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“Eucaristía, la erótica de la ritorrea”, por Rufo González

Lunes, 17 de julio de 2017

eucaristia-720_270x250De su blog Atrévete a orar:

“Jesús no instituyó ningún ritual”

“¿No sería estimulante pasar de la misa ritual a la eucaristía celebrativa?” 

(Pepe Mallo).- “Se reunían asiduamente para escuchar la enseñanza de los Apóstoles y participar en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones” (Hechos 2:42).

“Animales rituales”

“Oir misa”, “ir a misa”, “decir misa”, “dar misa”… Estos populares (o vulgares) giros y expresiones vienen a demostrar el (sin)sentido que mucha gente tiene de… y atribuye a… la Eucaristía. Es voz común que los humanos somos “animales rituales”, necesitamos gestos y signos para comunicarnos. Toda actividad humana se desarrolla con signos; gestos que expresan un mensaje, un sentimiento, emoción, vivencia…, expresiones que no pueden formularse si no a través de estos signos o gestos.

Celebrar la vida, ritualismo y narcisismo

Las celebraciones de los Sacramentos son expresiones comunitarias y públicas de experiencias y aspiraciones comunes de nuestra fe. La celebración “pública” (aspecto comunitario) de estos acontecimientos es la liturgia. No se trata de una serie de ceremonias, ritos, palabras y gestos, sino de la expresión de las vivencias de la comunidad a través de esas actitudes.

Cuando se gesticula demasiado o se exageran los ritos, se enturbian las vivencias. La liturgia no pasaría de ser una exhibición de rutinarios gestos o burdos aspavientos incoherentes. Al traer a cuento en el título la “erótica de la ritorrea”, ironizo atendiendo a la excitación que provocan los ritos en ciertas personas al ejercer las funciones religiosas, y a realizarlos cada vez de manera más evidente y notoria, a la búsqueda de un clímax, de una fascinación no sé si pasional o mística.

El limitarse a repetirlos automáticamente aunque no se comprenda bien el porqué de cada movimiento, de cada gesto, de cada palabra, de cada oración, se llama ritualismo, y cuando el “oficiante” (de oficio) se regodea sensibleramente en ceremoniosos ritos, se llama afectación o “narcisismo.

El abandono de la misa dominical tiene mucho que ver con el ritualismo

Hay un hecho innegable. La gente se está alejando de manera imparable de la práctica dominical, a mi entender, porque no encuentra en nuestras celebraciones el clima, la palabra clara, el rito expresivo, la acogida estimulante que necesita para alimentar su fe.

Uno de los males que afectan a la Iglesia es que está aprisionada en los ritos, en gestos que el pueblo no entiende o le resultan “familiarmente extraños”. La imagen del sacerdote ritualista continúa profundamente arraigada en la cultura de la Iglesia, en la rutina de los ritos de misas y sacramentos. Todo se ha reducido a actos vacíos de significado, a liturgias recargadas que alejan de la “Cena del Señor”.

La celebración litúrgica no puede ser totalmente espontánea, y menos anárquica; pero tampoco debe imponerse una reglamentación tan estricta y determinada que el rito resulte agobiante y recargado.

Las ceremonias, debido a la rigidez en el cumplimiento de las normas, a veces constituyen un fin en sí mismas. En la celebración de la Eucaristía, se aprecia en el ritual y en el ceremonial un excesivo barroquismo liturgista, que no litúrgico. Su contenido, oraciones, lecturas, plegarias eucarísticas, están elaboradas sobre y desde los dogmas; sus expresiones, por teológicas, no están encarnadas en la vida de los fieles, las plegarias resultan incomprensibles. El “nuevo” Misal Romano, entrado en vigor este año, da la impresión que todo el empeño de la CEE se ha centrado en “la traducción más literal” de los formularios (“por todos” o “por muchos”) y en la supervivencia del ritualismo tridentino.

¿Qué es más importante: los ritos o la comunidad?

¡Qué sencilla fue la “cena de despedida” de Jesús y las restantes “cenas del Señor” celebradas por las primeras comunidades! Jesús no instituyó ningún ritual.

Ni la última cena fue un ceremonial. Al contrario. Los gestos de Jesús en su cena de despedida como en otras tantas ocasiones son bien sencillos: “Tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo repartió”. Así de sobrio y escueto. Estos son los gestos propios de la eucaristía y de la vida cristiana: partir el pan (Jesús), repartirlo y compartirlo. “Todos los días acudían unidos al templo, compartían el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón” (Hech. 2,46).

