¿Cuándo y en qué nos reconocen?
“No se puede ser cristiano sin ser desesperadamente humano” (Teilhard de Chardin)
30 de abril. III domingo de Pascua
Lc 24, 13-15
Mientras estaba con ellos a la mesa, tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio. Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron. Pero él desapareció de su vista
“Me enseñarás el camino de vida”, ruega a Dios el Salmista (Sal 15, 11). Ruego al que Jesús de Nazaret responde, y de quien Pedro dice a los demás apóstoles en la Fiesta de Pentecostés, que “fue hombre acreditado por Dios ante vosotros por los milagros, prodigios y señales que Dios realizó por su medio, como bien sabéis” (Hch 2, 22). Y el evangelio de Mateo nos da pistas sobre los signos fehacientes que nos muestran cómo evitar los riesgos de no interpretarlos adecuadamente: “Guardaos de los falsos profetas que se os acercan disfrazados de ovejas y por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los reconoceréis. ¿Se cosechan uvas de las zarzas o higos de los cardos?” (Mt 7, 15-16).
Los dos discípulos de Emaús no hubieran podido reconocer al Señor resucitado en la “fracción del pan”, si antes no hubieran hecho cosas para ello: acogerle como compañero de camino, escuchar su Palabra, y mantener los ojos bien abiertos (Lc cap. 24). Sólo de esta manera podrán los demás reconocernos a nosotros viendo que somos sal de la tierra y luz del mundo, cuando nos ven dejar nuestra ofrenda ante el altar y vamos primero a reconciliarnos con el hermano (Mt 5, 13-14 y 23-24) y que no somos zarzas ni cardos; que somos fieles discípulos del Maestro, y que lo de “por sus obras les reconoceréis” está cumplido en él y en el diario quehacer nuestro como cristianos.
Lo estaba también en el del jesuita poeta, sacerdote y teólogo Ernesto Cardenal, ministro de Cultura durante ocho años en el gobierno de Nicaragua. Fue obligado a dejar la Compañía para seguir siendo ministro, no sin antes responder al Vaticano, de quien venía la amonestación: “Es posible que me equivoque manteniendo mi doble función de jesuita y ministro, pero déjenme equivocar a favor de los pobres, porque durante muchos siglos la Iglesia se ha equivocado a favor de los ricos”. En una ocasión manifestó a un periodista que revolución es lo que Jesús anunciaba: “Hoy hay teólogos que dicen que el reino de Dios que él predicaba era una expresión semejante al concepto actual de revolución, es verdad. Una revolución subversiva, que en el caso de Jesús fue lo que le llevó a la muerte. Significaba también un cambio político y social. La juventud de hoy sigue diciendo “otro mundo es posible”, y yo también lo creo, como lo creyó Jesús. Es posible, y necesario. Y, como dice el obispo brasileño Casaldáliga, también otra Iglesia es posible. Hasta hay quien dice que otro Dios es posible”.
¿Habrá que declarar la guerra al Dios de nuestros padres? Posiblemente sí, en el sentido que ellos le entendieron. Jesús, fiel a las creencias de su tiempo, no lo hizo. Pero hoy son otros tiempos: 30 de abril de 1917, nos marca el calendario. Lo hicieron -revolucionarios pacifistas- Gandhi, Teresa de Ávila, la de Calcuta, y Vicente Ferrer.
El austriaco Kurt Pahlen (1907-2003), escritor y director de orquesta, nos dice del Julio César de Händel en su obra Diccionario de la Ópera, que detrás de su música “latía un corazón sensible y se podía encontrar una serena interioridad. Más de dos siglos y medio después de su muerte, sus obras nos conmueven y estremecen como sólo una obra de arte eterno puede hacer”. El protagonista hace gala de su nobleza militar cuando canta estos apasionados versos: “Non è da Rè quel cor / che donnase al rigor / che in sen non ha pietá” (No es de rey ese corazón / que se complace en el rigor / que ignora la piedad). Quizás nos suene a música de Evangelio.
El compositor cubano Leo Brouwer (La Habana, 1939), guitarrista y director de orquesta, canta, en “Paisaje con lluvia”, que “hay que ir dejándose gotear hasta empaparse”. De lo contrario, se quiebra una cadencia musical en la partitura de la vida y del Evangelio. Y entonces, la voz del agua viva se torna ineficaz en el silencio.
Esperemos que nadie tenga que hacerse la inquietante pregunta del hombre invisible, que se cansó de que no le vieran y un día no pudo soportarlo más, como se relata en el tercer cuento de la película estrella del Festival de San Sebastián 2017 The Monster Call, dirigida por Brayan Bertino: “No era porque fuera invisible de verdad. Era sólo que las personas estaban acostumbradas a no verlo. Se preguntó, si nadie te ve ¿en verdad estás allí?”
Aquí viene de perlas la frase de Teilhard de Chardin citada en el comienzo de nuestro artículo: “No se puede ser cristiano sin ser desesperadamente humano”.
Como Poema incluimos Yo te diré, una hermosa habanera – compuesta por el músico húngaro Jorge Halpern y cantada por Clara, protagonista del film Los últimos de Filipinas, dirigida por el cineasta español Antonio Román en 1945. La canción -prodigio de sensibilidad y nostalgia- nos trae a la memoria resonancias de lo acaecido aquel bello atardecer de Pascua en el encuentro de Jesús y los de Emaús.
YO TE DIRÉ
Yo te diré
por qué en mi canción
se siente sin cesar:
Mi sangre latiendo,
mi vida pidiendo
que tú no te alejes más.
Cada vez que el viento pasa y se lleva una flor,
pienso que nunca más volverás, mi amor.
No me abandones nunca al anochecer,
que la luna sale tarde y me puedo perder.
Y así sabrás
por qué mi canción
te llama sin cesar:
me faltan tus besos,
me falta tu risa,
me falta tu despertar.
Me faltan tus besos,
me falta tu risa,
me falta tu despertar.
Vicente Martínez
Fuente Fe Adulta
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