) que forman está en el centro del mensaje del reino y del camino de la Iglesia (Mt 14, 13-21; 15, 32-38)
Desde la fundación del mundo (13, 34-35).
En el centro del tríptico anterior, los discípulos habían preguntado a Jesús por qué hablaba en parábolas “a los de fuera” (cf. 13, 10), como si ese lenguaje sirviera para ocultar los misterios del reino, y ésa era la impresión que podía dar una lectura rápida del texto, presentando así las parábolas como resultado de una especie de “castigo” para los de fuera. En contra de eso, este nuevo pasaje nos muestra que las parábolas forman parte de la revelación originaria de Jesús, abierta a todos, para expresar por ellas la verdad más honda de la acción de Dios y de la vida de los hombres. Por eso, el evangelio atribuye a Jesús la palabra profética de Sal 78, 2 donde se dice. “Abriré mi boca en parábolas, revelaré las cosas escondidas desde la fundación [del cosmos]”.
13 34 Todas estas cosas las decía Jesús en parábolas a las muchedumbres, y nada les decía sin parábolas, 35 a fin de que se cumpliera el oráculo del profeta: Abriré mi boca diciendo parábolas, anunciaré cosas ocultas desde la fundación [del cosmos] .
Mt 13, 34 retoma una tradición de Marcos (cf. Mc 4, 33), pero 13, 35 añdade una palabra exclusiva de Mateo, y nos ayuda a entender a Jesús como Mesías revelador, aquel que ha podido evocar y expandir el Reino de Dios como verdad originaria, desde el comienzo de la historia, y lo hace con signos que parecen muy simples, pero son muy profundo (grano de mostaza y levadura). Sólo en ese contexto podrá entenderse la lección “apocalíptica del juicio”, que vendrá después (13, 36-43).
Sólo es verdadero juez final aquel que proclama la verdad originaria, los misterios escondidos desde el comienzo del mundo. El evangelio muestra así un camino de sabiduría que desembocará en el discernimiento final, apareciendo como libro de revelación y juicio, que se identifica con la misma trama de la vida de Jesús. De esa forma, Jesús viene a presentarse como encarnación de Dios en la historia de los hombres, a quienes ofrece la revelación suprema.
‒ Todas estas cosas las decía Jesús en parábolas… (13, 34). Mateo retoma el motivo de Mc 4, 33-34, pero matizando y reinterpretando lo dicho en 13, 10-17. Ciertamente, en un sentido, las parábolas constituyen un lenguaje discutible, difícil, de manera que su comprensión (su acogida y cumplimiento) ha dividido a los hombres (y en especial a los judíos). Pero en otro sentido, en sí mismas, ellas son el “lenguaje del reino”, abierto a todos, judíos y no judíos, creyentes y no creyentes.
Sin duda, ellas son un simple “lenguaje de acomodación” a los oyentes (tal como ellos podían entenderlas: Mc 4, 32), pero son también y sobre todo un lenguaje de revelación: ¡para que entiendan, porque ése es el lenguaje del Reino! Por eso, Mateo puede suprimir aquí la referencia especial a los discípulos (¡a quienes Jesús explicaba todo en privado! Mc 4, 32), porque al llegar a este nivel no existe lenguaje público y privado, no hay diferencia entre Iglesia y no Iglesia, pues las parábolas constituyen un lenguaje de revelación universal para las muchedumbres.
‒ Abriré mi boca en parábolas... (13, 35). En el centro del tríptico anterior, los discípulos habían preguntado a Jesús por qué hablaba en parábolas “a los de fuera” (cf. 13, 10). Pues bien, ahora descubrimos que las parábolas forman parte de la revelación originaria, abierta para todos (no sólo para los discípulos), interpretando así de un modo universal las tres medidas de la masa en las que la mujer introduce el fermento del Reino. De esa manera aplica el Jesús de Mateo la sentencia de Sal 78, 2 como profecía no porque ignore que el texto es un salmo, sino porque lo interpreta como profecía, diciendo. “Abriré mi boca en parábolas, revelaré las cosas escondidas desde el comienzo”.
Éste es un salmo histórico-sapiencial, atribuido a Asaf, y Mateo lo ofrece en principio siguiendo a los LXX, que interpretan el hebreo lv’äm’b. (en mashal, como proverbio o enigma) que está en singular, con en parábolas (evn parabolai/j), en plural. Esa traducción de los LXX no es mala y se refiere a las parábolas concretas de Jesús y a todo su mensaje entendido como “parábola”, en la línea del mashal (lv’äm’,) hebreo, que no es un “argumento” griego, sino una penetración sapiencial y creadora en el misterio de la realidad (así el hombre de Gen 3, 16 puede relacionarse con la mujer a modo de mashal: lv’m.yI) .