Hoy día, a las “funciones” litúrgicas les sobran gestos y ceremonias como para que los asistentes tengamos conciencia de participar en la auténtica eucaristía. Resalto la palabra “funciones” porque considero que hay gestos que están más cerca del espectáculo teatral que de la celebración litúrgica. ¿Puede alguien imaginar a Jesús en la última cena inclinarse y acodarse sobre la mesa ante el pan y el vino y pronunciar lentamente, como enigmáticas, arcanas o sibilinas, las palabras “Tomad y comed… tomad y bebed…”? ¿Puede alguien pensar que en ese momento los discípulos se arrodillan fervorosamente para adorar las “especies sacramentales”? No menos curioso resulta el hecho de hacer tintinear en ese instante las bulliciosas campanillas. ¿Qué sentido tiene esta alharaca?

Más gestos inútiles, por superfluos, de los “funcionarios del rito”

De un tiempo a esta parte, en la mayoría de las parroquias de mi entorno, y en la mía por supuesto, se ha introducido un chocante protocolo al iniciar la misa: Hacer sonar una campana de “aviso”. Perdón por mi insolencia, pero el gesto me retrae a aquel ancestral factor de estación con su proverbial “¡Viajeros al tren!”.

Otra. En el ceremonial existe la “procesión de entrada” portando el leccionario, la cruz, los ciriales y el incensario, que suele realizarse con boato en algunas fiestas. Pues bien, en mi parroquia, tras el “campanillazo” de salida, el sacerdote, precedido de “inexpertos” monaguillos, “ejecuta” el ritual sin solemnidad alguna, recorriendo la iglesia como el que hace el “paseíllo”. Queda ridículo. Y más. Me he preguntado con frecuencia, por qué cada vez que pasan por delante del sagrario, realizan un apresurado ademán que remeda una genuflexión, como obligado vasallaje, y otras veces se contentan con una simple inclinación de cabeza.

¿Y por qué al evocar el nombre de María, se hace una respetuosa reverencia y no al nombre de Jesús? Tampoco me entretengo en preguntar por el sentido del resurgimiento de los primorosos monaguillos… ¿Hemos de seguir “estancados” en un modo de celebración eucarística tan poco sugestivo para los hombres y mujeres de hoy?

¿Qué nos queda de la Eucaristía como banquete del Reino?

¿No sería estimulante pasar de la misa ritual a la eucaristía celebrativa? No vamos a “oir misa”, ni el cura “dice la misa”. Vamos a “celebrar” la Cena del Señor. (No hay celebración sin “algo” que celebrar). Celebración significa alegría, no “severidad”, participación, no “pasividad”. La mesa es símbolo de celebración, de fiesta, de conmemoración, de encuentro. Se ha invertido el orden de los valores: se da preferencia a ritos, ceremonias y solemnidades, y tardíamente, o nunca, se llega al encuentro con Jesús y con la comunidad.

P. D. de Rufo González

El clericalismo imposibilita cualquier reforma, incluso litúrgica

Comparto la crítica de Pepe Mallo, lúcida y sugerente, sobre la celebración de la Eucaristía de muchos clérigos. Real y esperanzada denuncia. Pero abocada a un callejón sin salida ante la actitud real de los dirigentes eclesiales: “resistencia a la reforma litúrgica conciliar de la que se han dado ya repetidas muestras”.

Por ellos no vendrá solución. Serán las comunidades celebrantes las que vean cambios necesarios para expresar mejor y vivir lo que celebran. Deberán suscitar personas creativas para animar, cantar, inventar gestos nuevos, usar palabras inteligibles y significativas actualmente, crear momentos de silencio y comunicación adecuados… Esto sólo podrá hacerse liberándose de la norma clerical, del clericalismo tan denostado por el Papa Francisco.

Con dirigentes vitalicios, inmóviles, dominadores de parroquias sin voz ni voto decisivo, cargados de rutinas facilonas.., y comunidades infantilizadas, con celebraciones sociales y folklóricas, sin compromiso con la vida cristiana…, las reformas serán como la del Misal Romano. Recuerda el refrán: “parirán los montes, nacerá un ridículo ratón”:

“Ha causado estupor, por no decir escándalo, el cambio de las palabras de la consagración eucarística, ordenado por la Congregación del Culto y asumido por nuestros obispos, imponiendo el “entregado por vosotros y por muchos” en vez del “por todos” pacíficamente arraigado. Si desde el principio se hubieran traducido así las palabras de Jesús en la institución de la Eucaristía, ya sería discutible, pero el cambio tardío no puede dejar de producir la impresión de que el “muchos” deroga el “todos”, y de que Jesucristo no murió por todos los hombres. ¿Habrán nacido algunos predestinados a la condenación eterna?… En el fondo de esta aparente fidelidad al texto original hay que ver una resistencia a la reforma litúrgica conciliar, de la que se han dado ya repetidas muestras”. (Hilari Raguer Suñer, monje benedictino de Monserrat, en su Blog de RD, 23.06.2017).

Fuente Religión Digital

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