‒ Revelaré cosas ocultas desde el comienzo (13, 25). La traducción que aquí ofrece Mateo no va en contra del texto original hebreo ( sacaré a la luz cosas ocultas), ni de los LXX (proclamaré “problemas”), pero ha sido elaborada por la tradición de su escuela, para entender el evangelio como revelación de las cosas ocultas (cf. Col 1, 20; 1 Ped 1, 10.20), en una línea semejante a la de algunos Himnos de Qumrán.
Siendo profeta y por serlo, el Jesús de Mateo aparece así como maestro de sabiduría, como aquel que conoce y proclama en sus parábolas el sentido de las cosas que están escondidas desde el principio del mundo. El texto hebreo y los LXX dicen “desde antiguo”, es decir, desde el principio, tema que Mateo ha interpretado y aplicado bien. Pues bien, Jesús ha penetrado con su sabiduría en ese principio de la historia (de la realidad), para conocer y presentar el verdadero sentido de la creación.
Estas palabras finales nos permiten entender a Jesús como mesías revelador escatológico: aquel que ha podido conocer y proclamar el sentido y despliegue del reino de Dios como verdad originaria y definitiva. Significativamente, ahora que Jesús va a presentarse como Hijo del hombre y portador del juicio final, Mateo le presenta como aquel que ha proclamado en parábolas la sabiduría escondida desde el principio de los tiempos .
Conclusión 1: La misma mujer es levadura (con el hombre)… fuente de vida para el mundo…
Conclusión 2: La sabiduría tiene forma de mujer… es levadura de Dios en la masa del mundo.
Notas
1) Las parábolas (y por ellas el conjunto de la enseñanza de Jesús) han de entenderse por tanto en forma de conocimiento simbólico y creador, que nos introduce en el sentido más profundo de la realidad, haciendo que penetremos en ella a través de la transformación más honda de la vida (como supone el Salmo 78). En esa línea, la mujer que amasa el pan y lo fermente con levadura de Dios es uno de los signos más altos del Reino.
2) En la línea de Jn 1, 1, Mateo podía haber conservado el lenguaje de los LXX, presentando a Jesús como aquel que conoce la realidad desde el principio (en arjê), pero ha preferido utilizar un término más vinculado a su visión de la realidad y de la historia, poniendo avpo. katabolh/j, que significa desde el principio o fundamento (de la misma creación), vinculando así las parábolas de Jesús (y el conjunto de su obra) con el sentido y despliegue de la creación de Dios (como hará en 25, 34). Estrictamente hablando, en este contexto, no era necesario que se añadiera ko,smou (para insistir de esa manera en el comienzo del cosmos), como hacen algunos manuscritos (cf. NTG), porque ese sentido está implícito en el texto y en la palabra desde el comienzo , como muestran otros textos del NT (Mt 25, 34; Lc 11, 50; Jn 17, 24, Ef 1, 4 etc.). Sea como fuere, el sentido es claro: Jesús aparece como “revelador cósmico”, es decir, como aquel que conoce y proclama a través de sus parábolas (de toda su enseñanza) el sentido y camino de la realidad, apareciendo así como encarnación de Dios dentro de la misma historia.
El texto abre así un abanico que lleva desde el principio (avpo. katabolh/j) hasta la culminación del tiempo cósmico , de la que hablará la explicación de la parábola del trigo y la cizaña (13, 39-40). Sólo podrá ser verdadero juez final aquel que proclama la verdad originaria, los misterios escondidos desde el comienzo del mundo. El camino de la sabiduría profética de Jesús va del principio hasta la culminación del siglo, es decir, del tiempo, que es la sunte,leia aivw/no,j. La tradición evangélica distingue así y vincula (identifica) en el fondo el cosmos (ko,smoj) o mundo, en sentido más espacial, en línea helenista) con el tiempo (aivw/n, eón, en sentido más bíblico), en un proceso que va de la creación a la culminación del “siglo”. He comentado el tema en El pensamiento de Oscar Cullmann. Dios y el tiempo, Clie, Viladecavalls 2015. Cf. K. Löwith, Meaning in History, Univ. Chicago Press, 1957; J. Moltmann, Theologie der Hoffnung, Kaiser, München 1966; W. Pannenberg (ed.), Offenbarung als Geschichte, Vandenhoeck, Tübingen 1965.
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